Caritas non aemulatur.
La caridad no tiene celos (I Cor., XIII, 4).
Explicando San Gregorio este otro carácter de la caridad, dice que no es envidiosa, porque desconoce la emulación mundana de las grandezas terrenas, que, lejos de desear, desprecia. Ante todo, es menester distinguir dos suertes de envidia, buena la una y la otra mala. Ésta se entristece ante los bienes terrenos que otros poseen en el mundo. Luego la envidia santa es la que, en lugar de envidiar, compadece a los grandes del mundo que viven entre honores y placeres terrenales. Únicamente busca a Dios y no pretende en esta vida más que amarlo cuanto le sea dable; de ahí que ande santamente envidiosa de quienes la venzan en amor, pues en él quisiera aventurar a los propios serafines.
Éste es el único fin que se proponen en la tierra las almas santas, fin de que de tal modo enamora y hiere de amor al corazón de Dios, que le hace prorrumpir en estas expresiones: Me robaste el corazón, hermana mía, esposa; me robaste el corazón con una sola mirada de tus ojos [1]. Este mirar de la esposa significa el único fin que ha de tener el alma en cuanto piense y obre, que es agradar a Dios. Los mundanos en sus acciones miran las cosas con muchos ojos, esto es, con muchas intenciones desordenadas, de agradar al mundo, conquistar honores, allegar riquezas o al menos complacerse en sí mismos, en tanto que las almas buenas no tienen más que la mira de agradar a Dios en todas sus acciones y repiten con David: ¿Quién sino tú hay para mí en los cielos? Y si contigo estoy, la tierra no me agrada…; roca y parcela mía Dios por siempre [2]. Y ¿qué otra cosa he de querer, Dios mío, sino a vos solamente en este mundo? Sólo vos sois mi riqueza, sólo vos el único Señor de mi corazón. «Conserven enhorabuena -decía San Paulino- sus riquezas terrenas los poderosos, guárdense sus reinos los monarcas, que vos, Jesús mío, sois mi tesoro y mi corona».
Nótese que no basta ejecutar buenas obras, sino que hay que ejecutarlas bien. Para que nuestras obras sean buenas y perfectas es preciso hacerlas con el recto fin de agradar a Dios. Tal fue la gran alabanza que se dio a Jesucristo: Todo lo ha hecho bien [3]. Acciones habrá que en sí sean laudables, mas porque se ordenan a otro fin que el de la gloria de Dios, de poco o ningún valor serán ante Él. Decía Santa María Magdalena de Pazzi: «Dios recompensa nuestras acciones a peso de rectitud»; es decir, que según sea la rectitud de la intención, así Dios tendrá por buenas y recompensará nuestras obras. Pero ¡ah, Dios mío, y cuán difícil es hallar una obra hecha tan sólo por Dios! Me acuerdo ahora de un santo religioso, ancianito él y muerto en olor de santidad, después de una vida de trabajos por la gloria de Dios; cierto día me decía, triste y turbado por la ojeada que acababa de echar a su vida: «Padre mío, de todas las obras de mi vida no hallo ni una que haya sido hecha puramente por Dios». ¡Maldito amor propio, que echa a perder todo o la mayor parte del fruto de nuestras buenas acciones! ¡Cuántos predicadores, confesores, misioneros, se fatigan en los más santos ministerios, y al cabo poco o nada recogen para el cielo, porque no tienen por única mira a Dios, sino más bien la gloria mundana, los intereses o la vanidad de la ostentación o, al menos, de su natural inclinación!
Es sentencia del Señor: Mirad no obréis vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos de ellos; de lo contrario, no tenéis derecho a la paga cerca de vuestro Padre, que está en los cielos [4]. Los que se fatigan por satisfacer sus gustos naturales, en ello reciben el premio y firman el recibo de su paga [5]. Paga, sin embargo, exigua, que se reduce a un poco de humo y a una efímera satisfacción, que presto pasa, sin dejar nada de provecho en el alma. Dice el profeta Ageo que quienes trabajan, mas no para complacer a Dios, ponen sus ganancias en saco roto, que cuando se abre no se halla nada [6]. Y de ello proviene que estos tales, si después de tanto trabajo no alcanzan el apetecido resultado, se desaniman; prueba de que no tenían por finalidad la sola gloria de Dios: quien obra sólo por esa divina gloria, aunque no tenga el apetecido éxito, no se turba, pues al fin logró el fin que se prefijara, que era agradar a Dios por medio de su rectitud de intención.
