Cuando Dios Padre dispuso dar al mundo a su Hijo, quiso hacerlo con el honor que le correspondía, siendo digno de todo honor y de toda alabanza. Le preparó, pues, una corte y un servicio real, dignos de Él: Dios quería que, aun sobre la tierra, tuviese su Hijo, si no a los ojos del mundo, a lo menos a sus propios ojos, una recepción digna y gloriosa.
Dios no improvisó el misterio de gracia, de la Encarnación del Verbo: habiéndose ocupado en preparar, desde mucho tiempo, a aquellos a quienes había elegido para que tomasen parte en este misterio. La corte del Hijo de Dios hecho hombre, la componían María y José; el Dios, tres veces Santo, no podía haber encontrado servidores más dignos para cuidar de su divino Hijo.
Consideremos especialmente a San José. Encargado de la educación del Príncipe real del cielo y de la tierra, tiene que gobernarlo y servirlo; y su servicio ha de honrar a su divino pupilo: no era propio que Dios tuviese que ruborizarse de su Padre adoptivo. Y como Jesús era Rey, de la sangre de David, hizo nacer a José de este mismo tronco regio; quiso que su Padre adoptivo se hallase revestido también de la nobleza terrestre. Por las venas de José corría la sangre de David, de Salomón y de todos los nobles reyes de Judá: si la dinastía hubiese ocupado el trono, aun en su tiempo, él hubiera sido el heredero y debería haberlo ocupado a su vez.
No detengáis vuestros ojos en su pobreza: la injusticia había usurpado a su familia el trono a que tenía derecho; mas no por eso dejaba de ser rey el hijo de los reyes de Judá, los más grandes, nobles y ricos del universo.
En los registros del empadronamiento en Belén, el gobernador romano tuvo que reconocer e inscribir a José como heredero de David: he ahí sus pergaminos reales, son muy claros y llevan la firma que prueba su autenticidad.
Mas diréis, quizá, ¿qué importa la nobleza de José? Jesús vino sólo para humillarse. Y yo os respondo que el Hijo de Dios, que quiso humillarse durante su vida, quiso asimismo reunir en su Persona todo género de grandezas: Él también era rey, por derecho de herencia; era vástago de sangre real. Jesus era noble; y cuando eligió a sus Apóstoles entre la plebe, los ennobleció; este hijo de Abrahán tenía todo derecho a ocupar el trono de David; el Señor no condena el honor de las familias; la Iglesia no iguala tampoco el nivel de las clases sociales, respetemos, pues, todo lo que ella respeta; la nobleza deriva de Dios.
Pero, ¿entonces es preciso ser noble para servir a Nuestro Señor? Si lo fueseis, tributaréis a Nuestro Señor una gloria particular, pero la nobleza de origen no es necesaria en rigor para servirle dignamente. Él se contenta con la buena voluntad y la nobleza del corazón. Sin embargo, en los anales de la Iglesia se registran un gran número de santos, de los más ilustres, pertenecientes a familias de noble abolengo; muchos también de familia real. Nuestro Señor se complace en recibir los homenajes de todo lo que es honorable. San José recibió una educación perfecta en el Templo, y Dios lo preparó así para ser el noble servidor de su Hijo, el edecán del más noble de los príncipes, el protector de la reina más augusta del universo.
Aspiración. San José, todopoderoso sobre el Corazón de Jesús, ruega por nosotros.