El consuelo de la Virgen María.
El hijo: Ahora, Señora mía, te ruego que hables un poco conmigo. Abre tus labios en nombre de tu Hijo, que te ha colmado de toda gracia espiritual.
La Madre: Yo soy la Madre de la misericordia, llena de caridad y de dulzura.
Soy la escalera de los pecadores, la esperanza y el perdón de los culpables, el consuelo de los afligidos y el gozo particular de los santos.
Vengan a mí todos ustedes que me aman, y quedarán satisfechos en medio de mis consuelos, porque soy buena y misericordiosa para con todos los que me invocan.
Vengan todos, justos y pecadores, y yo rogaré al Padre por ustedes. Rogaré también al Hijo para que se reconcilie con ustedes en el Espíritu Santo.…
Los invito a todos, los espero a todos, deseo que todos vengan a mí.
No desprecio a ningún pecador; sino, al contrario, por un pecador que se convierte, me regocijo con gran afecto junto con los ángeles de Dios en el cielo. Porque no en vano ha sido derramada por el mundo la sangre de mi Hijo.
Acérquense entonces a mí, hijos de los hombres: observen mi celo para con ustedes ante Dios y ante mi Hijo Jesucristo. Está claro: cargaré sobre mí su ira y aplacaré con mis fervorosas plegarias a aquel que, como ustedes saben, han ofendido.
Conviértanse y vengan; hagan penitencia, y yo invocaré el perdón para ustedes. No lo olviden: yo estoy situada entre el cielo y la tierra, entre Dios y el pecador; y obtengo con mis ruegos que este mundo no perezca. Pero no quieran abusar de la misericordia de Dios ni de mi clemencia; más bien manténganse alejados de todo pecado, para que no descienda sobre ustedes su ira ni su temible venganza.
Exhorto a mis hijos, insto a los que tanto amo: sean imitadores de mi Hijo y de la que es Madre de ustedes. Acuérdense de mí, que no puedo olvidarme de ustedes, porque siento compasión de todos los desdichados y soy una muy misericordiosa abogada de todos los fieles.
El hijo: Palabras maravillosas, rebosantes de toda dulzura celestial. Sublime voz que desciende de lo alto como rocío sobrenatural, trayendo aliento a los pecadores y alegría a los justos; melodía del cielo que se derrama en la conciencia de los desesperados.
¿Y quién soy yo para que la Madre de mi Señor me hable a mí? Bendita seas, Madre Santísima, y sean benditas tus palabras.
Mi alma ha quedado profundamente conmovida por tus palabras, OH María.
Por cierto, apenas tu voz consoladora llegó a mis oídos, mi alma se ha estremecido de alegría, mi espíritu ha recuperado vigor y todo mi corazón ha sido inundado de nuevo gozo, puesto que hoy me has anunciado cosas buenas y jubilosas.
Estaba triste, pero ahora estoy feliz por tus palabras. Tu voz es suave a mis oídos: yo estaba oprimido y desalentado, pero ahora me encuentro alegre y verdaderamente confortado.
Me tendiste la mano desde arriba y me tocaste; así quedé curado de mis miserias.
Con mucha dificultad podía hablar, mientras que ahora tengo ansias de cantar y de agradecerte. Se me había vuelto tediosa la vida, ahora en cambio no tengo miedo ni siquiera de la muerte, porque sé que tú eres mi abogada ante tu Hijo, a cuya misericordia me encomiendo desde este momento y para cada instante de mi vida venidera. Desde que hablaste al corazón de tu desolado huérfano, de inmediato he cambiado para mejor y me siento profundamente transformado en mi interior. Estaba postrado como quien no tiene esperanza, pero tú te has acercado a mí, me has infundido consuelo y aliento, hablándome con gran amor.
La Madre: ¿Qué te pasa, hijo?, ¿Quién quiere hacerte daño? No temas; yo me haré cargo de eso. Para el caso, cuenta conmigo y con mi Hijo, tu hermano, quien está a la derecha del Padre y es fiel mediador e intercesor por tus pecados.
Debes tener total confianza en él, porque es él quien da la vida, es él quien vence a la muerte. Habiendo asumido carne de mí en el tiempo, engendrado por el Padre desde la eternidad, ha sido enviado para la salvación de todo el mundo.
De él proceden la esperanza y el consuelo, la fe y la victoria. Por eso, acuérdate siempre de Jesús y de María, y no sentirás miedo de ningún enemigo.
El hijo: Feliz ese momento en que te dignas acercarte a mi corazón dominado por el desconsuelo, misericordiosa Virgen María. Ojalá fuese más prolongado, para poder escuchar tus palabras de aliento, que con tanta intensidad me enardecen y purifican, tan pronto entran en contacto con mi interior y me renuevan profundamente.
Oh Madre de inmensa piedad, de grandísima misericordia y caridad; Virgen Reina del mundo y Señora de los ángeles, atráeme a ti, para que no permanezca bajo el peso de mis pecados.
Distribuye la gracia, salvífico rocío del cielo, de la que eres Medianera, a fin de que yo merezca experimentar que eres la Madre de la gracia y la fuente de la misericordia.
La Madre: Yo soy la Madre del noble amor, del casto y santo temor, del piadoso alivio y del suavísimo consuelo.
Por lo cual, al oír mi nombre, regocíjate de todo corazón.
Inclínate con respeto y salúdame con alegría, porque al honrar a la Madre honras también al Hijo, que tiene a Dios por Padre.
Yo soy María, la Madre de Jesús, y este será por siempre mi nombre.
¿Y quién es Jesús? Es el Cristo, el Hijo del Dios vivo, el Salvador del mundo, el Rey del cielo y de la tierra, el Señor de los ángeles y el Redentor de los fieles, el Juez de vivos y muertos.
Él es la esperanza de las almas buenas, el consuelo de los devotos, la paz de los mansos, la riqueza de los pobres, la gloria de los humildes, la fortaleza de los débiles, el camino de los extraviados, la luz de los ciegos, el bastón de los lisiados, el alivio de los oprimidos, la ayuda de los atribulados y el refugio particular de todos los buenos.
Bendice al Hijo con la Madre, y serás amado por el Padre. Toda vez que me hagas una atención, ríndele honor y gloria a Él, porque su gloria es mi alegría, y el homenaje tributado a él es una alabanza dirigida a mí.
Ponme a mí y a Jesús como sello sobre tu corazón, como sello sobre tu brazo.
Si estás de pie o sentado, si ruegas, lees, escribes o trabajas, que Jesús y María estén con frecuencia en tus labios y siempre en tu corazón.
El hijo: Que te sirvan todos los pueblos, todas las naciones y todas las lenguas. Que todas las criaturas se arrodillen ante ti.
Que el cielo diga:
“Alégrate, oh María”.
Responda la tierra:
“Ave para siempre y… más allá”.
Que todos los santos glorifiquen tu nombre, y que todos los devotos vibren de júbilo delante de ti y del Cordero, Jesucristo, tu Hijo y Señor nuestro.
Amén.
Imitación de María (siguiendo los escritos del beato Tomás de Kempis).
Libro I, ENCONTRAR A MARÍA, Capítulo II