Felipe III de España puso al Duque de Osuna al frente de la tierra de Nápoles. El Duque de Osuna fue a visitar la prisión el día de su festividad. Era tradición liberar a uno de los presos ese día. Antes de liberar a un preso, primero preguntaba a cada uno de ellos el motivo por el que estaban allí, para conocerlos mejor y poder tomar una buena decisión sobre liberar al que más se lo mereciera. Por supuesto, cada uno decía: «Soy inocente, estoy aquí por error». Sin embargo, hubo uno, que admitió que era culpable y que por justicia estaba allí.
Después de hablar con cada uno, tomó la decisión de a quién liberar e hizo el anuncio con cierta ironía: «Echad a este criminal de esta cárcel para que no corrompa a toda la gente buena que está aquí encerrada.»
La sinceridad y la honestidad siempre nos liberan, mientras que mentir o fingir siempre nos hacen permanecer en la cárcel, en la cárcel de nuestras pasiones. Por eso, la sinceridad y la honestidad siempre son beneficiosas para nosotros, aunque no siempre nos reporten beneficios prácticos como vimos en esta anécdota. A veces pensamos que es más beneficioso para nosotros ocultar la verdad, sobre todo cuando hablamos de nuestros errores y defectos, que decir la verdad. Sin embargo, esto no es cierto.
Si me acostumbro a ocultar mis errores y defectos o a justificarlos (que es una forma sutil de negarlos u ocultarlos) me convierto en esclavo de ellos porque no lucho contra ellos. Si no lucho contra ellos, como persona derrotada, permito que me dominen y me convierto en esclavo de ellos.
En cambio, la sinceridad nos da libertad de espíritu. Una persona sincera está libre de la astucia de fingir lo que en realidad no es. La sinceridad está relacionada con la verdad y la verdad, como dijo Nuestro Señor, os hará libres (Jn 8,32).
La sinceridad nos hace comprometernos con la verdad, en particular con la verdad sobre nosotros mismos que nos permite distinguir entre lo real y lo imaginario, lo que está bien y lo que está mal. La sinceridad ayuda a nuestra conciencia a llamarnos la atención cuando vamos a hacer algo malo. Por el contrario, la falta de sinceridad, poco a poco, acalla nuestra conciencia y hace que no preste atención ni condene nuestras malas acciones.
Sin embargo, la sinceridad también tiene sus límites. Un límite importante es la modestia o pudor. Ser sincero no significa que tenga que publicar mis pecados o contárselo todo a todo el mundo. Más bien, sinceridad significa decir lo correcto a la persona adecuada. Ambas cosas son importantes: no practico la virtud de la sinceridad cuando no digo lo correcto ni practico la virtud de la sinceridad cuando digo lo correcto a la persona equivocada.
Comentarios 2
Mil gracias por su dedicación y trabajo para la comunidad hispana grasias y que Dios les siga bendiciendo grande mente
El Señor Todopoderoso los bendiga
El transforma cada dia mi vida llena de tantos errores y pecados. Decir lo correcto a la persona correcta solo el Espiritu Santo sabe a quien.
Amen