[Francesco Borgonovo – La Verità – 25/9/2023]
Una nueva forma de negacionismo avanza, perentoriamente. Sólo que esta vez es un negacionismo bueno, porque lo practican los iluminados y los moralmente superiores. Es el negacionismo de la invasión, que consiste en repetir que todo va bien, que no hay ningún problema, que si los desembarcos continúan lo único que hay que hacer es abrir los brazos de par en par y acoger a todo el mundo, sin distinciones. Según esta teoría, que, por otra parte, se mantiene desde hace varios años, las cifras actuales de llegadas de inmigrantes no justifican las alarmas ni los temores. De hecho, para ser sinceros, los temores no estarían justificados ni siquiera si se dieran cifras más elevadas, porque la inmigración no tiene nada de perjudicial: al contrario, hay que apreciar todos sus aspectos positivos.
No hace falta decir que los partidarios de esta postura entraron en éxtasis cuando el Papa Francisco, en Marsella, pronunció estas frases: “Dos palabras han resonado, alimentando los temores de la gente: invasión y emergencia. Pero quien arriesga su vida en el mar no invade, busca la vida”. Inmediatamente ayer Avvenire, el periódico de los obispos italianos, traía por título en portada: “La invasión que no existe”. Y en Repubblica, la socióloga Chiara Saraceno seguía inmediatamente su ejemplo, explicando que “no son los números insostenibles por sí solos, a pesar del considerable aumento de este año. Se vuelven insostenibles si se abordan con carácter de urgencia y no como un fenómeno estructural, que requiere respuestas estructurales y cooperativas, tanto entre los países de salida y de llegada como dentro de cada país”.
Saraceno citó directamente al Pontífice para aclarar que “la solución no es rechazar, sino garantizar, según las posibilidades de cada uno, un gran número de entradas legales y regulares, sostenibles gracias a una acogida justa por parte del continente europeo, en el marco de la cooperación con los países de origen”.
Todo muy bonito y muy ilusionante, pero si Europa no coopera, ¿entonces qué? Si nuestros vecinos cierran sus fronteras y nos dejan con el agua al cuello, ¿qué hacemos? Desgraciadamente, esto es así desde hace varios años y el resultado es que estamos solos [el autor es italiano], incluso cuando hacemos todo lo posible para que las relaciones funcionen, como ha hecho Giorgia Meloni, cuya honestidad al admitir que se esperaban mejores resultados sobre los inmigrantes es digna de admiración, entre otras cosas.
Los resultados, entonces. Lo que la migración masiva ha producido hasta ahora lo sabemos con demasiada certeza, y lo sabe también la población italiana. Están los crímenes, los disturbios, el malestar social, las muertes en el mar. Los que niegan la invasión tachan todo esto de “percepción errónea”. Negacionistas que juegan con las cifras y, como en cada ocasión, tratan de imponer a la población una desconexión radical de la realidad. El mantra del pensamiento dominante es: “no pasa nada, resistan y no se quejen”. O sea: resígnense a los fenómenos estructurales o acepten los cambios brutales sin quejarse. Si es necesario hacer que la gente cambie rápidamente su estilo de vida, entonces estamos en una situación de emergencia, y los que critican son “negacionistas”.Si, por el contrario, hay que imponer un cambio igualmente radical, pero a largo plazo, entonces hay que decir que la emergencia no existe y ejercer un buen negacionismo sobre la invasión.
El meollo del argumento, sin embargo, es siempre el mismo: tu percepción de la realidad no cuenta, porque la realidad no existe. Sólo existe la verdad que corresponde a la narrativa del poder. Y si el poder decide que 200.000 o 500.000 extranjeros están bien, te tiene que gustar.
Mirando más de cerca, como explicó Ida Magli, la invasión no es una cuestión de números, sino precisamente de percepción por parte de la población. Si la población percibe que hay demasiados inmigrantes y ya no tolera las consecuencias negativas de las entradas masivas, entonces hay invasión. El propio Papa Francisco, parece que en 2017, explicó que los gobiernos deben proceder con prudencia en la gestión de los inmigrantes, valorando ante todo “cuántas plazas tengo”.
Bueno, sería interesante escuchar del Partido Democrático [partido de izquierda italiano], de Elly Schlein y de los profetas de la “acogida” la respuesta a: ¿Cuántas plazas tenemos? ¿Infinitas? ¿Y quién decide cuándo se acaban las plazas? ¿El pueblo o algún maestro del pensamiento que sólo ve extranjeros en la televisión?
Por último, es curioso observar cómo cambia el peso de la percepción según convenga. Si soy hombre y me percibo como mujer, se me permite llamarme así. Si me siento ofendido como minoría, tengo derecho a exigir reparaciones y leyes protectoras. En cambio, si me percibo invadido, inseguro y acosado, seguramente me estoy percibiendo equivocadamente, por lo que debo callar y obedecer. Es siempre el viejo juego: si al pueblo no le gusta la receta impuesta, se cambia el pueblo.
Comentarios 1
Excelente exposición de estos temas. Muchas gracias por ilustrarme. Dios los bendiga.