Mi conciencia súbdita y soberana

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[…] ¿De dónde deriva en la conciencia esta soberana dignidad? Del hecho que la ley divina, regla suprema de las acciones humanas, se convierte en tal por medio de la conciencia. La totalidad de la soberana grandeza de la conciencia deriva del hecho que es el órgano de la comprensión de la Ley divina. «Esta ley, en cuanto es comprendida y entra a formar parte del espíritu de cada persona, toma el nombre de conciencia». La conciencia es soberana porque es súbdita o, como escribe Newman: «La conciencia tiene derechos porque tiene deberes».

El verdadero problema, o la raíz de muchos problemas, es que esta idea de conciencia es combatida intelectualmente y, de hecho, es rechazada por la gran mayoría de la gente. Escribe Newman en la Carta: «La conciencia es un amonestador severo, pero en este siglo ha sido sustituida por su imitación… Y esta imitación se llama con el nombre de derecho a la tozudez». Y sigue: «Aunque los hombres se erijan como defensores de los derechos de la conciencia, con esto no pretenden en absoluto erigirse en defensores de los derechos del Creador, ni de nuestros deberes en relación a Él… por derechos de la conciencia ellos entiende el derecho de pensar, de hablar, de escribir, de actuar como les plazca, sin pensar mínimamente en Dios». Es esta imitación de la conciencia lo que hace imposible cualquier relación verdadera de la conciencia con el ministerio de Pedro.

[…]

[Cita a Newman en su Biglietto:]

«Durante treinta, cuarenta, cincuenta años he intentado oponerme con todas mis fuerzas el espíritu del liberalismo en la religión… El liberalismo en el campo religioso es la doctrina según la cual no hay ninguna verdad positiva en la religión: un credo vale lo mismo que otro. Es contrario a cualquier reconocimiento de una religión como verdadera y enseña que todas las devociones deben ser toleradas, porque para todas se trata de una cuestión de opiniones… Se pueden frecuentar las iglesias protestantes y la Iglesia católica, sentarse en la mesa de ambas y no pertenecer a ninguna».

Newman individua en el principio liberal el factor fundamental de la reducción de la conciencia en una simple opinión personal que nadie tiene la autoridad de juzgar.

Ante esta imitación de la conciencia, ¿Qué debemos hacer? La respuesta de Newman es la siguiente: «Demasiadas veces el cristianismo se ha encontrado en lo que parecía un peligro mortal. ¿Por qué debemos asustarnos ahora ante esta nueva prueba? Esto es absolutamente cierto. Lo que en cambio es incierto, y en estos grandes desafíos suele serlo y representa habitualmente una gran sorpresa para todos, es el modo como, de vez en cuando, la Providencia protege y salva a sus Elegidos. Normalmente la Iglesia no tiene que hacer otra cosa más que continuar haciendo lo que debe hacer: “Los mansos poseen la tierra y disfrutan de paz abundante”».

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