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(La Veritá – Giuliano Guzzo – 18/08/2025)

Habla Antonietta Raco, la mujer cuya curación fue declarada «inexplicable» por los médicos:
«En el agua sentí un dolor fortísimo en las piernas».

Si tenía razón Gilbert Keith Chesterton, cuando dijo «quien niega los milagros es porque tiene una teoría contraria a ellos, mientras que quien cree lo hace porque tiene pruebas», bueno, entonces Antonietta Raco, de 66 años, de Francavilla in Sinni —menos de 4.000 habitantes en la provincia de Potenza—, es una prueba.

Sí, porque esta señora, madre de cuatro hijos y casada desde el 8 de enero de 1978 con Antonio, ex inspector de la policía penitenciaria, encarna un ejemplo de «curación inexplicable» —en su caso, de esclerosis lateral primaria (ELP), una enfermedad neurodegenerativa tan rara como implacable—, precisamente la curación número 72 ocurrida en Lourdes. La comisión médica del santuario, compuesta por 35 expertos internacionales, llegó a esta conclusión después de numerosos e inequívocos exámenes, y hoy la mujer —que volvió a caminar en el verano de 2009, después de años— es la prueba viviente de que sí, los milagros ocurren de verdad.

Pero dado que un milagro, aunque acontecido a una mujer cuya fe se remonta a la infancia, también despierta curiosidad laica, La Verità se acercó a ella para profundizar más de cerca en su prodigiosa historia.

Empecemos por el principio. ¿Por qué había decidido ir a Lourdes?
«Es un deseo que tenía desde niña. Nosotros vivíamos en Biella —mis padres se habían trasladado allí desde Calabria cuando yo tenía un año— y allí, entre Turín, Don Bosco y justamente Lourdes, se percibe un vínculo especial. Siempre tuve el deseo de ir, pero durante años nunca fue posible: a veces por una cosa, a veces por otra».

¿Qué recuerda del 31 de julio de 2009, cuando lo sobrenatural irrumpió en su vida?
«Sí, yo me bañé en las piscinas el 31 de julio. Cuando la dama me acompañó, otras voluntarias se encargaron de prepararme para entrar en la pila. Una me sostenía del brazo derecho, otra del izquierdo, y la tercera, desde atrás, me movía primero una pierna y luego la otra, a pequeños pasos, para hacerme entrar en esa sala donde está la piscina. Una vez allí, rezamos todos juntos una oración y, mientras las voluntarias me ayudaban a bajar los dos escalones para entrar en la piscina, sentí un abrazo en el cuello que, con una caricia, me giró la cabeza. Pensé que era la voluntaria, pero no lo era. Y justo en ese momento escuché una bellísima voz de mujer, de una ternura infinita, que tres veces me dijo: “No tengas miedo”. Y yo me puse a llorar».

¿Y después?
«Comencé a rezar por las intenciones por las que había ido allí. Mientras tanto, las voluntarias ya me habían sumergido en la piscina, y fue allí cuando sentí ese dolor fuerte en las piernas, parecía como si me las estuvieran arrancando, pero eso no me distrajo de la oración. Seguí rezando y llorando. Llegué al fondo de la piscina, siempre con la ayuda de ellas, luego me sacaron y yo dije: “Ha sido bellísimo, que Dios las bendiga”. Pero no le conté a nadie lo que yo había sentido y experimentado».

¿Por qué?
«Pues porque, antes que nada, ¿qué iba a decir? ¿Que había escuchado una voz? Me habrían dicho: “Pero estás loca”. ¿O que había sentido dolores? ¿Y quién no los siente? Además, nuestra fe no se basa en lo que uno ve o escucha, sino en lo que creemos. La confirmación de lo que había pasado la tuve después».

¿Cuándo?
«Cuando regresé a casa, el 5 de agosto. Apenas había entrado, mi marido me llevó en la silla de ruedas y, de allí, pasé al sofá. Mi marido se fue a la cocina y, en ese momento, vuelvo a escuchar esa voz bellísima que esta vez me decía: “Pero díselo, díselo. Llámalo”».

¿Y usted?
«Yo no sabía qué tenía que decirle. Incluso pensé, sabe, que al escuchar voces era porque la enfermedad había empeorado… Y en cambio ella, con una ternura infinita, me decía: “Confía, llámalo”. Y llamé a mi marido: “Antonio, amor, ven, te tengo que decir una cosa”. Y me levanto, de pie, derecha. Yo me quería sentar, pero no podía, porque tenía la sensación de la piscina, como si alguien me acompañara y me sostuviera. Empecé a caminar por la habitación e incluso di dos vueltas. Mi marido —que es cardiópata— en un primer momento intentó acercarse a mí, pero luego se dejó caer sobre la mesa de la cocina. Yo fui hacia él. Fue en ese momento cuando comprendí que la que había sanado era yo y no la niña por la que había pedido la gracia».

