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Nicea. Ya pasaron 1700 años. Este año —2025— conmemoramos 1700 de uno de los acontecimientos más cruciales de la historia de la Iglesia: el concilio de Nicea, reunido en la ciudad de ese nombre entre mayo y junio de 325. Este concilio, el primero de los ecuménicos, es decir, universales, enfrentó una de las herejías más perniciosas que hayan amenazado la fe cristiana a lo largo de los veinte siglos de historia que lleva recorridos. El “símbolo” o “credo” que resultó del mismo puso los términos justos a la fe que venimos profesando desde los Apóstoles, conjurando, al menos en los papeles, la amenaza herética (las luchas reales —eclesiales y políticas— se extenderían todavía un siglo más). Hoy la lucha que tuvo como epicentro a Nicea sigue siendo actualísima. El neo arrianismo está vivísimo y actuante. Quizá el modo más manifiesto que revista en nuestro tiempo sea el concepto depreciado que el mundo —y los católicos mundanos, que en algunas regiones son mayoría— tiene de la Iglesia: una asociación benéfica más, quizá la más extensa y antigua, pero una realidad meramente terrena. Esto no es sino la consecuencia del rebajamiento de Cristo, característica central de muchas cristologías modernas. El Jesucristo que no es más que un avatar más del Verbo Eterno, junto a Buda, Mahoma y cuantos salvadores particulares podamos imaginar, núcleo del pluralismo salvífico que salió a atajar la Instrucción Dominus Iesus en medio del Jubileo del año 2000, es un botón de muestra. El Cristo cada vez más humano y cada vez menos divino, o, a lo sumo, “divino” al estilo New Age, que nos presentan tantas versiones actuales (incluso televisivas y cinematográficas), es otro ejemplo. Ese Jesús, mero maestro oriental, gurú simpático, compañero que viene a traer amor y optimismo a este mundo entristecido, ejemplo, modelo, hombre maravilloso, conciencia luminosa de nuestra identificación con Dios… pero no Dios personal, segunda persona de la Santísima Trinidad, trascendente, eterno, consubstancial al Padre, es un Jesús arriano, aunque quizá al mismo Arrio muchas de estas caracterizaciones le hubieran provocado ictericia.

Para Arrio, Jesucristo era una figura extraordinaria. Como todos los rebajadores profesionales que saben hacer bien su trabajo, nunca ahorró elogios a Cristo. Arrio estaba dispuesto a conceder a Jesús todos los honores, la exclusividad en la relación con el Padre, la plenitud de la santidad, incluso la asociación en el acto creador —como instrumento—, el principado y la supremacía sobre los mismos ángeles. Lo único que no podía reconocerle era la divinidad en sentido estricto. Jesucristo es todo lo que queramos de extraordinario; después de Dios viene él y solo mucho más abajo está el resto de la creación. Pero no es Dios en sentido estricto. Arrio podía reconocerle incluso la divinidad en sentido amplio. No en el sentido chabacán con que los cursis modernos consideran “divino” desde el moño del presentador televisivo hasta el último peinado de la vedette de moda. No; en un sentido más fuerte, como una suerte de divinización que viene de Dios y que transforma a quien la recibe —a Jesús, en este caso— en una semejanza con el Omnipotente que no nos permite distinguir con claridad uno del Otro. Pero se distinguen. Dios es Dios, Jesucristo es casi Dios. Es semejante a Dios. Ese es Arrio. Los nuevos arrianos hacen malabarismos muy parecidos a los del viejo fundador de la herejía; y a veces, hay que reconocerlo, parecen evitar encastrar sus pies en la herejía propiamente dicha, quedando solo malolientes y un poco apestados. Son, como muchos partidarios de Arrio en el concilio de Nicea, solo filo-arrianos. Al Arrio original Nicea lo decapitó —metafóricamente— para siempre (como dije, en los papeles, porque todavía quedarían décadas y hasta siglos de batallas eclesiales y políticas). A los nuevos arrianos Nicea sigue hoy apaleándolos, solo que la mayoría de nuestros contemporáneos ni conoce Nicea, ni identifica a los neo-herejes. Debemos, por eso, actualizar nuestra fe. Y es lo que vamos a tratar de hacer a lo largo de este año con algunas de nuestras reflexiones.

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Comentarios 1

  1. Teresa Diaz dice:

    Excelente Padre Miguel, Esperare con alegría esas reflexiones. Pues necesito aumentar mi fe con verdades y aprender a defender mas mi religión auténtica católica con todas sus verdades. y testificar que Jesús es Dios uno y trino.. Segunda persona de la santísima Trinidad.. Verdadero Dios y Verdadero Hombre. Mi fe es sobrenatural y por eso creo. Aún cuando no conozco nada de la historia del concilio de Nicea ni arríanos de hace 1,700 años. Necesito instruirme para aclarar a las nuevas generaciones con fe viva y eficaz. Profeso mi fe con el credo y es una oración poderosa con la que me defiendo y defiendo mi fe católica ante cualquier protestante.. Mencionando en el credo a la Trinidad. Dios creador, Jesus Cristo único hijo de Dios, Espíritu Santo y a la Santísima Virgen María. Y deja mudos a cualquiera que profese lo contrarios. Derrota al enemigo que quiera confundir nuestra fe católica.
    Muchas gracias. Amén.

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