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Remedios contra la tibieza – San Alfonso María de Ligorio

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Pero, y quien haya caído en tan miserable estado de tibieza, ¿qué deberá hacer? Cierto que es harto difícil ver al alma tibia recobrar el primitivo fervor, mas también es cierto que el Señor dijo que lo que los hombres no pueden lo puede Dios [1]. El que ruega y emplea los medios a ello conducentes, presto alcanza lo que desea. Cinco son los medios para salir de la tibieza y adelantar en la perfección, a saber: 1.°, desearla; 2.°, resolverse a ello; 3.°, la oración mental; 4.°, la comunión, y 5.°, la oración.

Del deseo de la perfección

El primer medio, por tanto, para salir de la tibieza es el deseo de la perfección, y éste, a la vez, es el primer medio para ser perfectos. Son los santos deseos alas que nos hacen volar sobre la tierra, porque, como dice San Lorenzo Justiniano, además de darnos fuerzas para andar por el camino de la perfección, alivian también las penas del caminar: «Nos dan fuerzas -dice el Santo- y nos hacen la carga más liviana». El que verdaderamente desea la perfección, va siempre adelante, sin darse punto de reposo, y si no se cansa, al cabo llegará. Por el contrario, quienes no alimentan este deseo volverán atrás y cada día serán más imperfectos. Dice San Agustín que, en los caminos de Dios, no ir adelante es retroceder. Quien no se esfuerza por seguir adelante en lo comenzado, presto verá que vuelve atrás, arrastrado por la corriente de la corrompida naturaleza.

En gravísimo error están quienes sostienen que Dios no exige que todos seamos santos, ya que San Pablo afirma: Ésta es la voluntad de Dios, vuestra santificación [2]. Dios quiere que todos seamos santos, y cada uno según su estado: el religioso como religioso, el seglar como seglar, el sacerdote como sacerdote, el casado como casado, el mercader como mercader, el soldado como soldado, y así de los demás estados y condiciones.

Hermosos son los documentos que acerca de esto trae mi gran abogada Santa Teresa; en un lugar dice: «Que siempre vuestros pensamientos vayan animosos, que de aquí vendrán a que el Señor os dé gracia para que lo sean las obras». En otro se expresa así: «Tener gran confianza, porque conviene mucho no apocar los deseos, sino creer de Dios, que, si nos esforzamos poco a poco, aunque no sea luego, podremos llegar a lo que muchos santos con su favor». Y, en confirmación de lo dicho, atestiguaba tener experiencia de que las personas animosas en poco tiempo aprovechan mucho. «Y no penséis que ha menester nuestras obras -proseguía-, sino la determinación de nuestra voluntad». «Mas que le vean (en el Santísimo Sacramento) y comunicar sus grandezas y dar de sus tesoros, no quiere sino a los que entiende que mucho lo desean, porque éstos son sus verdaderos amigos». «Sea bendito por todo, que he visto claro no dejar sin pagarme, aun en esta vida, ningún deseo bueno». Tan generosa y noble era en su amor Santa Teresa, que cierto día, con santa osadía, dijo al Señor que se holgaría de ver en el cielo a otros con más gloria que ella, pero que no sabía si se holgaría de que otro amase a Dios más que ella.

Menester es, por tanto, revestirse de ánimo esforzado y generoso: Bueno es Yahveh para quien en Él espera [3]. Dios es sobrado bueno y liberal para quien le busca de corazón. Ni siquiera nuestros pecados pasados pueden impedirnos alcanzar la santidad, si de verdad la deseamos. Prosigue Santa Teresa: «Mas es menester entendamos cómo ha de ser esta humildad; porque creo el demonio hace mucho daño para no ir muy adelante gente que tiene oración, con hacerlos entender mal de la humildad, haciendo que nos parezca soberbia tener grandes deseos y querer imitar a los santos y desear de ser mártires». El Apóstol escribe: Sabemos que Dios coordena toda su acción al bien de los que le aman [4]; y la Glosa añade: hasta los pecados, pues también los pecados cometidos pueden cooperar a nuestra santificación, en cuanto su recuerdo nos hace más humildes y agradecidos, a vista de los favores que Dios nos otorga, después de haberle ofendido tanto. Yo nada puedo, debe decir el pecador, nada merezco más que el infierno, pero he de tratar con un Dios de infinita bondad, que tiene empeñada la palabra de oír a todo el que le pidiere. Pues que me libró de la eterna condenación y quiere ahora que sea santo, ofreciéndome para ello su ayuda, bien puedo llegar a serlo, no ciertamente con mis fuerzas, sino con el favor de Dios, que me conforta: Para todo siento fuerzas en aquel que me conforta [5]. Cuando experimentemos excelentes deseos, esforcemos al punto el ánimo y, poniendo a Dios por fiador, llevémoslo prestamente a la práctica, y si luego surgiere cualquier impedimento en la vida espiritual, resignémonos a la voluntad de Dios. El querer de Dios ha de prevalecer sobre todo nuestro buen deseo. Santa María Magdalena de Pazzi antes hubiera renunciado a la perfección que alcanzarla contra la voluntad de Dios.

