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Cada vez hay más países que emiten leyes contrarias a los principios morales objetivos. Pensemos por ejemplo en las leyes a favor del aborto, o toda la normativa educacional a favor de la ideología de género. Evidentemente para un católico es complicado coexistir en una sociedad en que esas ideas no solo tienen amplio apoyo en la opinión pública, sino que además tienen fuerza de ley. Siendo este el escenario en que vivimos, quiero proponer dos acciones que me parece son claves:

1° Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres (Hechos 5, 29)

La respuesta de Pedro ante el Sanedrín es claramente nuestra respuesta. Pero a ella no se llega tan rápido, por varios motivos:

  1. a) Es propio del que tiene poder dictar leyes civiles. Y lo propio a su vez de la ley civil es que se puede exigir su cumplimiento mediante la fuerza. Si esto no fuera así, estaríamos frente a una ley moral -que atañe a la conciencia-, pero no frente a una ley civil.
  2. b) El principio por el cual quien tiene el poder y gobierna puede a su vez emitir leyes que deben ser obedecidas es propio de nuestra religión. Por ejemplo, encontramos en el Catecismo:

«… Se llama “autoridad” la cualidad en virtud de la cual personas o instituciones dan leyes y órdenes a los hombres y esperan la correspondiente obediencia.

“Toda comunidad humana necesita una autoridad que la rija” (cf León XIII, Carta enc. Diuturnum illud; Carta enc. Inmortale Dei). Esta tiene su fundamento en la naturaleza humana. Es necesaria para la unidad de la sociedad. Su misión consiste en asegurar en cuanto sea posible el bien común de la sociedad»[1].

E incluso, San Pablo pide someterse a las autoridades: “Sométanse todos a las autoridades constituidas, pues no hay autoridad que no provenga de Dios, y las que existen, por Dios han sido constituidas. De modo que, quien se opone a la autoridad, se rebela contra el orden divino, y los rebeldes se atraerán sobre sí mismos la condenación”[2].

Pero, aún visto de otra forma el asunto no es tan sencillo: pensemos qué pasaría si cada persona que en conciencia decide que tal o cual ley a él no le es exigible, pudiera con el solo hecho de enarbolar ese argumento, quedar eximido de la ley. Alguno podría decir: en conciencia no estoy obligado a parar en luz roja, o en conciencia estoy obligado a matar a una persona, o en conciencia estoy obligado a quemar una clínica de abortos, etc. Si fuera así de simple alegar el incumplimiento de la ley, la sociedad sería un desastre, porque en definitiva lo que habría es una tiranía de la subjetividad. El sujeto y sus caprichos convertidos en la norma de las normas. Puro subjetivismo.

Por eso los casos de objeción de conciencia como mecanismo lícito para eximirse del cumplimiento de una ley son delicados y excepcionales. No es tan simple eximirse del cumplimiento de la ley.

Pero, es cierto que debemos obedecer a Dios antes que a los hombres. Y ¿dónde radica la línea que diferencia una desobediencia lícita de una ilícita? En ningún otro lugar que en la razón. Santo Tomás lo explica de este modo:

«La legislación humana sólo posee carácter de ley cuando se conforma a la justa razón; lo cual significa que su obligatoriedad procede de la ley eterna. En la medida en que ella se apartase de la razón, sería preciso declararla injusta, pues no verificaría la noción de ley; sería más bien una forma de violencia»[3]

Cuando una ley se conforma con la razón a su vez se conforma con la ley eterna. Digámoslo en una imagen: la ley razonable no se opone al prediseño de Dios, y por eso es obligatoria. En cambio, cuando una ley no es razonable, pierde su obligatoriedad. Y con esto llegamos al segundo punto que quería destacar.

2° Los principios morales objetivos

EL Papa Benedicto XVI, en Inglaterra exponía respecto la fundamentación ética de las decisiones políticas, y la misión de la Iglesia. Decía:

¿Dónde se encuentra la fundamentación ética de las deliberaciones políticas? La tradición católica mantiene que las normas objetivas para una acción justa de gobierno son accesibles a la razón, prescindiendo del contenido de la revelación. En este sentido, el papel de la religión en el debate político no es tanto proporcionar dichas normas, como si no pudieran conocerlas los no creyentes. Menos aún proponer soluciones políticas concretas, algo que está totalmente fuera de la competencia de la religión. Su papel consiste más bien en ayudar a purificar e iluminar la aplicación de la razón al descubrimiento de principios morales objetivos. Este papel “corrector” de la religión respecto a la razón no siempre ha sido bienvenido, en parte debido a expresiones deformadas de la religión, tales como el sectarismo y el fundamentalismo, que pueden ser percibidas como generadoras de serios problemas sociales. Y a su vez, dichas distorsiones de la religión surgen cuando se presta una atención insuficiente al papel purificador y vertebrador de la razón respecto a la religión[4].

El texto es magnífico, los católicos no pedimos ser eximidos del cumplimiento de una ley por el hecho de que somos católicos, sino porque “las normas objetivas para una acción justa de gobierno son accesibles a la razón”. Es la razón el punto en donde se fundamenta la ética de una deliberación política que luego será norma. Y como la razón es universal, desde ella podemos oponernos a una ley por ser injusta e irracional.

Siguiendo con lo que dice el Papa Benedicto XVI. A veces a quienes profesamos una religión nos tachan de sectarismo y fundamentalismo. Y es cierto que algunas personas viven la religión de esa manera: las órdenes de los líderes religiosos no se someten a las normas objetivas que son accesibles a la razón, sino que se debe obedecer porque obedecer es bueno. Y, por otra parte, se oponen a lo que su religión les pide porque “nosotros nos oponemos a eso”. No hay mucha diferencia con los hinchas incondicionales de un equipo de fútbol.

Por eso creo que la misión concreta que tenemos respecto las leyes injustas que cada vez tienen mayor cabida en muchas sociedades, además de resistirlas, es ayudar a purificar e iluminar la aplicación de la razón al descubrimiento de principios morales objetivos, tal como nos encomendara el Papa Benedicto XVI.

 

Miguel Ángel Contreras


 

[1] Catecismo 1897 y 1898

[2] Rm 13, 1-2; cf 1 P 2, 13-17

[3] Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, 1-2, q. 93, a. 3 ad 2

[4] Dado en Westminster Hall, City of Westminster. Viernes 17 de septiembre de 2010

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Comentarios 1

  1. Uvilda Esmeralda Rodríguez Rios dice:

    Gracias por compartir estos textos maravilloso
    Que Dios los bendiga 🙏🙏👏

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