Novena de Navidad: cuarto día

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“Mi dolor está siempre delante de mí”  Sal. 37, 18

Dolor meus in conspectu meo Semper.

Considera como en aquel primer instante en que fue criada y unida el alma de Jesucristo a su cuerpecito en el seno de María,  el Padre Eterno intimó al Hijo su voluntad,  de que muriese por la redención del mundo;  y en aquel mismo instante le presentó delante toda la escena funesta de las penas que debía sufrir hasta la muerte,  para redimir a los hombres.  Le manifestó ya entonces todos los trabajos,  desprecios y pobrezas que había de padecer en toda su vida,  así en Belén,  como en Egipto y en Nazaret;  y después le descubrió todos los dolores y las ignominias de su pasión,  los azores,  las espinas,  los clavos y la cruz;  todos los tedios,  las tristezas,  las agonías y los abandonos en medio de los que había de concluir su vida sobre el Calvario.

Abrahán,  llevando el Hijo a la muerte,  no quiso afligirle con anticiparle el aviso de ella,  por aquel poco tiempo que necesitaba para llegar al monto.  Pero el eterno Padre quiso que su Hijo encarnado,  destinado por víctima de nuestros pecados a su Divina Justicia,  padeciese con mucha anticipación todas las penas a que debía sujetarse en su vida y en su muerte.

De donde fue,  que aquella tristeza sufrida por Jesús en el huerto,  bastante para quitarle la vida,  la padeció continuamente desde el primer momento que estuvo en el vientre de su Madre.

Así que,  desde entonces sintió vivamente y sufrió el peso reunido de todos los trabajos,  dolores y vituperios que le esperaban.

Toda la vida de nuestro Redentor,  y todos sus años,  fueron vida y años de pena y de lágrimas,  diciéndonos él mismo por boca de David: Con el dolor ha desfallecido mi vida,  y mis años con los gemidos.  Sal 30, 11.

Su Divino Corazón no tuvo un momento libre de padecimientos:  o velaba,  o dormía,  o trabajaba,  o descansaba,  u oraba o conversaba;  siempre tenía delante de sus ojos aquella amarga representación;  la cual atormentaba más su Alma Santísima,  que han atormentado a los santos Mártires todas sus penas.

Estos han padecido,  pero ayudados de la gracia padecían con alegría y fervor.

Jesucristo padeció más,  padeció siempre con un corazón lleno de tristeza,  y todo lo acepto por amor a nosotros.

Afectos y súplicas

¡Oh dulce,  oh amable,  oh amante corazón de Jesús!

¿luego ya desde Niño estuvisteis lleno de amargura,  y agonizasteis en el seno de María,  sin consuelo y sin quien os mirase,  o al menos se compadeciese de Vos?  Todo esto lo sufristeis,  o Jesús mío,  a fin de satisfacer por la pena y agonía eterna que a mi tocaba padecer por mis pecados.

Vos,  pues,  padecisteis falto de todo alivio porque me salvase yo,  que he tenido el atrevimiento de abandonar a Dios y volverle las espaldas.  Os doy gracias ¡Oh Corazón afligido y enamorado de mi Señor!  Os doy gracias,  y os compadezco especialmente de ver que tanto padecisteis por los hombres,  y estos tan poco os compadecen.

¡Oh Amor Divino! ¡Oh ingratitud humana!  ¡Oh hombres,  hombres! Mirad a este pequeño corderito inocente,  angustiado por vosotros,  para satisfacer a la Justicia Divina las injurias que le habéis hecho.

Atended como Él está rogando e intercediendo por vosotros cerca del Eterno Padre: miradle y amadle.

¡Ah! Mi Redentor! ¡Cuán pocos son los que piensan en vuestros dolores y en vuestro amor!  ¡Oh Dios! ¡Cuán pocos son los que os aman! Pero ¡miserable de mí!  Que también he vivido por tantos años olvidado de Vos!  Habéis padecido tanto para que os amase, ¡y nada os he amado!  Perdonadme Jesús mío,  perdonarme,  que ya quiero enmendarme y quiero amaros.

¡Pobre de mí,  si resisto por más tiempo a vuestra gracia y me condeno!  Todas las misericordias de que habéis usado conmigo,  y especialmente vuestra dulce voz que ahora me llama a maros,  serán mis mayores penas en el infierno.

Amado Jesús,  tened piedad de mí,  no permitáis que viva más  ingrato a vuestro amor;  dadme luz,  dadme fuerza de vencerlo todo,  para cumplir vuestra voluntad.

Escuchadme os ruego,  por los méritos de vuestra Pasión.  En esta yo todo lo confío,  y en vuestra intercesión.

¡Oh María,  madre mía amada!  Socorredme.  Vos sois aquella,  que habéis alcanzado todas las gracias que yo he recibido de Dios.

Os doy gracias,  pero si Vos no continúas en socorrerme,  yo seguiré en ser infiel como lo he sido hasta aquí…             

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