Algunos de los escritores modernos más inteligentes tienen una estrecha costumbre contra la cual quisiera protestar. Consiste en negarse totalmente a expresar la opinión de los demás tal cual es y a considerarla según sus propios méritos. El escritor moderno debe suponer que es cuestión de elegir entre su propia opinión extrema y algo que está en la otra punta.
Hallé un ejemplo curioso en un libro excelente de Cicely Hamilton llamado Modern Germanies. Hacía referencia a la secta de los nudistas, que han renovado la vieja herejía de los adamitas y andan muy tranquilos sin ropa, y se toman muy en serio; como si la desnudez fuese un invento moderno. Creo que la señorita Hamilton en verdad vaciló un poco, pues sus instintos de persona civilizada la llevaron a reír, y sus instintos de progresista, a aplaudir. Entonces, ¿qué hace? Inmediatamente, repite la vieja historia de Pablo y Virginia, la novela muy artificial y sentimental del siglo XVIII, en la que la heroína se ahoga porque se niega a quitarse la ropa. Luego, agrega que, si «ella tuviera que elegir» entre Virginia y alguna chica alemana que encuentra más cómodo andar sin ropa, elegiría a ésta.
Pero, antes que nada, ¿por qué tendría ella que «elegir»? ¿Por qué no considera el nudismo por sus propios méritos, y la opinión que la gente cuerda tiene de la ropa también por sus propios méritos? Si tengo que juzgar a un borracho, lo haré sin tomar por los cabellos la comparación con un faquir loco que deliberadamente murió de sed en el desierto. Si tengo que juzgar a un avaro, lo llamaré avaro, a pesar de la existencia de un noble vienés loco y borracho, que arrojó diez mil monedas de oro a una alcantarilla. No alcanzo a entender por qué la señorita Hamilton recurre a una extravagancia para justificar otra.
En segundo lugar, si supone que Virginia representa la moral normal, tradicional o cristiana, probablemente esté muy equivocada. Muchas autoridades cristianas le dirán que su idea del sacrificio se acercaba mucho al pecado de suicidio. Porque Pablo y Virginia no se escribió en un período cristiano, sino en uno muy pagano, cuando la Francia prerrevolucionaria estaba enamorada de los estoicos paganos que no desaprobaban el suicidio. La historia misma se basa, en gran parte, en un viejo romance clásico. No puede tomarse como típico del cristianismo moderno, ni siquiera del medieval. Es justo recordar que, en este aspecto, Virginia es una heroína pagana, y Godiva, una heroína cristiana.
Finalmente, no estoy muy seguro de que elegiría a la muchacha alemana, aunque me obligaran a elegir. Podemos pensar que se hace un sacrificio a un código de honor equivocado, pero el sacrificio está ahí; y ahí reside el honor. No hay razones para suponer que la nudista sabe siquiera lo que significa honor para nosotros. Nada sabemos de ella, excepto que no sabe lo que para nosotros significa dignidad. Como muestra llana de psicología práctica, creo que es muy posible que la pobre muchacha equivocada, que murió por su dignidad, también moriría por su país, por sus amigos, por su fe, por su promesa o por cualquier obligación digna. De la otra mujer nada sabemos, excepto que (como el cerdo y los otros animales) se siente más cómoda sin ropa. A mí me parece que es un fundamento insuficiente para inspirar confianza moral.
* En «El hombre común y otros ensayos sobre la modernidad». Ed. Lohlé-Lumen, 1996.