[vc_row][vc_column][vc_column_text]Pedro Baños Bajo, El dominio mental. La geopolítica de la mente. Editorial Ariel, Barcelona 2020, 544 págs.
Recensión y reflexiones del P. Miguel Ángel Fuentes, IVE.
No puede dudarse que el Autor el tema lo tiene bien sabido; o debería, porque Pedro Baños no solo es coronel del Ejército Español en situación de reserva, sino especializado en geoestrategia y con experiencia en la materia. Fue Jefe de Contrainteligencia y Seguridad del Ejército Europeo en Estrasburgo, profesor de Estrategia y Relaciones Internacionales en la Escuela Superior de las Fuerzas Armadas, jefe del Área de Análisis Geopolítico, colaborador en la sede del Parlamento Europeo de Bruselas como asesor militar. Actualmente se desempeña más bien como escritor y conferencista. Lleva escritos tres libros que han tenido buena difusión: Así se domina el mundo. Desvelando las claves del poder mundial (Editorial Ariel, 2017); El dominio mundial: Elementos del poder y claves geopolíticas (Editorial Ariel, 2018), y el que aquí comentamos.
En este repasa los principales avances en la manipulación psicológica a través del big data y plataformas como las redes sociales. El libro nos inunda de datos que a veces se repiten un tanto. Muchos de estos son de gran interés, aunque he encontrado algunas perspectivas que me parecen exageradas y poco creíbles, y de muchas no puedo sopesar las fuentes, cruciales en estos argumentos. Porque una cosa son las que provienen de informes oficiales y otra las tomadas de escritos periodísticos, incluso los que se presentan como “periodismo de investigación”, muchos de los cuales tienen de esto último lo que mi perro de sirena. De todos modos, aun cuando muchos datos los tomemos así, con pinzas y frunciendo la nariz por si nos venden pescado podrido, hay que reconocer que en muchos temas el Autor pesca en las mismas declaraciones, publicaciones e informes de los entes denunciados por él: grandes empresas de la industria informática, declaraciones de agencias estatales de investigación, documentos de Estado, comunicaciones de los dueños de las redes sociales, etc. Es probable, pues, que en algunas cosas el panorama espeluznante que describe hasta pueda quedarse corto respecto de la realidad. Y no hace falta que llegue a tanto para que se nos pongan los pelos de punta y nos entre un desánimo de muerte.
El libro contiene algunas afirmaciones que lo desmerecen y que incluso contradicen el objetivo general del mismo, como el profesar el relativismo de la verdad: “Nadie duda que la verdad es relativa”. ¡Curiosa afirmación que niega lo mismo que afirma! Porque si la verdad es relativa, ¿es también relativa la afirmación de que la verdad es relativa? De ser así, quizá termine resultando que la verdad es relativa y la relatividad de la verdad sea absoluta… ¿? Y Baños insiste: “Nadie tiene la razón absoluta ni es poseedor de una verdad auténtica e inmutable, así que erigirse en adalid de la verdad «verdadera» y además única es, cuando menos, cuestionable”. Si el Autor está en lo cierto, entonces él no puede estar seguro de que lo que acaba de afirmar sea verdad; es decir, que puede ser verdadero lo contrario; por tanto: que alguno tiene o puede tener la razón absoluta. Por otra parte, fuera de estos desdichados renglones en que nuestro coronel duda del valor de la verdad, en todos los demás (y son muchos en 550 páginas) nunca pone en duda lo que dice, y eso que dice cosas serias y graves. Estas son las escupiditas para arriba que suelen hacer de vez en cuando los relativistas que son cualquier cosa menos que relativistas en cuanto a sus propias opiniones. Porque esas, ¡velay si se las ponemos en duda!
Por otra parte, el libro demuestra —y vaya que lo hace— cómo se manipula la cultura… pero jamás sienta principios filosóficos, ni religiosos, ni menciona nunca a Dios, qué criterios morales nos rigen o deberían, la conciencia y otras menudencias que hacen a la esencia de una cultura… ¿Cómo puede hablarse de esta sin plantear —y establecer— tales cuestiones? Quizá por eso no pueda desprenderse de sus prejuicios relativistas.
No está claro tampoco si somos solo materia. Del alma en tanto espiritual, ni sombra. De la libertad como cualidad esencial de la persona menos mojado que el Sahara. Pero todo el libro apunta a hablar de condicionamiento, de manipulación, de destrucción de la libertad. Así tenemos un libro que aporta datos, datos y datos. Positivismo puro. Interesante, preocupante, documentadísimo, pero con el efecto de un chorizo sin tripa de embutir.
Al margen de estas críticas y otras de las que me reservo el juicio, debo decir que el libro tiene referencias más que interesantes, y logra al menos pintar un panorama tal que, una vez concluida su lectura, el primer sentimiento que embarga al lector es la tentación de ponerse a cantar con Julio Sosa: “¡Qué ganas de llorar en esta tarde gris!”, o rubricar el acierto de Discépolo cuando nos decía “que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé”. Sí, ya lo sé, pero ahora lo sé mucho mejor.
