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Los hombres de ciencia y Dios 17.07.85

1. Es opinión bastante difundida que los hombres de ciencia son generalmente agnósticos y que la ciencia aleja de Dios. ¿Qué hay de verdad en esta opinión?
Los extraordinarios progresos realizados por la ciencia, particularmente en los últimos dos siglos, han inducido a veces a creer que la ciencia sea capaz de dar respuesta por si sola a todos los interrogantes del hombre y de resolver todos los problemas. Algunos han deducido de ello que ya no habría ninguna necesidad de Dios. La confianza en la ciencia habría suplantado a la fe.
Entre ciencia y fe -se ha dicho- es necesario hacer una elección: o se cree en una o se abraza la otra. Quien persigue el esfuerzo de la investigación científica, no tiene ya necesidad de Dios; y viceversa, quien quiere creer en Dios, no puede ser un científico serio, porque entre ciencia y fe hay un contraste irreducible.

2. El Concilio Vaticano II ha expresado una condición bien diversa. En la Constitución Gaudium et Spes se afirma: ´La investigación metódica en todos los campos del saber, si está realizada de una forma auténticamente científica y conforme a las normas morales, nunca será en realidad contraria a la fe, porque las realidades profanas y las de la fe tienen su origen en un mismo Dios. Más aún, quien con perseverancia y humildad se esfuerza por penetraren los secretos de la realidad, está llevado, aun sin saberlo, como por la mano de Dios, quien, sosteniendo todas las cosas, da a todas ellas el ser´ (Gaudium et Spes, 36).
De hecho se puede observar que siempre han existido y existen todavía eminentes hombres de ciencia, que en el contexto de su humana experiencia han creído positiva y benéficamente en Dios. Una encuesta de hace cincuenta años, realizada con 398 científicos entre los más ilustres, puso de relieve que sólo 16 se declararon no creyentes, 15 agnósticos y 367 creyentes (cfr. A.Ey mieu, la part des croyants dans les progres de la science, 6ª ed., Perrin,1935, pág. 274).

3. Todavía más interesante y proficuo es darse cuenta de por qué muchos científicos de ayer y de hoy ven no sólo conciliable, sino felizmente integrante la investigación científica rigurosamente realizada con el sincero y gozoso reconocimiento de la existencia de Dios.
De las consideraciones que acompañan a menudo como un diario espiritual su empeño científico, sería fácil ver el entrecruzamiento de dos elementos: el primero es cómo la misma investigación, en lo grande y en lo pequeño, realizada con extremo rigor, deja siempre espacio a ulteriores preguntas en un proceso sin fin, que descubre en la realidad una inmensidad, una armonía, una finalidad inexplicable en términos de casualidad o mediante los solos recursos científicos. A ello se añade la insuprimible petición de sentido, de más alta racionalidad, más aún, de algo o de Alguien capaz de satisfacer necesidades interiores, que el mismo refinado progreso científico, lejos de suprimir, acrecienta.

4. Mirándolo bien, el paso a la afirmación religiosa no viene por si en fuerza del método científico experimental, sino en fuerza de principios filosóficos elementales, cuales el de causalidad, finalidad, razón suficiente, que un científico, como hombre, ejercita en el contacto diario con la vida y con la realidad que estudia. Más aún, la condición de centinela del mundo moderno, que entrevé el primero la enorme complejidad y al mismo tiempo la maravillosa armonía de la realidad, hace del científico un testigo privilegiado de la plausibilidad del dato religioso, un hombre capaz de mostrar cómo la admisión de la trascendencia, lejos de dañar la autonomía y los fines de la investigación, la estimula por el contrario a superarse continuamente, en una experiencia de autotranscendencia relativa del misterio humano.
Si luego se considera que hoy los dilatados horizontes de la investigación, sobre todo en lo que se refiere a las fuentes mismas de la vida, plantean interrogantes inquietantes acerca del uso recto de las conquistas científicas, no nos sorprende que cada vez con mayor frecuencia se manifieste en los científicos la petición de criterios morales seguros, capaces de sustraer al hombre de todo arbitrio. ¿Y quien, sino Dios, podrá fundar un orden moral en el que la dignidad del hombre, de todo hombre, sea tutelada y promovida de manera estable?
Ciertamente la religión cristiana, si no puede considerar razonables ciertas confesiones de ateísmo o de agnosticismo en nombre de la ciencia, sin embargo, es igualmente firme el no acoger afirmaciones sobre Dios que provengan de formas no rigurosamente atentas a los procesos racionales.

