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[Giuliano Guzzo – La Verità – 25/9/2023]

El Papa Pacelli “sabía” del exterminio de los judíos. Así han recogido muchos medios de comunicación, incluso internacionales, la noticia del descubrimiento por parte del archivero Giovanni Coco de una carta fechada el 14 de diciembre de 1942, en la que el jesuita alemán Lothar König informaba al secretario personal de Pío XII, Robert Leiber, de los crímenes que se estaban cometiendo en Rava Rus’ka, el campo de exterminio de Belzec, donde se eliminaba diariamente a 6.000 hombres, principalmente polacos y judíos.

Este documento, se ha dicho, probaría claramente que los supuestos “silencios” del Papa sobre la Shoah ya no pueden justificarse alegando que la ignoró. Incluso el proceso de beatificación de Pacelli estaría ahora en peligro, se argumentó a la luz de esta carta. Respecto a todo esto, es necesario hacer algunas aclaraciones que casi todos los medios que se han hecho eco de esta noticia han evitado hacer -esperemos que por descuido-, arriesgándose a generar confusión o, peor aún, a alimentar prejuicios.

Pío XII ya sabía, y trabajaba desde hacía tiempo

Lo primero que hay que decir es que, si bien cabe suponer que hasta diciembre de 1942 la Santa Sede no tuvo información “de primera mano” de los campos de concentración, no es que hasta entonces desconociera su existencia, sino todo lo contrario. Es el propio Coco, entrevistado en La Lettura, el suplemento dominical del Corriere della Sera, por Massimo Franco, quien lo dice claramente: “El nombre de Dachau ya era conocido desde hacía tiempo y desde enero de 1941 se había convertido en el campo de detención del clero. Y de hecho el nombre de Auschwitz también era conocido en el Vaticano desde 1941”.

En segundo lugar, hay que aclarar que los “silencios” de Pacelli fueron parciales, porque durante la Segunda Guerra Mundial con declaraciones, alocuciones navideñas, discursos y mensajes radiofónicos, el pontífice no guardó silencio alguno. Ya en mayo de 1940, en cuanto los alemanes invadieron Holanda, Bélgica y Luxemburgo, el Papa expresó su solidaridad con esas naciones y sus mensajes fueron publicados en las columnas de L’Osservatore Romano el 11 de ese mes. Medida que le costó a Pacelli la visita del embajador italiano en el Vaticano, Dino Alfieri, quien le hizo notar la irritación de Mussolini.

También en 1940, el 24 de diciembre, al reunirse con los cardenales para saludarlos por la Navidad, Pío XII pronunció un mensaje radiofónico en el que mencionaba su compromiso de ayudar a los refugiados “de estirpe judía”: una referencia explícita a los judíos. El día anterior a ese discurso, la revista Time publicó una declaración del famoso físico judío Albert Einstein en la que elogiaba a la Iglesia alegando que “sólo la Iglesia católica” se había opuesto “firmemente a la campaña de Hitler […] Nunca he tenido un interés particular por la Iglesia, pero ahora siento un gran amor y admiración por ella, porque sólo la Iglesia ha tenido el valor y la perseverancia de defender la verdad intelectual y la libertad moral”.

La Navidad siguiente, el 25 de diciembre de 1941, fue el New York Times el que, por su parte, elogió a Pacelli: “La voz de Pío XII es una voz solitaria en el silencio y la oscuridad en que Europa se ha sumido esta Navidad. Es el único gobernante del continente europeo que tiene el valor de alzar la voz. Sólo el Papa ha exigido el respeto de los tratados, el fin de las agresiones, la igualdad de trato para las minorías y la libertad frente a la persecución religiosa”. Nada mal para alguien que habría permanecido “callado”.

Pero ¿podría Pío XII haber hablado más, con más dureza y de forma más explícita?

Tal vez; pero dicen los historiadores que era una duda que atormentaba al Papa primero que a nadie, y que sin embargo, el papa se vio empujado a una línea prudencial por varios elementos. Para empezar, en 1942 -pero antes de la carta de König que se acaba de descubrir- Pacelli había sido testigo de lo sucedido en Holanda, donde los obispos, en una declaración leída en las iglesias el 26 de julio, condenaron la política racista y persecutoria de los nazis. Resultado: fueron inmediatamente deportados también cientos de judíos convertidos al catolicismo, entre ellos Edith Stein.

