Homilética – III Domingo de Tiempo Ordinario

TEXTOS LITÚRGICOS

[accordions title=”TEXTOS LITÚRGICOS”]
[accordion title=”LECTURAS” load=”hide”]Lectura del libro del profeta Isaías 8, 23b-9, 3

En un primer tiempo, el Señor humilló al país de Zabulón y al país de Neftalí, pero en el futuro llenará de gloria la ruta del mar, el otro lado del Jordán, el distrito de los paganos.

El pueblo que caminaba en las tinieblas
ha visto una gran luz;
sobre los que habitaban en el país de la oscuridad
ha brillado una luz.
Tú has multiplicado la alegría,
has acrecentado el gozo;
ellos se regocijan en tu presencia,
como se goza en la cosecha,
como cuando reina la alegría
por el reparto del botín.
Porque el yugo que pesaba sobre él,
la barra sobre su espalda
y el palo de su carcelero,
todo eso lo has destrozado como en el día de Madián.
Palabra de Dios.

SALMO Sal 26, 1. 4. 13-14 (R.: 1a)

R. El Señor es mi luz y mi salvación.
El Señor es mi luz y mi salvación,
¿a quién temeré?
El Señor es el baluarte de mi vida,
¿ante quién temblaré? R.

Una sola cosa he pedido al Señor,
y esto es lo que quiero:
vivir en la Casa del Señor todos los días de mi vida,
para gozar de la dulzura del Señor y contemplar su Templo. R.

Yo creo que contemplaré la bondad del Señor
en la tierra de los vivientes.
Espera en el Señor y sé fuerte;
ten valor y espera en el Señor. R.

Que no haya divisiones entre ustedes

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto 1, 10-14. 16-17

Hermanos:
En el nombre de nuestro Señor Jesucristo, yo los exhorto a que se pongan de acuerdo: que no haya divisiones entre ustedes y vivan en perfecta armonía, teniendo la misma manera de pensar y de sentir. Porque los de la familia de Cloe me han contado que hay discordias entre ustedes. Me refiero a que cada uno afirma: «Yo soy de Pablo, yo de Apolo, yo de Cefas, yo de Cristo».
¿Acaso Cristo está dividido? ¿O es que Pablo fue crucificado por ustedes? ¿O será que ustedes fueron bautizados en el nombre de Pablo? Felizmente yo no he bautizado a ninguno de ustedes, exepto a Crispo y a Gayo. Sí, también he bautizado a la familia de Estéfanas, pero no recuerdo haber bautizado a nadie más.
Porque Cristo no me envió a bautizar, sino a anunciar la Buena Noticia, y esto sin recurrir a la elocuencia humana, para que la cruz de Cristo no pierda su eficacia.

Palabra de Dios.
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[accordion title=”EVANGELIO” load=”hide”]ALELUIA Cf. Mt 4, 23

Aleluia.
Jesús proclamaba la Buena Noticia del Reino
y sanaba todas las dolencias de la gente.
Aleluia.

EVANGELIO
Se retiró a Galilea
para que se cumpliera el anuncio de Isaías

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 4, 12-23

Cuando Jesús se enteró de que Juan Bautista había sido arrestado, se retiró a Galilea. Y, dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaúm, a orillas del lago, en los confines de Zabulón y Neftalí, para que se cumpliera lo que había sido anunciado por el profeta Isaías:
«¡Tierra de Zabulón, tierra de Neftalí,
camino del mar, país de la Transjordania,
Galilea de las naciones!
El pueblo que se hallaba en tinieblas
vio una gran luz;
sobre los que vivían en las oscuras regiones de la muerte,
se levantó una luz».
A partir de ese momento, Jesús comenzó a proclamar: «Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca».

Mientras caminaba a orillas del mar de Galilea, Jesús vio a dos hermanos: a Simón, llamado Pedro, y a su hermano Andrés, que echaban las redes al mar porque eran pescadores. Entonces les dijo: «Síganme, y yo los haré pescadores de hombres».
Inmediatamente, ellos dejaron las redes y lo siguieron.
Continuando su camino, vio a otros dos hermanos: a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca con Zebedeo, su padre, arreglando las redes; y Jesús los llamó.
Inmediatamente, ellos dejaron la barca y a su padre, y lo siguieron.
Jesús recorría toda la Galilea, enseñando en las sinagogas, proclamando la Buena Noticia del Reino y sanando todas las enfermedades y dolencias de la gente.

Palabra del Señor.

O bien más breve:

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 4, 12-17

Cuando Jesús se enteró de que Juan había sido arrestado, se retiró a Galilea. Y, dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaúm, a orillas del lago, en los confines de Zabulón y Neftalí, para que se cumpliera lo que había sido anunciado por el profeta Isaías:
«¡Tierra de Zabulón, tierra de Neftalí,
camino del mar, país de la Transjordania,
Galilea de las naciones!
El pueblo que se hallaba en tinieblas
vio una gran luz;
sobre los que vivían en las oscuras regiones de la muerte,
se levantó una luz».
A partir de ese momento, Jesús comenzó a proclamar: «Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca».

Palabra del Señor.

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GUIÓN PARA LA MISA

[accordions title=”GUIÓN PARA LA MISA”]
[accordion title=”III Domingo De Tiempo Ordinario” load=”hide”]III Domingo – Tiempo Ordinario
Ciclo A

Entrada:
Cristo vino al mundo para esclarecer las inteligencias y sanar los corazones de los hombres, y nosotros somos llamados por Él para iluminar y llevar el anuncio de la Buena Nueva hasta los confines de la tierra.

Liturgia de la Palabra

Primera Lectura: Isaías 8, 23b–9,3
Cristo, alegría nuestra, es anunciado por el profeta. Su presencia nos trae gozo y regocijo.

Segunda Lectura: 1 Cor 1, 10-14.16-17
La Cruz de Cristo trajo la unidad al género humano, por eso el Apóstol nos exhorta a vivir en perfecta armonía.

Evangelio: Mateo 4,12-23
La profecía de Isaías se cumple: Cristo, Luz del mundo, hace saber a los hombres que el Reino de los Cielos está cerca.

Preces:

Llamados a esperar en el Señor y a ser fuertes, elevemos hacia Él nuestra oración.

