El amor que nos mostró Jesucristo en la institución del Santísimo Sacramento del Altar – San Alfonso María de Ligorio

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Sabiendo Jesús que era llegada su hora de pasar de este mundo al Padre, como hubiese amado a los suyos, los amó hasta el extremo [1]. Sabiendo nuestro amantísimo Salvador que era llegada la hora de partir de esta tierra, antes de encaminarse a morir por nosotros, quiso dejarnos la prenda mayor que podía darnos de su amor, cual fue precisamente este don del Santísimo Sacramento.

Dice San Bernardino de Siena que las pruebas de amor que se dan en la muerte quedan más grabadas en la memoria y son las más apreciadas. De ahí que los amigos, al morir, acostumbren dejar a las personas queridas en vida un don cualquiera, un vestido, un anillo, en prenda de su afecto. Pero vos, Jesús, mío, al partir de este mundo, ¿qué nos dejasteis en prenda de vuestro amor? No ya un vestido ni un anillo, sino que nos dejasteis vuestro cuerpo, vuestra sangre, vuestra alma, vuestra divinidad y a vos mismo, sin reservaros nada. «Se te ha dado por entero -dice San Juan Crisóstomo-, no reservándose nada para sí».

Según el Concilio de Trento, en este don de la Eucaristía quiso Jesucristo como derramar sobre los hombres todas las riquezas del amor que tenía reservadas. Y nota el Apóstol que Jesús quiso hacer este regalo a los hombres en la misma noche en que éstos maquinaban su muerte [2]. San Bernardino de Siena es de la opinión de que Jesucristo, «ardiendo de amor a nosotros y no contento con aprestarse a dar su vida por nuestra salvación, se vio como forzado por el ímpetu del amor a ejecutar antes de morir la obra más estupenda, cual era darnos en alimento su cuerpo».

Por eso Santo Tomás llamaba a este sacramento sacramento de caridad, prenda de caridad. Sacramento de amor, porque sólo el amor fue el que impulsó a Jesucristo a darse a nosotros en él; y prenda de amor, porque si alguna vez dudáramos de su amor, halláramos de él una garantía en este sacramento. Como si hubiera dicho nuestro Redentor al dejarnos este don: ¡Oh almas!, si alguna vez dudáis de mi amor, he aquí que me entrego a vosotras en este sacramento; con tal prenda a vuestra disposición, ya no podréis tener duda de mi amor, y de mi amor extraordinario.

Más lejos va todavía San Bernardo al llamar a este sacramento amor de los amores, pues este don encierra todos los restantes dones que el Señor nos hizo, la creación, la redención, la predestinación a la gloria, porque, como canta la Iglesia, la Eucaristía no sólo es prenda del amor que Jesucristo nos tiene, sino también prenda del paraíso que quiere darnos. Por eso San Felipe Neri no acertaba a llamar a Jesucristo en el Santísimo Sacramento sino con el nombre de amor, y al cabo de su vida, cuando le llevaron el Viático, exclamó: «He aquí el amor mío, dame a mi amor».

Quería el profeta Isaías que por todas partes se pregonasen las amorosas invenciones de nuestro Dios para hacerse amar de los hombres [3]; pero ¿quién jamás se hubiera imaginado, si Dios no lo hubiera hecho, que el Verbo encarnado quedara bajo las especies de pan para hacerse alimento nuestro? «¿No suena a locura -dice San Agustín- decir: Comed mi carne y bebed mi sangre?». Cuando Jesucristo reveló a sus discípulos este sacramento que nos quería dejar, se resistían a creerlo y se apartaban de Él, diciendo: ¿Cómo puede éste darnos a comer su sangre? [4]. Duro es este lenguaje. ¿Quién sufre el oírlo? [5]. Pues bien, lo que los hombres no podían pensar ni creer, lo pensó y ejecutó el grande amor de Jesucristo. Tomad y comed, dijo a sus discípulos, y en ellos a todos nosotros; tomad y comed, dijo antes de salir a su pasión. Pero, ¡oh Salvador del mundo!, y ¿cuál es el alimento que antes de morir nos queréis dar? Tomad y comed -me respondéis-, éste es mi cuerpo [6]; no es éste alimento terreno, sino que soy yo mismo quien me doy todo a vosotros.

Oh, ¡y qué ansias tiene Jesucristo de unirse a nuestra alma en la sagrada comunión! Con deseo deseé comer esta Pascua con vosotros antes de padecer [7], así dijo en la noche de la institución de este sacramento de amor. Con deseo deseé: así le hizo exclamar el amor inmenso que nos tenía, comenta San Lorenzo Justiniano. Y, para que con mayor facilidad pudiéramos recibirle, quiso ocultarse bajo las especies de pan. Si se hubiera ocultado bajo las apariencias de un alimento raro o de subido precio, los pobres quedarían privados de él; pero no; Jesucristo quiso quedarse bajo las especies de pan, que está barato y todos lo pueden hallar, para que todos y en todos los países lo puedan hallar y recibir.

Para que nos resolviéramos a recibirle en la sagrada comunión, no sólo nos exhorta a ello con repetidas invitaciones: Venid a comer de mi pan y bebed del vino que he mezclado [8]. Comed, amigos; bebed y embriagaos, queridos [9], sino que también nos lo impone de precepto: Tomad y comed; éste es mi Cuerpo [10]. Y para inclinarnos a recibirle nos alienta con la promesa del paraíso: El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna [11]. El que come este pan vivirá eternamente [12]. En suma, a quien no comulgare, le amenaza con excluirlo del paraíso y lanzarlo al infierno: Si no comiereis la carne del Hijo del hombre y bebiereis su sangre, no tendréis vida en vosotros [13]. Estas invitaciones, estas promesas y estas amenazas nacen todas del gran deseo que tiene de unirse a nosotros en este sacramento.

Práctica del amor a Jesucristo – San Alfonso María de Ligorio – Capítulo II

[1] Sciens Iesus quia venit hora eius ut transeat ex hoc mundo ad Patrem, cum dilexisset suos… in finem dilexit eos (Io., XIII, 1).

[2] In qua nocte tradebatur, accepit panem, et gratias agens, fregit et dixit: Accipite et manducate, hoc est corpus meum (I Cor., XI, 23, 24).

[3] Notas facite in populis adinventiones eius (Is., XII, 4).

[4] Quomodo potest hic carnem suam dare ad manducandum? (Io., VI, 53).

[5] Durus est hic sermo, et quis potest eum audire? (Io., VI, 61).

[6] Hoc est corpus meum (I Cor., XI, 24).

[7] Desiderio desideravi hoc pascha manducare vobiscum (Lc., XXII, 15).

[8] Venite, comedite panem meum et bibite vinum quod miscui vobis (Prov., IX, 5).

[9] Comedite, amici, et bibite, inebriamini, carissimi (Cant., V, 1).

[10] Accipite et manducate: hoc est corpus meum (I Cor., XI, 24).

[11] Qui manducat meam carnem et bibit meum sanguinem, habet vitam aeternam (Io., VI, 55).

[12] Qui manducat hunc panem, vivet in aeternum (Io., VI, 59).

[13] Nisi manducaveritis carnem Filii hominis, et biberitis eius sanguinem, non habebitis vitam in vobis (Io., VI, 54).

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Comentarios 1

  1. juan antonio dice:

    Leo siempre estas reflexiones y me ayudan dia a dia. Gracias por recibirlas

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