Es necesario que juzguemos la realidad para poder tomar decisiones.
Por ejemplo, es necesario que juzguemos si es ahora cuando debo cruzar la pista o no, si el agua está hervida para tomar un café, si hace frío como para abrigarme o no, si esta persona con un cuchillo quiere mostrármelo a ver que me parece o quiere robarme el celular, si este colegio es bueno para matricular a mis hijos allí…
En todos estos casos, es necesario juzgar para poder decidir. Es algo inherente a nuestra condición de humanos y algo necesario para ser personas libres y maduras. Mientras uno juzgue mejor la realidad, podrá actuar mejor.
Recordemos cuando éramos niños y queríamos cruzar la avenida sin mirar, comer tierra o pensábamos que todos los perros son buenos… En cambio ahora, podemos hacer juicios objetivos acerca de esas realidades. A lo que se refiere Nuestro Señor cuando dice “no juzguéis” en el evangelio de Lucas (6,37) es a otros dos casos de “juicio”: cuando se trata de juzgar al prójimo y cuando te juzgas a ti mismo.
En primer lugar los llamados “juicios temerarios”. Es decir, cuando juzgamos las cosas, sobre todo las personas, arriesgándonos a que nos estemos equivocando y, aun así, sancionamos las cosas -sobre todo las personas-, como si dijésemos “caso cerrado”, pensando que tenemos la última palabra y la realidad es tal cual la vemos nosotros.
Aquí muchas veces nos falla la humildad (y la inteligencia) para darnos cuenta que existe la posibilidad de que nos estemos equivocando… como suele pasar. San Juan de la Cruz habla de esto en sus cautelas y es muy directo. Dice que muchos, por no guardar esto han perdido la paz en su alma y han ido siempre para atrás, de mal en peor. (Cfr. Lucas de San José, CD. La Santidad en el claustro. Pág. 106). Y más incisivo Santo Tomás dice (II-II, 60, 3: El juicio) que “la propensión no ya a juzgar, sino tan sólo a sospechar mal del prójimo, supone ordinariamente perversidad de corazón. Porque la inclinación de uno a sospechar mal del prójimo casi siempre procede: o de que él mismo es malo, y así quizá sin darse cuenta, juzga por sí a los demás; o bien de que a su prójimo le tiene alguna mala voluntad, sintiendo por él enfado, envidia, aborrecimiento o desprecio. Y así, naturalmente experimenta cierta complacencia secreta en el mal que acontece a su hermano; y por lo mismo cree con facilidad aquello que le causa gusto o placer”.
Por eso, hay tres razones por las que podemos equivocarnos al juzgar dice San Juan de la Cruz en sus Cautelas: 1) Porque no conoces la intención del otro (relacionado con lo de Santo Tomás). Puede ser que tenga buena intención pero es despistado. 2) Porque no tienes todos los elementos para juzgar objetivamente lo que está haciendo el otro. Como cuando los empleados de una empresa tienden a juzgar a su jefe por las decisiones tomadas sin saber todos los pormenores y 3) Porque aún teniendo todos los elementos, hay cosas que no entenderás. «Si quieres mirar en algo, aunque vivas entre ángeles, te parecerán muchas cosas no bien, por no entender tú la substancia de ellas». (Santidad… pág. 96)
Otro defecto en el juicio, es ya no el juzgar a los demás, sino el juzgarnos a nosotros mismos. Somos muchas veces poco indulgentes, esto no quiere decir que no nos exijamos fidelidad en el seguimiento de Cristo o que no debamos examinarnos continuamente. Me refiero a que a veces, cuando juzgamos las obras que hicimos y nos dimos cuenta que estuvieron mal hechas o fueron objetivamente malas, nos desalentamos o nos deprimimos. Aunque este desaliento podría confundirse con una conducta virtuosa (humildad mal entendida), en realidad es un vicio. Es decir, no por humildad, sino por soberbia. Porque pensamos “¿cómo puede ser que “yo” haya podido hacer esto?”. Pero…¿de qué te sorprendes…?
Somos criaturas desde que fuimos concebidos y lo seguiremos siendo para siempre, aunque estemos viendo el rostro de Dios en el cielo. Justamente, en el cielo, es el único lugar en donde ya no podremos pecar. Mientras tanto, aquí en la tierra, hay que ser realistas y luchar sin descanso por levantarnos. Debemos encontrar la medida prudencial al juzgarnos, que no sea ni tan rigurosamente por soberbia, ni tan laxamente por pusilanimidad o tibieza.
Para poder juzgar, ya sea de las personas o de nosotros mismos necesitamos algo esencial: la humildad. Esta virtud es la que nos permite ver la realidad tal cual es: ver nuestra miseria, pero también ver la misericordia infinita de Dios.
Pidamos a la Santísima Virgen poder reconocer nuestra pequeñez, pero sobre todo, la grandeza de Dios.
P. Rodrigo Fernández, IVE
Comentarios 4
Muchas gracias Padre por este texto tan esclarecedor.
Muy importante pedir al Señor nos ayude para no juzgar porque creo q nuestra naturaleza humana está pronta a hacer juicios. Y esto de no juzgar meternoslo muy dentro de la mente.
Feliz 25 agt. Hoy fiesta patronal de San Luis Potosí, San Luis Rey de Francia.
Padre: acabo de leer esto. Es increíble la obra que ustedes hacen por este medio. Tomare el curso; para poder ver con claridad cada uno de los pecados capitales. La lucha es de día a día y si tenemos claridad en todo con la ayuda de DIOS Y SU MISERICORDIA; podremos lograr paso a paso; mejorar y enderezar nuestras acciones más íntimas!!!
No me queda claro donde puedo cancelar lo del curso.. DIOS LOS BENDIGA HOY SIEMPRE
MUCHÍSIMAS GRACIAS POR TAN GRANDE REFLEXIÓN QUE ME AYUDA MUCHO PARA SEGUIR HACIENDO MI EXAMEN DE CONCIENCIA Y PODERME CONFESAR!! DIOS LES BENDIGA SIEMPRE! MIS ORACIONES POR USTEDES QUERIDOS SACERDOTES!!🙏❤🙏
Gracias, gracias, gracias me siento acompañada y plena en compañía de los Sacerdotes que nos guían e informan ….un Cariño desde Córdoba Argentina