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MATEO: ¿TESTIMONIO OCULAR DE LA PASION DE CRISTO?

Introducción        

Cristo crucificado de Velázquez – Institute of Art – Chicago (US)

Sobre la composición de los evangelios muchas teorías han sido formuladas como mínimo a partir de mediados del siglo XVIII, aunque muchos de los presupuestos de estas teorías se habían dado por sentado mucho antes, seguramente desde la Reforma Protestante.

La vida de Jesús, de Reimarus, fue quizás la primera obra que inició de modo formal, la concepción “racionalista” de la crítica bíblica aplicada a los evangelios canónicos (en el mundo bíblico en general, ya se había planteado esa visión un siglo antes por manos del filósofo holandés B. Spinozza y el sacerdote oratoriano R. Simón). Esa “vida de Jesús”, seguida por varias más con el mismo título, colocará a Jesús como un mero “predicador del Reino de Dios”, cuyas expectativas no se realizaron según él lo planeaba. Dicha predicación del reino se llevó a cabo con una tonalidad política (Jesús predicaba un reino político, que no llegó a concretarse: Hess, Reinhard, Herder, Venturini) o bien escatológica (Jesús predicaba un reino que vendría muy pronto desde el cielo, con el poder de Dios, cosa que tampoco se realizó: Colani, Weiss, Schweitzer). En cualquiera de ambos casos, la vida del Jesús real habría tenido muy poco que ver con lo que cuentan los evangelios. Estos habrían sido escritos mucho más tardíamente, mediante la elaboración de un “mito” (D. Strauss; siglo XIX), o sea, inventando la mayoría de las narraciones de los hechos y milagros de Jesús en base a la “teología” de fondo que se pretendía desarrollar; así surgirá toda la escuela exegética de Tubinga, en Alemania, más la famosa vida de Jesús del sacerdote Renán y la división entre “Cristo de la historia” y “Cristo de la Fe”, de R. Bultmann.

            Teniendo muchas de esas ideas como fondo, y suponiendo que los evangelios habrían sido escritos tardíamente, se debatió también alrededor de la llamada “cuestión sinóptica” – que en realidad había sido abordada ya por los padres de la Iglesia, aunque según una óptica diversa, de Fe – que consistía en la necesidad de explicar las divergencias y aparentes contradicciones entre los llamados evangelios sinópticos. Varias teorías surgieron al respecto, siendo la más difundida la llamada de las “dos fuentes”: Las primeras redacciones habrían sido la del evangelio de Marcos, en una versión parecida a la actual, por ser el evangelio más corto y más simple, y una llamada “fuente Q” (Quelle), que contendría sobre todo los largos “discursos de Jesús” que se encuentran en los evangelios de Mateo y de Lucas, y de la cual estos habrían tomado dicha información. Con mayores o menores matices a favor o en contra, esta es la opinión que mayoritariamente se sigue manteniendo en muchos círculos exegéticos, universidades y centros de enseñanza. Por supuesto que una tal formulación, además de suponer de por sí una composición tardía de los evangelios, priva a los evangelistas de su carácter de testigos oculares.

A partir de 1980, el surgimiento de la corriente llamada Third Quest, especialmente de parte de estudiosos como J. Jeremias y B. Gerhardsson, subrayó la necesidad de atender a los “criterios de credibilidad histórica de los evangelios canónicos”, es decir, todos los elementos de los mismos que hacen directa referencia a la historicidad de los hechos allí relatados, y a su carácter típicamente palestino – judaico, o sea, en cuanto insertados en el ambiente cultural en que Jesús vivió y predicó. Aunque mucho más adaptada a reconocer un carácter de historicidad y de verdad sobre los evangelios, la Third quest no termina de resolver todas las cuestiones, en especial las de las diferencias entre los evangelios y la autenticidad de todo lo relatado en ellos, aunque da las pautas para afirmar la historicidad de los hechos relatados en común.

Con este propósito, queremos remarcar, muy brevemente, algunos detalles del relato de la Pasión en el evangelio de Mateo que pueden ayudar a dar luz sobre los criterios de historicidad, autenticidad y calidad de testigo ocular de la misma, tal como ha sido sostenida por la tradición de la Iglesia y los documentos magisteriales, hoy olvidados. Algunos han aportado ya mucha luz al respecto, sobre todo mediante los estudios de los semitismos (expresiones o elementos lingüísticos que reflejan la lengua original de los evangelistas, hebreo o arameo), como el mismo Gerhardsson, J. Carmignac y otros. Queremos contribuir con algunos elementos que nos ha parecido ver en el relato de la Pasión según san Mateo.