El libro es insintetizable, o por lo menos tan difícil como resumir la tabla de logaritmos. Por eso solo voy a enlistar algunas de sus afirmaciones más interesantes. Disculpen el poco o nulo hilo entre una y otra. Son solo algunos de los temas que me parecen más notables. De mis reflexiones personales, en cambio, el Autor no solo no es responsable sino que dudo que estaría siempre de acuerdo. Aquí van como cachetadas de loco:
1. Estamos hipervigilados; o, si no se quiere usar esta expresión que suena muy conspiranoica, quizá valga esta otra: estamos completamente desnudos ante los ojos de quien quiera vernos hasta las últimas neuronas. De hecho, si alguien no se acuerda qué marca de camiseta usa, o cuál fue la pastilla que le recetó su médico el anteaño pasado, puede llamar a Mark Zuckerberg que se lo dirá al toque. Y eso que nadie se mete en nuestra casa a la fuerza. Lo metemos nosotros y gustosamente, con nuestras computadoras, teléfonos, tablets, videojuegos, cámaras de seguridad, parlantes con bluetooth, redes inalámbricas, relojes “inteligentes”… Y así tenemos ojos y orejas ajenas en la oficina, en la cocina, en la cochera, en el baño, en la habitación, en la mesita de noche. Les decimos a qué hora nos acostamos y nos levantamos, qué novelas nos gustan y cuáles no, cómo se llama nuestra mascota, la tía materna, cuál es el número de nuestro pasaporte, el de nuestra cuenta corriente, nuestros pseudónimos, qué cerveza tomamos y qué marca de papel higiénico preferimos. Y esta hipoteca de nuestra libertad la hemos hecho nosotros solitos. Esta vez no podemos decir “Memem lo hizo”. No, lo hice yo. Esto no quita que luego cantemos con la mano al pecho y a voz en grito: “O juremos con gloria morir. Libertad, libertad, libertad”. Sí, Libertad Lamarque.
2. Las nuevas tecnologías, con su poder lúdico atractivo, han producido un desmedro notabilísimo en la capacidad de concentración de los individuos para las actividades más intelectuales. “En el año 2000, Microsoft hizo un estudio que calculaba la atención del ser humano en doce segundos; para 2013, ese tiempo ya había caído a nueve segundos. Actualmente, se estima que las personas no prestamos atención durante más de ocho segundos seguidos”. De ahí que la mayoría de las personas NO LEA NADA. Me refiero a lecturas serias e importantes, incluso literatura de recreación (como las novelas). Leen páginas de internet, y ni eso, solo chats, cada vez más cortados, peor escritos, a veces ininteligibles, mensajecitos y “memes”, “memes” y “memes”. Algunos ni eso, solo videítos que termina por licuar el cerebro. Estos en la cabeza deben tener gas, porque ya ni líquido juntan. Lo que hacemos en internet —fuera del caso de los investigadores que usan los recursos de la red para buscar cosas realmente importantes (que las hay e invaluables), que son poquísimos (casi insignificantes comparados con el número total de los eternos surfeadores)— se denomina técnicamente “curiosear”: vicio contrario a la virtud de la estudiosidad (santo Tomás lo analiza en la Suma Teológica, II-II, cuestión 167). Por eso tiene razón el autor cuando dice que “estamos viviendo en una moderna versión de la distopía que el escritor Ray Bradbury vislumbraba en Fahrenheit 451. Solo hay una diferencia sustancial: ya no hace falta que nadie destruya los libros; voluntariamente los dejamos de leer”. Si alguno no leyó Fahrenheit 451, o no sabe lo que es una distopía, no sabe de qué estoy hablando, y no se lo voy a aclarar, porque eso significa que es uno de los que ya no leen nada. Haría bien en comenzar a entrenar con Fahrenheit 451, así de paso se entera de lo que nos está pasando. Lo de distopía se lo ahorro = “representación ficticia de una sociedad futura de características negativas causantes de la alienación humana”. El mundo que vio en Terminator 1, 2, 3… es una distopía. 12 Monos, Blade runner, Minority Report, Matrix 1, 2, 3… son todas distopías; pero son películas. Las novelas clásicas son 1984 de Orwell, Un mundo feliz de Huxley, Nosotros de Yevgueni Zamiatin, La fe de nuestros padres de Philip Dick… El mundo que están fabricando los cretinos que nos gobiernan y los mansos tontos que nos dejamos gobernar por cretinos, va a superar todas las películas y novelas.
