Mañana de primavera,
brisa dulce, cielo claro.
A gloria saben los aires
y a gloria huelen los campos.
Los ángeles en el cielo
se encuentran revoloteando,
templan sus finos laúdes,
con sus delicadas manos
y Gabriel, el mensajero
de los divinos encargos,
con viva emoción ensaya
un nuevo mensaje sacro.
“Ya viene el señor, ya llega”,
se oye murmurar al páramo;
los pájaros se acicalan,
canta el agua en el guijarro,
las flores corola y pétalos
lucen con humilde garbo,
las viñas y los trigales
aroman de abril y marzo,
y toda la creación
dice aleluya en su canto.
Mayores fiestas no ha visto
ni Salomón cetro en mano.
En una gruta agraciada
por femeninos trabajos,
esperando está la Virgen,
el alba que va llegando.
Llorosos están sus ojos
que vieron en el Calvario
manar en copiosos ríos
la Sangre del Hijo amado.
Y en el silencio medita,
entre suspiros ahogados,
las palabras que dijera
su Jesús crucificado.
¡Cómo recuerda el dolor
de aquel doloroso rato!
¡Frío corte de la espada
profundo, lacerante tajo!
Más ella espera en silencio,
en silencio y meditando:
se duele, sí, pero espera
el alba que va llegando.
De repente algo sucede
en el hermoso santuario:
se oye clara melodía
del aleluya seráfico,
cantos de coros angélicos,
sones preciosos bajando,
graves instantes de gloria
se mecen desde lo alto,
han inundado la estancia
dulces fragancias de sándalo,
y, entre destellos de luces,
rosas jazmines y nardos
parecen llover del cielo
que se encuentra festejando.
El corazón de la Virgen
se halla pronto iluminado.
Desciende el Ángel Gabriel
entre melodiosos cantos,
pone rodillas en tierra
ante la Reina de Santos
y dice con reverencia
entre feliz y turbado:
“Reina del cielo ¡aleluya!
Madre de Dios, tabernáculo
de la Divina presencia
que en tu seno se ha encarnado,
Virgen de vírgenes Reina
Gloria de Dios, Vaso claro,
Belleza ante las naciones,
Madre del género humano,
¡que se alegre tu alma herida
por la llaga del costado!
El que se encarnó en tu seno
ya llega ¡gloria y milagro!
no se encuentra entre los muertos
pues hoy ha resucitado”.
Se aleja Gabriel dichoso
de haber cumplido el mandato
y con él la corte empírea
regresa al cielo cantando.
Quédase sola la Virgen,
brilla una rosa en sus labios,
sus dos ojos resplandecen
con brillos enamorados,
el aire huele a jazmines,
de gloria se llena el campo,
se hace un silencio de estrellas:
ya viene el Amor amado.
P. Ignacio Caratti
20/04/2014
20/04/2025