cuando se conoce el reino de los cielos sobre todo en su forma más clara, no siempre las almas se alegran. Motivos hay para alegrarse, porque eso es lo mismo que encontrar un gran tesoro; pero no siempre se alegra el alma, porque, como el camino del reino de Dios es camino de renuncia, el alma teme a veces esas renuncias y se entristece.
Pero nosotros nos deberíamos en realidad llenar de alegría y de gozo al contemplar ese tesoro, como se alegró el hombre que estaba trabajando en el campo.
Y deberíamos llenarnos de alegría porque el Señor nos ha puesto en el camino de la verdad. Porque el Señor nos ha puesto en la senda que conduce al cielo, que es el conjunto de todos los bienes que conocemos y muchos más que no conocemos.
Y esa alegría no debería ser una de esas alegrías que se desvanecen pronto, sino una alegría que dilatará el corazón y que le confortará.
Dice el Evangelio que el hombre que encontró el tesoro en el campo, llevado de esa alegría, fue y vendió cuanto tenía y compró aquel campo.
Esto nos da a entender que nosotros, cuando conocemos el reino de los cielos, en virtud de esa alegría, debemos vender cuanto tenemos por conseguir ese tesoro.
Es decir, debemos despojarnos de todo lo que tenemos; pero no desprendernos con el ánimo triste, sino con ánimo alegre, porque aquel desprenderse no es más que llenarse de bienes infinitamente mayores.
Hay que renunciar a todo, pues aquí se dice que aquel hombre vendió cuanto tenía, y nosotros, por tanto, debemos dar cuanto tenemos para poseer el reino de los cielos.