He aquí algunas señales para conocer si en los ministerios que ejercita no busca puramente la gloria de Dios: 1.ª No turbarse cuando no se alcanza lo que se buscaba, porque, no siendo esto del agrado de Dios, tampoco es conforme a su voluntad. 2.ª Holgarse del bien obrado por otros como si uno mismo lo hubiera hecho. 3.ª No desear un cargo con preferencia a otro, aceptando gustoso el que indicare la obediencia a los superiores. 4.ª No buscar, después de ejercidos sus ministerios, el agradecimiento ni la aprobación de los demás; antes, por el contrario, viéndose criticado y censurado, no turbarse, cifrando su alegría en haber contentado únicamente a Dios. Y si por ventura se reciben alabanzas mundanas, no vanagloriarse, sino responder a la vanagloria que corre tras uno como respondió San Juan de Ávila: «También os reíd de la vanagloria, y decidle: Ni por ti lo hago, ni dejaré de hacer, Señor; a ti ofrezco cuanto hiciere, dijere y pensare. Y cuando venga la vanagloria, decidle: Tarde venís, que ya está dado a Dios».
Esto es entrar en el gozo del Señor es decir, disfrutar del gozo prometido por Dios a sus siervos fieles: Bien, siervo bueno y fiel; en cosas pocas fuiste fiel, sobre muchas te pondré; entra en el gozo de tu Señor [7]. Y si tenemos la dicha de hacer algo del divino agrado, dice el Crisóstomo, ¿qué más querremos buscar? Ésta es la mayor merced, la más grande fortuna a que puede aspirar la criatura: agradar a su Creador.
Esto es lo que pretende Jesucristo del alma que le ama: Ponme como sello sobre tu corazón, cual sello sobre tu brazo [8]. Quiere que le ponga por sello en el corazón y en el brazo; en el corazón, para que cuanto piense sea por puro amor de Dios; y en el brazo, para que cuanto haga sea para agradar a Dios, y de este modo sea siempre el Señor el único fin de todas sus obras y hasta de todos sus pensamientos. Santa Teresa decía que quien se quiere santificar ha de vivir sin más deseo que el de agradar a Dios. y su primera hija espiritual, la Venerable Beatriz de la Encarnación, decía: «No tiene precio la cosa más pequeña que se hace si va por amor de Dios; no habíamos de menear los ojos si no fuese por este fin y por agradarle». Y con razón, porque cuanto se hace para agradar a Dios es pura caridad que a Él nos une y nos alcanza bienes eternos.
Dícese que la rectitud de intención es la celestial alquimia que trueca al hierro en oro, esto es, las más triviales acciones, como trabajar, comer, recrearse, descansar, hechas por Dios, las trueca en oro de santo amor. Por eso opinaba Santa María Magdalena de Pazzi que los que obran con recta intención cuanto hacen, van derechos al paraíso, sin pasar por el purgatorio. Cuéntase en el Tesoro espiritual que cierto solitario, antes de ejecutar cualquier obra, se detenía un tantillo y dirigía los ojos al cielo. Preguntado por qué lo hacía, respondió: «Es que procuro asegurar la puntería»; queriendo con esto decir que así como el ballestero antes de lanzar la saeta fija la puntería para asegurar el blanco, así también él, antes de ejecutar cualquier acción, ponía la mira en Dios, para que fuese del divino agrado. Así debíamos hacer nosotros también, y hasta, una vez empezada la obra, no estaría de más que renovásemos de cuando en cuando la intención de agradar a Dios.
Quienes en sus obras no buscan más que la voluntad de Dios, disfrutan de aquella santa libertad de espíritu de hijos de Dios que contribuye a hacer abrazar cuanto sea del agrado de Jesucristo, sin tener cuenta de las repugnancias del amor propio o del respeto humano. El amor a Jesucristo comunica a sus amadores una total indiferencia, que lo hace todo igual, lo dulce y lo amargo; nada quieren de lo que a ellos agrada y nada rehúsan de lo que agrada a Dios. Con igual paz se emplean en las cosas grandes que en las pequeñas; en lo que los mortifica, lo mismo que en lo que los halaga; bástales entender que en esto agradan a Dios.
