Orar con el Ícono de la Natividad
Breve explicación del ícono para ayudarnos a profundizar el Misterio.
“Hoy la Virgen da a luz al que supera toda esencia; y la tierra le ofrece una gruta a Aquel, a quien nadie puede acercarse.
Los ángeles y los pastores le glorifican, y los magos guiados por la estrella vienen en camino.
Hoy ha nacido para nosotros un Nuevo Niño que es el Dios Eterno.”
(Condaquio de la fiesta de Navidad en Oriente)
PREÁMBULO
En medio de la tradición iconográfica cristiana, sobre todo en oriente, tienen una particular relevancia los iconos de la Natividad, no sólo por representar un momento específico de la vida de Cristo, su nacimiento, sino porque intentan comunicar el sentido profundo de la fe en la encarnación del Hijo de Dios.
La Palabra de Dios acompaña al ícono, para los iconos de la encarnación se cuenta con los relatos del nacimiento presentes en los evangelios sinópticos, el prólogo del evangelio de Juan y junto con él todos los testimonios de la pre-existencia del Verbo que en el Nuevo Testamento dan solidez a la fe de la encarnación y de modo particular los evangelios de la infancia, en los textos de Lucas y de Mateo. Sin olvidar con ello todo el material profético y vetero-testamentario que ilumina el acontecimiento de la Natividad y que de modo particular aparece en la liturgia romana del adviento.
Los evangelios de la infancia son sumamente importantes en los íconos de la natividad puesto que, en ellos, al no seguir una lógica cronológica, se intenta presentar el acontecimiento del nacimiento del Hijo de Dios y de su manifestación epifánica progresiva y creciente hasta llegar al gran momento teofánico que en Oriente se ha identificado con el Bautismo del Señor.
Así, es común encontrar en los íconos de la natividad toda una serie de acontecimientos que van desde los momentos previos al nacimiento hasta la huida a Egipto (que no aparece en el de Rublev pero en otros iconos sí), cerrando con ello el ciclo de la infancia de Jesús en la tensión hacia la espera de la epifanía del Bautismo y con ello del inicio de su ministerio público.
- El encuentro con el ícono debe de hacerse en actitud orante. No se está frente al ícono como el crítico de arte, sino como el hombre de fe que busca el encuentro con Dios, la iluminación de su fe y el ensanchamiento de su corazón.
- Así que después de invocar a Dios lo primero que se debe hacer es contemplar el icono en sí mismo, poner atención en todos sus elementos, sus planos, sus dimensiones, sus colores, etc.
- Dejar que el icono empiece a hablar al corazón.
- Después hay que poner atención en cada una de sus partes y preguntarse cuál es el sentido de la fe que comunica cada una de ellas.
- Leer un icono, contemplarlo y orar frente a él no es un acto individualista, es un acto eclesial, del mismo modo que lo es escuchar la Palabra. No es posible interpretar el ícono al margen de la tradición que le dio origen y de la tradición interpretativa que le acompaña y que muchas veces se transmite oralmente entre los fieles. Así que todas las interrogantes que surgen al contemplar el icono deben encontrar su respuesta en la misma fe interpretativa que le ha dado origen creativo según los sagrados cánones de la iconografía.
- Una vez contemplados los detalles se puede suscitar la interrogación y continuar a las explicaciones que provienen de la Tradición y de la Palabra sabiendo que los iconos por ser realidades sagradas llenas de la vida del Espíritu trascienden cualquier explicación y son siempre fuente de nuevas contemplaciones e iluminaciones.
EXPLICACIÓN DE LOS DETALLES MÁS IMPORTANTES
Ahora procedemos a la explicación de los detalles más relevantes del ícono.
El monte
Mientras que en la economía de la revelación de la Antigua Alianza el monte y especialmente su cumbre era el lugar privilegiado en donde Dios manifestaría su bondad, su fuerza, su poder, incluso de un modo temible, como en el caso del Sinaí con Moisés, ahora en la nueva Economía (Nuevo Testamento) aparece el mismo monte como el lugar de la manifestación de Dios. Rublev hace explícito este detalle de exégesis canónica al poner en la cumbre del monte la fuente de la luz divina que baja hasta el lugar en donde está Jesucristo.
Y aquí está la principal novedad. Dios ya no está en la cumbre. Dios ha descendido y una estrella baja del cielo para indicar que el lugar de Dios ya no es el cielo sino la tierra. Dios ha puesto su morada entre nosotros.
Pero no es el único detalle respecto al monte. Veamos que hay dos montes que se distinguen claramente pero se unen en la base. Este detalle tampoco es fortuito es la forma en la que el iconógrafo representa la unión sagrada entre lo divino y lo humano en la base de la persona de Cristo.