De hecho, usted había ido a Lourdes rezando por la curación de una niña de su pueblo, gravemente enferma. ¿Qué fue de ella?
«Esa niña debía morir ese mismo año, porque estaba muy grave. En cambio, vivió tres años más y se fue al Cielo después de hacer la primera comunión. Para mí esto también es un gran signo, porque era como si ella esperara recibir a Jesús. Para nosotros los creyentes, esto es importante».

¿Cómo es exactamente la voz que escuchó dos veces, si tuviera que describirla?
«Era una voz de mujer, dulcísima, suave, joven, de una ternura infinita. Yo la escuché solo esas dos veces, pero me acompaña siempre: es como si estuviera cerca de mí. Nunca podré olvidarla».

Volviendo a su curación, ¿desde cuándo no caminaba?
«Antes de esta enfermedad tuve un tumor que combatí durante casi 8 años; la última operación la hice en enero de 2004. Luego, en mayo de ese mismo año, una noche ya no pude levantarme de la cama, me faltaban las fuerzas. No podía estar de pie sin muletas, así que no caminaba desde hacía 5 años. La enfermedad me la diagnosticaron al año siguiente en el hospital Molinette, con el profesor Adriano Chiò, del centro de ELA, después de una internación de casi 40 días».

En 16 años de visitas médicas, controles y juntas, ¿algún médico dudó de la sobrenaturalidad de su curación?
«Eso siempre lo encuentras. Es natural, de hecho tuvieron que hacer estudios. Me sometí a muchos controles, muchos exámenes, muchas consultas médicas, incluidas neuropsiquiátricas. Yo hice todo lo que me pidieron, pero llegaron a la conclusión de que no estoy loca, eso es todo. Y, cuando estaba enferma, hacía controles cada tres meses. Así que siempre estuve monitoreada en la progresión de la enfermedad, y el diagnóstico era cierto».

¿Alguna vez había esperado su curación?
«Al final estamos en esta tierra y sabemos que nos tenemos que ir. Me daba pena dejar a mi familia, claro, porque uno quisiera quedarse aquí lo más posible con sus seres queridos, pero también es verdad que eso no lo decidimos nosotros. Por lo tanto, cuando llega el momento debemos estar listos también para partir. Claro, me habría gustado quedarme».

¿Cómo cambió su vida después del milagro?
«Mi vida cambió el 5 de agosto de 2009, cuando me levanté. Si antes tenía fe, ahora tengo mucha más: he experimentado en mi cuerpo lo que leemos en los Evangelios y escuchamos en la Palabra de Dios. Y entonces, cuando oímos hablar de las curaciones de Jesús, yo puedo decir que lo he sentido en mi cuerpo. Así que imagínese mi sensación de reconocimiento. Para mí, cada momento de mi día es una oración; no hay un instante en el que no piense en esto. No me alcanzará la vida para agradecer lo que me ha sido donado. Y así me convertí también en dama de la UNITALSI (Unión Nacional Italiana de Trasporte de Enfermos a Lourdes y Santuarios Internacionales), en cuyo tren blanco había viajado a Lourdes».

¿Su curación también fortaleció la fe de sus familiares o, que usted sepa, favoreció alguna conversión?
«Desde entonces, he conocido incluso a personas que antes no conocía y, naturalmente, su vida cambió. Claro que no puedo dar nombres ni apellidos, nunca lo haría, pero le puedo asegurar que ha habido muchas conversiones. Hay personas que se han acercado a nuestra fe y luego dicen que hablando conmigo encuentran fuerza, esperanza y paz. Pero son cosas que dicen los demás, no yo».

También esas son curaciones, en el fondo.
«Sí. Al final todos necesitamos ser escuchados, sin tantas vueltas, eso es».

¿Qué responde a los escépticos que dudan no solo de su caso, sino de los milagros en general y, en definitiva, de la existencia de Dios?
«Me ha pasado de hablar con algunas personas que tienen este tipo de actitud y yo, a decir verdad, las escucho —también porque son ellas las que me buscan, no es que yo vaya a buscarlas—. Y entonces, al final, se crea una relación de la que luego nace como una amistad: yo respeto a ellos, ellos me respetan a mí. También porque no puedo obligar a alguien a creer, si no quiere».

Claro.
«Por eso respeto a estas personas, pero también es cierto que, según lo que creemos nosotros, Dios existe y ama tanto a mí como al que es escéptico, aunque él no lo sepa o no lo quiera comprender. Por eso debemos rezar mucho también por estas personas, para que se conviertan».

A propósito, ¿qué oración le es más querida?
«El Rosario me es muy querido, y luego la Salve Regina».

¿Qué piensa del Papa León XVI?
«A mí me gustó mucho, también por cómo se presentó con su primera palabra de paz. Encuentro su actitud muy amable, también en sus palabras, que no creo que se aparte mucho de las de otros Papas, pero luego cada uno tiene su propio carisma. Y entonces él también tiene el suyo y, seguramente, cuanto más pase el tiempo, más nos hará de padre».

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