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Con regocijo hemos leído hace unos meses las reflexiones del Papa emérito Benedicto XVI sobre la crisis moral de la Iglesia [1] que se trasluce, como en su ápice más doloroso, en los casos de pederastia y pedofilia [2].

El discurso final del Papa Francisco durante el encuentro sobre “La protección de los menores en la Iglesia” (el 24 de febrero de 2019), había ya fijado cosas muy importantes: la extensión del problema del abuso infantil a nivel mundial no reductible a un fenómeno intraeclesial (que tiene ya, a nuestro parecer, características de pandemia, sobre todo cuando se lo describe, como hace el actual Pontífice, incluyendo todas las formas de abuso infantil; solo que, a las mencionadas por él, yo añadiría y acentuaría el abuso perpetrado por las políticas educativas enancadas en la Ideología de género), la gravedad que cobra cuando lo realiza una persona consagrada, la esterilidad de todo esfuerzo por erradicar este mal si se prescinde del componente diabólico que hay detrás de él (sobre el contacto que hay en todo pecado —más en los cometidos contra la inocencia— entre lo humano y la acción diabólica que busca adueñarse del mundo, había hablado san Juan Pablo II en 1984 en la exhortación Reconciliatio et paenitencia, 14)[3].

                Benedicto ha subrayado ahora las tres raíces históricas que confluyen en la difusión de este drama dentro de la Iglesia: (1º) la irrupción en el seno del Pueblo de Dios del marxismo cultural (que no otra cosa es la ideología subversiva del famoso ’68 mencionado por el pontífice emérito); (2º) los oscuros manejos que promocionaron al episcopado a numerosos pastores “conciliares”, entendiendo esta cualidad no en el sentido de fieles al Concilio sino promotores del llamado “espíritu conciliar”, que era, en realidad, la falsificación del verdadero Concilio; (3º) y finalmente, “el colapso de la teología moral” que “alcanza proporciones dramáticas” al final de la década de 1980 con el progresismo moral que llegó hasta la negación de la existencia de actos intrínsecamente malos (es decir, que son siempre y en cualquier circunstancia pecaminosos). Benedicto XVI ve aquí la raíz de la banalización, justificación e incluso el fomento de ciertos comportamientos como la homosexualidad así como también la pederastia y la pedofilia. Su cuadro es crudo, claro y alarmante. La llaga queda abierta mostrando la raíz de su podredumbre.

                El progresismo moral ha desolado la teología moral y la pastoral de la Iglesia: ahogó el sentido del pecado, fomentó la promiscuidad, ahuyentó a los fieles de los sacramentos (en particular de la confesión), desterró el ascetismo de la mente de los cristianos. Perdieron así sentido la penitencia, los ayunos, la confesión, la virtud, el heroísmo, la fidelidad, la lucha por ser hombres y mujeres de bien y el poner como valor indiscutible de la vida el cumplimento de la ley de Dios. Porque si nada es totalmente malo y siempre hay una circunstancia que lo puede justificar, ¿qué sentido tiene dejar el pellejo en la lucha por ser hombres cabales y, en definitiva, santos? Deja de tener sentido, pues, el martirio. Pero, como ya dijo san Ireneo, una teología que excluya el martirio del horizonte no es cristiana, es gnóstica.

                En una visión así, la pedofilia es, cuanto más, un mal menor; luego una opción y puede terminar por exigirse como un derecho. Algunos de los númenes que están detrás del pensamiento hoy reinante ya lo defendieron y públicamente (Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Michael Foucault, Shulamite Firestone). Y ojo: a pesar de que muchos se rasguen las vestiduras, con la Ideología de género y el progresismo moral, el plano está inclinado en ese sentido y allí nos quieren llevar. Todas las etapas intermedias ya están transitadas y en estado de terreno firme.

                Consuela el saber que contra estas ideas venimos peleando desde la misma fecha en que el Papa Benedicto data las luchas más enconadas del progresismo teológico contra la doctrina católica. Por eso ofrezco a continuación dos trabajos que publiqué en aquellos días, cuando todavía era un novel licenciado y ya las aguas se decantaban hacia el desastre que ahora nos toca vivir:

 De 1986: Charles Curran: Una moral “inmoral” (publicado en Rev. Gladius n. 6)

De 1988: El drama de la moral. Aspectos de una crisis (publicado en Rev. Gladius n. 10)

P. Miguel Ángel Fuentes, IVE

Notas:

[1] Joseph Ratzinger – Benedicto XVI, La Iglesia y el escándalo de los abusos sexuales (Papa Ratzinger: la Chiesa e lo scandalo degli abusi sessuali, Corriere della Sera, 11 de aprile 2019).

[2] Aunque se insista hablando de pedofilia, la mayor parte de los casos en que se ha acusado a miembros del clero han sido casos de pederastia (involucrando a púberes y adolescentes) y no tanto de pedofilia (que involucra niños preadolescentes).

[3] Francisco, “La protección de los menores en la Iglesia”, 24 de febrero de 2019

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