3. Estamos sumergidos en una cultura de la imagen, la cual va en detrimento de la cultura del pensamiento abstracto, filosófico, profundo. Pensamos recurriendo a imágenes, ¡pero no podemos quedarnos anclados en ellas sin trascenderlas hacia los conceptos! La imagen nos estimula notablemente, pero tiende a esclavizarnos en el mundo de los sentidos. Una cultura de la imagen es una cultura que vive en el mundo de la televisión, de la radio, del internet, de los videos, de las fotos (y entre estas, sobre todo las selfies, que muestran que lo que en el fondo importa a la mayoría son sus propias caras con algún fondo variable), de los mensajes auditivos (sin contenido, pura pavada)… Los hijos de esta cultura son manipulables al extremo. Porque los que surfean el mundo imaginativo son maleables como todos los seres que no sobrepasan el mundo imaginativo. Así dejamos que hagan con nosotros, lo que nosotros hacemos con nuestro perro: lo manipulamos con imágenes; le muestro a Chula un hueso y le enseño que si quiere comerlo tiene que darme primero la patita; le enseño el periódico enrollado y le señalo la mancha de orina en la alfombra con cara de que se lo voy a hacer sentir sobre las costillas la próxima vez que haga lo mismo. Así Chula, Sultán y Rintintín aprenden a asociar “hueso-patita-comer”, “alfombra-orina-diario-costillas ardiendo”… Y eso mismo hacen los dueños de la neocultura con Sultán Pérez, Chula Fernández y Rintintín Menéndez.
4. Nos han hecho esclavos de nuestras emociones. “esta esclavitud moderna consiste en hacernos llegar la información directamente al corazón sin pasar por la cabeza, sin que medie la reflexión ni el análisis, sin darnos tiempo para pensar y dudar. De este modo se consigue la manipulación perfecta, el control absoluto de las mentes, pues la información no ha llegado a la parte reflexiva de nuestro cerebro, sino al centro de gravedad de nuestras emociones”. Está de moda hablar de Inteligencia Emocional. De hecho somos una ensalada de emociones en la que la inteligencia es como la sal; y como la mayoría somos hipertensos, la evitamos.
5. No pensamos, solo tenemos la sensación de que pensamos. Las estupideces que nos hacen hacer diariamente lo demuestran mejor que Arquímedes su principio. Hace unos días mientras caminaba después de leer esta frase del autor: “Si nos han convencido para comprar ropa rota o deteriorada, ¿de qué no van a ser capaces?”, me topé con un muchachón de pelo verde y rojo (mitad-mitad) que venía con un pantalón lleno de agujeros, que por otra parte parecía recién comprado y bastante caro, y me acordé que la frase seguía: “¿Podríamos llegar a adquirir coches con abolladuras «molonas»? Parece insensato, pero no lo descartemos. Basta con que lo pongan de moda, lo publiciten adecuadamente y nos convenzan de sus bondades diciéndonos, por ejemplo, que así ya no estaríamos obsesionados con la idea de darnos el primer golpe en un vehículo recién estrenado”. Ahora cada vez que veo un auto con el guardabarros fruncido me entran dudas de si no lo habrá comprado así porque se puso de moda, pagándolo más caro por el lujito del bollo. De todos modos, la gravedad del “no-pensamiento” que nos caracteriza no se revela tan dramática en las estupideces que nos inducen a hacer como si fueran genialidades (como comprarnos pantalones rotos o camisas desteñidas), cuanto en el hecho de que aceptemos ciegamente que otros decidan en lugar de nosotros en las cosas que son cruciales en la vida: “para muchos, es más cómodo y aceptable que otro decida por ellos. Prefieren que alguien teóricamente más capacitado, sea persona o Estado, le resuelva sus problemas y se lo dé todo hecho, que le evite estar constantemente tomando decisiones. Optan por vivir tumbados en el sofá intelectual y que sean otros los que piensen por ellos. Sobre todo ante las grandes problemáticas, las cuales ni entienden ni tienen la menor voluntad de comprender”.
6. Estamos dominados por una cultura de la mentira, la cual nos permea y constituye la atmósfera que respiramos: “Las mentes de las personas se alimentan con publicidad, programas de televisión, informativos sesgados, grandes producciones cinematográficas e infinidad de otros contenidos mediáticos que simulan objetividad cuando, en realidad, no hacen más que diseminar idearios sociopolíticos”. “Hoy en día, no hay medio de comunicación —escrito o audiovisual— que esté exento de una clara inclinación política hacia uno u otro segmento que aspira a imponerse en el espectador o lector”. Por eso los personajes del momento son los que hoy en día se denominan influencers (es muy chic ser un influencer; algunos hasta creen haberle encontrado un sentido a la vida cuando los califican así, a pesar de que la mayoría de estos son solo unos nabos que están todo el santo día dándole al tecladito reenviando estupideces, memes, noticias casi todas falsas, medias verdades, frituras gnósticas y otras variedades de verduras más): “Pensar agota. No por nada, los tan aclamados influencers, que no son más que generadores de opinión, se han convertido en los nuevos líderes: ellos, hechos a nuestra imagen y semejanza, se encargan de fabricar para nosotros lo que debemos pensar, cómo debemos vestirnos y arreglarnos, y hasta qué debemos comer”.