A cada intención respondemos cantando:

* Por las intenciones del Santo Padre y sus actividades apostólicas, para que todos los hombres de buena voluntad reciban su mensaje evangélico y contribuyan a edificar un mundo más justo y solidario. Oremos.
* Pidamos por la Unidad de los Cristianos, para que las comunidades lleven a cabo gestos significativos de encuentro y de diálogo ecuménico e imploren a Dios el don de la unidad plena de todos los discípulos de Cristo. Oremos.
* Por los emigrantes y refugiados, para que a través del diálogo aumenten la tolerancia y la comprensión entre las diversas culturas. Oremos.
* Por nuestra Patria, para que todo su pueblo sepa discernir lo que es bueno, y tenga el valor y la constancia de llevarlo a la práctica. Oremos.
* Para que todos los hombres, se encuentren en la paz que disipa las tinieblas y descubran el Reino de los Cielos que se acerca. Oremos.

Dios nuestro, concédenos lo que te pedimos mientras peregrinamos en esta tierra. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

Ofertorio:
Ofrecemos nuestra vida a Dios por medio de Jesucristo, y presentamos ante el Altar:
* Cirios, signo de la luz que brilló en las tinieblas, y que nosotras queremos prolongar con nuestra vida.
* Presentamos el pan y el vino, frutos de la tierra y del trabajo del hombre, materia del sacrificio eucarístico.

Comunión:
Nuestra carne se alimenta con el Cuerpo y la Sangre de Cristo para que nuestra alma se nutra de Dios.

Salida:
María es la Aurora de la Nueva Alianza, Ella precedió al Sol de justicia. Toda la luz que ilumina en María es Luz de Cristo. ¡A Él condúcenos, Santa Madre de Dios!

(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _ Argentina)

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EXÉGESIS

[accordions title=”EXÉGESIS”]
[accordion title=”José María Solé – Roma, C.F.M.” load=”hide”]Isaías 8, 23; 9, 1-4:

El Profeta ve a su pueblo, los israelitas del Reino del Norte, sumidos en la desolación suprema. Teglat-Falasar ha invadido el país, lo ha pasado todo a espada y fuego y ha deportado a los infelices supervivientes como esclavos a Nínive. En esta situación, y con la tragedia en puertas para el minúsculo Reino de Judá, el Profeta enciende una radiante luz de esperanza: el Mesías.

— La opresión, angustia, desolación es suma: la tierra de Zabulón y Neftalí (Reino del Norte) ha sido humillado: angustia, tinieblas, oscuridad desoladora, noche, lobreguez suma (vv 8-9). Pueblo que camina en tinieblas, reducido a extrema miseria (sombras del sheol), son expresiones que nos indican la miseria, opresión y esclavitud a que la nación quedó reducida por la guerra, hambre y deportación.

— La antítesis inesperada y gloriosa va a ser la Era Mesiánica que alborea en el horizonte. La tierra humillada se cubrirá de gloria (y 9). A las tinieblas sucede la luz (v 1); a la humillación y opresión, la liberación y exaltación (y 2). Todo poder opresor queda destruido. Una paz exultante y universal hace estallar el gozo en toda la humanidad (vv 3-4).

— Es evidente que el Profeta quiere que interpretemos todas estas expresiones a escala Mesiánica y, por tanto, en sentido espiritual y trascendente. Con ocasión de una miseria nacional, castigo doloroso de los pecados e idolatrías de su pueblo, nos presenta la Era Mesiánica, victoria y liberación del pecado. Esto se ve aún más claro en el v 5, en el que nos da los rasgos del que será Mesías-Libertador. De Él nos dice: «Y es su nombre: Consejero Maravilloso, Dios Fuerte, Padre Sempiterno, Príncipe de la Paz». Será un hijo de David (v 6), pero los títulos y los nombres de este hijo de David sobrepasan lo humano, por excelso y glorioso que sea. El N. T. nos dará la luz plena para ver y captar lo que en estas magníficas iluminaciones del A. T. prometían los grandes Profetas. El Evangelio pone a Isaías entre los Profetas del A. T. que mejor han «visto» y preanunciado a Cristo: «Esto dijo Isaías porque vio la gloria del Mesías y habló de Él» (in 12, 41).

I Corintios 1, 10-13. 17:

En esta Carta de Pablo a los Corintios se tocan temas pastorales de gran interés. Temas que por lo que tienen de humano serán actuales en todas las generaciones. La Iglesia de la tierra no es de perfectos, sino de pecadores que se santifican. Fallos que la buena Pastoral ha de tener en cuenta en todo momento para prevenirlos y, cuando esto no fuera posible, para curarlos.

— El fallo de la Comunidad de Corinto es la discordia que escinde la Comunidad en varios partidos. De momento son ya cuatro, cada uno con su bandera, su grupito, su jefe. Unos se llaman «De Pablo»; otros, «De Pedro»; otros, «De Apolo»; otros, «De Cristo». No sabemos bien los matices doctrinales, morales y litúrgicos que los distinguían. Los adictos a Pablo podían ser los que blasonaban libertad mal entendida y motejaban de débiles y escrupulosos a los que se consideraban obligados a la Ley Mosaica. Los «de Pedro» podían ser «judaizantes» que, amparándose con el nombre de Pedro, exigían fidelidad a la Ley Mosaica. De Apolo sabemos que era un retórico muy elocuente y atildado; formó también su grupito, peligroso más que por el culto de la vana retórica, por el prurito de gnosis e interpretaciones audaces de la Escritura, que degeneraron muy pronto en herejías. Los «de Cristo», más bien que fieles a Cristo, parecen ser fieles tocados de fariseísmo.

— Pablo se alarma por estas banderías que atomizan la Comunidad; y más por las causas que dan origen a estas escisiones entre hermanos. Nacen sobre todo del orgullo (4, 6-21); otras veces de un falso concepto de la doctrina y vida cristiana que se considera como una filosofía o un sistema de verdades teóricas, al estilo de las escuelas filosóficas y retóricas (1, 18-3, 4); y otras veces de un falso concepto de los predicadores. Estos son «Ministros» de Cristo y no jefes de partidos (3, 5-4, 5). ¿No padecemos hoy los mismos males y por idénticas causas?

