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Hace unos días atrás un grupo de religiosos se reunió con la vicepresidente argentina para mostrar el apoyo hacia ella. El eslogan que hicieron visible fue “no odien”. Pero todos estos valores muchas veces se esgrimen como funcionales al poder y no al Bien Común de la patria. Además, estos valores no son absolutos sino relativos al Bien Común y la justicia. Por ello, para no caer en una suerte de irenismo es preciso aclarar este término de “no odiar”, como también otros, cuando se usan para defenderse. Es como si el ladrón dijera al policía que está a punto de detenerlo: “no a la violencia”.

Unidad y división

Hoy se vocea mucho la unidad de todos los sectores para el bien de la patria. Sin embargo, esto no pasa de ser más que un deseo y retórica, pues es necesario dejar en claro cuál es el principio auténtico de unidad en una sociedad. Ciertamente que la unidad de cualquier ser es condición de su supervivencia. Como afirma santo Tomás: “ la unidad corresponde a la noción de bien. Todo ser desea su propio bien, también desea su unidad, condición de su existencia, ya que todo existe en cuanto tiene unidad”[1]

Pero hay dos tipos de unidad. Una unidad política y una unidad totalitaria. La unidad política es la que respeta las diferencias y la libertad y tiene como finalidad el Bien Común de la patria. Ese Bien procurado y participado por cada uno de los ciudadanos de forma proporcional. Es una unidad de orden, que mantiene las diferencias entre sus miembros. Cada grupo de personas posee características diversas que enriquecen la ciudad: mientras más diversidad, más enriquecedora es la sociedad. En efecto, el hombre, para su perfección, busca en la sociedad política una gran cantidad de bienes. Por lo tanto, una unidad, para que responda al bien humano, que a su vez es Bien común, mantiene la diversidad en un orden jerárquico. La virtud que se da en este tipo de unidad es la justicia distributiva. Es decir, que cada uno se beneficia del Bien Común en proporción a sus aportes y el tipo de bien que aporta.

Justamente, la pérdida del fin o el Bien Común de una nación produce su digresión o su anemia. A este respecto decía el P. Castellani, comentando la obra de De Mahieu: “La causa formal de la decadencia -que aquí es falta de causa final, siendo decadencia un fenómeno negativo- es la ausencia de la directriz tradicional, como la llama De Mahieu; o sea, la pérdida, o la falta de conciencia, o la indiferencia a lo que vulgarmente llamamos ideal nacional. De acuerdo con la natural dinámica de los organismos nacionales -tan repetidamente recalcada por De Mahieu- una nación es como una empresa: como diría Saavedra Fajardo; y una empresa cesa de ser cuando no sabe dónde va. Una nación no puede menos de decaer cuando no sabe lo que tiene que hacer en este mundo”[2].

Por otro lado, existe la unidad totalitaria. Mas que unidad es una uniformidad. En este tipo de sociedad solo rige la justicia conmutativa, es decir, una igualdad absoluta. Por este principio de igualdad se destruyen todas las diferencias. Santo Tomás hace la crítica de esta unidad igualitaria al decir que “ una excesiva unidad destruye la ciudad”[3]. Esta unidad es propia de los regímenes totalitarios, cuyo fin no es el Bien Común humano, sino la Razón de Estado, el cual es un fin accidentalmente humano. Pues, aunque asegure ciertos bienes, no son los bienes esencial del hombre. Es el régimen de tipo nazi y comunista. Es una sociedad unificada sea por las emociones o por la fuerza para buscar un bien inventado, pero que está lejos de ser  Bien Común. De esta unificación totalitaria nos relata la Biblia el caso de Babel[4]. Esta unificación fue destruida por Dios; pues se erigía contra Dios y contra el hombre. Por eso fue más provechoso la dispersión y la confusión que este tipo de unidad destructiva.

Por lo tanto, el principio de unidad: ¿esta reglado o determinado por el Bien común, el cual, como dice Aristóteles, uno y mismo es el Bien del hombre y el bien de la ciudad[5]? o ¿esta fundado en una Razón de Estado pergeñada ideológicamente por una grupo de autócratas que buscan un bien particular, sea el del partido-nación, como es el caso del comunismo o el de la raza-nación, como sucede con el nazismo? ¿Es la sociedad guiada por la justicia distributiva o proporcional o por la justicia conmutativa igualitarista? Son preguntas que uno debe hacerse para discernir qué tipo de unidad es la que se busca.

