“A nadie es lícito participar de la Eucaristía si no cree que son verdad las cosas que enseñamos, y no se ha purificado en aquel baño que da la remisión de los pecados y la regeneración, y no vive como Cristo nos enseñó”.
San Justino (Apología en defensa de los cristianos 66-67)
He tenido un intercambio “teológico-pastoral” con algunos sacerdotes amigos con respecto a la comunión espiritual, más en concreto, sobre su naturaleza y sobre las condiciones para realizarla o “recibirla”.
Es un tema que se debatió a raíz de las discusiones suscitadas sobre los divorciados vueltos a casar (en torno al Sínodo de la Familia de 2015, a la exhortación postsinodal Amoris laetitia y algunas polémicas surgidas en la Iglesia alemana) y que rebrota ahora ante la promoción por parte de los pastores de la práctica de la comunión espiritual en un tiempo tan especial como la cuarentena en la que no se puede recibir sacramentalmente ni la eucaristía ni la confesión.
¿Qué deben hacer los que necesitan confesión para poder comulgar?
¿Pueden comulgar espiritualmente sin estar en gracia de Dios?