7. Somos gente muy religiosa, y como tales llenas de ritos sagrados que cumplimos con la perfección propia que se debe a la divinidad. Solo que nuestra religión es la de la Sacra Majadería: “La mayoría de la población consume [la televisión] no con una finalidad concreta, sino como un ritual. Ponemos las noticias a mediodía, vemos los concursos de la tarde y la serie de la noche como hábito, sin darnos cuenta de que todo ello conforma una visión concreta de lo que se supone que es la vida, de que la exposición a esta continua fuente de información reconduce nuestros valores y creencias”. De hecho el periodismo de hoy en día se convertido en el Magisterio sobrenatural que nos guía, ilustra, asesora, y dirige a la perfección mística del nirvana; es decir, de la mente en blanco.
8. Vivimos desinformados. Pero ¿cómo? ¿No acabo de decir que desayunamos, almorzamos, merendamos y cenamos con la televisión y sus cientos de informativos, mesas redondas, talk shows, concursos, debates, etc…? Sí, pero no tenemos la menor idea de lo que pasa en realidad. Recibimos más noticias de las que podemos procesar. Incluso a veces más de lo que sucede realmente… o menos… según que les manden mentir de más o menos. Quizá lo correcto sería decir que lo que nos dicen es distinto de lo que sucede realmente. La leyenda argentina dice que al presidente Irigoyen, durante su segundo mandato (1928-1930) le imprimían un diario falso para que leyera “buenas noticias” que no existían en realidad. Quizá lo de Irigoyen sea un cuento, pero el nuestro es más real que el Obelisco de la 9 de Julio. Solo que no es un diario, sino la casi totalidad de los mismos, los noticieros, las agencias de noticias, la inmensa mayoría de las informaciones que circulan por las redes sociales y que inundan día a día nuestros correos y servicios de mensajería, los discursos de los políticos (se discute si mienten el 96% de lo que dicen y prometen o el 98%; yo me inclino por la cifra más benigna). Hay varios modos de desinformarnos. “La primera medida para falsear una noticia es ocultarla, no proporcionar la información”. “Otro de los procedimientos más habituales consiste en informar de manera incompleta, sesgada o tergiversada. Es decir, proporcionar información deficiente de forma intencionada”. “También se puede proporcionar información real, pero condicionada. Por ejemplo, si se quiere transmitir la idea de que existe un determinado pensamiento generalizado entre la población, basta con entrevistar solo a individuos con esas inclinaciones y luego lanzarlas al público”. Uno de los modos más frecuentes es “el empleo de los «falsos expertos». Personas de muy bajo perfil que, si bien no desconocen en su totalidad el tema del que hablan, no se las puede considerar verdaderos especialistas, siendo habitual que carezcan de dilatada experiencia práctica. Lo que no es óbice para que se las utilice —elogiándolas al máximo y alabando su, por lo general, inflado currículum— con el propósito de lanzar el mensaje que en ese momento interesa”. Otra estratagema desinformativa es el “saturarnos de información de tal forma que se nos impida madurarla y reflexionar, pues, cuando queremos centrarnos en una, ya nos han bombardeado con la siguiente”. “En el ámbito concreto de la política, se podría decir que la principal noticia falsa es prometer cosas que luego nunca se cumplen. Y lo peor es que se hace de forma intencionada, con la sola finalidad de engañar a la ciudadanía para alcanzar el poder y sostenerse en él”. “Es tan abundante la información que tenemos que procesar, son tantos los casos de corrupción, de burla hacia los ciudadanos, de desfachatez y de manipulación, que necesitaríamos varias vidas para enfrentarnos a todos ellos (…) Tanto… que se convierte en nada (…) El exceso de información no es más que otra traca de estímulos que conlleva, como eslabón final, una anulación del raciocinio y una carencia para reaccionar. (…) El cerebro se ha vuelto adicto a la sobreestimulación y procesa constantemente, aunque no le dejemos tiempo para la reflexión. Es decir, guarda la información que los mensajeros quieren que guardemos, pero sin que pase por ningún filtro de calidad”. ¿Qué saldrá de todo esto?