5. A este punto seria muy hermoso hacer escuchar de algún modo las razones por las que no pocos científicos afirman positivamente la existencia de Dios y ver qué relación personal con Dios, con el hombre y con los grandes problemas y valores supremos de la vida los sostienen. Cómo a menudo el silencio, la meditación, la imaginación creadora, el sereno despego de las cosas, el sentido social del descubrimiento, la pureza de corazón son poderosos factores que les abren un mundo de significados que no pueden ser desatendidos por quienquiera que proceda con igual lealtad y amor hacia la verdad.
Baste aquí la referencia a un científico italiano, Enrico Medi, desaparecido hace pocos años. En su intervención en el Congreso Catequístico Internacional de Roma en 1971, afirmaba: ´Cuando digo a un joven: mira, allí hay una estrella nueva, una galaxia, una estrella de neutrones, a cien millones de años luz de lejanía. Y, sin embargo, los protones, los electrones, los neutrones, los mesones que hay allí son idénticos a los que están en este micrófono. La identidad excluye la probabilidad. Lo que es idéntico no es probable. Por tanto, hay una causa, fuera del espacio, fuera del tiempo, dueña del ser, que ha dado al ser, ser así. Y esto es Dios.
´El ser, hablo científicamente, que ha dado a las cosas la causa de ser idénticas a mil millones de años-luz de distancia, existe. Y partículas idénticas en el universo tenemos 10 elevadas a la 85ª potencia… ¿Queremos entonces acoger el canto de las galaxias? Si yo fuera Francisco de Asís proclamaría: “Oh galaxias de los cielos inmensos, alabad a mi Dios porque es omnipotente y bueno! “Oh átomos, protones, electrones! “Oh canto de los pájaros, rumor de las hojas, silbar del viento, cantad a través de las manos del hombre y como plegaria, el himno que llega hasta Dios!´ (Atti del II Congreso Catechistico Internazionale, Roma, 20-25 septiembre de 1971, Roma, Studium, 1972, págs. 449-450).

El Dios de nuestra fe 24.07.85

1. En las catequesis del ciclo anterior he tratado de explicar qué significa la frase ´Yo creo´; que quiere decir ´creer como cristiano´. En el ciclo que ahora comenzamos deseo concentrar la catequesis sobre el primer artículo de la fe: ´Creo en Dios´ o, más plenamente: ´Creo en Dios Padre todopoderoso, creador.´. Así suena esta primera y fundamental verdad de la fe en el Símbolo Apostólico. Y casi id idénticamente en el Símbolo Niceno-Constantinopolitano: ´Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso, creador.´. Así el tema de las catequesis de este ciclo será Dios: el Dios de nuestra fe. Y puesto que la fe es la respuesta a la Revelación, el tema de las catequesis siguientes será ese Dios, que se ha dado a conocer al hombre, al cual ´se ha revelado a Sí mismo y ha manifestado el misterio de su voluntad´ (Cfr. Dei Verbum , 2).

2. De este Dios trata el primer artículo del ´Credo´. De el hablan indirectamente todos los artículos sucesivos de los Símbolos de la fe. En efecto, están todos unidos de modo orgánico a la primera y fundamental verdad sobre Dios, que es la fuente de la que derivan. Dios es ´el Alfa y el Omega´ (Ap 1, 8): El es también el comienzo y el término de nuestra fe. Efectivamente, podemos decir que todas las verdades sucesivas enunciadas en el ´Credo´ nos permiten conocer cada vez más plenamente al Dios de nuestra fe, del que habla el artículo primero: Nos hacen conocer mejor quién n es Dios en Sí mismo y en su vida íntima. En efecto, al conocer sus obras -la obra de la creación y de la redención-, al conocer todo su plan de salvación respecto del hombre, nos adentramos cada vez más profundamente en la verdad de Dios, tal como se revela en la Antigua y la Nueva Alianza. Se trata de una revelación progresiva, cuyo contenido ha sido formulado sintéticamente en los Símbolos de la fe. Al ir desplegándose los artículos de los Símbolos adquiere plenitud de significado la verdad expresada en las primeras palabras: ´Creo en Dios´. Naturalmente, dentro de los límites en los que el misterio de Dios es accesible a nosotros mediante la Revelación.

