Ante Dios es más valiosa la vida interior que la activa
En Dios está la Vida, porque Él es la Vida misma. Esta vida se manifiesta en sus obras exteriores, por ejemplo, en la creación, pero sobre todo en lo que la teología llama operaciones ad intra, en esa actividad inefable cuyo término es la generación perpetua del Hijo y la incesante revelación del Espíritu Santo. Ésta es, por excelencia, su obra substancial esencial y eterna.
La vida de Nuestro Señor Jesucristo es una perfecta realización del plan divino. Los treinta años de recogimiento y de soledad y los cuarenta días de retiro y penitencia son el preludio de su corta carrera evangélica. Y cuántas veces durante sus correrías apostólicas le vemos retirarse a las montañas o al desierto para orar: Se retiraba al desierto a orar (Luc 5,16).
Pasó toda la noche en oración (Luc. 6,12). Cuando Marta se queja de la aparente ociosidad de su hermana, el Señor le responde diciendo: María ha escogido la mejor parte (Luc. 10,42), proclamando así la preeminencia de la vida interior sobre la activa, de la vida de oración sobre las obras.
Después de haber ascendido Jesús a los cielos, los apóstoles, fieles a los ejemplos del Maestro, se reservarán desde el principio para sí el ejercicio de la oración y el ministerio de la palabra, delegando en los diáconos las ocupaciones exteriores: Nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la Palabra (Hechos 6,4).
Los Papas a su vez y los santos doctores de la Iglesia afirman igualmente que la vida interior es superior a la activa.[1]
En el caso de que no se puedan hacer ambas cosas, la oración y las obras, habrá que sacrificar las obras. Dios suscitará otros obreros evangélicos para hacer estas obras, si es que realmente hacen falta.
Así lo declaró Pío X, en una carta que dirigió a una congregación religiosa dedicada a la enseñanza:
«Nos hemos enterado que va cobrando fuerza la opinión, según la cual, debéis dedicaros principalmente a la educación de los niños, relegando a segundo lugar vuestra consagración religiosa, porque así parece exigirlo el espíritu y las necesidades de la época actual. Nos oponemos tajantemente a que tal opinión encuentre eco en vuestro Instituto y en otros institutos religiosos que, como el vuestro, se dedican a la educación. Convenceos bien, en lo que vosotros atañe, que la vida religiosa es muchísimo más importante que la vida ordinaria, y que por muy apremiantes que sean los deberes que os impone la enseñanza, más inexcusables son las obligaciones con que os ligasteis a Dios».
Tal es la razón de ser de la vida religiosa, la primacía a la vida interior.
La vida contemplativa, dice Santo Tomás, es mejor que la activa y es preferible a ella.
San Buenaventura, al hablar de la vida interior, acumula los comparativos de superioridad para destacar su excelencia: Vida más sublime, más segura, más rica, más suave y más estable.
Vida más sublime. La vida activa se ocupa de las cosas de este mundo, pero la contemplativa nos adentra en las realidades más altas, poniendo la mirada en el mismo principio de la vida. Siendo más sublime, tiene un horizonte y un campo de acción mucho más dilatado: «Marta en un solo lugar se aplica corporalmente a algunos trabajos. María por la caridad trabaja en muchos lugares; contemplando y amando a Dios sus horizontes se dilatan. Se puede decir, por tanto, que Marta, comparada con María, se inquieta por poca cosa» (Ricardo de S. Víctor in Cant. 8).
Vida más segura, porque tiene menos peligros. En la vida activa, el alma anda agitada, turbada, dispersa, volcada hacia el exterior, y acaba a la larga perdiendo fuerza y debilitándose. Agitada, por las preocupaciones, las solicitudes de la mente. Turbada, por los apegos a las cosa o personas. Dispersa, por la multiplicación de ocupaciones. Marta, Marta, te agitas e inquietas por muchas cosas (Luc 10,41 y 42). En cambio, en la vida interior basta una sola cosa: la unión con Dios: Porque una sola cosa es necesaria. Lo demás es secundario, y se realiza en virtud de esa unión.
Más rica: La contemplación atrae todos los bienes. Todos los bienes me vinieron con ella (Sab 7,11). Es la parte más excelente entre todas. Ella ha escogido la mejor parte y no le será quitada (Lucas 10,42). Además es más meritoria. ¿Por qué? Porque aumenta la gracia santificante y hace que el alma obre por caridad.
Vida más suave: El alma verdaderamente interior se abandona en las manos del Padre, recibe todo con alegría, tanto lo agradable como lo penoso, y se muestra gozosa en medio de las aflicciones, al considerarse dichosa de poder participar de la cruz del Señor.
Vida más estable: Por muy importante que sea, la vida activa termina en este mundo: predicaciones, estudios, trabajos de toda suerte; todo esto cesa a las puertas de la eternidad. En cambio, la vida interior no desaparece nunca, ni con la muerte. Es una continua ascensión hacia la luz.
Podemos resumir las excelencias de la vida interior con estas palabras de S. Bernardo: «En ella el hombre vive con más pureza, cae más raras veces, se levanta con más rapidez, camina con mayor seguridad, recibe mayor abundancia de gracias, descansa con más tranquilidad, muere más confiado, es más prontamente purificado y obtiene una recompensa mayor» (S. Bernardo Hom. Simile est, hom., neg.).
El alma de todo apostolado – Segunda parte – Juan Bautista Chautard
[1]. María, además de ser la Madre cercana, discreta y comprensiva, es la mejor Maestra para llegar al conocimiento de la verdad a través de la contemplación. El drama de la cultura actual es la falta de interioridad, la ausencia de contemplación. Sin interioridad la cultura carece de entrañas, es como un cuerpo que no ha encontrado todavía su alma. ¿De qué es capaz la humanidad sin interioridad? Lamentablemente, conocemos muy bien la respuesta. Cuando falta el espíritu contemplativo no se defiende la vida y se degenera todo lo humano. Sin interioridad el hombre moderno pone en peligro su misma integridad. Os invito a formar parte de la “Escuela de la Virgen María”. Ella es modelo insuperable de contemplación y ejemplo admirable de interioridad fecunda, gozosa y enriquecedora. (Juan Pablo II, Aeródromo Cuatro Vientos 3-5-2003)
Comentarios 1
No lo va a leer, pero le enviaré este artículo a mi mamá… verá que no se trata de see vaga. Siempre fui muy contemplativa.