9. Muchas personas creen interactuar con otras personas cuando en realidad lo hacen con programas creados para sobrecargarlos de información innecesaria, parcial, inútil y a menudo falsa. “—Me llegó un dato espectacular…”, me decía uno. Sí, te lo mandó un robot que ya sabe lo fácil que es tomarte el pelo. “La mayoría de los usuarios de redes sociales no son conscientes de que a diario interactúan con cientos de bots [programas informáticos que generan mensajes automáticos], pues estos tienen un comportamiento tan similar al humano que es casi imposible detectarlos. Al igual que hace una persona, los más sofisticados dan likes o comparten y comentan contenidos”. Estos programas (bots) “están diseñados para influir en nuestras opiniones, sentimientos y comportamientos, que cada vez serán menos nuestros. [Esto] hace que debamos dudar de cualquier información que recibimos, siendo comprensible que se hayan popularizado términos como, por ejemplo, desinformación, deep fake —una tecnología de Inteligencia Artificial que permite, entre otras cosas, superponer el rostro de una persona en el de otra y falsificar sus gestos— y fake news. El ámbito mediático se ha convertido en un campo de batalla en el que se pelea por la cognición; un escenario bélico en el que todos los actores pugnan entre sí por crear e imponer su realidad, al tiempo que destruyen y eliminan la ideada por los demás. El objetivo principal es hacer prevalecer la narrativa propia. Es innegable que la corrupción de la información ha devastado el mundo cibernético. Lo que nació como una fórmula barata y accesible de comunicación se ha transformado en un flujo constante de información contaminada. El problema es que, al haberse convertido en la plataforma en la que se informa una gran parte de la población, esto permite que sea el terreno ideal para sembrar información condicionada que será consumida por sus usuarios. Así las cosas, si entendemos por información el conocimiento que reduce la incertidumbre, no parece correcto seguir considerando como tal lo que encontramos en internet, pues no hace más que incrementarla. Cada vez más, los datos que consumimos en el entorno digital muestran una realidad que ha sido filtrada por intereses políticos, económicos, sociales y culturales. En resumen, lo que acaba procesando nuestra mente es una visión totalmente distorsionada de la realidad”.
10. “Al ser bombardeados constantemente con información que conlleva atención inmediata, nuestro pensamiento crítico se ve anulado. Vivimos en la «crisis del ahora» (…) La reflexión se convierte, pues, en un lujo”. “Dudar de la información que nos llega es particularmente acuciante en estos tiempos en los que se ha demostrado, en repetidas ocasiones, la falta de calidad y ética de las lecturas y vídeos que nos llegan como consumidores”. ¿Leyeron el cuento del flautista de Hamelin, de los Hermanos Grimm? Si no, esta es una buena oportunidad. Así aprendemos que los que tocan la flauta no quieren que pasemos un buen rato sino ahogarnos en el río, como ratas.
11. Uno de los instrumentos principales con los que nos influyen es el lenguaje manipulado. “Según los intereses de las élites, el lenguaje puede derivar hacia unas connotaciones u otras. Es lo que George Orwell, en 1984, denominaba «neolengua». En el ficticio Estado totalitario donde transcurre la acción de su novela, se crea un nuevo idioma que pretende reducir el rango de pensamiento de los súbditos del régimen. Con tal fin, se eliminan y sustituyen algunas palabras, mientras que se crean otras, todo con un objetivo de dominación. Al controlar el léxico, el régimen podía controlar el pensamiento e impedir corrientes contrarias a su ideología”. Si no leyó 1984, conviene que aproveche la pandemia para hacerlo. El único riesgo que corre es creer que está leyendo los diarios de la mañana. Como reza el dicho: cualquier parecido con la realidad es pura paranoia.
12. La destrucción de la educación es un objetivo buscado en orden a poder manipularnos más y mejor. Hobbes decía que “las masas sin educación son fácilmente influenciables por la lisonja y la adulación de los políticos”. Nuestra educación está hecha añicos. Es —esto no lo dice el Autor— de izquierda feroz, gramsciana, hipersexualizada, dominada por la ideología de género, manipulada por los relatos (relato = historia alterada por los que ostentan el poder de modo tal que sirva a sus intereses). En otras palabras, todos los sueños de la Escuela de Frankfurt hechos realidad. El resultado: una generación atontada y adormecida incapaz de comprender su situación real y más tonta que la vaca más tonta que usted pueda imaginar. “De hecho, evitar que pensemos de forma crítica es uno de los grandes objetivos de la educación, como demuestran los numerosos sistemas educativos en los que solo tiene cabida el aprendizaje autómata y no la reflexión. Nos obligan a recitar párrafos de memoria, a vomitar teorías sin interiorizarlas; no nos enseñan a entenderlas, a aplicarlas en la vida diaria, a ponerlas en duda y criticarlas. Solo hay una forma de aprender, y es aceptar lo que nos cuentan. El más mínimo cuestionamiento se puede tomar como un desafío a la autoridad y debe ser reprimido”.
13. A nosotros nos venden el cuento, pero ellos se cuidan de leerlo. “Mientras nos preparan para ser útiles al sistema, a los hijos de las élites los entrenan para ser «el sistema». Así, a unos nos atiborran de dispositivos electrónicos, mientras que los creadores y desarrolladores de esa tecnología prohíben su uso —tanto en la escuela como en casa— a sus propios hijos e incluso a las personas que los atienden. ¿Por qué lo hacen? La respuesta es sencilla: forman a sus retoños para ser la élite dominante. A nosotros nos dan la formación justa, más técnica que centrada en la profunda reflexión. A ellos la metodología les obliga a pensar, a plantearse el futuro, a diseñar el mundo. Por eso no pierden el tiempo empleando los medios electrónicos que inventan, diseñan y venden sus padres. Podríamos decir que se ilustra a las poblaciones lo justo para que les lleguen los mensajes con los que se las va a condicionar. Obviamente, si no supieran leer o no tuvieran un mínimo de formación, estos no les llegarían, o al menos no con la misma intensidad. La realidad es que nos han convertido en lelos ilustrados”. “No nos va a quedar más remedio que aprender por nosotros mismos si queremos salir de esta tela de araña educativa”. Coronel, la mayoría de las personas que yo conozco no tiene ninguna intención de salir de esta tela de araña; son moscas que piden a la araña el suicidio asistido.
