El versículo 16,8 se ha presentado siempre como un pasaje oscuro y difícil para los comentadores del cuarto evangelio. Advertía ya San Agustín:
“Todo esto es muy oscuro y no podemos encontrar su total explicación dentro de los límites de este discurso, pues la brevedad podría hacerlo aún más oscuro”.[1]
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Análisis exegético
- V. 8: “Y viniendo, convencerá (reprochará) al mundo acerca del pecado, la justicia y el juicio” (καi ἐλθων ἐκεῖνος ἐλέγξει τον κόσμον περι ἁμαρτίας και περὶ δικαιοσύνης και περι κρίσεως).
1 – Convencer (ἐλέγξει):
Examinando este versículo y su vocabulario, De la Potterie afirma que es necesario en primer lugar determinar el alcance y significado del verbo principal: elénxein (ἐλέγχειν), que se traduce habitualmente como convencer, pero que en la lengua griega posee muchos matices:
- Existe un significado general que el exégeta citado dice ser raro: Realizar una encuesta, examinar una causa.
- Más frecuente, en cambio, es el significado de: Cuestionar, interrogar, poner a prueba, examinar (en discusión jurídica o filosófica).
- Un significado muy común, relacionado con el anterior, pero que designa el resultado de una encuesta o inquisición jurídica: Poner a la luz, descubrir, develar (revelar secretos, pruebas, etc.).
- De ese último significado derivan otros, como: demostrar el error, refutar; amonestar, reprochar; castigar.
En el análisis de De la Potterie, en definitiva, todos los significados proceden de este último, que es el principal: Demostrar el error de alguien, o bien reprochar, refutar.
Se trata de juzgar una realidad objetiva (“hechos concretos”). La presencia del acusado o inculpado no se ve como necesaria en los textos donde este verbo recurre, pudiendo bien ser implícita. La mayoría de los autores que se han inclinado por dicho significado, dicen referirse a una demostración exterior y dirigida al mundo.[2] El exégeta belga, en cambio, afirma más bien que es el tercer significado expuesto (“dar las pruebas, convencer”) el que más se adapta a Jn 16,8:
“Convencerá (dará la prueba evidente) al mundo de pecado, justicia y juicio”.[3]
Además, esa demostración o convencimiento es sobre todo interior y está principalmente destinada a los fieles, para que sean capaces de confesar y afirmar la Fe ante las persecuciones que deberán afrontar. De hecho, es un convencimiento sobre todo en la Fe el que permitirá a los discípulos triunfar ante la persecución del mundo, según 1Jn 5,4: Esta es la victoria que vence al mundo: Nuestra Fe.[4]
2 – Pecado, justicia, juicio:
Se presentan aquí tres aspectos sobre los cuales el Paráclito acusará al mundo, que a su vez se explicarán en los vv. 9-11. Hay que destacar que los tres aparecen en el v. 8 sin artículo, con lo que se refuerza la idea sobre que se trata de actitudes generales y permanentes, más que de situaciones concretas o aisladas.
- Pecado: El pecado del mundo es el de incredulidad. Así lo indica el contexto del evangelio y las precedentes apariciones del término en el evangelio, según concuerdan una gran mayoría de autores.[5] Hay que destacar que ya en el mismo Prólogo, el ‘mundo’ se caracteriza como “el que no conoció el Verbo, que ilumina a todo hombre” (cfr. Jn 1, 9-10). También es cierto que el mismo evangelista ponía en boca del Bautista el pecado del mundo como un todo, o sea, como una actitud general y no un hecho concreto (1,29: “Éste es el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo”). El tema es recurrente a lo largo de todo el Evangelio (3,36: “El que cree en el Hijo tiene vida eterna, pero el que rehúsa creer en el Hijo no gozará de vida, sino que la ira de Dios pesa sobre él”), y en la primera carta dicho pecado será llamado iniquidad (cfr. 1Jn 3,4; 5,17), poniendo de relieve toda su dimensión escatológica (en coincidencia con el “misterio de iniquidad”, planteado por San Pablo en 2Tes 2,7). Además, somete al mundo a la esclavitud del maligno (cfr. 1Jn 5,19: Sabemos que somos de Dios y que el mundo entero está bajo el maligno; Jn 8,34).