— Pablo en el v 17 nos expone cómo la virtud de la vida cristiana no mana de ninguna fuente humana, sino de la Cruz de Cristo. Humanizar el cristianismo es renegar de la Cruz y morir de inanición. Urge cristianizar todo lo humano y vivificarlo de vida divina. La que mana de la Cruz: Del Sacrificio Redentor. Este Sacrificio, ahora Eucaristía, es núcleo unificador, es Espíritu vivificador, es Gracia divinizadora: «Haec Hostia nostrae reconciliationis proficiat, quaesumus, Domine, ad totius mundi pacen atque salutem. Ecclesiam tuam peregrinantem in terra, in fide et caritate firmare digneris» (Prex. Euc. III).

Mateo 4, 12-13:

San Mateo, una vez más, nos presenta a Jesús llevando a plenitud (cumpliendo), en su Persona y en su Obra, todas las profecías y promesas Mesiánicas:

— La «Luz», el «Gozo», la «Liberación» prometidas en Isaías (8, 23) se hacen realidad tan luego como Jesús inicia su carrera Mesiánica de Doctor y Redentor. Y la inicia en Galilea. La Era Mesiánica prevista por el Profeta, el Libertador-Mesías por él anunciado, llegó ya (13-17).

— Esto significa también el anuncio que sintetiza todo el temario de la predicación de Jesús: «Convertíos. Llega ya el Reino de los cielos» (17). Es «Reino de Dios» o «de los cielos». Y se entra y hereda por la conversión. Por tanto, queda eliminado todo sentido político y a escala de bienes y goces terrenos. Se instaura en los corazones. En todos los que se «convierten» a Dios.

— Los vv 18-32 nos narran el llamamiento de las dos binas de Apóstoles. Son los primeros y más adictos y fieles. Convivirán con Jesús y luego proseguirán la Obra de Jesús: el Reino de Dios, que en Mateo tiene ya un claro matiz eclesial. Notemos asimismo cómo todos estos misioneros del Reino renuncian a todo: barca, padre y familia (17). Los «llamados» de hoy a ser mensajeros del Reino, ¿serán menos generosos?

(SOLÉ ROMA, J. M., Ministros de la Palabra. Ciclo A, Herder, Barcelona, 1979)
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COMENTARIO TEOLÓGICO

[accordions title=”COMENTARIO TEOLÓGICO”]
[accordion title=”P. José A. Marcone, I.V.E.” load=”hide”]Los primeros discípulos de Jesús

Jesús ya había establecido los primeros contactos con algunos de sus futuros discípulos (cf. Jn.1,35-51). Incluso había formado una incipiente comunidad con la que se hace presente en las bodas de Caná. Con Él en esa boda se encuentran sin duda Pedro, Andrés, Juan, Santiago, Felipe y Bartolomé. Sin embargo, el llamado definitivo no había sido todavía proferido por Jesús. Esta llamada definitiva la hará precisamente al comienzo de esta segunda etapa de su vida pública y estando ya en Galilea. El acontecimiento sucedió en febrero o marzo del 780 U.c. y está narrado en Mc.1,16-20 y Mt.4,12-17.

Jesús va caminando por la orilla del Mar de Galilea y ve Simón y Andrés, hermanos entre sí, y a Santiago y a Juan, hermanos entre sí. Y allí les lanza la llamada para que lo sigan, es decir, para que sean sus discípulos de una manera definitiva y perpetua. Se acabó ya el tiempo de la preparación; llegó el tiempo de la acción. Desde hacía casi un año que ellos habían conocido a Jesús y que habían decidido ser sus discípulos. Pero todavía no estaban concentrados en un 100 % en la actividad de discípulos. Ese primer año fue como un postulantado. Ahora llegó el momento de entrar al Noviciado y al Seminario abandonando la familia y el mundo.

Lo primero que llama la atención al leer los textos evangélicos es que se mencionan los nombres de los que han sido llamados, dado que en el evangelio raramente sucede esto. De esta manera se indica que la llamada no es colectiva sino sólo personal.

La frase con que Jesús los llama es ‘venid detrás de mí’ (en griego: deûte opíso mou). Pero en realidad ese deûte puede también traducirse como un imperativo: ‘¡vamos!’. Entonces Jesús les dijo más bien: “¡Vamos! ¡Detrás de mí!”. Es una voz de orden, de mando. Nos hace acordar a la Contemplación del Rey Temporal de San Ignacio de Loyola en sus Ejercicios Espirituales. Allí a Jesús se lo presenta como un general que pasa llamando al combate contra los enemigos de la civilización cristiana.

Esto se entiende mejor si tenemos en cuenta que Jesús y estos discípulos, como dijimos, ya se conocían bastante bien y desde hacía un año. En efecto, se habían encontrado junto al Jordán, Jesús ya había anunciado que Simón se llamaría ‘Piedra’, habían estado juntos en las Bodas de Caná y ellos ya habían visto la gloria de Jesús y habían creído en él. Habían hecho ya alguna experiencia de convivencia juntos (“Señor, ¿dónde vives? Venid y veréis”, cf. Jn.1,38.39); habían viajado juntos desde Judea a Galilea; habían estado juntos en las Bodas de Caná. Pero todavía no había empezado la vida comunitaria propiamente dicha. Habían sido discípulos ‘part time’; ahora lo serían ‘full time’. Es en este momento cuando Jesús decide ya empezar a formar la comunidad tal como Él quiere que quede formada y empezar el apostolado de una manera formal. Por eso esa llamada lacónica: “¡Vamos! ¡Detrás de mí!”, que quiere decir: “Ahora sí llegó el momento de predicar el Reino de Dios con toda la fuerza y la potencia de nuestro ser. Durante un año, de a poco, fueron aprendiendo las cosas fundamentales acerca de mí y del Reino de Dios. Ahora llegó el momento de abandonar todo definitivamente y consagrarse exclusivamente a la predicación del reino. ¡Vamos! ¡Detrás de mí! Se acabó el tiempo del reconocimiento y tanteo del terreno. Ahora llegó el tiempo de la conquista y ocupación del terreno”.

A Santiago y a Juan se los presenta ligados todavía a sus padres, cosa que no sucede con Pedro y Andrés. De esta manera se está diciendo que Santiago y Juan eran jóvenes y los dos todavía dependían de su padre; es un modo delicado de sugerir la juventud de Juan, el discípulo virgen y amado de Jesús. En la llamada de Pedro y Andrés, en cambio, no se dice eso porque Pedro ya se había independizado con anterioridad; como dice el mismo evangelio de Marcos, Pedro estaba casado y se menciona a su suegra (Mc.1,29-31).