Muchos hay, por el contrario, que quieren servir a Dios, pero en tal empleo, en aquel lugar, con determinados compañeros, en ciertas circunstancias y de otro modo, o no le sirven o lo hacen de mala gana. Estos tales no disfrutan de la libertad de espíritu, sino que son esclavos del amor propio y, por ende, poco o ningún mérito tienen de cuanto hacen; viven inquietos porque, de suave que es, toman en pesado el yugo de Jesucristo. Los verdaderos seguidores de Jesucristo buscan sólo lo que a Él le place y porque a Él place; cuando quiera, donde quiera y como quiera Jesucristo; sea que los quiera emplear en ministerios honrosos o bien en oficios viles y despreciables. Esto es amar a Cristo con puro amor y en esto debiéramos emplear todas nuestras fuerzas, combatiendo los desordenados apetitos del amor propio, ganoso siempre de lucimientos en grandes cosas, de mucha honra y conformes a nuestros gustos naturales.
Aun debemos despegar nuestro corazón de todos los ejercidos espirituales cuando el Señor quiere emplearnos en otras cosas de su gusto. Cierto día, hallándose el P. Álvarez muy ocupado, deseaba dejarlo todo para darse a la oración, porque se le hacía que entonces no estaba con Dios; mas el Señor le dijo: «Conténtate de que me sirva de ti, aunque no te tenga conmigo». Esto reza con las personas que quizás se inquietan cuando la caridad o la obediencia las obliga a dejar sus acostumbradas devociones; estén persuadidas de que tal inquietud no proviene de Dios, sino que es cosa del demonio o del amor propio. Dese gusto a Dios, aunque en ello vaya la muerte: era la primera máxima de los santos.
Afectos y súplicas
En vuestras manos pongo, ¡oh Dios eterno!, todo mi corazón. Pero, ¡oh Dios mío!, y ¿qué corazón os ofrezco? Cierto que fue criado para amaros; pero, lejos de ello, ¡cuántas veces se ha rebelado contra vos! Mas no olvidéis, Jesús mío, que, si hubo un tiempo en que se rebeló contra vos, ahora está postrado a vuestras plantas, arrepentido y atravesado de dolor por los disgustos que os ha causado. Sí, amado Redentor mío, me arrepiento de haberos despreciado y me resuelvo a amaros y serviros cueste lo que costare. Por favor, atraedme completamente a vos, y hacedlo por el amor que me manifestasteis al morir en la cruz por mí.
Os amo, Jesús mío, os amo con toda mi alma, os amo más que a mí mismo, ¡oh verdadero y único amante del alma mía!, ya que vos sólo llevasteis el amor hasta morir por mí. Amargamente lloro viendo cuán ingrato he sido con vos. ¡Pobre de mí! Mi perdición era segura, mas confío que con vuestra gracia me habéis restituido la vida. Mi vida en adelante será amaros siempre, sumo Bien mío. Haced que os ame, infinito amor, y nada más os pido.
¡Oh María, Madre mía!, aceptadme por vuestro siervo y haced que también Jesucristo me reciba como tal.
Práctica del amor a Jesucristo – San Alfonso María de Ligorio – Capítulo VII
[1] Vulnerasti cor meum, soror mea sponsa (Cant., IV, 9).
[2] Quis praeter te mihi est in caelo?; et si tecum sum, non delectat me terra… Petra cordis mei et pars mea Deus in aeternum (Ps., LXXII, 25, 26).
[3] Bene omnia fecit (Mc., VII, 37).
[4] Attendite ne iustitiam vestram faciatis coram hominibus, ut videamini ab eis: alioquin mercedem non habebitis apud Patrem vestrum (Mt., VI, 1).
[5] Amen dico vobis, receperunt mercedem suam (ib., 5).
[6] Et qui mercedes congregavit, misit eas in sacculum pertusum (Agg., I, 6).
[7] Euge, serve bone fidelis quia super pauca fuisti fidelis, super multa te constituam; intra in gaudium Domini tui (Mt., XXV, 23).
[8] Pone me ut signaculum super cor tuum, ut signaculum super brachium tuum (Cant., VIII, 6).
Comentarios 2
una GRAN ensenanza, gracias DIOS AMADO, gracias San Alfonso Maria de Ligorio, gracias Voz Catolica y todos sus Sacerdotes.
Solo GRACIAS!! Por alimentarnos, mucho bien nos hacen estas reflexiones de Santos y nos impulsan a seguir en el camino de conversión con más fuerza y decisión viendo esos ejemplos tan hermosos.
Nuevamente mil gracias!!!