- Justicia: Algunos padres de la Iglesia (Cirilo de Jerusalén; San Agustín) han interpretado esta justicia (dikaiosyne = δικαιοσύνη) como la de los cristianos que son justificados por su Fe en Cristo, siguiendo el sentido que aparece frecuentemente en el NT.[6]
Para determinar el sentido de toda la expresión, De la Potterie se basa en el análisis gramatical y estilístico de los versículos siguientes:
– (v. 9): περι ἁμαρτίας μέν, ὅτι οὐ πιστεύουσιν εἰς ἐμέ·
– (v. 10): περι δικαιοσύνης δέ, ὅτι προς τον πατέρα ὑπάγω και οὐκέτι θεωρεῖτέ με·
– (v. 11): περι δέ κρίσεως, ὅτι ὁ ἄρχων τοῦ κόσμου τούτου κέκριται.
Se utiliza en cada caso una partícula negativa o distinta, o bien la misma en otra posición. “Es el único ejemplo – hace notar – de un μέν (mén) seguido por un doble δὲ (dé). Se observa una inversión de esta última partícula con respecto a la segunda”. El autor lo interpreta como un intento de dar un nuevo relieve al tercer miembro (v. 11: “acerca del juicio” [condenación]) en oposición al segundo (v. 10: “acerca de la justicia”).
De todos modos, y como producto de este análisis, De la Potterie hace notar que es insuficiente ver aquí únicamente la justicia personal de Jesús, su rectitud, su santidad, como han visto varios autores, antiguos y modernos.[7]
Una segunda posición consistiría en ver aquí la justicia de Jesús como la justicia de su causa, la cual entra de lleno en el conflicto que la opone al mundo. En este caso, la tarea del Paráclito consistiría en mostrar que Cristo tiene el derecho en sus manos y está en lo justo, mientras que el mundo es el que está errado.
Una tercera posición – para el autor mucho más preferible – da a dikaiosyne el sentido de recompensa, triunfo, victoria o gloria. Según el exégeta, este es el significado que toma numerosas veces en el AT, como en el cántico de Débora (Jue 5,11), en Is 5,16 (que en la versión de los LXX usa la expresión “ser glorificado en justicia”, en Is 61,10; 62,2; Prov 8,18, y el caso de 1Tim 3,16 en el NT (“Él ha sido glorificado en el Espíritu”). Se trata de la justicia-santidad en lugar de la justicia moral, y da sentido a la frase: El Espíritu Santo donará a los Apóstoles la prueba de la justicia de Cristo, su justicia triunfadora, su victoria, que lo lleva a su glorificación en el Cielo.[8]
Tiene también relación con el pecado ya mencionado anteriormente (al mismo tiempo que guarda cierta oposición con él), pues la victoria de Jesús mostrará que no había engaño en El, mientras que sí lo había en el mundo, lleno de pecado. Justicia entendida como justificación parece ser lo más acertado.
- Juicio: El término krísis (κρίσις/κρίσεως), tal como es utilizado aquí, se presenta en oposición, incluso sintáctica, a la justicia, por lo que varios afirman que su significado es el de rechazo a la revelación de Jesús, pudiendo traducirse por condenación.[9] Ese parece ser un significado frecuente en Juan (12,31: “Ahora es el juicio [κρίσις] de este mundo, ahora el príncipe de este mundo es echado fuera”), aunque otras veces parece referirse a un juicio de discernimiento hecho en circunstancias no condenatorias. De la Potterie afirma que el primero es el sentido que le han dado muchos antiguos, y que está relacionado con la exaltación de Cristo en la cruz. El Paráclito confirmará la certeza que el mundo incrédulo está bajo el pecado, y que Cristo ha triunfado sobre el mundo retornando al Padre.[10] Brown opina también que la raíz krínein (infinitivo de krísis) puede traducirse en San Juan como “condenar” si se lo entiende en oposición a “salvar”, pues es en este contraste donde este significado encuentra una clara justificación (como en 8,15 y 8,26).[11]
– vv. 9-11: “Sobre el pecado, porque no han creído en mí; sobre la justicia, porque voy al Padre. Sobre el juicio, porque el príncipe de este mundo ha sido juzgado” (περι ἁμαρτίας μέν, ὅτι οὐ πιστεύουσιν εἰς ἐμέ· περι δικαιοσύνης δέ, ὅτι προς τον πατέρα ὑπάγω. περι δέ κρίσεως, ὅτι ὁ ἄρχων τοῦ κόσμου τούτου κέκριται)
Nos hemos ya referido a la combinación de las partículas μέν (mén) y la doble recurrencia de δέ (dé), lo cual permite establecer una sucesión en los motivos (“Primero, por el pecado, luego por la justicia, luego el juicio”). A esto se añade la partícula ‘óti en cada hemistiquio, el cual, según Brown, tiene carácter explicativo más que causativo.[12]
El pecado es el de la incredulidad, como hemos visto, especialmente si esta es obstinada: “Es la resistencia a la Revelación de Dios en Jesús– comenta Wikenhauser – y su pecado es que continúa cerrándose a la revelación cristiana” (como puede verse en 15, 21-25; 5, 44-45; 10, 37-38, y otros pasajes del evangelio).[13] La justicia se aplica aquí a Cristo no como probidad moral sino en cuanto que es reconocido como inocente en el juicio, y participante de la justicia del Padre, en quien no encontramos nada de injusto.