Pero antes de llamarlos dice el evangelio que Jesús ‘vio’ a Pedro y Andrés y ‘vio’ a Santiago y a Juan (en griego: eîden). El eîden de Jesús aparece cinco veces en San Marcos: dos veces en el trozo que estamos comentando (Mc.1,16.19); una vez en la vocación de Leví (Mc.2,14); una vez en Mc.1,10 y una vez en Mc.6,34. Se usa, entonces, tres veces para expresar que ‘vio’ a hombres con vocación sacerdotal y que serán sus apóstoles. Y además en el momento de su bautismo (1,10): “En cuanto salió del agua vio que los cielos se rasgaban y que el Espíritu Santo, en forma de paloma, descendía sobre Él”. Y finalmente se usa el verbo eîden para expresar que Jesús ‘vio’ a la muchedumbre de hombres abatidos y por esa razón se pone a enseñarles y hará el milagro de la multiplicación de los panes para ellos. Dice el texto: “Al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos, pues estaban como ovejas que no tienen pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas” (Mc.6,34).

El ver de Jesús no es un ver superficial y exterior sino un ver profundo que se dirige al alma del que es visto. Además el ver de Jesús no se limita a ver sino que transforma a la persona que es vista, ya sean personas particulares o sean grupo de personas. En efecto, a los primeros discípulos (Mc.1,16-20) y a Leví (Mc.2,14), los transforma en pescadores de hombres. Y a la muchedumbre les enseña y les da de comer (Mc.6,34ss). “En todos estos sucesos el ver de Jesús se revela como el inicio de una viva y profunda comunión en la cual Jesús hace participar a cada uno de los que son llamados, aunque también a la gran muchedumbre que representa al pueblo, a su comunión con Dios (1,10-11)”.

Pero esto es posible porque antes los ojos de Jesús han visto al Espíritu Santo durante su bautismo. El hecho que los ojos de Jesús hayan visto primero el cielo abierto y el Espíritu Santo bajando sobre Él significa que los ojos de Jesús, antes de empezar a ver las almas elegidas de sus futuros apóstoles y las maravillas que Dios obró en esas almas, antes de ver las almas fatigadas de la multitud, esos ojos de Jesús atravesaron todos los velos sensibles y penetraron en los cielos hasta el seno de la misma Trinidad, hasta las profundidades de Dios. ¿Y quién conoce las profundidades de Dios sino el Espíritu de Dios? “El Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios. (…) Nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios” (1Cor.2,10-11). Los ojos de Jesús primero se saciaron con la visión de la Trinidad, se saciaron viendo al Espíritu Santo y de esa manera quedaron llenos de una virtud especial para identificar todas las maravillas que ese Espíritu obra en el alma de los elegidos.

Por eso, nosotros podríamos decirle al Señor: “Señor, mírame con esa mirada llena de Espíritu Santo, con esa mirada saciada de Espíritu Santo, para que descubras en mí todo lo bueno que ese Espíritu ha hecho en mí, y así se renueve mi llamado. Vuélveme a mirar como me miraste el día que me llamaste, vuelve a mirarme con tu mirada enamorada, llena de la Persona-Amor que es el Espíritu Santo, y vuelve a llamarme de una manera taxativa, urgente e insoslayable. Yo, ‘al instante’, lo dejaré todo por seguirte”.

Y también podemos pedirle: “Señor, dame esa mirada llena de Espíritu Santo. Haz que yo tenga esa mirada saciada del Espíritu Santo. Haz que mi mirada, antes de mirar a los hombres, se sacie con la contemplación de la Trinidad y, sobre todo, con la contemplación de la Persona-Amor. Que cuando mire al alma de los hombres lo haga solamente con la perspectiva del Espíritu Santo, que lo haga solamente a través del Espíritu Santo, con el prisma que es el Espíritu Santo. Que sepa descubrir las maravillas que tú haces en las almas. Que no mire a través de mi espíritu humano y mezquino, que se encuentra en las partes bajas de mi ser. Que mire a través de tu Espíritu, que se encuentra en las alturas; que sepa ver a los hombres después de haber elevado mis ojos hacia lo alto, después de haber rasgado los cielos con una mirada penetrante que llegue hasta el seno de tu ser, hasta las entrañas más profundas de la Trinidad”.

Y en un arranque de audacia podemos suplicarle: “Señor, haz que sea descubridor de vocaciones, que me admire al ver almas que tú has llamado, que tenga ojos para ver el sello de tus elegidos a una vida de especial consagración, que pueda experimentar el gozo de descubrir la semilla de la vocación y el sello de tu llamada en muchos hombres y mujeres. Que me goce pensando en la entrega que ellos harán de ti, en el seguimiento inmediato a tu llamada”.

Y finalmente decirle: “Señor, haz que con una mirada llena de Espíritu Santo sepa descubrir las dolencias del alma de los demás; que sepa adivinar los sufrimientos interiores de todos los hombres y mujeres que yo encuentre en mi camino, que sepa discernir cuáles son las necesidades sustanciales de sus almas espirituales. Señor, que sepa sentir compasión y compadecerme de esas almas; que sepa encontrar las palabras adecuadas para llenar sus necesidades espirituales”.

“Maravilloso es el ver de Jesús. Sus ojos ven en estos pescadores desconocidos y en este publicano despreciado a sus futuros compañeros y colaboradores, y ven en esta muchedumbre desorientada al pueblo de Dios y sus necesidades. ¿De qué naturaleza son nuestros ojos? ¿Cómo están programados? ¿Qué vemos en las personas que nos circundan? ¿Enemigos, competidores, gente estúpida y aburrida? Los ojos de Jesús han visto primero la apertura de los cielos y el descenso del Espíritu. Nuestra mirada debe estar siempre dirigida a Dios y tenemos necesidad del Espíritu para ver con justicia a los hombres, para ver y reconocer sus cualidades, para ver sus necesidades y ayudarlos”.

Otra característica de esta llamada de Jesús es que ese “¡detrás de mí!” (1,16.19) y ese “¡sígueme!” (2,14) cambia la vida de los llamados y determina un nuevo estilo de vida para ellos. Así como el ser pescadores de peces requiere comprometer toda la persona y todo el tiempo, lo mismo sucede con el nuevo oficio de ser pescadores de hombres. “Se les requiere comprometer la propia persona con todas las capacidades y con todo el tiempo, y de entrar en la comunidad de vida con Jesús. Y se les requiere de hacerlo según la relación que existe entre el maestro y los discípulos. Jesús será su maestro que los instruirá, y ellos son sus discípulos que tienen tanto que aprender de sus enseñanzas y de su ejemplo” (p. 54).

