Segunda obligación: satisfacer a la Justicia divina por los pecados cometidos
La segunda obligación que tenemos para con Dios es la de satisfacer a su divina Justicia por tantos pecados como hemos cometido. ¡Ah, qué deuda ésta tan inmensa! Un solo pecado mortal pesa de tal manera en la balanza de la Justicia divina, que para ex-piarlo no bastan todas las obras buenas de los justos, de los Mártires y de todos los Santos que existieron, existen y han de existir hasta el fin del mundo. Sin embargo, por medio del santo sacrificio de la Misa, si se considera su mérito y su valor intrínseco, se puede satisfacer plenamente por todos los pecados cometidos. Fija bien aquí tu atención, y comprenderás una vez más lo que debes a Nuestro Señor Jesucristo. Él es el ofendido, y a pesar de esto, no contento con haber satisfecho a la Justicia divina sobre el Calvario, nos dio y nos da continuamente en el santo sacrificio de la Misa el medio de aplacarla. Y a la verdad, en la Misa se renueva la ofrenda que Jesucristo hizo de sí mismo a su Eterno Padre sobre la cruz por todos los pecados del mundo; y la misma sangre que ha sido derramada por la redención del humano linaje es aplicada y se ofrece, especialmente en la Santa Misa, por los pecados del que celebra o hace celebrar este tremendo Sacrificio, y por los de todos cuantos asisten a él con devoción.
No es esto decir que el sacrificio de la Misa borre por sí mismo inmediatamente nuestros pecados en cuanto a la culpa, como lo hace el sacramento de la Penitencia; sin embargo, los borra mediatamente, esto es, por medio de movimientos interiores, de santas inspiraciones, de gracias actuales y de todos los auxilios necesarios que nos alcanzan para arrepentirnos de nuestros pecados, ya en el momento mismo en que asistimos a la Misa, ya en otro tiempo oportuno. Además, Dios sabe cuántas almas se han apartado del cieno de sus desórdenes en virtud de los auxilios extraordinarios debidos a este Divino Sacrificio. Advierte aquí que si el sacrificio, en cuanto es propiciatorio, no aprovecha al que se halla en pecado mortal, siempre le vale como impetratorio, y por consiguiente todos los pecadores debían oír muchas Misas, a fin de alcanzar más fácilmente la gracia de su con-versión y perdón.
En cuanto a las almas que viven en estado de gracia, la Santa Misa les comunica una fortaleza admirable para perseverar en tan dichoso estado, y borra inmediatamente, según la opinión más común, todos los pecados veniales, con tal que se tenga dolor general de ellos. Así lo enseña clara y terminante mente SAN AGUSTÍN. “El que asista con devoción a la Misa, dice este Santo Padre, será fortalecido para no caer en pecado mortal, y alcanzará el perdón de todas las faltas leves cometidas anteriormente”. Nada hay en esto que deba admirarse. Refiere SAN GREGORIO EL GRANDE (4 Dial. c. que una pobre mujer mandaba celebrar una Misa todos los lunes por el eterno descanso del alma de su marido, que había sido reducido a esclavitud por los bárbaros (y a quien creía muerto), y que las Misas le hacían caer las cadenas de sus manos y pies, de manera que durante el tiempo de la celebración del Santo Sacrificio el esclavo permanecía libre y desembarazado de sus hierros, según él mismo confesó a su mujer después de haber conseguido la libertad. Ahora bien: ¿Con cuánta mayor razón debemos creer en la eficacia del Divino Sacrificio, para romper los lazos espirituales, esto es, los pecados veniales, que tienen cautiva nuestra alma y la privan de aquella libertad y de aquel fervor con que obraría si estuviese libre de todo embarazo? ¡Oh Misa preciosa, que nos proporciona la libertad de los hijos de Dios y satisface todas las penas debidas por nuestros pecados!
Según eso, me dirás acaso, bastará oír o hacer celebrar una sola Misa para pagar las enormes deudas contraídas con Dios por tantos pecados como hemos cometido, y satisfacer todas las penas por ellos merecidos, toda vez que la Misa es de un precio infinito, y por ella se ofrece a Dios una satisfacción infinita. Poco a poco, si te place. — Aunque la mina et peccata etiam ingentia dimittit”. (Sess. 22, c. II)[1].
Sin embargo, como no tenéis conocimiento cierto, ni de las disposiciones interiores con que oís la Santa Misa, ni del grado de satisfacción que le corresponde, debéis tomar el partido más seguro de asistir a muchas Misas, y asistir con la mayor devoción posible. ¡Dichosos vosotros, sí, una y mil veces dichosos, si tenéis una gran confianza en la misericordia de Dios y en este Divino Sacrificio, en donde brilla admirablemente! ¡Dichosos si asistís siempre a la Santa Misa con fe viva y con gran recogimiento! ¡Ah! en este caso os digo que podéis alimentar en el fondo de vuestro corazón la dulcísima esperanza de ir derechamente al Paraíso sin parar un instan-te en las penas del purgatorio. ¡A Misa, pues, a Misa! y sobre todo que vuestros labios no pronuncien jamás esta proposición escandalosa: “Una Misa más o menos poco importa”.
El tesoro escondido de La Santa Misa – San Leonardo de Porto Maurizio
[1] “En efecto, aplacado el Señor con esta oblación, y concediendo la gracia y el don de la penitencia, perdona los delitos y pecados por grandes que sean”. (Denz, 940; D-S 1743). (N. del E.).