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La Magnanimidad – P Alfredo Sanz

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La Magnanimidad – P Alfredo Sanz
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En esta época tan ardua en que nos toca vivir, por una insondable disposición de la Divina Providencia, no es difícil que el temor, el desánimo, la cobardía se apoderen aun de aquellos que han consagrado su vida al servicio de Dios. El alma se estrecha, el espíritu se mezquina, se pierde el coraje requerido para luchar por la verdad. Pío XII hablaba del “cansancio de los buenos”. Hoy podríamos hablar de la “pusilanimidad de los buenos”. Por eso se hace más necesario que nunca ahondar en el contenido de esta hermosa como preterida virtud de la magnanimidad.

La vocación de grandeza es una constante de la historia. Los mejores hombres han experimentado la fascinación de su llamado. Esa aspiración a la grandeza se ha ido tiñendo, a lo largo de los siglos, de referencias históricas, en el contexto de una determinada cosmovisión. En un Nietzsche, por ejemplo, está inseparablemente unida a la rebelión contra el cristianismo acusado de haber rebajado al hombre, de haber organizado la conjuración de los pequeños contra los. grandes. Tal es para muchos el sentido de la grandeza que anhelan: la exaltación ilimitada del hombre, liberado de Dios y de Cristo. El ansia de la grandeza se revela entonces como un ideal esencialmente pagano.

En el presente artículo trataremos de exponer el contenido de la virtud de la magnanimidad desde una cosmovisión católica, siguiendo especialmente a Santo Tomás, el cual ha sabido asumir de manera admirable la doctrina clásica de los griegos sobre esta importante virtud, así como también lo mejor del pensamiento bíblico, patrístico y medieval.

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