Parece que fue precisamente esa feroz represalia -que le hizo notar su secretario, Leiber- la que indujo al Papa a tomar un parecer más indulgente respecto de una protesta escrita de su puño y letra y lista para ser publicada en el L’Osservatore Romano. “Si la protesta de los obispos holandeses tuvo como consecuencia el exterminio de 40.000 judíos”, parece que fue el comentario de Pacelli antes de tirar al cesto lo que había preparado, “mi escrito podría tener como consecuencia la muerte de 200.000 judíos”.

Sin embargo, Mark Riebling -historiador y columnista del New York Times y del Wall Street Journal– señala en su obra Los espías del Vaticano. La guerra secreta de Pío XII contra Hitler (Mondadori), que poco después “protestó seriamente contra el genocidio. En su mensaje anual de Navidad, denunció a los ‘cientos de miles de personas que, sin culpa alguna, a veces sólo por su nacionalidad o estirpe, están condenadas a la muerte o a la decadencia progresiva’”. “Aunque no pronunció la palabra judíos”, señala Riebling, “utilizó, en lugar de etnia, el término estirpe, que, en aquella época, en Italia, era un eufemismo para referirse a los judíos”.

Otra razón por la que -como acabamos de decir- aun interviniendo Pacelli adoptó una línea a veces cautelosa es porque, sencillamente, se le exigió que lo hiciera. Se lo pedían desde Polonia -donde se había comprendido bien la asociación entre denuncia de la Iglesia y represalia nazi-, pero sobre todo desde Alemania, donde, escribe de nuevo Riebling, “los conspiradores le rogaron que no levantara protestas”. ¿Quiénes eran los “conspiradores”? Un grupo de militares, pero también religiosos, que trabajaban para matar a Adolf Hitler. Un plan -fracasado en 1944, que estaba dirigido por el conde Claus von Stauffenberg, héroe de guerra, multidecorado y ferviente católico- del que Pío XII supo y que requería un perfil bajo para tener alguna posibilidad de éxito.

Al propio Hitler, por decirlo suavemente, no le debía de gustar Pío XII ya que, como es bien sabido, había urdido un plan para secuestrarlo y deportarlo. En resumen, antes de hablar de los “silencios” de Pacelli -o de imaginar que antes (y después) de la carta recién descubierta no pestañeó ante la furia nazi-, deberíamos andar con pies de plomo.

Sobre todo porque Pío XII y la Iglesia actuaron incluso directamente para salvar a los judíos de la deportación. De hecho está aún fresca la noticia del descubrimiento, en los archivos del Pontificio Instituto Bíblico de Roma, de la lista con los nombres de quienes se salvaron gracias a la valiente e “invisible” red puesta en marcha por monjas y religiosos católicos. Un documento hasta ahora inédito que habla de no menos de 4.300 personas, 3.600 de las cuales fueron identificadas. Sin embargo, la ayuda a los judíos se puso en práctica antes, como demuestra, ya en 1939, el interés de Pacelli por hacer salir del país -primero hacia Suiza y luego hacia Palestina- a su amigo el doctor Guido Aronne Mendes, médico afectado por las leyes raciales.

El mundo judío de la época reconoció la labor de Pío XII

Todo esto, hay que decirlo, fue bien reconocido por el mundo judío. En 1945, cuando los supervivientes del Holocausto estaban vivos y en condiciones de evaluar quién había acudido o no en su ayuda, el Congreso Judío Mundial donó 20.000 dólares a la Santa Sede “en reconocimiento de la labor realizada para salvar a los judíos de la persecución fascista y nazi”. Pero ya en 1944, la Comunidad Judía de Roma en una relación a la Unión de Comunidades Israelitas Italianas, expresó una gratitud “tan grande y sentida como siempre hacia la Iglesia Católica y su augusta cabeza, Su Santidad Pío XII” (Bolletino ebraico d’informazioni nº 15, 20/10/1944).

Cuando murió Pío XII, Golda Meir -ministra de Asuntos Exteriores y futura primera ministra de Israel- dijo: “Durante la década del terror nazi, nuestro pueblo sufrió un terrible martirio. La voz del Papa se alzó para condenar a los perseguidores e invocar misericordia para las víctimas”. Si Pacelli hubiera sido realmente el Papa ambiguo de los “silencios”, estos y otros innumerables elogios no habrían llegado nunca.

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