14. Los que manejan los medios de comunicación (redes sociales, telefonía, internet, tarjetas de crédito, mundo digital en general)… saben más de nosotros que nosotros mismos. Los conspiracionistas/conspiranoicos dicen: “es cierto y nos están manipulando como en las mejores distopías”. Los no conspiracionistas/conspiranoicos dicen: “es cierto, y si quieren en cualquier momento pueden manipularnos como en las mejores distopías”. Los que están en el medio dicen: “es cierto, y estamos yendo a una total manipulación; esto puede comenzar de un momento para el otro”. Me quedan los-que-ni-se-enteran-de-nada. ¿Qué dicen estos? Estos preguntan cuándo va a salir el Iphone 700 con 19 cámaras; no les preocupa nada más. “En la actualidad, nos encontramos en un punto de inflexión de la historia, el del hiperconocimiento, en el que es posible saber hasta lo más privado de una persona. Nunca antes el poder —ostensible, fáctico, oficial, nominal, social, político o económico— había dispuesto de tanta información sobre los ciudadanos. Si, como decía Francis Bacon, el conocimiento es poder, hoy en día este es tan absoluto que se convierte en dictadura en manos de quien lo ejerce, pues nada escapa a su control. Qué pensamos ya no es un secreto inescrutable. Los algoritmos lo descifran. Lo saben todo sobre nosotros. Nada escapa al nuevo ojo digital”. ¿Para qué? Conocer para manipular: “Una vez desvelada por completo la vida de una persona, cuando se comprende su alma, sus aspiraciones y motivaciones, es posible manipular sus decisiones. Hasta las que toma en los momentos más trascendentales de la vida, como adquirir una vivienda, establecer una relación de pareja, tener hijos o la alimentación. Aunque parezca mentira y cueste aceptarlo, e incluso prefiramos negarlo, es exactamente así”. Quizá el coronel exagere un poco. Bueno, un poquito. “Cada vez más países de todos los continentes apuestan por sistemas de vigilancia avanzada dotada de Inteligencia Artificial con los que seguir y controlar a sus ciudadanos. Al menos 75 naciones ya emplean algún tipo de ellos, entre los que se incluye el reconocimiento facial y los específicos para la vigilancia policial. Las empresas chinas son las principales proveedoras de esta tecnología, seguidas por la japonesa NEC y las estadounidenses IBM, Palantir y Cisco”. “Aunque a primera vista nos pueda parecer sorprendente, las democracias liberales emplean más este tipo de dispositivos que los países autocráticos. Es decir, cuanto mayor es el grado de calidad democrática de un país, más aumenta el uso que hace de la tecnología de vigilancia, sea en forma de cámaras de reconocimiento facial o para garantizar la seguridad ciudadana (por ejemplo, mediante el control de acceso a zonas restringidas del centro de las ciudades)”. Vamos a algunos datos que dan escalofríos: “Se estima que China tiene desplegadas más de doscientos millones de cámaras. Estados Unidos cuenta con unos cincuenta y Alemania supera los 5,2 millones. Seguidos muy de cerca por Reino Unido y Japón, ambos con más de cinco millones. Solo en el metro de Shanghái hay más de treinta mil cámaras de seguridad. Aunque hay que decir que su red es la más larga del mundo, con más de 670 kilómetros, repartidos en sus dieciséis líneas, a lo que hay que sumar sus más de cuatrocientas estaciones. Por si fuera poco, Pekín planea disponer de 625 millones de cámaras de vigilancia instaladas por todo el país en el menor plazo posible, quizá en no más de dos años, es decir, una cámara por cada dos ciudadanos”. ¡Los Chinos son tremendos! ¡Eso es la dictadura comunista! Pues mire usted que la cosa no pasa por China… “Si se hace referencia al conjunto del país, los ciudadanos más vigilados son los estadounidenses; 15,3 cámaras por cada mil habitantes. China ocupa el segundo lugar en este ranking , con 14,4. Después van Reino Unido (7,5), Alemania (6,3) y Países Bajos (6)”. Pero lo peor es quizá otra cosa: “es que nos han convencido de la necesidad de estar permanentemente controlados y vigilados. De que no pasa nada porque aportemos nuestros datos. Y lo hacemos incluso en momentos y situaciones que nos parecen inofensivos. Por ejemplo, con las tarjetas de puntos y descuentos de supermercados, grandes almacenes y otros comercios, ¡hasta farmacias!, estamos entregando muy valiosa información sobre nuestra dieta, capacidad de consumo, para cuánta gente compramos y con qué regularidad, además de datos básicos como nuestro domicilio o teléfono. Con estos