Pero esto no quiere decir que es sólo el discípulo el que debe ligarse a Jesús. Jesús también se da por entero, se entrega al discípulo, se liga a sus discípulos, como el maestro se liga con los suyos. El maestro se compromete también en la comunidad de vida. La misma cercanía que Jesús pide que los discípulos tengan con Él, la tiene Él con ellos en cuanto Maestro. Él también se compromete a estar muy cerca del que lo sigue atrás de él. Y por esta razón la vocación también es un don, porque es el llamado a una vida íntima con Jesús. Este don debe ser comprendido cada vez mejor por los discípulos para que tengan plena conciencia de su valor.

Sin embargo, hay algo importante que hay que tener en cuenta: el orden en esta relación recíproca es Jesús adelante y el discípulo atrás; esta relación no puede ser cambiada. El discípulo debe seguir al Maestro por dónde Él vaya. No debe seguirlo solamente en las buenas. Algo así pasó con los discípulos y con Pedro. Mientras Jesús mostraba su poder, hacía milagros y predicaba con gran belleza, ellos no ponían objeciones al seguimiento. Pero cuando Jesús anunció que su camino terminaba en la cruz, Pedro quiso cambiar el orden. Se puso él delante y le dijo a Jesús: “¡Lejos de ti, Señor! ¡De ningún modo te sucederá eso!” (Mt.16,22). Entonces Jesús restableció el orden diciéndole: “¡Detrás de mí, satanás!” (hupáge opíso mou satanâ) (Mc.8,33).

La respuesta de los hombres que han sido llamados es inmediata: “Al instante (en griego: euthûs), dejando las redes le siguieron” (Mc.1,18). “Ellos, al instante, dejando la barca y a su padre, le siguieron” (Mt.4,22). A pesar del serio e intenso trabajo los pescadores escuchan la voz de Jesús y aceptan su llamada con la misma urgencia con que son llamados.

La respuesta consiste en dos cosas: en abandonar y en seguir. El abandonar mira al pasado, abandonan el ambiente en el cual han vivido hasta ahora. El seguir mira al futuro, a la relación de intimidad que tendrán con Jesús a partir de ese momento.

“Jesús encuentra a estos hombres no en un ambiente abstracto, en una situación vacía sino en circunstancias muy concretas. No encuentra personas que no saben qué hacer de su vida sino personas que están plenamente ocupadas. Unos están arrojando las redes en el mar, otros las reparan en la barca; Leví está sentado en la mesa de los impuestos. Todos están ejerciendo su oficio, del cual viven con sus familias. Todos pertenecen a un ambiente bien determinado, rico en relaciones y compromisos. Todo esto resulta todavía más concreto en una respuesta posterior de Jesús: “Yo os aseguro: nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por el Evangelio…” (Mc.10,29). Las relaciones mencionadas se refieren a la familia y a la propiedad (…). Se revela aquí el carácter exigente e incisivo de la llamada de Jesús. Las personas que ha interpelado deben salir del ambiente en el cual han vivido hasta ahora y deben llegar a ser libres para el seguimiento de Jesús. Se requiere un verdadero cambio del modo de vivir. Su mirada no debe dirigirse al pasado sino al futuro que queda determinado por la relación con Jesús. Las relaciones y los compromisos que han sido abandonados tienen un gran valor humano. ¡Qué grande debe ser el valor del seguimiento de Jesús desde el momento que debe preferirse ese seguimiento a estas otras relaciones!”.

El abandonar su vida anterior y el seguir a Jesús significará también un profundo cambio en sus propias vidas: se convertirán en pescadores de hombres. Lo mismo que ellos hacían con sus redes materiales recogiendo peces deben hacerlo ahora con instrumentos espirituales recogiendo hombres. Por lo tanto es claro que su misión es recoger y reunir a los hombres. Pero es muy importante saber que la causa de este cambio no son ellos mismos sino que la causa del cambio es Jesús: “Yo haré que vosotros lleguéis a ser pescadores de hombres”, dice literalmente el evangelio.
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APLICACIÓN

[accordions title=”APLICACIÓN”]
[accordion title=”San Juan Pablo II” load=”hide”]El Señor es mi luz y mi salvación

“El Señor es mi luz y mi salvación” (Sal 26/27,1).

Estas palabras del Salmo responsorial son, a la vez, confesión de fe y expresión de júbilo: fe en el Señor y en lo que Él representa de luminoso para nuestra vida; júbilo por el hecho de que Él es esta luz y esta salvación, en la que podemos encontrar seguridad e impulso para nuestro camino cotidiano.

Nos podemos preguntar ¿De qué modo es el Señor nuestra luz y nuestra salvación? Cristo se convierte para nosotros en luz y salvación a partir de nuestro bautismo, en el que se nos aplican los frutos infinitos de su bendita muerte en la cruz: entonces viene a ser “para nosotros sabiduría, justicia, santificación y redención” (1 Cor 1,30). Precisamente para los bautizados, conscientes de su identidad de salvados, valen con plenitud las palabras de la Carta a los Efesios: “Porque en otro tiempo fuisteis tinieblas; mas ahora sois luz en el Señor. Vivid como hijos de la luz; pues el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y verdad” (Ef 5,8-9).

Pero la vida cristiana no es sólo un hecho individual y privado. Tiene necesidad de desarrollarse a nivel comunitario e incluso público, puesto que la salvación del Señor “está preparada ante la faz de todos los pueblos; luz para iluminación de las gentes” (Lc 2,31-32).