Ante el primer tipo de unidad basado en el Bien Común, es preciso construir la unidad; en el segundo tipo, por el contrario, es necesario disgregar pero siempre con el fin de buscar una sana unidad. Es lo que hizo Dios con Babel e Israel: a Babel la dispersó, pero inmediatamente eligió a Abraham para unir la humanidad comenzando por Israel[6].

Paz y Discordia

Otros dos conceptos que requieren un análisis son la paz y la discordia. Pues ambos pueden ser usados de una manera sesgada o, que solo sean palabras divorciadas de los actos concretos a realizar. El profeta Ezequiel se quejaba de los que se llenaban la boca con la palabra paz pero la realidad era otra: “Sí, porque han engañado a mi pueblo, diciendo: “¡Paz!, cuando no hay paz”.[7]

¿Qué es la paz? San Agustín la definió como “tranquilidad en el orden”. No cualquier tranquilidad ni mera ausencia de guerras o problemas constituye la paz. Por el contrario, la paz tiene que brotar del orden, de la justicia y la caridad.

También la concordia requiere un discernimiento. ¿Qué es la concordia? Es la unión de varias voluntades en un mismo consenso[8]. El consenso es un acuerdo exterior y puede coexistir con una ausencia de paz. Pues la paz es esencialmente algo interior. Puede darse que personas tengan concordia pero no tengan paz. Paz y concordia no son lo mismo. La paz implica la concordia pero no al revés. La falta de paz es una tirantez o desacuerdo interior donde las tendencias de las pasiones son contrarias a las tendencia de la razón. Por el contrario, la paz implica la unión de esos impulsos. La paz es interior y fundamento de la concordia. En cambio, la concordia es meramente exterior, es el acuerdo de voluntades sin tener en cuenta los deseos internos de las personas. Por eso afirma Santo Tomás: “la concordia entraña la unión de tendencias afectivas de diferentes personas, mientras que la paz, además de esa unión, implica la unión de apetitos en un mismo apetente”[9]. “Las grandes empresas progresan con la concordia y se desmoronan en la discordia”, dice el Teólogo[10].

La concordia es un consenso, como decíamos, pero no es un consenso que tiene su último fundamento en la libertad. Por el contrario el consenso se funda en la naturaleza que tiende sin más  al bien. Por lo tanto, la concordia debe ser un consentimiento que esté en la misma línea del bien de la naturaleza humana. Afirma santo Tomás : “La paz conlleva no solamente la unión del apetito intelectual y del apetito sensitivo, a los que atañe el consentimiento, sino también del apetito natural.”[11] El apetito natural se dirige siempre hacia la consecución del bien humano y es anterior a la libertad.

Entonces, la paz y la concordia verdaderas tienen como fin el bien. Porque podría darse el caso que varios ladrones estén en concordia o tengan consenso en realizar una acción delictiva. Es evidente que  tal consentimiento no está en la línea del bien de la naturaleza humana. Así también, muchos legisladores pueden concordar o tener consenso respecto a una ley inicua como es el aborto. De modo que no todo consenso o concordia es bueno sino aquel que tiene como punto de acuerdo el Bien Común.

De modo que, debemos discordar cuando no se busca el bien sino un mero consenso, valor supremo de la democracia moderna con el consiguiente peligro de convertirse en totalitarismo–. Santo Tomás, dedica una cuestión a la discordia. Hay que distinguir entre una discordia esencial y una accidental. La discordia esencial se opone a la concordia que es fruto de la amistad y caridad. Es una discordia intencional que va contra el orden natural. Pongamos un ejemplo: quien disiente defendiendo el aborto es causa de discordia esencial, porque va contra un bien humano natural. En este caso, la discordia en el defensor de una ley inicua produce la desunión de modo intencional o esencial, en cambio, en quien defiende la vida la discordia se da de modo accidental. Es más bien él quien sufre la discordia.

