Terminadas las labores del día en la escuela, terminada la cena y el rosario con instrucción catequística, quedo solo a las nueve de la noche sin otra luz que la lámpara del santísimo. Como vivo pared por medio en la sacristía, no tengo que cuidarme si hay tormenta.
Me siento en un banco cerca del sagrario y allí estoy acompañando a los ángeles que hacen guardia a Jesús sacramentado. Gracias a Dios que no hay niños que lloriqueen y me distraigan. Gracias a Dios que no hay nadie que me saque de mi ensimismamiento con toses ni estornudos bruscos. Me oigo a mí mismo respirar. Hasta me parece oír el tic-tac del reloj de pulsera que me dio un borracho del Kusko y que nunca oigo durante el día.
Allí no estamos más que Jesús y yo entre ángeles invisibles. ¡Qué silencio guarda Dios ! No cabe duda de que Dios mima mucho a muchas almas; pero no sé si habrá alguna a quien mime más que a mí.
Estar aquí a solas con él en este silencio de la tundra es un privilegio, un mimo que no sabe uno cómo agradecer. Aquí es donde le recuerdo al Señor los nombres de mis amigos y corresponsales. Junto al sagrario hay siempre algunas cartas que merecen atención especial.
Le digo al Señor que las mire bien y que no se duerma; que no lo eche en saco roto; que las mire bien y que tome cartas en el asunto, etc.
Intereso a la santísima Virgen en mi favor y los dos se lo suplicamos a Jesús. Al ver a su santísima Madre de mi lado, el Señor parece como que se rinde y no le queda más remedio que acceder.
Eso es lo que me saca de quicio en aquella soledad: que al Señor no le quede más remedio que acceder, como si tuviera que poner su omnipotencia a merced de nuestros caprichos.
Para Él lo más corriente parece ser el tener que obedecer. Cuando consagro, tiene que obedecer. Cuando doy la absolución tiene que aprobar si no hay óbice culpable. Cuando bautizo, tiene que adoptar a la criatura.
Se obligó a ello Él mismo, es decir, se obligó a estar siempre a nuestro servicio. En la oscuridad de la iglesia de Nunajak, él y yo solos, sin hablar, nos entendemos, descansamos y tenemos nuestro cielo acá en la tierra.
En las grandes iglesias de las ciudades y aun de los pueblos está el sagrario tan lejos de la gente que parece como que está uno también lejos del santísimo. En mi visita a los Estados Unidos al entrar en aquellos templos como plazas me parecía estar realmente en una plaza. Aquí en Nunajak no hay tales. Aquí, junto al altar, juraría uno que le oye Jesús el más leve cuchicheo. Termino el día con el vía-crucis y me acuesto pared por medio del sagrario.
P. Segundo Llorente, Misionero en Alaska
Comentarios 4
Qué hermoso relato!!
Qué bendición poder estar siempre tan cerca del Sagrario!!
Bellísimo, muchas gracias por compartirlo. Debemos volver a la devoción al Santísimo Sacramento, solo Él y la Santisima Virgen nos salvarán de tanta calamidad espiritual. Estaría genial que se difunda mucho -reitero- mucho material sobre Jesús realmente presente en el Santísimo Sacramentado, la desacralización que estamos viviendo es tremenda. Causa espanto. ¿Qué va a ser de nosotros si no tratamos bien al Rey del Cielo, que amorosamente quiere quedarse con nosotros?
¡Que preciosa naracción!, oh regalo más valioso tenemos los catalicos cuando visitamos al Santísio Sacramento. Siempre me apropio de las palabras de un Sacerdote conocido, pedirle a la Virgen María que nos preste sus labios, lengua, sentidos para recibir a Jesús Eucaristia. Gracias por compartilo
Si cayeramos en la cuenta, de verdad,, la grandeza tan grande de tener a Jesus real y verdaderamente presente en el sagrario, querriamos estar siempre ahi con El, sin embargo yo paso tantas veces por delante de la Capilla sin decirle nada. Recuerdo los libros del Padre Segundo LLorente que hablaba con Jesus de Tu a Tu era su mejor confidente. Que hubiera hecho sin El en la gran soledad en la que vivio?.