Rezar con San Ignacio – Día primero

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Rezar con San Ignacio: 

Cuando queremos aprender algún arte, algún oficio técnico, alguna profesión, buscamos a alguien que sepa hacerlo y que pueda enseñarnos.

Para aprender a rezar pasa algo parecido. A veces decimos que no sabemos cómo rezar, qué decir, qué hacer con las distracciones, cómo podemos adquirir constancia, cómo rezar en nuestra vida ordinaria. Y pensamos… ¿Quién puede enseñamos?

La experiencia es la maestra de la vida. Mirar el ejemplo de los Santos es ver en sus vidas nuestros ideales, nuestros deseos y nuestras luchas. Como en muchos aprendizajes de la vida lo que más enseña es la experiencia. Un niño antes de empezar a caminar cae muchas veces al suelo, hasta que va aprendiendo a mantenerse en equilibrio. En la oración pasa igual, hay que aburrirse, constatar nuestra inconstancia, tener momentos muy buenos y otros no tanto para saber qué quiere decir rezar.

Pero rezar es sencillo. Es como la respiración del espíritu. Si no respiramos nos morimos. Si no rezamos nuestro espíritu se va atrofiándo hasta que muere y una de las expresiones de esta muerte es la pérdida del sentido de los otros y del Otro con mayúsculas, porque  sólo nos miramos a nosotros mismos.

Hay muchas maneras de rezar, como enseña San Ignacio. Al mismo tiempo podemos decir que hay una sola oración, la que hace toda la Iglesia inspirada por el Espíritu de Dios.

Recordemos como comenta el P Arintero que cuando rezamos: “No os creáis abandonada por sentir grandes sequedades o desolaciones… Hace esto el Señor por algún tiempo para que lo busquéis con más ardor, y buscándole lo halléis con más consuelo, y encontrándole os unáis más íntimamente con Él, y poseyéndole no lo perdáis más… Con los dos brazos de la oración y del arrepentimiento lo tendréis estrechados y no le dejaréis que os abandone”

Es el mismo Jesús que reza al Padre, y quien nos enseña c. Hay una sola fe, un solo Señor, una sola oración

Un solo maestro. Los cristianos tenemos un solo maestro que es Jesús. Nos enseña a vivir en plenitud la vida de Dios, porque él mismo se hizo ofrenda total al Padre y a todos los hombres y mujeres. Jesús vivió de tal forma que su vida fue una gran oración hasta el final.

Hay en la historia de la Iglesia muchos hombres y mujeres que han sido verdaderos maestros de oración y en esto se han parecido a Jesús, porque también su vida fue una oración. Y, además, lo sabían enseñar a los demás. Hay tantos de estos maestros en nuestra historia: San Benito, San Antonio, San Francisco, San Ignacio, Santa Teresa… Y aquellos no tan conocidos como esa madre o ese padre que enseñan a su hijo el Padrenuestro, aquel catequista que prepara una oración con un grupo de niños, aquel joven que interviene sin miedo en una oración comunitaria, o el testimonio del que busca espacios en su vida de entrega para hacer un retiro y tomar fuerzas para amar con más autenticidad, o aquella comunidad de contemplativas que desde su canto de alabanza son maestras de nuestro caminar.

Al comenzar con el libro de los ejercicios, la primera oración que nos propone San Ignacio es:

 ALMA DE CRISTO

Alma de Cristo, santifícame.
Cuerpo de Cristo, sálvame.
Sangre de Cristo, embriágame.
Agua de¡ costado de Cristo, lávame.
Pasión de Cristo, confórtame.
Oh, buen Jesús, óyeme.
Dentro de tus heridas, escóndeme.
No permitas que me separe de ti.
Del enemigo maligno, defiéndeme.
En la hora de la muerte, llámame.
Y haz que vaya hacia ti
para que con tus santos te alabe
por los siglos de los siglos.
Amén.

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