Sobre la confesión de fe de san Juan Bautista – P. Agustín Prado

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Hoy me quisiera referir a una de las frases quizás más profundas que dijo ese hombre tan simple del desierto, pero el más grande nacido de mujer, como lo llamó el mismo Jesucristo[1]. Es la frase de San Juan Bautista, quien al ver a nuestro Señor exclamó como profeta que era -y como el más grande de los profetas-, al ver a Jesús a quien todos veían como uno más de los hombres: “Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del  mundo”[2]. Frase profundísima en su significado, que tiene una significación en su primaras palabras dirigida directamente a Nuestro Señor y que hace a su esencia, a su misión en la tierra. Y en segundo lugar una aplicación y significación para cada uno de nosotros.

Jesucristo, el Cordero de Dios

Me refiero en primer lugar a las palabras y significación que se aplican directamente a nuestro Señor, es decir, a las palabras “Cordero de Dios”. Juan el Bautista está identificando a Cristo como Cordero, el cordero que el pueblo de Israel sacrificaba en expiación de sus pecados, víctima elegida por Dios para ser inmolada por nosotros. Cristo es el Cordero que vino al mundo nada más que para eso, para ser degollado por nosotros, para recuperar nuestra amistad con Dios; es la Víctima elegida para ser ofrecida en reparación por nosotros. Y podríamos detenernos horas sobre este tema, demostrando y explicando esta realidad tan profunda, pues son muchísimas las citas y las referencias que hay a lo largo de todas las Escrituras que hacen mención al Cordero de Dios, es decir, a Cristo entregado, a Cristo sacrificado, al Cordero clavado en cruz.

Pero las palabras que siguen inmediatamente son también de muchísimo valor y de un gran alcance. Dice en efecto el Bautista: “que quita el pecado del mundo”; lo cual es lo mismo que decir que “vence”, que “destruye” el pecado del mundo; y eso significa que Cristo con su Encarnación, su muerte en cruz y su Resurrección venció al pecado y al demonio, y con él a todas las tentaciones y tinieblas.

El que quita el pecado del mundo

El Cordero de Dios con su muerte en Cruz destruyó el pecado. Y este hecho, esta verdad, nos toca a nosotros directamente, tiene una significación que tenemos que saber y vivir cotidianamente y es que, nosotros no podemos desesperar o temer el pecado como algo más fuerte y superior a nosotros, y pensar que somos incapaces de vencer al pecado y las tentaciones, Él ya las venció, Él ya mató el pecado por nosotros y con nosotros. Esta idea la expresa con una pluma exquisita el gran doctor san Juan de Ávila en uno de sus sermones:

“Pues ¿por qué desesperas, hombre, teniendo por remedio y por paga a Dios humanado, cuyo merecimiento es infinito? Y muriendo, mató nuestros pecados, mucho mejor que muriendo Sansón murieron los filisteos (como relata el libro de los jueces)[3]. Y aunque tantos hubiésedes hecho tú como el mismo demonio que te trae a desesperación, debes esforzarte en Cristo, Cordero de Dios, que quita los pecados del mundo[4]; del cual estaba profetizado que había de arrojar todos nuestros pecados en el profundo del mar (como dice el profeta Miqueas)[5], y que había de ser ungido el Santo de los santos, y tener fin el pecado, y haber sempiterna justicia (como dice el profeta Daniel)[6]. Pues si los pecados están ahogados, quitados y muertos, ¿qué es la causa por que enemigos tan flacos y vencidos te vencen, y te hacen desesperar?[7].

Debemos esforzarnos en Cristo dice hermosamente el santo, y llama la atención que use el término “esforzarse”, verbo que viene del compuesto del latín, “ex” que significa hacia fuera o intensificación y “fortis” que significa fuerza, fuerte: “sacar fuerzas hacia fuera”; y que según la Real Academia Española tiene los siguientes otros significados[8]:

1º Como verbo activo transitivo: dar o comunicar fuerza o vigor.

2º Infundir ánimo o valor.

3º Como verbo neutro intransitivo: tomar ánimo.

4º Como verbo pronominal: Hacer esfuerzos física o moralmente con algún fin.

5º Asegurarse y confirmarse en una opinión.

Con lo cual está diciendo:

1º) Que Cristo nos da la fuerza y el vigor, que nuestra fuerza está en Cristo, en ese niño que el profeta Isaías llama el Dios Fuerte[9], Él es nuestra fuerza ante el pecado, ante las tentaciones, ante las dificultades de la vida cotidiana, de la vida religiosa, de la vida del monje y de la vida familiar de ustedes. Problemas y dificultades las hemos tenido, las tenemos y las tendremos siempre, pero Él es nuestra fuerza, nuestro vigor y con Él ya las hemos superado y las superaremos.