También hay que distinguir en la discordias si son bienes esenciales o bienes opinables. Dice santo Tomás:

“Según el Filósofo, la amistad no comporta concordancia en opiniones, sino en los bienes útiles para la vida, sobre todo en los más importantes, ya que disentir en á pequeñas es como si no se disintiera. Esto explica el hecho de que, sin perder la caridad (la amistad social) , puedan disentir algunos en sus opiniones. Esto, por otra parte, no es tampoco obstáculo para la paz, ya que las opiniones pertenecen al plano del entendimiento, que precede al apetito, en el cual la paz establece la unión. Del mismo modo, habiendo concordia en los bienes más importantes, no sufre menoscabo la caridad por el disentimiento en cosas pequeñas. Esa disensión procede de la diversidad de opiniones, ya que, mientras uno considera que la materia que provoca la disensión es parte del bien en que concuerdan, cree el otro que no. Según eso, la discusión en cosas pequeñas y en opiniones se opone, ciertamente, a la paz perfecta que supone la verdad plenamente conocida y satisfecho todo deseo; pero no se opone a la paz imperfecta, que es el lote en esta vida.”[12]

Por ello no hay pecado en disentir, en no estar de acuerdo salvo en el caso que la opinión sostenida este reñida con la ley natural, el bien humano o Bien Común[13].

Para aclarar más, Santo Tomás afirma que  discordar con alguien cuya voluntad es recta es un pecado.  “La voluntad de un hombre, considerada en sí misma, no es regla de la voluntad de otro. Pero en cuanto esa voluntad está de acuerdo con la divina, se transforma, por lo mismo, en regla regulada por la primera regla. Por consiguiente, discordar de esa voluntad es pecado, ya que con ello se pone en desacuerdo con la regla divina.”[14] Así, pelearse con alguien que tiene razón, es decir, su juicio es recto, es pecado. El ladrón que no concuerda con el policía, el pecado es del ladrón y no del policía que defiende una ley razonable.

Oponerse a una persona que defiende algo contra la ley divina natural es virtuoso. Dice Santo Tomás: “la voluntad del hombre contraria a Dios es regla perversa, y ponerse en desacuerdo con ella es bueno;… provocar discordia que elimine la mala concordia, es decir, la que se apoya en mala voluntad, es laudable”[15]. Aquí como en la unidad, la regla es el bien, el orden natural y no la mera unión de voluntades. Para ello es preciso discernir cuál de las dos voluntades sostiene algo contra la ley divina y cuál, no. Por lo tanto, tengo derecho a disentir cuando no se da en el otro una voluntad recta.

Del mismo modo, cuando se produce la insurrección popular. Hay insurrecciones e insurrecciones.  En este punto es interesante ver el pensamiento del santo doctor para no dejarse engañar con palabras zalameras e irenistas.

Ciertamente que todo lo que vaya contra la unidad del pueblo es un delito. Dice Santo Tomás: “la sedición o la insurrección se opone a la unidad de la multitud, es decir, a la unidad de la ciudad, cuando la unidad a la que se opone la sedición es la unidad de derecho y de utilidad común.”[16] Por eso, toda insurrección que vaya contra el derecho y contra el bien común es un crimen.

Sin embargo, ante una concordia de malos y una paz ficticia o de una concordia a fuerza de pistola es lícito y es bueno una insurrección y una guerra para restablecer el orden verdadero. Existe, de esta manera, un levantamiento del pueblo que es lícito y no es ya sedición, como dice Santo Tomás: “No se puede, sin embargo, llamar sediciosos a quienes defienden el bien común resistiendo, como tampoco se llama pendencieros a quienes se defienden”[17]. Por eso hay una lucha civil lícita: “La lucha lícita se hace en beneficio de la utilidad de la multitud. La sedición, en cambio, se conspira contra el bien común”[18].

Cuando se da un régimen tiránico, definido como el régimen que busca el bien particular de uno o un grupo ,o una clase por encima del bien común, es ilegitimo rebelarse. Dice Santo Tomás: “De ahí que la perturbación de ese régimen no tiene carácter de sedición…El sedicioso es más bien el tirano, el cual alienta las discordias y sediciones en el pueblo que le está sometido, a efectos de dominar con más seguridad. Eso es propiamente lo tiránico, ya que está ordenado al bien de quien detenta el poder en detrimento de la multitud” [19]. Sin embargo, agrega Tomás la otra regla que equilibra el derecho a insurrección: “a no ser en el caso de que el régimen del tirano se vea alterado de una manera tan desordenada que la multitud tiranizada sufra mayor detrimento que con el régimen tiránico.”[20]

Una vez más, ¿hay derecho al disenso, a la discordia, a la insurrección? Claro que sí, en el caso que tales actos sean justificados por la búsqueda del Bien Común.