El Evangelio de este domingo manifiesta cómo Cristo se ha convertido históricamente, al comienzo de su vida pública, en luz y en salvación del pueblo al que ha sido enviado. Citando al Profeta Isaías, el Evangelista Mateo nos dice que este pueblo “habita en tinieblas…, en tierra y sombras de muerte” (9,1) pero finalmente “vio una luz grande”. Después que la gloria del Señor había envuelto de luz, ya en Belén, a los pastores en la noche (cfr. Lc. 2,9), con ocasión del nacimiento de Jesús, ésta es la primera vez que el Evangelio habla de una luz que se manifiesta a todos. Efectivamente, cuando Jesús, después de haber dejado Nazaret y haber sido bautizado en el Jordán, va a Cafarnaúm para dar testimonio de su ministerio público, es como si se verificase un segundo nacimiento público, que consistía en el abandono de la vida privada y oculta, para entregarse al compromiso total de una vida gastada por todos hasta el supremo sacrificio de sí. Y Jesús, en este momento, se encuentra en un ambiente de tinieblas, que cayeron nuevamente sobre Israel con motivo del encarcelamiento de Juan Bautista, el precursor.

Pero Mateo nos dice que Jesús iluminó enseguida eficazmente a algunos hombres, “mientras caminaba junto al lago de Galilea”, es decir, en las riberas del lago de Genesaret. Se trata de la llamada a los primeros discípulos, los hermanos Simón y Andrés, y luego a los otros dos hermanos, Santiago y Juan, todos ellos trabajadores dedicados a la pesca. Ellos “inmediatamente dejaron las barcas y a su Padre y lo siguieron”. Ciertamente experimentaron la fascinación de la luz secreta que emanaba de Él, y sin demora la siguieron para iluminar con su fulgor el camino de su vida. Pero esa luz de Jesús resplandece para todos. En efecto, Él se hace conocer por sus paisanos de Galilea, como anota el Evangelista, “enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del Reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo”. Como se ve, la suya es una luz que ilumina y también caldea, porque no se limita a esclarecer la mente, sino que interviene también para redimir situaciones de necesidad material. “Pasó haciendo el bien y curando” (Hch 10,38).

Una de las mayores conquistas de esta luz fue la de Saulo de Tarso, el Apóstol Pablo. Teniendo presente su propio caso personal, escribió así a los Corintios: “Pues el mismo Dios que dijo: De las tinieblas brille la luz, ha hecho brillar la luz en nuestros corazones, para irradiar el conocimiento de la gloria de Dios que está en la faz de Cristo” (2 Cor 4,6 a ). Diría que esta luz brilla particularmente sobre el rostro de Cristo crucificado, “Señor de la gloria” (1 Cor 2,8), por quien el Apóstol precisamente fue enviado a predicar el Evangelio de la cruz (cfr. ib., 1,17; 2,2). Esto nos dice lo que es una conversión: una iluminación especial, que nos hace ver de modo nuevo Dios, a nosotros mismos y a nuestros hermanos. Así, de maneras diversas, Jesucristo se da a conocer a los distintos hombres y a las sociedades en el curso de los tiempos y en diversos lugares. Los que le siguen, lo hacen porque han encontrado en Él la luz y la salvación: “El Señor es mi luz y mi salvación”.

Y también vosotros ¿seguís a Cristo? ¿Lo habéis conocido verdaderamente? ¿Sabéis y estáis convencidos a fondo de que Él es la luz y la salvación de nosotros y de todos? Este es un conocimiento que no se improvisa; es necesario que os ejercitéis en Él cada día, en las situaciones concretas en que está colocado cada uno de vosotros. Se puede, al menos, intentar y llevar esta luz al propio ambiente de vida y de trabajo y dejar que ella ilumine todas las cosas para mirarlo todo a través de esa luz. Esto vale de modo particular para los enfermos y para los que sufren, puesto que, si es verdad que el dolor hunde en la oscuridad, entonces más que nunca se confirma la verdad de la gozosa confesión del Salmista: “Señor, Tú eres mi lámpara; Dios mío, Tú alumbras mis tinieblas” (Sal 18/17,29). Pero esto vale para todos: efectivamente, Cristo es luz y salvación de las familias, de los cónyuges, de la juventud, de los niños, y luego también de todos los que se ejercitan en varias profesiones: para los médicos, los empleados, los obreros; cada una de estas categorías, aunque sea en modos diversos, ejercita un servicio para los otros y del conjunto resulta una sociedad bien ordenada y armoniosa. Más para que todo esto se logre bien, sin roces o conflictos, es preciso que cada uno sepa decir al Señor con humildad y con deseo: “Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero” (Sal. 119/118,105). Esto es posible si juntamente, y a fondo, cada uno recibe el alimento de todos y todos concurren al crecimiento de cada uno.

Volvamos al salmo responsorial de la Misa.

La luz y la salvación están en contraste con el temor y el terror.

“El Señor es la defensa de mi vida; ¿quién me hará temblar? Él me protegerá en su tienda el día del peligro”.

Sin embargo, ¡cuánto temor pesa sobre los hombres de nuestro tiempo! Es una inquietud múltiple, caracterizada precisamente por el miedo al porvenir, de una posible auto destrucción de la humanidad, y luego también, más en general, por un cierto tipo de civilización materialista, que pone el primado de las cosas sobre las personas, y además por el miedo a ser víctimas de violencias y opresiones que priven al hombre de su libertad exterior e interior. Pues bien, sólo Cristo nos libera de todo esto y permite que nos consolemos espiritualmente, que encontremos la esperanza, que confiemos en nosotros mismos en la medida en que confiamos en Él: “Contempladlo y quedaréis radiantes” (Sal. 34/33,6).

Juntamente con esto, como nos sugiere la segunda estrofa, nace el deseo de poder “habitar en la casa del Señor” (Sal. 26/27,4).

“Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor por todos los días de mi vida; gozar de la dulzura del Señor contemplando su templo”.

¿Qué quiere decir esto? Significa ante todo la condición interior del alma en la gracia santificante, mediante la cual el Espíritu Santo habita en el hombre; y significa además permanecer en la comunidad de la Iglesia y participar en su vida. En efecto, precisamente aquí se ejercita en abundancia esa “misericordia”, de la que habla el Salmo; cada uno puede repetir con el Salmista, seguro de ser escuchado: “Acuérdate de mí con misericordia, por bondad, Señor” (Sal 25/24,7).

Finalmente estamos orientados hacia la esperanza última, que da toda la existencia del cristiano su plena dimensión.

“Espero gozar en la dicha del Señor en el país de la vida. Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor”.

El cristiano es hombre de gran esperanza, y precisamente en ella se refleja esa luz y se realiza esa salvación, que es Cristo. Efectivamente, Él “hace caminar a los humildes con rectitud, enseña su camino a los humildes” (Sal. 25/24,9).