2º) En Cristo nos infundimos y en Él fundamos nuestro ánimo, nuestro valor.

3º) De Él tomamos ánimo y valor.

4º) Por Él y en Él debemos hacer todos nuestros esfuerzos físicos y morales.

5º) Y en Él, por último, nos aseguramos y confirmamos, Él es nuestra seguridad.

Todo lo cual no es no es otra cosa que estar íntimamente unidos a Cristo, estar en compañía de Cristo, en tenerlo por nuestro íntimo amigo.

Y entonces surge la pregunta naturalmente. ¿Cómo tenerlo a Cristo por amigo? ¿Quién es el que tiene a Cristo por íntimo amigo? Amigo es aquel que trata asiduamente con Él a lo largo de todo el día, principalmente en la oración, en la lectura de la Sagradas Escrituras y sobre todo en la Eucaristía, en la Santa Misa y en la Adoración del Santísimo Sacramento: ése es el que se esfuerza en Cristo. Es lo que había entendido perfectamente aquel gran español misionero en Alaska, gran hombre de Dios como lo han sido tantos otros de nuestra querida Madre España, me refiero al P. Segundo Llorente… en una carta a un tal Ceferino que decía: Serás infeliz y vivirás días aciagos y meses amargos y miserables si no tienes la dicha de intimar mucho con Jesucristo.

Para ti Jesucristo no es ni puede ser algo indiferente. Para ti tiene que ser la luz de tus ojos, el aliento que te sostiene, el motivo de tus obras, el Amigo con quien tienes que estar en comunicación constante, la piedra filosofal que te convierta en dulzuras todas las hieles inherentes a la vida en las lomas del Polo Norte.

Los esquimales miran al sagrario a bulto y no ven. 

Tú tienes que ver a Jesús allí presente, vivo, interesadísimo por ti, deseoso de hablarte al corazón y de aliviarte las penas, tan llenos de gracias sus brazos y manos que se le derraman y caen al suelo por no haber quien las reciba, tan agradecido porque te entregaste a él sin reserva, que cuando te lo dé a sentir te vas a quedar estupefacto[10].

Seguir de cerca a Cristo

Tenemos que decir entonces que el secreto para vencer el pecado, superar las tentaciones, sobrellevar las cruces de cada día, y superar los problemas de toda mi vida es absolutamente necesaria la cercanía de Cristo, es decir, el luchar en y con Cristo; con sus fuerzas, pues Él es el Cordero de Dios que quita, que mata, que destruye el pecado.

Resumiendo y en labios de San Juan de Ávila, tenemos que esforzarnos en Cristo, y en todo momento, todos los días de nuestra vida hasta el último minuto, y el modo por excelencia de unirse al Amigo, de intimidar con Él en lo más profundo, es uniéndonos a Él en los sufrimientos: muriendo con Cristo clavados en Cruz,  como lo dice hermosamente santa Teresa Benedicta de la Cruz:

“El Cordero tuvo que ser matado para ser elevado sobre el trono de la gloria, así el camino hacia la gloria conduce a todos los elegidos para «el banquete de bodas» a través del sufrimiento y de la cruz. El que quiera desposar al Cordero tiene que dejarse clavar con él en la cruz. Para esto están llamados todos los que están marcados con la sangre del Cordero (cf. Ex 12,7), y éstos son todos los bautizados. Pero no todos entienden esta llamada y la siguen”[11].

 Pidámosle a la Santísima Virgen María, que fue quien mejor supo – y de la manera más profunda e íntima-, tratar con su Hijo Jesucristo; y que se clavó en el alma en la cruz con su Hijo en el Gólgota, que nos enseñe, que nos guie y acompañe en nuestro intimar con Cristo en ese esforzarnos y unirnos a Él por medio de nuestros sufrimientos, por medio de la Cruz.

P. Agustín Prado, IVE


[1] Mateo 11,11.

[2] Juan 1,29.

[3] Jueces 16,30.

[4] Juan 1,29.

[5] Miqueas 7,19.

[6] Daniel 9,24.

[7] Juan de Ávila, Audi Filia: Ha quitado el pecado, ¿por qué te dejas vencer? Capítulo 19, in fine.

[8] Real Academia Española, significado de esforzar, esforzarse.

[9] Isaías 9,6.

[10] Segundo Llorente, En las lomas del Polo Norte, carta a un seminarista (Ceferino).

[11] Teresa Benedicta de la Cruz [Edith Stein], Obras Completas (14-09-1940): ¿Por qué eligió el Cordero como símbolo?

«El Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (Jn 1,29) Las Bodas del Cordero.

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