Elementos narrativos

  1. a) Hasta el día de hoy:

            En la Pasión según San Mateo se lee dos veces una expresión que no aparece en los otros relatos evangélicos, aunque recurre en algunos libros del Antiguo y en los Hechos de los Apóstoles y en alguna carta de San Pablo. En Mt 27, 6-8, se afirma que Judas, desesperado de su traición, fue a arrojar en el Sinedrio el dinero habido por entregar a Jesús. Los judíos, afirmando que este era un precio de sangre, no podían utilizarlo para el templo, motivo por el cual decidieron comprar un campo: Después de deliberar, compraron el Campo del Alfarero para sepultura de extranjeros. Por eso aquel campo se llama hasta hoy, Campo de Sangre (Mt 27, 7-8).[1] La expresión “hasta hoy” (ἕως τῆς σήμερον) ha sido comúnmente entendida, por los intérpretes, como “hasta el tiempo en que se escribió el evangelio”.[2]

Lo mismo vuelve a repetirse con ocasión de la resurrección de Jesús. Los guardias fueron a referir a los escribas lo que habían visto (la aparición de los ángeles, el temblor, el remover de la piedra), y estos le dieron dinero para que difundieran una mentira; o sea, que los apóstoles habían venido y habían quitado la piedra y llevado el cuerpo consigo. El texto afirma: Ellos aceptaron el dinero y siguieron las instrucciones recibidas. Así se difundió ese cuento entre los judíos hasta [el día de] hoy (Mt 28,15). La expresión en este caso es: μέχρι τῆς σήμερον [ἡμέρας], que también se traduce “hasta el día de hoy”, con un matiz ligeramente diverso que bien podría deberse a diferencias de traducción desde el arameo original.[3]

En ambos casos se trata de una noticia relacionada con Jesús, su sepultura y resurrección. Algo que si bien no era parte de la tradición antigua de Israel como nación, fue seguramente muy sabido y comentado durante aún largos años en el siglo I. Pero eso tuvo ciertamente un límite: En el año 69-70 d.C., la destrucción de Jerusalén y aledaños por parte de las legiones romanas no dejó casi habitantes judíos en dicha región, ni restos de recuerdos o tradiciones judías visibles. Incluso la Pascua no pudo celebrarse más y el mismo templo quedó destruido. La desolación se volverá todavía más terrible después del 132 d.C., cuando el emperador Adriano, victorioso en una segunda guerra palestina, comenzará a reconstruir la ciudad con una traza y en un modo absolutamente pagano, cancelando todo resto aún visible que hiciera recordar las tradiciones judías.

La comunidad judeo- cristiana también dejó Jerusalén antes de la guerra del 69-70, por lo cual, los recuerdos de todo lo que podía girar alrededor de la vida de Cristo y que aún no contaba con el respaldo edilicio o arqueológico que tendrá siglos más tarde, también fueron cancelados, al menos por mucho tiempo. De modo que las dos recurrencias de la expresión “hasta hoy” en Mateo que hemos visto y que se refieren a hechos relacionados con la vida de Cristo, sólo tienen sentido si las consideramos redactadas antes el año 70 d.C., y probablemente por un testigo ocular de los hechos, que algunos años más tarde no hace más que recordar que hasta dicho momento, los recuerdos todavía existían como tales. La tradición ha siempre mantenido que el evangelio de Mateo se dirigía a cristianos provenientes del judaísmo, para los cuales dichas expresiones si tenían pleno sentido. Pero eso supone que la mayoría de los fieles judeo- cristianos residían aún en Palestina, donde dichos recuerdos se mantenían mucho más vivos y latentes. No sería pensable que hayan sido escritas después de la dispersión del año 70, cuando la diáspora judeo- cristiana se había ya desperdigado. Lo que sí decimos es que el texto griego de Mateo, haya sido traducido en el tiempo que sea, mantuvo la fidelidad al texto original, y por lo tanto dejó las expresiones en su lugar limitándose a traducirlas con los matices que hemos visto.[4]

La expresión en cuestión (“hasta hoy”) no es ajena al Antiguo Testamento. En los libros en donde se la encuentra, si bien no son muchos, parece recurrir más de una vez. Así, en Génesis por ejemplo: Es la piedra conmemorativa del sepulcro de Raquel, que dura hasta hoy (Gen 35,20); Jacob bendiciendo a su hijo José: El Dios que fue mi pastor desde mi nacimiento hasta hoy (Gen 48,15).