Homilía del beato Juan Pablo II en la parroquia romana de Santa Gala el domingo 25 de enero de 1981
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[accordion title=”Benedicto XVI” load=”hide”]El Reino de Dios está cerca

Queridos hermanos y hermanas:

En la liturgia de hoy el evangelista san Mateo, que nos acompañará durante todo este año litúrgico, presenta el inicio de la misión pública de Cristo. Consiste esencialmente en el anuncio del reino de Dios y en la curación de los enfermos, para demostrar que este reino ya está cerca, más aún, ya ha venido a nosotros. Jesús comienza a predicar en Galilea, la región en la que creció, un territorio de “periferia” con respecto al centro de la nación judía, que es Judea, y en ella, Jerusalén. Pero el profeta Isaías había anunciado que esa tierra, asignada a las tribus de Zabulón y Neftalí, conocería un futuro glorioso: el pueblo que caminaba en tinieblas vería una gran luz (cf. Is 8, 23-9, 1), la luz de Cristo y de su Evangelio (cf. Mt 4, 12-16).

El término “evangelio”, en tiempos de Jesús, lo usaban los emperadores romanos para sus proclamas. Independientemente de su contenido, se definían “buenas nuevas”, es decir, anuncios de salvación, porque el emperador era considerado el señor del mundo, y sus edictos, buenos presagios. Por eso, aplicar esta palabra a la predicación de Jesús asumió un sentido fuertemente crítico, como para decir: Dios, no el emperador, es el Señor del mundo, y el verdadero Evangelio es el de Jesucristo.

La “buena nueva” que Jesús proclama se resume en estas palabras: “El reino de Dios —o reino de los cielos— está cerca” (Mt 4, 17; Mc 1, 15). ¿Qué significa esta expresión? Ciertamente, no indica un reino terreno, delimitado en el espacio y en el tiempo; anuncia que Dios es quien reina, que Dios es el Señor, y que su señorío está presente, es actual, se está realizando.

Por tanto, la novedad del mensaje de Cristo es que en él Dios se ha hecho cercano, que ya reina en medio de nosotros, como lo demuestran los milagros y las curaciones que realiza. Dios reina en el mundo mediante su Hijo hecho hombre y con la fuerza del Espíritu Santo, al que se le llama “dedo de Dios” (cf. Lc 11, 20). El Espíritu creador infunde vida donde llega Jesús, y los hombres quedan curados de las enfermedades del cuerpo y del espíritu. El señorío de Dios se manifiesta entonces en la curación integral del hombre. De este modo Jesús quiere revelar el rostro del verdadero Dios, el Dios cercano, lleno de misericordia hacia todo ser humano; el Dios que nos da la vida en abundancia, su misma vida. En consecuencia, el reino de Dios es la vida que triunfa sobre la muerte, la luz de la verdad que disipa las tinieblas de la ignorancia y de la mentira.

Pidamos a María santísima que obtenga siempre para la Iglesia la misma pasión por el reino de Dios que animó la misión de Jesucristo: pasión por Dios, por su señorío de amor y de vida; pasión por el hombre, encontrándolo de verdad con el deseo de darle el tesoro más valioso: el amor de Dios, su Creador y Padre.

Ángelus del Papa Benedicto XVI en la Plaza de San Pedro el domingo 27 de enero de 2008
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[accordion title=”P. José A. Marcone, I.V.E.” load=”hide”]Valor teológico de la ida a Galilea

Es clarísimo que la expulsión de los mercaderes del templo y el encuentro con los sacerdotes en los meses sucesivos durante los cuales permanece en Jerusalén, hasta diciembre de 779, atrajeron hacia Jesús el odio de los sacerdotes y de toda la clase dirigente de Israel. La corrupción religiosa de la clase sacerdotal judía se manifestaba no solamente en la avidez de dinero, como para hacer del templo un lugar de comercio, sino que además tenía raíces más hondas y más espirituales. También la envidia del bien religioso ajeno formaba parte de la corrupción de los sacerdotes, como aparece de forma evidente en este párrafo de los Hechos de los Apóstoles: “También acudía la multitud de las ciudades vecinas a Jerusalén trayendo enfermos y atormentados por espíritus inmundos; y todos eran curados. Entonces se levantó el Sumo Sacerdote, y todos los suyos, los de la secta de los saduceos, y llenos de envidia, echaron mano a los apóstoles y les metieron en la cárcel pública” (Hech.5,16-18). Esta corrupción es propia de aquellos que están en contacto con las cosas santas y pierden la rectitud de intención en el trato con las realidades sagradas.

Por eso se llenaban de ira al pensar que la gente amaba a Jesús y lo seguía. Esta es la razón por la cual Jesucristo decide dejar Jerusalén y desarrollar su acción apostólica en Galilea. Lo dice explícitamente el evangelista San Juan: “Cuando Jesús se enteró de que había llegado a oídos de los fariseos que él hacía más discípulos y bautizaba más que Juan, abandonó Judea y volvió a Galilea” (Jn.4,1.3).

En San Juan hay un interés especial en señalar este cambio geográfico de Judea a Galilea a causa de la expulsión de los mercaderes del templo durante la Pascua de ese año. En efecto, San Juan hace notar cómo el accionar de Jesús durante la Pascua había sido cuidadosamente observado por los peregrinos que habían ido a Jerusalén desde Galilea: “Cuando llegó, pues, a Galilea, los galileos le hicieron un buen recibimiento, porque habían visto todo lo que había hecho en Jerusalén durante la fiesta, pues también ellos habían ido a la fiesta” (Jn.4,45). Y un poco más adelante dice: “Esta nueva señal (curación del hijo del funcionario real), la segunda, la realizó Jesús cuando volvió de Judea a Galilea” (Jn.4,54).

A esta razón para dejar Judea y dirigirse a Galilea hay que agregarle el hecho de que Herodes había hecho encarcelar a Juan Bautista, tal como lo dicen San Mateo y San Marcos: “Cuando oyó Jesús que Juan había sido entregado, se retiró a Galilea (Mt.4,12; cf. Mc.1,14).

Con la ida a Galilea comienza una nueva etapa en la vida pública de Jesús. Esta etapa se extiende desde enero del 780 hasta septiembre de 781, en total veintiún meses. Ésta es la etapa central, donde desarrollará toda su doctrina, donde terminará de formar la comunidad de los discípulos y donde consolidará la estructura de aquella comunidad salvífica, aquella comunidad en la cual se da la salvación, es decir, la Iglesia.