Amor y odio

Finalmente, veamos estos dos vocablos: amor y odio. Ellos también piden un discernimiento; pues hay amores y amores y hay odios y odios.

Ciertamente que la amistad o el amor entre los ciudadanos es el bien mas grande. Dice el fundador de la filosofía política: “La tarea de la política consiste, sobre todo, según parece, en promover la amistad”[21]. Incluso es el bien más grande[22]. Para Aristóteles, además, la amistad se funda en el bien y no en meros sentimientos como hoy se la considera normalmente. Por ello, la amistad política en todos sus grados, se funda en el amor del Bien Común.

Toda amistad es amor pero no todo amor es amistad, pues existe un amor de concupiscencia que busca en el otro un bien como medio para otra cosa. En cambio el amor de amistad es buscar el bien de la otra persona sin instrumentalizarla.

La palabra amor es muy ambigua. Hay un amor malo que es “en cuanto tiende a lo que no es un verdadero bien absolutamente. Y de este modo el hombre ama la iniquidad, en cuanto por la iniquidad se consigue algún bien, por ejemplo, placer, dinero o algo semejante.[23] San Agustín afirma que la voluntad recta es el amor bueno, y la voluntad perversa es el amor malo.

Por eso, santo Tomás prefiere llamar caridad al amor de amistad. En efecto, la caridad como su raíz lo indica añade algo que no tiene la raíz amor que es ser algo “caro”, “muy precioso”, “de alto valor”[24]. Este término “caritas” en el latín clásico su significado propio se refiere a  ‘algo de alto precio’, ‘que no tiene precio’. En un segundo sentido o metafórico, significa “amor”, “afección”: en español, “querido”; en francés, “cher”, en italiano, “caro”; en inglés “cherished”. Por eso, cuando hablamos de amar, ¿a qué nos referimos? Hay que amar el bien y no el mal, hay que amarse con caridad y no por interés. Lo que unifica es el amor del bien, pero el bien real y no aparente.

En cuanto a su fuerza contraria, el odio, también es preciso discernir. El odio surge como contrapartida de un amor. El odio se da cuando un ser particular no tiene la perfección a lo cual uno está inclinado y por lo tanto es considerado malo[25]. El odio bueno surge si lo que falta en alguien responde a una inclinación buena, es decir, según la justicia y la caridad. Por ello puede haber odio que es pecado, cuando esa pasión parte de una inclinación o voluntad que es torcida. Por ejemplo, un hombre justo odia la injusticia, pues le molesta la falta de esa perfección a la cual el esta inclinado por la virtud de la justicia. Pero un ladrón también puede odiar a quien es guardián de la seguridad privada porque es contrario a la inclinación perversa que el posee.

Es bueno tener odio al mal. Dice Santo Tomás: “ al prójimo se le debe amor por lo que ha recibido de Dios, o sea, por la naturaleza y por la gracia, y no por lo que tiene de sí mismo o del diablo, o sea, por el pecado y la falta de justicia. Por eso es lícito odiar en el hermano el pecado y lo que conlleva de carencia de justicia divina; no se puede, empero, odiar en él, sin incurrir en pecado, ni la naturaleza misma ni la gracia. Pero el hecho mismo de odiar en el hermano la culpa y la deficiencia de bien corresponde también al amor del mismo, ya que igual motivo hay para amar el bien y odiar el mal de una persona. De ahí que el odio al hermano en absoluto es siempre pecado”[26].

Por lo tanto, debo amar tanto cuanto sea algo bueno, y debo odiar tanto cuanto sea malo. Pero malo y bueno no según una voluntad sin más, sino una voluntad recta que es guiada por la ley natural o el Bien Común.

De modo que hasta aquí hemos visto que hay unión y desunión, concordia y discordia, paz y sedición, odio y amor. Ellos son buenos tanto sean reglados por el bien. En una sociedad política es el Bien Común que legitima los distintos sentimientos, emociones y reacciones. Por ello, hay que dividir para conseguir una unión justa, hay que disentir para alcanzar una concordia virtuosa, hay que pelear para arribar a una paz en la justicia, y hay que odiar para rectificar el amor del bien.

 

NOTAS ——-

[1] Tomás de Aquino, Suma Teológica, I, 103 a 3

[2] Leonardo Castellani, Seis ensayos y tres cartas, (Ed. Dictio, Buenos Aires 1973), pág. 110.

