Este 27 de octubre distintas provincias del país se unirán al tradicional rezo del “Rosario por la Argentina”. El 17º Rosario por la Argentina, lleva por lema “La Patria nos necesita, recemos por ella”
Para esta ocasión traemos a reflexión un fragmento de un gran pensador argentino sobre la Patria.
Ni Dios, ni la Patria, ni la Familia son bienes que se eligen. Pertenecemos a ellos y debemos servirlos con fidelidad hasta la muerte. Desertar, olvidarlos o volverse en contra es traición, el mayor de los crímenes.
Asumir conciencia de nuestro divino origen, de que Dios mismo ha venido en la carne para inmolarse en la Cruz por amor a los hombres; asumir conciencia de la verdadera historia de la Patria; saberse heredero, continuador responsable de una gran empresa nacional y del honor familiar, es proclamar la nobleza de origen, el blasón del hidalgo, sea rico o pobre de bienes materiales. El general San Martín, como Don Quijote, era hidalgo pobre y expresión cabal del caballero cristiano.
Empeñar lúcida y libremente la vida en la imitación de Cristo y de María, de los santos, de los héroes, de los arquetipos divinos y humanos, es querer vivir y morir en nobleza, como un rico home.
El Derecho español, que integra nuestra auténtica tradición occidental, nos ha dejado la más pura y plena afirmación de la dignidad de la persona humana.
La Ley de Partida dice: «Nobles son llamados de dos maneras, o por linaje o por bondad; y como quiera que el linaje es noble cosa, la bondad pasa y vence; más quien las ha de ambas, éste puede ser dicho en verdad rico home, pues que es rico por linaje y es home cumplido por bondad…»Y pues a ninguno dieron elección de linaje cuando nació, y a todos se dio elección de costumbre cuando viven, no parece fuera de razón ser el bueno admitido a la honra, y el malo privado de tenerla, aunque sus primeros la hayan tenido…» De suerte que se debe llamar verdaderamente noble, no al que nace en nobleza, sino el que muere en ella» [1].
Patria, etimológicamente, es lo que refiere al padre o a los padres, no en la generación carnal sino en la continuidad solidaria de las generaciones, de familias que se han esforzado, disfrutado y sufrido juntas, edificando sus hogares, sus iglesias, sus ciudades, sus instituciones, sus usos; esto es, todo lo que promueve y preserva una buena vida humana. Patria es una tierra y sus muertos; una tierra cultivada y una tradición que dura, donde se hunden las raíces del hombre real, de cada uno de nosotros.
Sin Patria se es desarraigado, sin esa memoria colectiva que es la historia verdadera, sustancia misma de la Patria. Por esto es que Pío XII, en su alocución del 20 de febrero de 1946, nos enseña que «el hombre, tal como Dios lo quiere y la Iglesia lo abraza, no se sentirá jamás firmemente consolidado en el espacio y en el tiempo sin territorio estable y sin tradiciones». Y subraya que la Iglesia «tiene el cuidado de unir, de todas las maneras posibles, la vida religiosa con las costumbres de Patria».
Nación significa lo mismo que Patria; pero no del mismo modo. Hay un matiz diferencial. Patria se refiere propiamente a la herencia común, al patrimonio de bienes espirituales y materiales comunes. Nación son los herederos; el conjunto de familias y de generaciones contemporáneas, continuadoras y solidarias con el pasado, que deben procurar defender, consolidar y hacer prosperar el Bien Común temporal, en la línea misma del Bien Común trascendente y eterno que es Dios.
Pueblo es la multitud que integra una nación; pero la multitud organizada, disciplinada, jerarquizada. La multitud informe, anarquizada y subvertida no es pueblo, sino masa.
El sentido de Patria tiene primacía sobre el de Nación o de pueblo, porque se refiere a la esencia y al fin de una individualidad histórica o «unidad de destino en lo universal». Y como enseña Santo Tomás, el culto de la Patria es un acto de la virtud de la piedad, subordinado al culto de la Religión.
