¿Puedo adorar al Sagrado Corazón en la Misa?

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el culto al Sagrado Corazón de Jesús es ante todo personal, ya que ha venido a “reinar sobre los corazones”, y el corazón es algo propio de cada uno. El culto es de adoración, de consagración y de imitación.

El culto de adoración se da especialmente en la Santa Misa, en la Comunión, en las visitas al Santísimo y en la oración.

En la Santa Misa:

No hay nada sobre la Tierra que dé más gloria a Dios que el Santo Sacrificio de la Misa. No hay ninguna otra acción en el mundo que se deba realizar con mayor respeto, atención y devoción.

En este misterio, todo es grandioso. El poder que Dios muestra en la Misa es infinito, un amor sin límites, una paciencia extrema. «En la Eucaristía se vuelve a hacer presente, real y verdaderamente, el sacrificio de la Cruz, el sacrificio real e incruento de la misma víctima inmolada en el Calvario, que se ofrece a sí mismo al Padre como holocausto en expiación por nuestros pecados.

Y como Él paga el precio de su Sangre derramada por nosotros en la Cruz, debemos asistir a la Santa Misa con los mismos sentimientos que si hubiéramos sido testigos de la muerte de nuestro Salvador en el Calvario. O mejor: debemos intentar entrar en los sentimientos que anidaban en nuestra querida Madre y el discípulo amado».

El recogimiento, el silencio, una actitud humilde y un respeto profundo son disposiciones necesarias. Pero tienen que estar sostenidas por una fe viva: recordar que estamos asistiendo a un sacrificio del que Jesucristo es la víctima, y es por nosotros por quienes se ofrece ese sacrificio.

De todos los modos de asistir al Santo Sacrificio, el que sugiere la devoción al Sagrado Corazón produce mucho fruto. Consiste principalmente en realizar actos interiores:

  • Inmediatamente después de la Consagración, sostenidos por una fe viva, daremos culto a Jesucristo y expiaremos por todas las ofensas, desprecios y pecados.
  • Adoraremos su Sagrado Corazón, y agradeceremos su amor.
  • Después penetraremos en Él para admirar el tesoro de virtudes y gracias que contiene.
  • Admiraremos su humildad, su paciencia heroica, que es una prueba contra el trato ingrato de muchos, su mansedumbre y su infinito dolor por nuestros pecados, que Él ha consentido cargar sobre sus hombros.
  • Contemplaremos su fervor infinito ante la gloria de su Padre y su amor a los hombres, su lucha por la salvación de todos y por la de cada uno en particular.

¡Qué desgracia vivir necesitados cuando tenemos un tesoro inabarcable y además inagotable a nuestra disposición!

† Prácticas de preparación

1) Ponerse en la presencia de Dios.

2) Pedir la gracia de participar de la Santa Misa sabiéndonos presentes en el Calvario.

3) Lectura: De los Escritos de san Claudio de la Colombière.

«…Pero cuando celebro la Santa Misa, o ayudo en la celebración, cuando ofrezco el adorable Sacrificio como ministro de Dios o como miembro de la Iglesia, puedo, lleno de confianza y valor, Dios mío, retar al Cielo a hacer lo que más me plazca. Así, sin estar aterrorizado ni por el número ni por la enormidad de mis crímenes, me atrevo a pedirte perdón por ellos, sin dudar de que me lo concederás de la forma más perfecta que pueda desear. No importa lo enormes que sean mis deseos, no importa lo grandes que sean mis esperanzas, no se me plantean dificultades a la hora de pedir todo aquello que pueda satisfacerlos. Pido gracias enormes, todo tipo de gracias, para mí mismo, para mis amigos y para mis peores enemigos. Y, en lugar de avergonzarme de mis peticiones o de desconfiar de no recibir tantas cosas a la vez, encuentro que pido poco en comparación con lo que ofrezco: incluso creo que cometo un delito con esta víctima viva pidiendo infinitamente menos de lo que merece.

No le temo a nada tanto como a no esperar firmemente y con perseverancia todo aquello que he pedido, y cosas mayores, si es posible, que todo lo que he pedido. ¡Dios quiera que lleguemos a conocer el valor del tesoro que tenemos en nuestras manos! ¡Bienaventurados mil veces quienes saben aprovecharse del mayor de sus tesoros! ¡Qué fuente de bendiciones encontramos en este adorable Sacrificio, digno de toda alabanza! ¡Qué gracias, qué favores, qué riqueza temporal y eterna para el cuerpo, para el alma, para esta vida, para la eternidad!

Pero debemos admitir la verdad: ni siquiera pensamos en hacer uso de nuestras riquezas, ni siquiera nos dignamos poner la mano en el tesoro que Jesucristo nos ha dejado. Tenemos a nuestra disposición un remedio para todos los males, un árbol de la vida, que nos puede dar no solo salud sino incluso la inmortalidad. ¡Sin embargo, estamos aquejados por mil enfermedades!

Cuando asistes a Misa, si quieres beneficiarte de ella, obtendrías para ti lo que habrías recibido en el Calvario, si hubieras estado presente. Si hubieras estado en el Calvario, no se te habría negado el perdón de tus pecados. El efecto de la Santa Misa es el mismo. Jesucristo se pone en nuestras manos como una víctima de valor infinito para obtener de Dios todo aquello que podamos necesitar, no importa lo grande o valioso que sea.

En el Sacrificio de la Misa, Jesús no solo se hace nuestro intercesor ante el Padre Eterno para pedir por sus méritos todo lo que nosotros deseamos, sino que ofrece su Sangre y sus méritos en pago por todo lo que pedimos. ¿Qué puedes desear, por muy grande que sea, que tenga tanto valor que lo que presentas para recibirlo? (…) La gente asegura que desea corregir sus propios fallos y los de los demás. Sin embargo, no hace ni una cosa ni la otra.

¿Has pedido en la Misa eso que necesitas? ¿Cuántas veces pides por una intención determinada? ¿Cómo se puede creer que Dios va a rechazar algo tan pequeño pagado a un precio tan grande, que les va a dar tan poco valor a la Sangre y la vida de su Hijo, que no va a pensar que se merece esa gracia, esa virtud, ese bien temporal o ese favor espiritual que deseas para ti mismo o para otra persona, si eso te conduce a la salvación?” “¡Dices que no sabes qué hacer durante la Santa Misa! ¿Nunca has ofendido a Dios? ¿No le ofendes todos los días y a todas horas?

Reflexiona durante la Misa en todas las faltas de las que eres culpable desde la celebración anterior. Pide perdón a Jesús. ¿No tienes nada que pedirle? Nos pasamos todo el día quejándonos de nuestros parientes, de nuestros amigos, de los hijos… Pídele a Dios que haga más razonable a ese enemigo, más modesta a esta hija, a este marido menos temperamental, pídele que cambie el corazón de este hijo; pídele más humildad, más paciencia, más coraje y más fervor para rogar por tu salvación, y pídele en especial el amor de Dios. Y para obtener todos estos dones, ofrécele la ofrenda de Jesucristo en el altar.

No puede ser que nos rechace, porque lo que ofrecemos es infinitamente más valioso que lo que pedimos».

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