En lo concerniente al juicio, la acción del Paráclito dejará en claro cuál es el juicio y quien es el juzgado. El mundo creía haber juzgado a Jesús, pero justamente en la muerte de Cristo se cumplió el juicio contra el príncipe de este mundo, responsable de la crucifixión, ya que con su muerte Cristo triunfó del demonio. A partir de este acto, el demonio queda privado de su poder; es él, por lo tanto, el vencido y el juzgado (cf. 12,31; Col 2,15).[14] Sólo conserva poder sobre los incrédulos u obradores de injusticia, pero no sobre los creyentes.
2.Comentario (siguiendo la exposición de Tomás de Aquino):
Convencerá al mundo de pecado, justicia y juicio
Jesús les reprocha el pecado (16,9: “porque no han creído en mí”). Tomás de Aquino afirma que el Espíritu Santo reprochará a los mundanos solamente la incredulidad, pues todos los otros pecados son perdonados mediante la Fe (Mt 25,35ss; Prov 15,27). Utiliza la fórmula: “porque no creen en mí” (en lugar de “a mí”), porque los demonios también creen en la existencia de Jesús, y sin embargo no lo aman (cfr. Sgo 2,19: Los demonios creen, y tiemblan).
- – En cuanto a la justicia: Esta frase puede explicarse, bien adaptándola a la justicia de Cristo o a la de los Apóstoles. Si se trata de la justicia de los apóstoles, el sentido está en reprochar tanto a los judíos como a los mundanos el no haber imitado la justicia de los fieles (apóstoles y discípulos).
Los Apóstoles veían la humanidad de Jesús, pero no su divinidad. Tenían Fe en Cristo sólo respecto a su divinidad, pero el Señor les anuncia que cuando su presencia física les sea quitada, tendrán Fe tanto en su divinidad como en su humanidad (“porque voy al Padre y no me veréis más” – según San Agustín). Si nos referimos en cambio a la justicia de Cristo, sabemos que los judíos no quisieron reconocer que Jesús era justo (Jn 9,24: sabemos que este hombre es un pecador). Se les reprocha esta justicia diciendo: “porque voy al Padre”. El abajamiento de Jesús se debió a su misericordia, pero su ascensión fue un débito de justicia.
- – En cuanto al juicio: Porque “el príncipe de este mundo – el diablo – ha sido juzgado”. El diablo es príncipe de los mundanos no porque sea el creador de los mismos, sino porque se apodera de ellos por la fuerza de la sugestión y de la imitación (Sab 2,25: La experimentan los que están de su parte). Jesús había dicho: “Ahora es el juicio de este mundo” (12,31). Lo había dicho para eliminar todo pretexto a los hombres, que a veces se excusan en la tentación del diablo. Como si dijese: No pueden ahora excusarse, ya que el diablo ha sido expulsado del corazón de los fieles mediante la gracia y la Fe en Cristo, gracias al Espíritu Santo. A partir de este momento, el diablo no puede tentar interiormente como lo hacía antes, sino solamente de modo exterior para que, con ocasión de esto, los fieles puedan ejercitar la virtud. Otra forma de juzgar al mundo se aplica también a los príncipes de su pueblo, porque estos juzgaron malamente que Él tenía un demonio y que expulsaba los demonios con el poder de Belcebú (1 Cor 2,12: No hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu de Dios). De tales engaños se podrán convencer (al menos objetivamente)[15], porque el Espíritu [Santo] que El enviará condenará al demonio y lo expulsará.[16]
P. Carlos Pereira, IVE
[1] Cfr. San Agustín, In Ioannem 94, 6 [PL XXXV, 1870].