Moisés vuelve a recordar al pueblo en el desierto, las hazañas de Dios al sacarlos de la tierra de Egipto: Lo que hizo al ejército egipcio, a sus carros y caballos, cuando los perseguían y precipitó sobre ellos las aguas del Mar Rojo y acabó con ellos, hasta el día de hoy (Dt 11,4);[5] la sepultura de Moisés: Lo enterraron en el valle de Moab, frente a Bet Fegor, y hasta el día de hoy nadie ha conocido el lugar de su tumba (Dt 34,6); Josué destruye la ciudad de Ay: Incendió la ciudad, reduciéndola a un montón de escombros, que dura hasta hoy (Jos 8,28).

En el Nuevo Testamento, las recurrencias de la expresión son muy significativas; Pedro en el discurso de Pentecostés y también San Pablo, advirtiendo contra los peligros de los que querían retornar a las prácticas de la vieja ley: El patriarca David murió y fue sepultado, y su sepulcro se conserva hasta hoy entre nosotros (Pedro en Pentecostés; cfr. Hch 2,29); hasta el día de hoy, cuando leen a Moisés, un velo les cubre la mente (San Pablo en 2Cor 3,15).[6] En ambos casos, el contexto es netamente judaico y nadie duda, aún que refleja un ambiente judeo-cristiano muy anterior al año 70.

  1. b) El lugar llamado “Gólgota”:

            Mateo presenta de este modo el comienzo de la crucifixión de Nuestro Señor, al llegar al monte del Calvario: Llegaron a un lugar llamado Gólgota, es decir, Lugar de la Calavera (Mt 27,33). En este caso coincide con Marcos, quien presenta una expresión similar: Lo condujeron al Gólgota, que significa Lugar de la Calavera (Mc 15,22). Ambos presentan el nombre en arameo y su traducción respectiva. En este sentido, se diferencian bastante de lo que presenta San Lucas, quien afirma: Cuando llegaron al lugar llamado La Calavera… (Lc 23,33).

Lucas presenta el nombre traducido, en griego, sin mayores aclaraciones. No sería difícil colegir que si Mateo y Marcos han dejado el original, se deba en gran parte debido al recuerdo que dicho nombre suscitaba entre los cristianos de origen judío, familiarizados con el lugar.[7] Pero esto supone también un ambiente necesariamente anterior al año 70. Es sabido que entre el 41-44 d.C., el rey Herodes Agripa emprendió la construcción de un tercer muro de la ciudad de Jerusalén, el cual es mencionado por Flavio Josefo, quien también habla de la zona o barrio llamado Bezetha construido sobre la elevación de dicho nombre, hacia el norte de la ciudad, pero que nunca llegó a ser densamente poblado.[8] En la maqueta oficial que presenta Jerusalén antes de la destrucción romana del 70, que se encuentra en el jardín del lujoso hotel “Holy Land” de la Jerusalén nueva, puede observarse la planta de dicho sector, salpicado con escasas construcciones y con la pequeña elevación del Calvario todavía en su lugar. O sea, que aún la opinión arqueológica actual – en su inmensa mayoría no creyente – reconoce como un dato totalmente cierto que el monte del Calvario era un lugar reconocido como de culto judío-cristiano antes del año 70 (ciertamente que lugar de culto informal y al cual se asistía esporádicamente por temor a la represalia de los otros judíos). Por lo tanto, la mención del nombre arameo Gólgota era sin duda significativa para dicho culto, pero esto tiene que haber sido hasta el año 70 como fecha límite, porque – como hemos señalado – los judeo-cristianos abandonaron después el lugar masivamente.

La disputa por la precedencia entre Mateo y Marcos no es de importancia – si bien la tradición ha sido casi unánime en atribuir la precedencia a Mateo -, pues en este caso simplemente interesa que la expresión como tal se presenta ciertamente como anterior al año 70.

Piedad de Miguel Angel – Basílica de San Pedro al Vaticano

c) Eli, Eli, lema sabactani:

            El grito de Jesús en la Cruz es el último elemento que queremos vivificar. Sólo es citado por Mateo y por Marcos, aunque con sutiles diferencias entre ambos: Jesús gritó con voz potente: Elí, Elí, lema sabactani, o sea: ¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado? (Mt 27,46); Jesús gritó con voz potente: Eloi, eloi, lema sabactani, que significa: ¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado? (Mc 15,34).