3. El Dios de nuestra fe. Aquel que profesamos en el ´Credo´, es el Dios de Abrahán, nuestro Padre en la fe (Cfr. Rom 4,12-16). Es ´el Dios de Isaac y el Dios de Jacob´ (Mc 12, 26), es decir, de Israel, el Dios de Moisés, y finalmente y sobre todo es ´Dios, Padre de Jesucristo´ (Rom 15, 6) Esto afirmamos cuando decimos ´Creo en Dios Padre.´. Es el único e idéntico Dios, del que nos dice la Carta a los Hebreos que ´muchas veces y en muchas maneras habló Dios en otro tiempo a nuestros padres por ministerio de los profetas; últimamente, en estos días, nos habló por su Hijo.´ (1, 1-2). El, que es la fuente de la palabra que describe su progresiva auto-manifestación en la historia, se revela plenamente en el Verbo Encarnado, Hijo eterno del Padre. En este hijo -Jesucristo- el Dios de nuestra fe se confirma definitivamente como Padre. Como tal lo reconoce y glorifica Jesús que reza: ´Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra.´ (Mt 11, 25), enseñando claramente también a nosotros a descubrir en este Dios, Señor del cielo y de la tierra, a ´nuestro´ Padre (Mt 6, 9).

4. Así, el Dios de la Revelación, ´Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo´ (Rom 15, 6) se pone frente a nuestra fe como un Dios personal, como un ´Yo´ divino inescrutable ante nuestros ´yo´ humanos, ante cada uno y ante todos. Es un ´Yo´ inescrutable, sí, en su profundo misterio, pero que se ha ´abierto´ a nosotros en la Revelación, de manera que podemos dirigirnos a El como al santísimo ´Tú´ divino. Cada uno de nosotros es capaz de hacerlo porque nuestro Dios, que abraza en Sí y supera y transciende de modo infinito todo lo que existe, está muy cercano a todos, y más aún, íntimo a nuestro más íntimo ser: ´Interior intimo meo´, como escribe San Agustín (Confesiones III, VI,11).

5. Este Dios, el Dios de nuestra fe, Dios y Padre de Jesucristo, Dios y Padre nuestro, es al mismo tiempo el ´Señor del cielo y de la tierra´, como Jesús mismo lo invocó (Mt 11, 25). En efecto, El es el creador.
Cuando el Apóstol Pablo de Tarso se presenta ante los atenienses en el areópago, proclama: ´Atenienses,. al pasar y contemplar los objetos de vuestro culto (Las estatuas de los dioses venerados en la religión de la antigua Grecia), he hallado un altar en el cual está escrito: ´al Dios desconocido´ Pues ese que sin conocerle veneráis es el que yo os anuncio. El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que hay en él, ese, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por mano de hombres, ni por las manos humanas es servido, como si necesitase algo, siendo El mismo quien da a todos la vida, el aliento y todas las cosas. El ., fijó las estaciones y los confines de las tierras por ellos habitables, para que busquen a Dios y siquiera a tientas le hallen, que no está lejos de cada uno de nosotros, porque en El vivimos, nos movemos y existimos.´ (Hech 17, 23-28).
Con estas palabras Pablo de Tarso, el Apóstol de Jesucristo, anuncia en el Areópago de Atenas la primera y fundamental verdad de la fe cristiana. Es la verdad que también nosotros confesamos con las palabras: ´Creo en Dios (en un solo Dios), Padre omnipotente, creador del cielo y de la tierra´. Este Dios -el Dios de la Revelación- hoy como entonces sigue siendo para muchos ´un Dios desconocido´. Es aquel Dios que muchos hoy como entonces ´buscan a tientas´ (Hech 17, 27). El es el Dios inescrutable e inefable. Pero es Aquel que todo lo comprende; en ´El vivimos, nos movemos y existimos´ (Hech 17, 28). A este Dios trataremos de acercarnos gradualmente en los próximos encuentros.

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Comentarios 1

  1. Araceli Moreno García dice:

    En El vivimos nos movemos y existimos, nos proporciona el aire el respiro, la reacción de todos nuestros sentidos. Lo Amo 🙏 es mi camino.

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