Hoy San Martín de Tours, en su fiesta, vamos a contemplar la vida de un santo verdaderamente universal: San Martín de Tours, uno de los Santos más populares de la Iglesia en todos los tiempos. Con su vida de soldado, de hombre penitente, de oración y de Obispo, llena toda la mitad del siglo cuarto.
Nace en las tierras de la actual Hungría, hijo de un militar romano; se educa en la Italia del Norte, y pasa a Francia, donde consumará su vida. Su padre, pagano, no acepta que el hijo se haga cristiano. Pero Martín, desde los diez años, asiste al catecumenado, aunque el bautismo lo recibirá mucho más tarde.
Obligado por su padre a la carrera militar, se hace famoso por el primer hecho que se conoce de su vida. Montado a caballo, lo detiene un pobre que va desnudo y que le pide
algo con qué poder cubrirse para guarecerse del frío. Martín, en un rasgo de generosidad, desenvaina su espada, corta en dos su amplia capa de militar romano, y se la alarga al mendigo. Por la noche se le aparece Jesucristo, vestido con aquella tela rozagante, mientras va diciendo gozoso:
– Martín, todavía catecúmeno, me ha cubierto con este vestido.
Soldado valiente, pero con un gran deseo de oración y penitencia, quiere retirarse a la vida solitaria, y con este fin se presenta un día al Emperador:
– Hasta ahora he sido tu servidor por las armas. De ahora en adelante, las llevaré sólo por Dios.
En el norte de Italia se retira a una roca acantilada que mira al mar, donde se da de lleno a la oración y a la penitencia más rigurosa.
Dios, sin embargo, lo quiere pastor en su Iglesia, y Martín se dirige hacia Francia, sumida entonces aún en el paganismo. Martín la quiere convertir a base de oración y
penitencia, que era una vocación tan personal suya. El monasterio que funda viene a ser un semillero y una escuela sacerdotes y obispos, que con su santidad y celo harán avanzar grandemente a la Iglesia en el suelo francés.
Martín mismo es sacado de su soledad y llevado como Obispo a la ciudad de Tours.
Se presenta pobre, medio desnudo y sin ningún recurso humano. El pueblo lo acepta como un enviado de Dios. Funda un nuevo monasterio, y en él se refugia cuando regresa de
sus correrías pastorales, pues la oración es la vida de su vida, como recuerda un historiador suyo de aquel tiempo, que dice con gracia:
– Como el herrero, que en medio de su trabajo encuentra descanso al golpear de vez en cuando el yunque, así Martín, cuando parecía hacer otra cosa, estaba siempre en oración.
¡Siempre en oración! La oración era su fuerza. Con la oración convertía a los paganos. Con la oración fortalecía este Pastor a sus ovejas. Con la oración, veía en todas las cosas a
Dios. Con la oración tenía un poder extraordinario sobre los demonios.
La oración le descubría a Dios en todas las cosas. Sabía leer como nadie en el libro de la Naturaleza. Un día ve a los peces en el río perseguidos por unos animales voraces. Martín
se vuelve sin más a sus discípulos:
– ¿Veis? Esta es la imagen cabal de los demonios: siempre al acecho, se tiran detrás de los imprudentes que se ponen en tentación, y los devoran.
El poder de Martín contra Satanás se hizo muy famoso. Un día el demonio se le aparece disfrazado de hombre santo, y comienza a hablar de teología. Martín lo reconoce:
– ¡Desgraciado! No me engañas. Tú eres el demonio. Si te convirtieras, Dios te perdonaría.
El demonio, encarnación de la soberbia, le responde furioso:
– ¿Yo convertirme? ¿Yo humillarme? ¿Yo pedir perdón? ¡Eso, jamás!
Hasta en el lecho de muerte se le presentará el enemigo, y Martín le desafiará valiente:
– ¡Fuera, bestia brutal! ¡Conmigo no tienes nada que hacer!
Cae una vez enfermo, y el pueblo no le deja morir:
– ¡No te vayas aún! ¡No te mueras todavía!…
Martín, como San Pablo, ve la muerte como una ganancia. Pero la Iglesia le reclama. Y el Obispo hace una oración inmortal del Pastor:
– Señor, quiero morir, para estar con Cristo. Pero si soy todavía necesario a tu pueblo, no me niego al trabajo, y aquí seguiré.
¡Demos gracias a Dios por los ejemplos de los Santos!