De la resolución

El segundo medio para alcanzar la perfección es la resolución de entregarse del todo a Dios. Muchos están llamados a la perfección; los mueve a ello la divina gracia y hasta tienen deseos de alcanzarla; mas, porque les falta esta resolución, viven y mueren tibios e imperfectos. No basta el deseo de la perfección si no va acompañado de firme resolución de alcanzarla. ¡Cuántas almas se alimentan de solos deseos y no dan ni un paso en los caminos de Dios! Estos son los deseos de que nos habla el Sabio: Los deseos del perezoso lo matan [6]. El perezoso no deja de desear, pero no se resuelve a adoptar los medios para conseguir la santidad propia de su estado. Dice: ¡Ah, si viviese en un desierto y no ya en casa! ¡Si pudiera habitar en un monasterio, entonces sí que me entregaría del todo a Dios! Y, entretanto, no puede sufrir a tal persona; se resiste a oír palabras de contradicción; anda derramado en mil cosas exteriores; cae en incontables defectos, gula, curiosidad, soberbia, y a vuelta de eso, sigue suspirando: ¡Ah, si tuviese, si pudiese…! Tales deseos causan más daño que utilidad, porque, mientras uno se alimenta de ellos, prosigue viviendo en sus imperfecciones. San Francisco de Sales decía: «No apruebo que una persona, ligada por un deber o vocación, se pare a desear otro género de vida que no sea conforme con su oficio, ni se meta en ejercicios incompatibles con su estado actual, porque esto disipa el corazón y le hace andar flojo y tibio en los ejercicios a que está obligado».

Lo que hace falta es desear la perfección, y con varonil resolución tomar los medios a ello conducentes. Escribe Santa Teresa: «El demonio ha gran miedo a ánimas determinadas, que tiene ya experiencia le hacen gran daño. Éste es el oficio de la oración mental, saber buscar los medios que más directamente conducen a la perfección. Algunos hay que consumen grandes horas en oración, sin determinarse jamás a nada de provecho. Decía la misma Santa: «Yo la quería más (la oración) que la de muchos años que nunca acabó de determinarse más a el postrero que al primero, a hacer cosa que sea nada por Dios». Y en otro pasaje añade: «Ya tengo experiencia en muchas, que si me ayudo al principio a determinarme a hacer lo que, siendo por solo Dios, hasta en comenzarlo quiero, para que, más merezcamos, que el alma sienta aquel espanto, y mientras mayor, si sale con ello, mayor premio y más sabroso se hace después».

La primera resolución ha de ser determinarse a morir antes que cometer un pecado deliberado, por leve que sea. Es cosa averiguada que, por más esfuerzos que hagamos, sin la gracia y favor de Dios, no alcanzaremos victoria sobre las tentaciones; mas también es cierto que Dios espera que hagamos por nuestra parte algún esfuerzo para intervenir Él después con su gracia, que, ayudando a nuestra flaqueza, nos sacará victoriosos. Esta determinación, al par que desbarata cuantos tropiezos halla en nuestro camino, nos da mucho ánimo, porque nos certifica hallarnos en la amistad divina. San Francisco de Sales afirmaba: «La mayor seguridad que podemos tener de hallarnos en esta vida en gracia de Dios no consiste precisamente en que sintamos amor por Él, sino en el sincero y total abandono de todo nuestro ser en sus manos, y en la inquebrantable resolución de no consentir jamás en ningún pecado, sea leve, sea grave». A esto llamamos ser delicados de conciencia. Adviértase aquí, de paso, que una cosa es ser delicado de conciencia y otra ser escrupuloso. Ser delicado de conciencia es necesario para santificarse, pero ser escrupuloso es defecto que causa no pocos perjuicios, por lo que se impone obedecer al director espiritual y dominar los escrúpulos, que no son sino vanas y no razonables aprensiones.

Es necesario, en segundo lugar, determinarnos a escoger lo más perfecto, no sólo de lo que agrada a Dios, sino también lo que absolutamente es de su mayor agrado. Decía San Francisco de Sales: «Hay que comenzar por una seria y determinada resolución de hacer a Dios total entrega de nosotros, protestando que en lo venidero queremos ponernos del todo en sus manos renovando a tiempo esta misma determinación». San Andrés Avelino hizo voto de adelantar a diario en la perfección. Quien quiera santificarse, no es necesario que haga tal voto, pero sí que procure a diario adelantar en la perfección. Escribe San Lorenzo Justiniano: «Cuando uno camina de veras por el camino de la perfección, más hambre siente de proseguir adelante, y, al paso que va creciendo en la perfección, más hambre siente de ello, porque, siendo más fuertes los rayos de la divina luz, le parece que no tiene virtud alguna ni hace cosa de provecho; y si por ventura cree haber hecho algo bueno, lo halla cargado de imperfecciones y todo le parece poco. De aquí que de continuo trabaje el alma para lograr la perfección sin pararse nunca ni decir basta».

