Tres corazones unidos para siempre

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El padre Claudio de sl Colombière no sabía lo que encontraría en esa pequeña ciudad, pero sus superiores que estaban al tanto de las visiones de la hermana Margarita María Alacoque y de las polémicas que habían generado, lo escogieron precisamente por causa de su equilibrio de alma.

Era perfectamente capaz de sustentar el buen criterio ante las controversias creadas, dentro y fuera del convento. De hecho, sin importarle las críticas y juicios desfavorables y al ver enseguida la mano de Dios en las visiones de la hermana Margarita María, la tranquilizó y apoyó, recibiendo como recompensa, mensajes y favores del divino Maestro.

Uno de ellos le ocurrió cuando estaba celebrando Misa para la comunidad. En el momento de la Consagración la religiosa vio al Sagrado Corazón de Jesús como una hoguera ardiente y otros dos corazones absortos en Él: el del padre La Colombière y el suyo propio, mientras oía estas palabras:

“Así es como mi puro amor une a estos tres corazones para siempre. Esta unión está destinada a la gloria de mi Sagrado Corazón. Quiero que descubras sus tesoros, te hará conocer su valor y utilidad. Sed ambos como hermano y hermana, compartiendo igualmente los bienes espirituales”.

Se apresuró a transmitirle el hecho al sacerdote y después contó cuál había sido su reacción: “Las muestras de humildad y las acciones de gracias con las que recibió esta comunicación y otras cosas que le transmití de parte de mi soberano Señor y que le afectaba a él, me conmovieron y me fueron más provechosas que todos los sermones que yo pudiera oír”.

El apostolado de la confianza y del fervor en el corto período de dieciocho meses de su permanencia en Paray le-Monial, ha hecho más por las almas que todos los anteriores años de su vida.

El jansenismo, en pleno auge en Francia por aquel entonces, minaba en los corazones la confianza en la bondad del Señor y de su Madre Santísima, alejando a los fieles de los Sacramentos, sobre todo de la Sagrada Comunión.

El apostolado que había hecho San Claudio en sus cartas, predicaciones y direcciones espirituales iba en sentido contrario: promovía la confianza en María y la devoción al Santísimo Sacramento. Atrajo, así, a muchas ovejas descarriadas, llevándolas de vuelta al redil del Salvador.

Su misión más alta fue la de participar, por designio de Jesús mismo, en la llamada “Gran Revelación” hecha a Santa Margarita María, un día de la Octava de Corpus Christi de 1675: Así transcribía la santa las célebres palabras pronunciadas por nuestro Señor, mientras le mostraba su divino Corazón:

“He aquí este Corazón que tanto ha amado a los hombres, que no ha escatimado nada hasta agotarse y consumirse para manifestarles su amor; y en reconocimiento yo no recibo de la mayor parte sino ingratitudes, desprecios, irreverencias, sacrilegios y frialdades que tienen para conmigo en este Sacramento de amor. Y lo que es todavía más repugnante es que son corazones que me están consagrados”.

A continuación el Señor le pidió que el primer viernes después de la Octava de Corpus Christi fuese consagrado como fiesta especial para honrar a su Corazón, mediante un acto público de desagravio y comunión reparadora.

Añadió la promesa formal de conceder copiosos favores espirituales a quien practicase esta devoción.

La religiosa había alegado su indignidad e incapacidad para realizar esa misión y recibió esta respuesta:

“Dirígete a mi siervo [el P. La Colombière] y dile de mi parte que haga todo lo posible para establecer esta devoción y dar ese gusto a mi divino Corazón, que no se desanime por las dificultades que encontrará, que no le faltarán; más debe saber que es todopoderoso aquel que desconfía enteramente de sí mismo para confiar únicamente en mí”.

De manera que el viernes siguiente San Claudio, Santa Margarita y la comunidad de la Visitación de Paray-leMonial celebraron por primera vez la Fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, consagrándose enteramente a Él.

El amigo perfecto y fiel del Sagrado Corazón

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