datos es fácil deducir qué tipo de vida llevamos, cuánto dinero ganamos e, incluso, cuándo nos vamos de vacaciones. Y con ellos se crean bases de datos muy completas, con información que es vendida sin nuestro consentimiento a terceros, que las emplearán con fines comerciales, entre los que se incluye el envío de publicidad personalizada”. Esto se ha convertido incluso en un negocio, o mejor, negoción: el de los “data brokers”, es decir, los corredores de información. Ellos recopilan información de nuestra privacidad y la venden a los que quieren saber de nosotros todo, sea para inundarnos de propagandas, para manipular nuestras opciones políticas, para hacernos creer lo que ellos quieren que creamos o para hacer de nosotros lo que se les venga en gana. Todo dependerá de lo que busquen quienes compran la información. Así existen hoy los big data, los metadatos, los datos genéticos, clínicos, familiares, etc. Y nada se borra, incluso cuando nos dicen que los borran. Y nada está oculto, incluso cuando nos dicen que está oculto y es secretísimo (¿quién lo dice? ¿cómo sabemos que es verdad? ¿a quién le entregamos todo lo que entregamos digitalmente?). Vivimos en el mundo del Gran Hermano, el Ojo que todo lo ve y lo sabe, que no tiene rincones ocultos. Y los que nos entregamos con gusto a esto somos nosotros mismos. Nosotros compramos los teléfonos “inteligentes” (como dice el Autor, cuando leemos smartphone, haríamos bien en traducir smart como “espía”), nos anotamos a todas las redes sociales que podamos, le susurramos lo que ni al confesor le decimos, subimos las fotos que ni al esposo le mostramos, le damos las claves de nuestras cuentas de banco, de nuestras cajas de seguridad, nuestros números telefónicos…, es más, ¡las mujeres hasta le dicen su verdadera edad!, y con eso lo digo todo. Y ni siquiera sospechamos. ¿Somos tontos? Bastante. Y estamos contentísimos porque muchas de estas cosas son ¡gratis! “Si una empresa nos regala algo es porque aspira a beneficiarse de ello. Si la finalidad de todo negocio es ganar dinero, ¿qué interés puede tener Facebook en dar sin recibir? En esta vida, nada es gratis. No debemos nunca olvidar esta máxima: si algo te lo ofrecen gratis, el producto eres tú”.
15. Hoy en día existe una tremenda represión y censura, como nunca antes en la historia. Pero nos creemos libres, súper libres… ¡Si seremos imbéciles! “Retrocedemos en libertad día tras día mientras se va imponiendo el pensamiento único”. “Estamos asistiendo con pasividad suicida (…) a la muerte de la libertad a manos de los que presumen de defenderla a ultranza. Se silencia cualquier disidencia a los dogmas oficiales. Se impide el ejercicio intelectual de la duda, de la réplica, aunque se presenten argumentos solventes o datos avalados por investigaciones científicas. Prospera el fanatismo de unas ideas que, alegando buscar la igualdad, no hacen más que crear desigualdades entre los diversos seres humanos. Solo se valoran las opiniones de intelectuales y científicos afines. De los que siguen los mantras, de los que corean las consignas e ideas impuestas por el poder”… “En el mundo de hoy en día, han conseguido que las leyes sean cada vez más restrictivas, y casi cualquier cosa que se diga puede interpretarse como un delito de algún tipo. De lo que estamos hablando es de una nueva forma de censura. Aparentemente, en las sociedades democráticas el poder no controla o prohíbe la libertad de expresión. Pero la realidad es muy otra. Cada vez hay más temas tabús, inabordables salvo que intencionadamente se desee saborear sus amargas consecuencias”… “Tras la Revolución rusa, una de las primeras medidas de Lenin fue la instauración de la Checa, una comisión para combatir la contrarrevolución y el sabotaje. Solo era verdad lo que el régimen y sus medios de comunicación dictaminaban. Todo aquel que cuestionara la información oficial era, como mínimo, encarcelado o deportado. Las «checas» siguen existiendo —ahora tienen formato digital— y ya no hace falta encerrar a nadie para acabar socialmente con él. Su acción se materializa mediante el ataque en las redes y el asesinato social, cuyos efectos, físico y psicológico, son igual de demoledores que antaño”. ¡No solo a través de las redes, pues también discriminan, cesantean en los trabajos, calumnian, persiguen, niegan el derecho a la objeción de conciencia, multan y en algunos lugares hasta encarcelan por no plegarse a la ideología reinante, al pensamiento único antinatural!