Lo que hagas, hazlo presto y no lo dejes para mañana. ¿Quién sabe si mañana tendrás tiempo de hacerlo? Advierte el Eclesiastés: Todo lo que puedas hacer con tu fuerza, hazlo [7], y no lo difieras para mañana, y da la razón de ello diciendo: Porque no hay obra, ni razón ni ciencia ni sabiduría en el seol, adonde te encaminas [8]. Porque en la otra vida se acabó el tiempo del bien obrar y merecer; ni hay sabiduría para hacer el bien ni prudencia para bien gobernarse, ya que, una vez muerto, lo hecho, hecho está. Aconteció que sor Buenaventura, profesa del monasterio de la Torre de los Espejos, vivía vida de tibieza cuando fue a predicar los ejercicios espirituales a la comunidad el religioso P. Lancicio, y sor Buenaventura, que no deseaba salir del estado de tibieza, comenzó de mala gana a escuchar los sermones. Pues bien, en el primero se apoderó de ella la divina gracia con tal ímpetu, que acudió prestamente a los pies del padre y le dijo muy resueltamente: «Padre, quiero hacerme santa y conseguirlo prontamente»; cosa que llevó a cabo con el auxilio divino, pues vivió solo unos ocho meses, a continuación de los cuales murió en opinión de santidad.

David decía: Y dije: «Ahora empiezo» [9]. Glosando San Carlos Borromeo estas palabras, exponía: «Ahora comienzo a servir a Dios». Y así tenemos que hacer, como si en lo pasado no hubiéramos hecho bien alguno, porque todo cuanto por Dios hacemos es nada, dado que todos estamos obligados a hacerlo por Él. Resolvámonos, pues, a diario a comenzar a ser todo de Dios; no nos detengamos a mirar lo que hacen los demás ni cómo lo hacen, puesto que contados son los que de veras se dan a la santidad. De San Bernardo es esta sentencia: «Lo perfecto es siempre raro». Si queremos seguir al común de los hombres, seremos siempre imperfectos, como ellos lo eran, por regla general. Santa Teresa decía: «¡Donosa manera de buscar amor de Dios!… Ansí que, porque no se acaba de dar junto, no se nos da por junto este tesoro». ¡Oh Dios, y qué poco es cuanto hiciéremos por Jesucristo, quien por nuestro amor nos dio sangre y vida! «Es todo asco -añadía la Santa- cuanto podemos hacer, en comparación de una gota de sangre que el Señor por nosotros derramó». Los santos nada perdonaron cuando se trataba de complacer a un Dios que se ha dado por completo a nosotros, sin reserva alguna, para obligarnos a no reservarle nada. «Se te dio por entero -escribe el Crisóstomo-, sin reservarse nada para sí». Pues, si Él se dio por completo a nosotros, no es razón que andemos con reservas para con Él. Y por todos murió -dice San Pablo-, para que los que viven no vivan ya para sí mismos, sino para aquel que por ellos murió y resucitó [10].

 

 Práctica del amor a Jesucristo – San Alfonso María de Ligorio – Capítulo VIII

[1] Quae impossibilia sunt apud homines possibilia sunt apud Deum (Lc., XVIII, 27).

[2] Haec est enim voluntas Dei, sanctificatio vestra (I Thes, IV, 3).

[3] Bonus est Dominus… animae quaerenti illum (Lam., III, 25).

[4] Scimus autem quoniam diligentibus Deum omnia cooperantur in bonum (Rom., VIII, 28).

[5] Omnia possum in eo me confortat (Phil., IV, 13).

[6] Desideria occidunt pigros (Prov., XXI, 25).

[7] Quodcumque facere potest manus tua, instanter operare (Eccl., IX, 10).

[8] Quia nec opus, nec ratio, nec sapientia nec scientia erunt apud inferos; quo tu properas (Eccl., IX, 10).

[9] Dixi, nunc coepi (Ps., LXXVI, 11).

[10] Et pro omnibus mortuus est Christus, ut, et qui vivunt, iam non sibi vivant, sed ei qui pro ipsis mortuus est et resurrexit (II Cor., V, 15).

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Comentarios 1

  1. Avatar Neida Perdomo dice:

    Muchisismas gracias por toda la ayuda que brindan con estas enseñanzas.
    Cuanto deseo ser firme y decidida en mi gran anhelo de la santidad que tato quiero alcanzar.
    Rezen por mi

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