Una curiosa conversación
Oíd la conversación tan jugosa que recogí un día de dos niños y una niña. Hermanos los tres y la mayor de cinco años.
Debido sin duda a la educación sólidamente cristiana que reciben de sus buenos padres, hablan y toman sus comparaciones del Evangelio y del catecismo con una naturalidad encantadora.
Versaba la conversación de los tres personajes sobre el trascendental tema de cómo quería morir cada uno. Y por unanimidad se convino en que la muerte más apetecible era la de cruz, como la del Señor.
Morir crucificados, era el ideal común de aquella simpática comunidad de mártires en ciernes.
Lo original
Pero, y esto es lo original de la conversación, no hubo la misma unanimidad en el modo de la crucifixión.
La mayorcita se resignaba a ser crucificada con lazos de seda; el pequeñín toleraría la crucifixión con un solo clavo, porque los tres ya dolerían mucho, y el segundo, rindiendo tributo a su sexo fuerte, estaba muy conforme con los tres clavos y las espinas lo mismito que el Señor.
Y oía yo la conversación, si os he de decir la verdad, riéndome por fuera y poniéndome muy serio por dentro.
Me hacía reír y gozar lo gracioso de lo que oía y me ponía serio lo que esto me traía al recuerdo y al pensamiento.
Aquellos angelitos, sin saberlo, me estaban dando una soberana lección de ascética.
Porque a la verdad, es que somos muchos los que estamos convencidos de que sin cruz no hay luz, ni vida, ni resurrección; somos muchos los que hacemos profesión de vivir crucificados con Cristo, como predicaba el apóstol san Pablo pero, ¡qué pocos los que aceptan la crucifixión con los tres clavos y las espinas como el héroe de mi historia!
Y en cambio ¡cuántos, cuántos partidarios del único clavo y sobre todo de la crucifixión con lazos de seda rosa!…
¿Verdad que tiene miga la bromita de los tres hermanitos?