            La diferencia es mínima, aunque significativa. Son iguales la introducción y la traducción de la expresión, pero existe una pequeña diferencia en la citación del arameo. Podemos colegir que se trate de arameo y no hebreo, pues el texto masorético (hebreo) del salmo 22(21), 2, donde la expresión aparece originalmente, en realidad lee: Elí, Elí, lama ‘azavtani, o sea, con un diferente verbo y con diferente vocalización de la preposición. La biblia griega (versión Septuaginta) traduce directamente la expresión del salmo y coincide con la traducción reportada por los evangelistas, más aún con la de Mateo en cuanto a las proposiciones usadas, pero con Marcos en el uso del nominativo las dos veces para “Dios mío”. En tal caso, esto último solo prueba que las versiones griegas de Mateo y de Marcos calcan la LXX, aunque probablemente, el hecho que Mateo traduzca más enfáticamente el ¡Dios mío, Dios mío!, con vocativo ambas veces, y que reporte Elí en lugar de Eloi en la frase aramea – lo cual coincide con el hebreo más que con el arameo – es probablemente una buena señal para determinar que la expresión de Mateo busca ser más familiar y reconocida por el ambiente judeo-cristiano que la de Marcos, lo cual nos vuelve a poner otra vez como límite de composición los años 69-70 d.C., por las razones aludidas.

Conclusión

            Los arameísmos – o para ser más genéricos, semitismos – del evangelio de Mateo, y no sólo de él, han sido en general ya estudiados. Expresiones enteras, y hasta los temas tratados – como la frecuencia y variedad con que se habla de “reino de Dios, de los cielos”, etc., y hasta palabras enteras (como Racca, Gehenna, etc.) permiten asumir que se el evangelio de Mateo refleja un muy definido estilo semítico en su redacción. Y si tomamos todos los indicios juntos, incluso aquellos que hemos presentado, nos ponen delante de un panorama todavía más favorable a la composición aramea del evangelio de Mateo, opinión fuertemente defendida en la tradición patrística.[9]

            La Pasión de Cristo, en Mateo, bien detallada y realista en sus expresiones, nos presenta aún mayores indicios del carácter de testimonio ocular que los evangelios muestran profusamente, por más que una buena parte del ‘establishment’ exegético moderno se empeñe en negarlo.

 

[1] El evangelista cita el cumplimiento de la profecía de Jeremías: Así se cumplió lo que profetizó Jeremías: Tomaron las treinta monedas, precio del que fue tasado, del que tasaron los israelitas, y con ello pagaron el campo del alfarero; según las instrucciones del Señor (Mt 27, 9-10).

[2] Así por ejemplo San Tomás de Aquino, en su comentario: Super Evangelium S. Matthaei lectura, C. XXVII, 9; lecc. 1 [2320].

[3] Y sería una prueba más de la veracidad de la opinión de los antiguos escritores eclesiásticos y Padres de la Iglesia (como Papías, Panteno, San Ireneo), que afirmaban que el evangelio de Mateo fue primero escrito en arameo o hebreo.

[4] Lo que coincide con las declaraciones de la Pontificia Comisión bíblica (PCB) acerca de la autenticidad del evangelio de Mateo (http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/pcb_documents/rc_con_cfaith_doc_19110619_vangelo-matteo_it.html) del 19/6/1911.

[5] Tomado al pie de la letra, significa que el ejército del Faraón sentía todavía los efectos de su derrota y total aniquilación, hundidas todas sus fuerzas en el mar Rojo. Si el autor escribió coherentemente, esto es una prueba bastante fehaciente que el texto es muy temprano, porque describe una situación todavía actual. Sostener esto va contra toda la corriente del mundo exegético moderno, que habla de un redactor deuteronomista, que vivió seguramente en la época de la tarda monarquía de Israel (s. VIII a.C.), o sea, cientos de años después del cruce del Mar Rojo, aun aceptando la datación más tardía en boga.

[6] Otra recurrencia de San Pablo es en Filipenses, cuando agradece los que colaboraron en la difusión del evangelio: Pensando en la colaboración que prestaron a la difusión de la Buena Noticia, desde el primer día hasta hoy (Flp 1,5).

 

[7] También Juan lo menciona pero con un matiz diverso: Jesús salió cargando él mismo con la cruz, hacia un lugar llamado La Calavera, en hebreo Gólgota (Jn 19,17). El texto presenta el nombre en griego en primer lugar. El hecho que afirme explícitamente que en lengua hebrea se dice de tal modo bien puede ser una evocación de algo que ya no era familiar para el público a quien se dirigía el evangelio. La tradición siempre ha sostenido que el evangelio juaneo fue el último en ser compuesto, después del año 90 d.C. y probablemente en Éfeso, Asia menor. Las circunstancias de lugar y tiempo eran ya muy distintas.

[8] Josefo lo llama “ciudad nueva”: cfr. De Bello Iudaico, V, 4,2.

[9] El testimonio de Eusebio de Cesarea en su Historia ecclesiastica, VI, 25,3 [EP 503], y reportando el testimonio de San Ireneo en V, 8, 2-4 (Dicho testimonio en Adv. Haer. III, 1,1; [EP 208]).

 

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