[2] Por ejemplo: “Convencer al mundo no implica que lo inducirá a reconocer su culpa, sino que, después de la Resurrección de Jesús, pondrá en evidencia cuál es su pecado, demostrando que está equivocado” (cfr. A. Wikenhauser, L’Evangelo secondo Giovanni [Nuovo Testamento commentato IV; Morcelliana Brescia, 1959], 387).
[3] El análisis completo en De la Potterie, La verité selon Saint Jean I (Analecta Biblica 73 ; PIB Roma 1999), 399 – 406, y su postura concreta en 409-410, que sigue a la de M.-F. Berrouard, Le Paraclet, Défenseur du Christ devant la conscience du croyant (Jo XVI, 8-11), RScPhTh 33 (1949), 361-389.
[4] Cfr. La verité, 416.
[5] “Haber resistido al anuncio (revelación) de Jesús y continuar resistiendo a la predicación cristiana” (cfr. A. Wikenhauser, L’Evangelo, 387). “Porque no ha creído en Cristo, sino que lo ha rechazado” (cfr. A. Zevini, Vangelo Vangelo secondo Giovanni, Città Nuova, Roma 72009, 452). “El pecado por excelencia es el de incredulidad” (cfr. De la Potterie, La verité, 417). Para este último autor, como dijimos, la acción del Espíritu está destinada a los creyentes. En este caso, “les ayuda a establecer sobre el mundo un juicio de condenación”.
[6] Esta interpretación ha sido seguida también por los reformadores del siglo XVI, que han visto aquí una oportunidad para su doctrina de la justificación de los fieles por la sola Fe, y por algunos otros autores. El primer inconveniente que puede verse es el hecho que Jesús se refiere a El mismo – y no a los fieles – en la explicación que sigue a continuación.
[7] Entre ellos el Crisóstomo, Teofilacto, Eutimio. También Weiss, Zahn, Westcott, Barrett, Lagrange y otros (cfr. De la Potterie, La verité, 418 [nota 258]).
[8] Cfr. De la Potterie, La verité, 419, citando a A. Descamps, Les Justes et la Justice dans les Evangiles et le christianisme primitif hormis la doctrine proprement paulinienne, Louvain 1950, 87-89. G. Zevini piensa también así: “Indica que todo lo que Jesús se ha atribuido es análogo a la santidad y a la justicia de Dios” (cfr. Vangelo, 452 [nota 110]).
[9] Aunque condenación se expresa propiamente por otro verbo: κατακέκριται, como San Pablo en Rom 14,23: Quien duda, se condena si come.
[10] Entre los antiguos, se enumera a Crisóstomo, Teofilacto, Cirilo, Eutimio, San Agustín, Beda el venerable, Tomás de Aquino y Maldonado (cfr. I. De la Potterie, La verité, 421 [nota 266]).
[11] Cfr. R. E. Brown, Giovanni, 448.
[12] Cfr. R. E. Brown, Giovanni, 854-55.
[13] Cfr. A. Wikenhauser, El evangelio según San Juan, ed. Herder, Barcelona 1967, 441.
[14] Cfr. A. Wikenhauser, El evangelio, 442.
[15] La diferencia reside en que, subjetivamente, nadie se convence si no quiere, y los príncipes de los judíos, empecinadamente no quisieron, pero los elementos objetivos para convencerse estaban allí.
[16] Cfr. Tomás de Aquino, Commento al vangelo di San Giovanni, XVI, lct. III [2095-8].
Comentarios 2
Muchas gracias Padre, muy clara la explicación de no justificarnos con la tentación del enemigo.
Excelente análisis muchas gracias padre