El amor a la Patria, el sentimiento del patriotismo en su expresión más elevada, es la abundancia del corazón en la piedad hacia el pasado, en el orgullo de proseguir en el presente y con la esperanza de un futuro de grandeza, el cumplimiento de un destino histórico intransferible asumido desde el principio por los padres de la Patria.
Quiere decir que la Patria es una esencia fija e inmutable como la Bandera de Guerra que es su símbolo y el precio de su existencia soberana. Y esa esencia de destino, de misión, se revela y se hace conciencia en su historia verdadera, porque la Patria es la historia de la Patria.
La verdad histórica es la exigencia primera del patriotismo. «Comete una infidencia el que la falsifica, convirtiendo los sucesos del pasado en armas para los combates de hoy: La historia es la Patria. Si nos falsifican la historia es porque quieren robarnos la Patria»[2].
La piedad argentina exige, en primer término, el reconocimiento pleno y la gratitud nacional hacia la obra civilizadora de España en América a lo largo de más de 300 años. Sentir, comprender y amar a la Patria en su historia verdadera nos lleva a la Madre España y a la misión universal cumplida por el Imperio de los Reyes Católicos, de Carlos V y de Felipe II. Integramos el Occidente Cristiano porque España cultivó esta tierra en el espíritu de las dos Romas, la humana de César y la divina de Pedro.
La herencia recibida en bienes espirituales, culturales, políticos, sociales, etcétera, es parte constitutiva esencial del ser de la Patria: la Religión Católica, la lengua castellana con su tesoro inagotable de sabiduría divina y humana, las instituciones fundamentales de una sociedad cristiana, el sentido de Justicia y de Derecho que consagra la hidalguía para todos los hombres y su posibilidad de salvación.
Ramiro de Maeztu en DEFENSA DE LA HISPANIDAD sintetiza este legado de un sentido y de un estilo de hidalguía en la valoración universal del hombre: «Este humanismo es una fe profunda en la igualdad esencial de los hombres, en medio de las diferencias de valor de las distintas posiciones que ocupan y de las obras que hacen…» A los ojos del español, todo hombre, sea cualquiera su posición social, su deber, su carácter, su nación o su raza, es siempre un hombre… No hay pecador que no pueda redimirse, ni justo que no esté al borde de un abismo… Este humanismo español es de origen religioso. Es la doctrina del hombre que enseña la Iglesia Católica».
De ahí la suprema exigencia de un trato de honor para toda criatura, así como la disposición caballeresca para cubrir toda indigencia y proveer la necesidad del prójimo con la abundancia del corazón.
Las destrucciones del espíritu jacobino, la ruptura con el pasado, el egoísmo burgués, el resentimiento marxista del proletariado, la moral del éxito y la demolición constitucional, obradas por el Liberalismo en nuestra Patria a partir de Caseros, no han conseguido borrar del todo ese sentido de hidalguía en los argentinos.
La Caridad de Dios proyectada en la conducta personal se traduce en la hidalguía del caballero cristiano, cuyo arquetipo ideal es Don Quijote de la Mancha. Y proyectada en las relaciones humanas, la institución jurídica de la hidalguía es la verdadera justicia social.
Lo que hace falta en todo; lo que la Caridad exige, por ejemplo, en las relaciones del capital con el trabajo, es un trato de honor a todos los que participan en la empresa; y, en primer término, a los que no tienen más propiedad que su idoneidad manual o técnica y su capacidad de trabajo.
La Argentina fue tierra de hidalgos y ricos hombres en sus gloriosos orígenes, en sus momentos de grandeza: las Invasiones Inglesas, la Revolución de Mayo, la Guerra de la Independencia, la consolidación de la unidad nacional y la defensa de la soberanía contra la agresión extranjera en tiempo de Rosas y de la Confederación.
Nuestra Argentina tiene que volver a ser cabalmente, tiene que ser siempre una tierra de hidalguía, de verdaderos señores, caballeros gauchos como aquellos manchegos.
La Patria no se elige; tampoco su soberanía política se logra por elecciones. No se afirma ni se sostiene sobre las urnas, sino sobre las armas.
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