[3] Tomás de Aquino, Comentario a la Política, II, 1, 8

[4] Cf. Gustavo Domenech, El misterio de la división de Babel – Voz Católica (vozcatolica.com).

[5] Cf. Aristóteles, Ética Nicomáquea 1094b 5

[6] Cf. Genesis 10 y 11

[7] Ezequiel 13, 10

[8] Cfr. Santo Tomás de Aquino, suma teológica, II-II 29, 1

[9] II-II 29, 1

[10] Cf. II-II 37, 2 ad 2

[11] Ibidem 2 ad 1

[12] II-II 29, a3 ad 2.

[13] “La discordia entonces no es pecado ni contraria a la caridad, salvo el caso de que incida erróneamente sobre lo necesario para la salvación o haya obstinación culpable” II- II, 37 a1

[14] II- II 37, 1 ad 1

[15] II- II 37 ad 2

[16] II-II 42, 2

[17] Ibidem

[18] Ibidem, ad 1

[19] II-II 42, 2 ad 3

[20] Ibidem

[21] Aristóteles, Ética a Eudemo 1234b 22:“que la amistad es el más grande de los bienes en las ciudades (con ella se reducirían al mínimo las sediciones), y Sócrates alaba principalmente que la ciudad sea unitaria, lo cual parece ser y él lo dice, obra de la amistad”.

[22] Aristoteles, Politica 1262b 6

[23] Santo Tomás, suma teologica I-II 27 1 ad 1

[24] I-II 26, 3

[25] Cfr. I-II 29, 1 ad 1

[26] II-II 34, 3

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Comentarios 15

  1. Tere dice:

    Gracias, Padre, muy interesante y educativo, me sirvió para aclarar muchas dudas.

    • GUSTAVO dice:

      Me alegro que así sea

    • Quique Scopetta dice:

      Si la señora se hubiese reunido con el Polo Obrero les diría “estoy viva gracias a Marx y Engels”.
      Al menos publicamente y en sus declaraciones no parece seguir el ideal cristiano de paz y bien.

  2. Gabriel Pese dice:

    Nos deberíamos preguntar cuál es en Argentina el verdadero “Poder Real”. Y si dicho poder busca realmente el bien común… O simplemente defienden sus intereses para, a costa del pueblo, incrementar ese poder, cueste lo que cueste. Bendiciones

    • Nory dice:

      Q bueno haber podido leer ésto, doy gracias a Dios x sacerdotes cómo usted!

      • Marta Altamirano dice:

        Muchas gracias, padre. Muy esclarecedor. Me sirvió mucho. Dios lo bendiga.

  3. Gustavo Gagna dice:

    Excelente análisis, MUY esclarecedor. ¡Gracias!

    • Diana Peregrina Carrizo dice:

      Excelente análisis padre Gustavo , impecable ! Muchas gracias Dios lo bendiga.

  4. Maria Susana Kearney dice:

    Este gobierno no busca el bien común ni está en camino recto hacia la justicia y la caridad,

  5. Elsa Rasjido dice:

    GRACIAS Padre Gustavo, excelente análisis, me aclaro mucha dudas. Clarísima explicación. DIOS lo Bendiga con su SABIDURÍA ,para guiarnos siempre, por el camino de la Verdad que ilumina nuestra razón. GRACIAS !!!

  6. Agustín Ambrosini dice:

    Muy buen artículo. Me parece clave explorar el sentido real de estos conceptos tan manipulados en nuestros días.

    Una duda que me surge es que el concepto de bien común, en base al cual se juzga la moralidad de estas realidades, parece un tanto ambiguo al punto que un “kirchnerista” está convencido de luchar por el bien común (en algunos ambientes hay un claro intento de equiparar la doctrina de la iglesia a una visión socialista en línea con estos partidos).

    Por otro lado me parece que el principio “mientras más diversidad, más enriquecedora es la sociedad”, especialmente en el contexto histórico actual, quizás necesita una aclaración.

    • GUSTAVO dice:

      Muchas gracias por las sugerencias. Ciertamente que deben quedar muchos temas para seguir trabajando. Dios quiere haremos una serie de artículos precisando el concepto fundamental de la política que es el bien común

      • Agustín Ambrosini dice:

        ‘Excelente y muchas gracias! Esperamos entonces las publicaciones que siguen

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