[Por Nicola Bux. Extracto de: Nicola Bux & Guido Vignelli, La Chiesa sinodale: Malintesi e pericoli di un “grande reset” ecclesiastico]
Propuesta de un nuevo humanismo… sin Jesucristo
El documento preparatorio del sínodo sobre la sinodalidad no oculta que quiere “diseñar e implementar un ‘nuevo humanismo’, promoviendo de manera sinodal la contribución de cada uno según sus ámbitos de compromiso y competencia”. Así que uno se pregunta si, en el curso del sínodo, se abordarán temas como la secularización, el ateísmo generalizado, el colapso de las vocaciones sacerdotales y religiosas, su formación, la vida moral y la vida de gracia como condiciones para recibir los sacramentos, la ignorancia religiosa, las obras de misericordia y caridad, etc. No parece haber rastro de nada de esto; en cambio, hay política, economía, justicia social, solidaridad, bien común, ecología sostenible, todo ello con el objetivo de lograr un “humanismo integral”. Surge una pregunta: ¿pero ya no basta el humanismo traído por Jesucristo, que, como dice san Ireneo, trajo toda novedad trayéndose a sí mismo (omnem novitatem attulit semetipsum afferens)?
Además, el documento propone diez núcleos temáticos: “compañeros de viaje, escuchar, tomar la palabra, celebrar, corresponsabilidad en la misión (como bautizados), diálogo en la Iglesia y la sociedad, diálogo con otras confesiones cristianas, autoridad y participación, discernir y decidir, formación en la sinodalidad”. El objetivo del próximo sínodo, como el del alemán, parece ser la democratización interna de la Iglesia. Nótese, de hecho, que la conversión y la evangelización están ausentes; sin embargo, el Concilio Vaticano II afirma que “la Iglesia es misionera por naturaleza” (Ad gentes 2), no sinodal; por tanto, bastaría con que siguiera el método evangélico adoptado por Jesús: el encuentro con el hombre en el ambiente donde vive, la llamada a seguirlo (vocación) en la Iglesia, que es precisamente con-vocación, enviándolo a la misión, mediante la palabra y la invitación a la conversión. En cambio, hemos pasado del eslogan de la Iglesia “toda ministerial” acuñado en tiempos de Pablo VI, a la Iglesia “toda sinodal” de Francisco.
En realidad, un sínodo no toma decisiones
Pero en Lumen Gentium 18 se afirma que la Iglesia es jerárquica, es decir, está regida por un “principio sagrado”, el orden sagrado, que tiene tres tareas: enseñar, santificar y gobernar; de lo contrario la Iglesia se convierte en cualquier otra cosa. La Iglesia no es sinodal por el hecho de reunirse en sínodo; el término “Iglesia conciliar” ya es impropio, porque la Iglesia no es un concilio permanente. El sínodo se parece en algo al concilio, pero a diferencia de este no es, al menos hasta ahora, deliberativo, sino sólo es representativo del colegio episcopal. De hecho, sólo el Papa y el colegio episcopal en unión con él pueden deliberar, porque son de institución divina, no una simple representación de los obispos, lo que acabaría privando de autoridad a las iglesias locales. Además, es bien conocida la diferencia entre el sínodo de los obispos y el sínodo diocesano, que incluye a los laicos, a semejanza de los sínodos de las Iglesias orientales.
Es cierto que la Iglesia es una realidad social, un coetus fidelium según Santo Tomás, que no se reduce a la jerarquía. A lo sumo esta debe distinguirse por una auténtica humildad y un sentido de la justicia, ya que la grandeza del orden sagrado está al servicio del auténtico culto que Cristo rinde al Padre en el Espíritu. Dicho esto, sin embargo, parece que en la sinodalidad se busca la solución a la crisis actual cayendo en la autorreferencialidad, a juzgar por la retórica que caracteriza tanta literatura sobre el tema: algunos han dicho que el próximo sínodo será el acontecimiento más importante desde el Vaticano II. El Instrumentum laboris, citando al Papa Francisco, muestra la hilacha en la conclusión: “Recordemos que la finalidad del sínodo, y por tanto de esta consulta, no es producir documentos, sino hacer nacer sueños, suscitar profecías” (32). Esta apelación a los sueños y a la imaginación manifiesta, por una parte, un infantilismo creciente en la Iglesia y, por otra, una sospecha ideológica de la razón y de la inteligencia de la fe. Los textos y análisis sobre el tema muestran las mismas características: un supuesto voluntarismo impulsor y una gran debilidad de fundamentación doctrinal e histórica. Según los autores, la palabra “sinodalidad” expresa el misterio mismo de la Iglesia, en su realidad fundamental, cuando en realidad sólo indica una pequeña parte del aparato institucional de la Iglesia. Olvidan que se trata del Cuerpo Místico de Jesucristo “extendido y comunicado”, como decía Mons. Bossuet, sacramento universal de salvación, es decir, al mismo tiempo signo e instrumento de redención, y no de un mega grupo de corresponsabilidad y escucha. La fe, ante todo, sigue siendo un encuentro personal y único con el Creador y Salvador.
¿Garantiza el sínodo la labor evangelizadora?
Llegados a este punto, uno se pregunta: ¿cómo podría la sinodalidad ser la garantía, incluso el vehículo de una mayor eficacia misionera? En efecto, hay que constatar la ausencia total de valoración de las diferentes experiencias sinodales llevadas a cabo después del Concilio, tanto universales (de las que quedan sobre todo las exhortaciones apostólicas que siguieron) como diocesanas (que produjeron documentos destinados al olvido). Tampoco se pone en duda su impacto misionero real, como la asistencia a la misa y al sacramento de la penitencia, la solicitud de bautismos, confirmaciones, unciones de enfermos y matrimonios, las vocaciones sacerdotales y religiosas, la renovación de los movimientos espirituales y educativos y de la acción católica, el fortalecimiento de la presencia cristiana en los ambientes políticos y culturales, en el tejido social, etc. Hay que concluir de ello que las asambleas sinodales han constituido un lugar de encuentro desprovisto de todo progreso misionero visible y mensurable, terminando por apelar a reformas consideradas absolutamente necesarias para revitalizar el tejido cristiano: ordenación sacerdotal de hombres casados, sacerdocio femenino, votaciones “democráticas” sobre el dogma y la moral, transformación de los concilios existentes en asambleas deliberativas, con el fin de lograr otra Iglesia, favoreciendo un cisma de hecho, aunque no declarado. Así, detrás de la sinodalidad se ocultan las mismas referencias que, en su momento, sirvieron para justificar la colegialidad (¡al menos los estudios de los años 60 que promovían la revolución en la Iglesia eran de otro nivel!). Es el derrumbe de la cultura católica y la vuelta a Babel. Ahora, con la sinodalidad, ¡pasamos de la tragedia a la farsa!
Comentarios 1
La importancia de conocer más profundamente la realidad de nuestra iglesia y la verdad dada por nuestro Señor Jesucristo.