El servicio de la adorable Persona del Verbo hecho carne, Jesucristo, fue el único fin de la vida de San José.
La nobleza de su nacimiento, la gloria de sus antepasados, y las gracias y dones con que fue dotado tan magníficamente, todo le había sido dado para el servicio de Jesucristo. San José lo comprendió y cumplió todos sus deberes como bueno y fiel servidor de la casa de Dios.
Ningún pensamiento, ninguna palabra, ni acción ninguna de San José, dejaron de ser jamás un digno homenaje de amor a la mayor gloria del Verbo encarnado.
Tal debe ser también mi vida, si quiero ser siervo verdadero de Jesús en el Santísimo Sacramento. Mas ¡ay! ¡cuán lejos me hallo de asemejarme a mi modelo, San José! ¡Cuántos pensamientos extraños a mi fin! ¡Cuántas afecciones impuras, o por lo menos demasiado terrenales, ocupan mi corazón; cuántas acciones hechas sin intención sobrenatural y maleadas quizá por la vanidad y el amor propio!
Y, sin embargo, me he consagrado enteramente a Jesús en su divino Sacramento. Me he entregado para siempre y sin reserva a su real servicio. He prometido consagrarme con todo cuanto soy y tengo, para procurar la extensión del gran reino de Jesús Eucaristía y su mejor servicio. Así pues, todo lo que no se relaciona con el servicio de la divina Eucaristía debe serme indiferente, y debo considerar como soberano mal cuanto pudiera perjudicarlo.
¡Dios mío, de lo íntimo de mi corazón renuevo mi entrega a Vos! Me consagro sin condición y sin reserva a vuestro divino y noble servicio: mas, sed Vos mismo mi gracia y mi vida.
Aspiración. San José, modelo perfecto del servicio de la adorable Persona de Jesucristo, ruega por nosotros.