Además de señalar que las causas de la ida de Jesús a Galilea fueron la envidia de los fariseos y el asesinato de Juan Bautista, los evangelistas dan al hecho un gran valor teológico; el hecho tiene una dimensión y portada teológicas. Tanto San Lucas como San Mateo resaltan este aspecto.

San Lucas le da un gran valor teológico al hecho de que Jesús comience su labor profética desde Galilea. En efecto, San Lucas atribuye al Espíritu Santo el hecho de que Jesús comience su misión mesiánica en Galilea: “Jesús volvió con el poder del Espíritu a Galilea” (Lc.4,14). Y en los Hechos de los Apóstoles San Pedro dice con claridad que toda la predicación de Jesucristo comenzó en Galilea: “Vosotros conocéis lo que ha pasado en Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicó Juan: cómo Dios ungió con el Espíritu Santo y llenó de poder a Jesús de Nazaret, el cual pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el demonio, porque Dios estaba con él” (Hech.10,37-38). Y el acto inaugural de su obra mesiánica será la proclamación de su mesianidad en el corazón de Galilea, en la ciudad de donde es oriundo, Nazaret (Lc.4,16ss).

“La actividad mesiánica debía comenzar en Galilea, según el designio de Dios. En Galilea recibió Jesús la vida. En Galilea comienza el camino de su preparación mesiánica, en Galilea comienza también su obra mesiánica. El Espíritu Santo le ha dado la existencia, el Espíritu le dirige al Jordán y por el desierto; también el Espíritu le guía cuando lleva a cabo su obra mesiánica. Una obediencia humilde y la virtud del Espíritu Santo nos revelan el misterio de la acción de Jesús”.

“En el Jordán es Jesús «ungido con Espíritu Santo y con poder»; por la fuerza de este Espíritu comienza su acción, como había comenzado su vida por la virtud del Espíritu. El Espíritu lo dirige a Galilea; allí había comenzado su vida. El ángel había sido enviado por Dios a una ciudad de Galilea (1,26). En Galilea comienza también su acción. En la despreciada «Galilea de los gentiles» brota la salvación por la virtud del Espíritu. La acción en virtud del Espíritu causa admiración y fama, que se extiende por toda la región circundante. El Espíritu extiende ampliamente su acción; su virtud quiere transformar el mundo, santificarlo, ponerlo bajo la soberanía de Dios. La acción que comienza en Galilea se extenderá hasta los confines de la tierra. Cuando Jesús haya alcanzado en Jerusalén la meta de su actividad que comienza en Galilea, partirán los discípulos en la virtud del Espíritu, y la noticia de Jesús llenará el mundo entero”.

Para San Lucas, entonces, la correlación geográfica en la vida de Jesucristo y de toda la Iglesia tiene un valor teológico muy importante. Para San Lucas, el Evangelio, que se inicia con la predicación de Jesucristo, recorre un camino ‘misionero’ y de expansión universal: parte de Galilea y va a Jerusalén; de Jerusalén se extiende hacia Siria; y de Siria va a Roma, alcanzando así el corazón del mundo entero. Es Cristo el que lleva el Evangelio de Galilea a Jerusalén. Es Pedro el que lleva el Evangelio de Jerusalén a Siria. Es Pablo el que lleva el Evangelio de Siria a Roma.

También para San Mateo hay un designio divino en que Jesús comience su predicación por Galilea. Ya había hecho notar que era voluntad divina que la Sagrada Familia, con Jesús todavía muy pequeño, viviera en Galilea; en Mt.2,22 el ángel les avisa que deben habitar en Galilea. Ahora, al comienzo de su ministerio público, también resalta que se trata de una determinación de Dios que comience la predicación formal de su palabra en Galilea. Y esto lo hace haciendo ver que con la ida de Jesús a Galilea para predicar se está cumpliendo una profecía del Antiguo Testamento (Is.8,23-9,1), según la cual los territorios de la Galilea, que habían sufrido la invasión y deportación por parte de los asirios (año 722 a/C), serían reivindicados con la llegada del Mesías. Galilea es llamada ‘Galilea de los gentiles’ haciendo relación a la realidad humana de Galilea, conformada por distintas razas y religiones. Por este motivo era despreciada por los judíos de la Judea. Jesucristo hace brillar la luz del evangelio en esas tierras paganas o casi paganas, pero de donde provendrán sus primeros apóstoles; aún más, de donde proviene su Madre y de donde proviene Él mismo. De esta manera, también San Mateo le da una gran importancia a la ida de Jesús a Galilea.

Dice un exégeta: “Y empezó en Galilea. Galilea era la región del Norte de Palestina, como de ochenta kilómetros de Norte a Sur y de cuarenta de Este a Oeste. El nombre quiere decir círculo, y viene del hebreo galil. Se llamaba así porque estaba rodeada de naciones no judías. Precisamente por eso se hacían sentir allí nuevas influencias, y era la parte más emprendedora y menos conservadora de Palestina. Tenía una gran densidad de población. Josefo, que había sido gobernador de Galilea, dice que tenía 204 pueblos que alcanzaban todos un mínimo de 15.000 habitantes cada uno. Parece increíble que pudiera haber una población de unos 3.000.000 en Galilea.
“Era una tierra extraordinariamente fértil. Había un proverbio que decía: ‘Es más fácil criar una legión de olivos en Galilea que un niño en Judea’. El clima maravilloso y la estupenda provisión de agua convirtieron a Galilea en el huerto de Palestina. La lista de árboles que crecían en ella demuestra su sorprendente fertilidad: vid, olivo, higuera, roble, nogal, terebinto, palmera, cedro, ciprés, morera, abeto, pino, sicomoro, laurel, mirto, almendro, granado, cidro y adelfa.
“Josefo dice de los galileos que «les encantaban las innovaciones, eran inclinados por naturaleza a los cambios y les chiflaban las sediciones. Siempre estaban dispuestos a seguir a un líder que iniciara una insurrección. Eran de genio vivo y dados a enzarzarse en peleas.» “A los galileos -se decía no les falta nunca coraje.» «Tienen más interés en mantener el honor que en conseguir ganancia material.» Esa fue la tierra en la que empezó Jesús. Era su propia tierra”.
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