Novena de Navidad: tercer día

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Un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado. Is. 6,9

Parvulus enim natus est nobis, et filius datus est nobis

Considera como después de tantos siglos,  después de tantos ruegos y suspiros,  aquel Mesías,  que no fueron dignos de ver los santos Patriarcas y Profetas,  el suspirado de las gentes,  nuestro Salvador vino por fin,  ha nacido ya y se ha dado todo a nosotros.

El Hijo de Dios se ha hecho pequeñito,  para hacernos grandes:  se ha dado todo a nosotros,  para que nosotros nos demos todos a Él;  y ha venido a manifestarnos su amor,  para que nosotros le correspondamos con el nuestro.

Recibámoslo,  pues,  con afecto,  amémosle,  y recurramos al mismo en todas nuestras necesidades.  Los niños,  dice san Bernardo,  son fáciles en dar aquello que se les pide.

Jesús ha querido venir tal,  por manifestarse propenso y fácil a darnos sus bienes,  ya que todos los tesoros están en sus manos,  y en ellas puso el Padre todas las cosas,  nos dice san Juan 3, 35.

Si queremos luzÉl por esto ha venido para iluminarnos.

 Si queremos fuerza  para resistir a los enemigosJesús ha venido para confortarnos.

Si queremos el perdón y la salvaciónÉl ha venido para perdonarnos y salvarnos.

Si,  finalmente,  queremos el sumo don del amor divinoÉl ha venido para inflamarnos;  y por esto, sobre todo, se ha hecho niño,  y ha querido presentarse a nosotros pobre y humilde,  para apartar de nosotros todo temor y conquistarse nuestro amor,  dice san Pedro Crisólogo:  Talier venire debuit,  qui voluit timorem pellere,  quorere charitatem.

Por otra parte,  Jesús ha querido venir de chiquito,  para hacerse amar de nosotros,  con amor no solo apreciativo,  sí también tierno.  Todos los niños saben ganarse un especial cariño de quién los guarda.

¿Quién, pues,  no amará con toda la ternura a un Dios viéndole hecho niñito,  menesteroso de leche,  temblando de frío,  pobre,  envilecido y abandonado,  que llora,  que da vagidos en un pesebre sobre paja?  Esto hacía exclamar al enamorado san Francisco:

Amemos al Niño de Belén,  amemos al niño de Belén.  Almas venid a amar a un Dios hecho pobre,  pequeñito,  que es tan amable,  y que ha bajado del cielo para darse todo a nosotros.

Afectos y súplicas.

¡Oh amable Jesús,  de mí tan despreciado!  Vos habéis bajado del cielo a rescatarnos del infierno y daros todo a nosotros;  ¿cómo, pues,  hemos podido volveros tantas veces las espaldas,  sin hacer caso de vuestros favores?

¡Oh Dios!  ¡Los hombres son tan agradecidos con las criaturas,  que si cualquiera les hace un regalo,  si les envía una visita de lejos,  si les muestra una señal de afecto,  no se olvidan de ella y se sienten obligados a corresponderles;  y al mismo tiempo son tan ingratos con Vos,  que sois su Dios tan amable,  y que por su amor no habéis reusado dar la sangre y la vida!

Más,  ¡Ay de mí!  Que he sido para con Vos peor que los demás,  porque he sido más amado y más ingrato que los otros.

¡Ah! Si las gracias que me habéis dispensado las hubieseis hecho a un hereje o a un idólatra,  aquellos se habrían vuelto santos,  y yo os he ofendido.  ¡Ah!  No os acordéis,  Señor,  de las injurias que os he hecho.  Vos,  ya lo habéis dicho,  que cuando el pecador se arrepiente os olvidáis de todos los ultrajes recibidos:  Omnium iniquitatum ejus non recordabor,  Si por lo pasado no os he amado,  para lo sucesivo no quiero hacer otra cosa que amaros.  Vos os habéis dado todo a mí,  y yo os doy toda mi voluntad.  Con esta yo os amo,  yo os amo,  y quiero repetirlo siempre.

Así diciendo, quiero vivir y morir,  espirando el último aliento con estas dulces palabras en mi boca:  Mi Dios,  os amo,  para comenzar desde el momento que entraré en la eternidad un amor continuo hacia Vos,  que durará eternamente,  sin cesar jamás de amaros.  Entre tanto,  Señor mío,  mi único bien y amor,  propongo anteponer vuestra voluntad a todo placer mío.  Venga todo el mundo,  yo lo rechazo,  que no quiero no,  no,  dejar más de amar a quién tanto me ha amado;  no quiero disgustar más a quien merece de mí un amor infinito.  Ayudad Vos,  Jesús mío,  con vuestra gracia este mi deseo.

Reina mía,  María,  reconozco deber a vuestra intercesión todas las gracias que he recibido de Dios;  no dejes de interceder por mí.  Alcanzadme la perseverancia,  Vos que sois la madre de ella.    

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