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NOVENA DE NAVIDAD

(Comenzamos esta novena de Navidad con este hermoso texto de san Juan Pablo II, “el Papa magno”)

La Novena de Navidad nos impulsa a vivir de modo intenso y profundo la preparación para la gran fiesta, ya cercana, del nacimiento del Salvador. La liturgia traza un sabio itinerario para el encuentro con el Señor que viene, proponiendo cada día puntos para la reflexión y la oración. Nos invita a la conversión y a la acogida dócil del misterio de la Navidad.

En el Antiguo Testamento los profetas habían anunciado la venida del Mesías y habían mantenido viva la espera vigilante del pueblo elegido. A nosotros también se nos invita a vivir este tiempo con esos mismos sentimientos, para poder saborear así la alegría de las fiestas navideñas, ya inminentes.

Nuestra espera refleja las esperanzas de la humanidad entera y se expresa en una serie de sugestivas invocaciones, que encontramos en la celebración eucarística antes del evangelio y en el rezo de las Vísperas antes del cántico del Magníficat. Son las antífonas llamadas de la “Oh”, en las que la Iglesia se dirige a Aquel que está a punto de venir con títulos muy poéticos, que manifiestan claramente la necesidad de paz y de salvación de los pueblos, necesidad que sólo en Dios hecho hombre queda satisfecha de modo pleno y definitivo.

Como el antiguo Israel, la comunidad eclesial se hace portavoz de los hombres y mujeres de todos los tiempos para cantar la venida del Señor. De vez en cuando ora así: “Oh Sabiduría que sale de la boca del Altísimo”, “Oh Guía de la casa de Israel”, “Oh Raíz de Jesé”, “Oh Llave de David”, “Oh Sol naciente”, “Oh Sol de justicia”, “Oh Rey de las naciones, Emmanuel, Dios con nosotros”.

En cada una de estas apasionadas invocaciones, de clara referencia bíblica, se percibe el deseo que los creyentes tienen de ver cumplidas sus expectativas de paz. Por esto imploran el don del nacimiento del Salvador prometido. Sin embargo, al mismo tiempo sienten con claridad que eso implica un esfuerzo concreto para prepararle una digna morada no sólo en su alma, sino también en su entorno. En una palabra, invocar la venida de Aquel que trae la paz al mundo conlleva abrirse dócilmente a la verdad liberadora y a la fuerza renovadora del Evangelio.

Debemos convertirnos a la paz; debemos convertirnos a Cristo, nuestra paz, con la seguridad de que su amor desarmante en el pesebre vence a cualquier oscura amenaza y proyecto de violencia. Y es necesario seguir pidiendo con confianza al Niño Jesús, que nació para nosotros de la Virgen María, que la energía prodigiosa de su paz expulse el odio y la venganza que anidan en el corazón humano. Debemos orar a Dios para que el mal sea derrotado por el bien y el amor.

Como nos sugiere la liturgia de Adviento, imploremos del Señor el don de “prepararnos con alegría al misterio de su Nacimiento”, para que el nacimiento de Jesús nos encuentre “velando en oración y cantando su alabanza” (Prefacio II de Adviento). Sólo así la Navidad será fiesta de alegría y encuentro con el Salvador que nos da la paz.

¿No es precisamente éste el deseo que quisiéramos intercambiarnos en la felicitación con motivo de las próximas fiestas navideñas? Por ello nuestra oración debe hacerse más intensa y fervorosa en esta semana. “Christus est pax nostra, Cristo es nuestra paz”. Que su paz renueve todos los ámbitos de nuestra vida diaria; llene los corazones, para que se abran a la acción de su gracia transformadora; impregne a las familias, para que ante el belén o reunidas en torno al árbol de Navidad fortalezcan su comunión fiel; reine en las ciudades, en las naciones y en la comunidad internacional; y se difunda en todo el mundo.

Como los pastores en la noche de Belén, apresurémonos hacia Belén. Contemplaremos en el silencio de la Noche santa al “Niño envuelto en pañales, recostado en un pesebre”, juntamente con José y María (cf. Lc 2, 12. 16). Ella, que acogió al Verbo de Dios en su seno virginal y lo estrechó entre sus brazos maternales, nos ayude a vivir con un compromiso más intenso este último tramo del itinerario litúrgico de Adviento.

San Juan Pablo II
Miércoles 19 de diciembre de 2001

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