16. Lo peor es que la mayoría de nosotros, incluso los disconformes y criticones, no hacemos nada. Nos quejamos, pero nos entregamos al enemigo como si nos tiráramos a la refrescante pileta en un día de calor. “Uno de los grandes logros del sistema actual ha sido mantener a la inmensa mayoría de la población en un estado tal de pasividad, de indolencia, que muy pocos osan patalear con suficiente fuerza como para ser tenidos en cuenta por los dirigentes políticos. Sí, todos nos quejamos en el interior de nuestros domicilios, insultamos a los políticos cuando aparecen en televisión desde la comodidad del sofá, los criticamos ácidamente en pequeños círculos de amigos. Pero luego aceptamos hasta los mayores despropósitos con la mayor indolencia, como si lo que estuvieran haciendo o dejando de hacer no fuera con nosotros”. Baños lo llama “sociedad psicorresignada”. La que dice: “Es lo que hay”. ¿No escuchó nunca esa frase? O mejor: ¿cuándo la dijo usted por última vez? ¿Esta mañana mientras se tomaba un café chequeando su facebook? “Hemos llegado a una situación en la que da igual que nuestros dirigentes sean acusados en firme por abusar de su posición, de prevaricación, de apropiarse o malversar fondos públicos, de corrupción, de conducta sexual o moral impropia del cargo, de mentir descaradamente o de escándalos de todo orden. Sea un secretario de Estado, un ministro o incluso el propio jefe del Estado. Parece que ya todo nos da igual, que no nos importa nada. Hagan lo que hagan nuestros líderes, por mucho que se burlen de nosotros, estamos tan sumamente adormecidos, aletargados, nos tienen tan entretenidos con banalidades, que han conseguido nuestra pasividad absoluta incluso ante los mayores escándalos”.
17. Y mejor paro aquí. Apenas he reseñado algunas de las cosas que trata el Autor. A esto añádale lo que dice sobre el “neuromarketing”, es decir, el arte de vender emociones; sobre los mensajes subliminales; las snack news o noticias tentempié o titulares engañosos que dicen lo contrario de lo que luego desarrollan debajo sabiendo que la gente no lee lo que dice debajo…; los trending topic o palabras que nos repiten hasta el hartazgo de modo tal de poner de moda los temas que quieren que pensemos y creamos que todos piensan, lejísimos de lo que realmente importa y de lo que realmente está sucediendo. También callo —porque esto se ha hecho largo— cuanto afirma sobre la “construcción social”, “transformación social”, “ingeniería social” o “manipulación social”, de la que somos víctimas desde hace décadas; sobre la manipulación de la memoria colectiva; sobre la tecnocracia y la plutocracia que verdaderamente maneja el mundo, o una buena parte de él; sobre el lavado de cerebro. O cuanto explica acerca de la “macrovigilancia”, la “vigilancia emocional”, la política mental; el psicogobierno; el alarmante capítulo que dedica a las neurociencias, o mejor a la neuro-ciencia-ficción, que no es tan ficción que digamos; al transhumanismo mental, a los hybrots. El apartado en que trata de la “guerra mental”, la psicoquímica militar, la neurotecnología para los servicios de inteligencia, etc.
18. Pero en el fondo, lo más dramático de todo es que no nos han quitado nuestra libertad, sino que la hemos cedido y más contentos que los niños abriendo los regalos de Reyes. Uno de los subtítulos más bien logrados del libro es uno que dice “¿Dónde estás libertad que no te encuentro?” Es parte del capítulo dedicado al “Totalitarismo democrático”. Allí describe los métodos con que las dictaduras clásicas han manipulado la sociedad y que pueden resumirse de este modo: “desinformación (ocultar verdades), intoxicación (deformar la realidad presente y pretérita), propaganda (envolver con una sagrada aureola al líder y a su régimen), adoctrinamiento sociopolítico (lavado de cerebro e inculcación de un programa), legislación (depuraciones y purgas), censura previa (esconder los hechos y divulgar bulos), represión política (arrestos y registros) y uso del espionaje masivo (escucha telefónica, censura postal, seguimientos)”. Y luego de esto añade: “Si nos fijamos, las prácticas tradicionales en los regímenes autoritarios no distan mucho de lo practicado actualmente en las democracias”.
* * * * *
Si quiere saber más, lea el libro, que tiene sus lagunas y con el cual ya dije que no comulgo en todo, ni mucho menos, pero que ayuda a reflexionar y contiene no pocas verdades (…aunque el autor diga que todo es relativo; ¡qué contradicción!…).
En el fondo, somos tan esclavos como Espartaco; pero Espartaco después de fumarse diez porros. Por eso estamos en el Riachuelo sorbiendo bosta pero creemos que es Hawái y huele a nardo.
Seamos sinceros, después de todo lo transcripto, ¿no tiene ganas de cantar conmigo el tango del que hablé más arriba?
P. Miguel Ángel Fuentes, IVE[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]
Comentarios 1
Padre Miguel
mil gracias, muchas cosas tan ciertas, yo he vivido esta manipulación y de a poco la he ido sacando de mi vida, entre consejos de mi esposo para soltar todo el rollo de los disque derechos humanos mezclados con ideología de género; situaciones familiares fuertes que me han puesto frente a la realidad y el acercamiento que he tenido a Dios a través de los Santos Ejercicios, me doy cuenta y eso hace que muchas veces la gente me vea como extraña, pero ni modo, si una despierta no puede volverse a dormir por el que dirán.