Sobre la oración, fe y aridez espiritual – Beato Mª Eugenio del Niño Jesús

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¿Qué es oración? (pp. 72-74)

En el libro de su Vida responde santa Teresa: “No es otra cosa oración mental -a mí parecer-, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabernos nos ama: este trato es esencialmente, íntimo, porque el amor necesita intimidad.

El contacto con Dios se establece en las profundidades del alma, en regiones donde Dios reside y donde se encuentra el amor sobrenatural difundido en nosotros. En la medida en que este amor sea potente y activo, el trato será al mismo tiempo frecuente e íntimo.

La oración es, por otra parte, una plegaria personal. Incluso cuando reviste formas de oración pública, cuya expresión exterior está armonizada en un grupo, sigue siendo trato a solas con Dios, que vive en cada alma, y mantiene su aliento y nota personal.

Tratar de amistad… con quien sabemos nos ama, termina la Santa. Estas palabras tan sencillas encubren un grave problema: el de la naturaleza del amor que nos une a Dios y el de las leyes que lo regulan.

Los primeros términos de la definición: «tratar de amistad» con Dios, evocan en nosotros el pensamiento o el recuerdo de la intimidad afectuosa que nos une a las personas. Soñamos con una intimidad semejante con Dios. ¿Es posible esto?

El trato de amistad con Dios en la oración y las relaciones afectuosas con un amigo están inspiradas por el amor, pero los dos amores son de distinto orden. El primero es sobrenatural, el segundo, natural. Vemos al amigo a quien amamos, apreciamos por experiencia sus cualidades, experimentamos su afecto por nosotros y el nuestro por él. Este amor, aun siendo muy puro, se desarrolla en el plan natural y afecta nuestras facultades humanas. Sin embargo, yo no veo a Dios, a quien me une la oración: él es Espíritu puro, el Ser infinito, imperceptible a mis facultades humanas: «A Dios nadie le ha visto jamás; el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado» (Jn 1,8).

El amor sobrenatural que me une a Dios es de la misma naturaleza que Dios; por tanto, tan separado de una aprehensión cualquiera de mis potencias naturales como del mismo Dios.

El trato de amistad de la oración se desarrolla entre realidades sobrenaturales que están fuera del dominio de las facultades humanas. Sólo la fe nos las revela con certeza, pero sin disipar el misterio que las envuelve. Este trato de amistad con Dios, «con quien sabemos nos ama», se hará real gracias a la certeza de la fe, aunque a través de la oscuridad que implica. El amor de Dios para con nosotros es cierto; la toma de contacto con él por la fe es una verdad cierta, pero la penetración sobrenatural en Dios puede producirse sin dejarnos una luz, un sentimiento, una experiencia cualquiera de la riqueza que de ella hemos sacado.

Es cierto que el trato de amistad con Dios por la fe nos enriquece. Dios es amor siempre difusivo. Así como no se puede meter la mano en el agua sin mojarse, o en un brasero sin quemarse, así no se puede tener contacto con Dios por la fe sin participar en su infinita riqueza. La pobre mujer enferma que trataba de llegar hasta Jesús a través de la compacta muchedumbre, en las calles de Cafarnaúm, se decía entre sí: «Si logro tocar aunque sólo sea sus vestidos, me salvaré.» Llega hasta él, y por un contacto que hace estremecer al Maestro, consigue la curación deseada (Mc 5,25-34). Todo contacto con Dios por la fe tiene la misma eficacia. Independientemente de las gracias particulares que ha podido pedir y conseguir, logra de Dios un aumento de vida sobrenatural, un enriquecimiento de la caridad. El amor acude a la oración para encontrar en ella alimento, progreso y la unión perfecta que satisface todos sus deseos.

Hablando de la oración, escribe santa Teresa del Niño Jesús:

«La oración; para mí, es un impulso del corazón, es una simple mirada lanzada al cielo, es un grito de agradecimiento y de amor, en medio de la prueba, como en medio de la alegría; en fin, es una cosa grande, sobrenatural que ensancha mi alma y me une con Jesús… Algunas veces, cuando mi espíritu se encuentra en una sequedad tan grande, que me es imposible sacar un pensamiento que me una con Dios, recito muy despacio un «Padre nuestro» y también un avemaría; entonces estas oraciones me encantan; alimentan mi alma mucho más que si las hubiera recitado precipitadamente un centenar de veces.»

Sería difícil decir mejor lo que el trato de amistad manifiesta de sencillo y profundo, de vital y de sobrenatural, bajo las múltiples formas con las que se reviste para alimentarse y expresarse.


Certeza de la fe (p. 537)

La fe es oscura y cierta. La certeza es la segunda característica de la fe señalada por san Juan de la Cruz.

«No veo nada —dice santa Ángela de Foligno—,lo veo todo. La certeza surge de la tiniebla» (Trad. Helio, c. XXVI.)

Tal certeza desprende la fe de los motivos racionales que le han servido de base y, de hecho, la orienta hacia la oscuridad que le ofrece un apoyo seguro y sabroso. «Cuanto menos comprendo, más creo y más amo», decía santa Teresa. Por lo que respecta a san Juan de la Cruz, hace decir al alma: «A oscuras, y segura» (Noche…, estr, 2)

La oración, considerada en la parte de actividad que a ella aporta el alma, no será otra cosa que la fe amorosa que busca a Dios, y puede considerársela como una sucesión de actos de fe. En consecuencia, si, en la sequedad e impotencia, el alma se ejercita, fielmente en actos de fe y amor, puede creer que hace buena oración, incluso si no llega a experimentar sus efectos.

Puesto que en la oración sólo alcanzamos el contacto con Dios por la fe, la calidad de ésta le dará a la oración su perfección. Por eso, en el crecimiento de la, vida de oración encontraremos las dos fases que comporta el desarrollo de la virtud de la fe. La primera fase, u oraciones activas, corresponde a la fe que recibe la luz de las luces de la razón; la segunda, u oraciones pasivas, se alimenta de la fe viva perfeccionada por los dones del. Espíritu Santo.

Por encontrar la oración su eficacia sobrenatural en la cualidad de la fe que la anima y, en consecuencia, en la intimidad y frecuencia de los contactos con Dios que ella garantiza, las oraciones contemplativas son incomparablemente más eficaces que las oraciones activas.

Esto se puede alcanzar solo por la humildad.

Así fue la oración perfecta de la Virgen María, iluminada y abrasada por completo por, los ardores divinos, pero cuya, fe apacible y ardiente parecía ignorar las riquezas que poseía, para ir cada vez más lejos entre la sombra luminosa del Espíritu Santo, que la envolvía y la penetraba.


Quiero ver a Dios

Beato Mª Eugenio del Niño Jesús

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Comentarios 3

  1. Lorena Mandujano dice:

    Hermosa reflexión, ilumina mi obscuridad, aumenta mi fe, muchísimas gracias por este tema, Dios y La Santísima Virgen los sigan iluminando para que nos compartan Su Amor ! 🙏🏼

  2. Hermoso texto,que bien,hace para el alma en estos tiempos…El deseo del Silencio del amor a Dios.Esta muy,lastimado,he incluso, se aprecia en la misma Eucaristía…y los celulares…Si supiéramos realmente lo Sagrado y necesario del Silencio Santo,del silencio del amor …que habla,sin hablar…
    Como decía el Santo Cura de Ars,El me mira ,yo lo miro…gracias hermosa meditacion

  3. Piedad dice:

    Gracias por compartir, hermoso texto, alimenta y alienta mi alma.

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