- El iconógrafo distingue las dos naturalezas de Cristo al mismo tiempo que las une en la persona del pequeño que aparece al centro del icono. De este modo la montaña misma es Cristo, el lugar, el espacio sagrado en donde el hombre se acerca a Dios y en donde Dios se acerca al hombre.
- Cristo es el monte, la roca, que tiene dos cumbres, una humana y otra divina y que se encuentran unidas ambas en la misma realidad de su persona. Se distinguen sin confundirse pero no se separarán jamás.
Los ángeles
Dado que Dios mismo ha descendido del cielo en la persona del Hijo, los ángeles han descendido también. Encontramos dos planos diferentes en los que se desenvuelve la presencia de los ángeles.
El primer plano es alrededor del niño. Ahí están adorando a Dios. La gloria de Dios ya no se encuentra sólo en las alturas de su trascendencia divina, sino que ha descendido a la tierra en la humildad de un niño trayendo la paz a los hombres. Ahí los ángeles continúan su adoración a Dios, pero ahora dirigen su mirada al mundo creado en donde Dios se ha hecho hombre, ha entrado en el tiempo y al espacio.
El segundo grupo de los ángeles no se encuentra alrededor de Dios adorándolo sino que se encuentra alrededor de Dios cumpliendo la misión de anunciar a los hombres el gran acontecimiento. Así encontramos por un lado algunos ángeles dando la noticia a los pastores según el texto de la escritura, y por otro lado dando la noticia y guiando a los sabios de oriente.
La cueva
Todo el dinamismo de la imagen gira en torno de la centralidad de Cristo en la cueva .Por un lado este hecho hace alusión al evangelio de Lucas en donde dice que no tenían sitio ni albergue (Lc 2,7) pero, por otro lado, tiene también un significado más profundo. La cueva es oscura. Es totalmente negra y tal oscuridad significa la oscuridad del mundo. Este color y este juego simbólico aparecen también en el icono de Pentecostés. Dios desciende hasta nosotros de lo alto del cielo y desciende como luz en medio de las tinieblas en las que se encuentra el mundo.
El niño
Todo el icono gira en torno al niño Jesús El autor del icono ha logrado establecer las relaciones de todos los elementos con el niño de modo que aunque algunos de ellos sean mayores en tamaño o incluso en gloria visible como los ángeles o la Virgen María, no se confunda el que contempla el icono y aparezca todo elemento subordinado a Jesucristo. Lo primero que salta a la vista es que el niño no aparece envuelto en pañales sino envuelto en sudarios y mortajas. Su envoltura es una envoltura funeraria. Con esto el iconógrafo quiere mostrar que el mismo acontecimiento de la encarnación significa en sí mismo que Dios ha hecho suyo todo lo humano. Que Dios ha nacido en humanidad significa que Dios ha de morir en la persona del Verbo encarnado. Pero no sólo como dato antropológico sino como acontecimiento salvífico. Es precisamente el Verbo de Dios hecho carne el que a través de su muerte se hará la luz de las naciones y atraerá a todos hacia sí.
En algunos iconos se observa al niño en el pesebre, lugar en donde comen los animales, dato que proviene de Lc 2,16 pero en este icono y en algunos otros la figura dista mucho de la representación del pesebre sino que evoca a la tumba, al santo sepulcro que verá no sólo el cuerpo sin vida del Hijo de Dios sino la misma resurrección. De este modo el iconógrafo vincula la Natividad con la muerte y la resurrección de Cristo dejando así de manifiesto que el Verbo eterno del Padre se ha encarnado para morir y resucitar y de este modo ser luz y salvación para todos los hombres.
El icono también tiene un sentido eucarístico. En la divina liturgia de San Juan Crisóstomo el rito inicia en un lugar especialmente designado para la preparación del sacrificio, y este lugar se halla usualmente bajo el icono de la Natividad. De este modo la liturgia reconoce que la Natividad es el origen del culto cristiano, la preparación del sacrificio, pero también reconoce que cada liturgia es de modo auténtico la misma Natividad, en donde el Hijo de Dios desciende para ofrecerse como sacrificio y darse como alimento para la vida del mundo. Es significativo no sólo el nombre de la ciudad de Belén que significa “casa de pan” y el hecho de que descanse en un “comedero” sino que de modo más profundo es su sacrificio lo que lo hace alimento como lo quiso expresar Nuestro Señor en las palabras de institución:
Tomad y comed todos de Él,
porque ESTO ES MI CUERPO,
que será entregado por vosotros.
Tomad y bebed todos de Él
porque ESTE ES EL CÁLIZ DE MI SANGRE,
sangre de la alianza nueva y eterna
que será derramada por vosotros y por todos los hombres
para el perdón de los pecados .
La Theotokos
El personaje de mayor tamaño en el icono es la Virgen Madre de Dios, aunque su papel es secundario respecto a Nuestro Divino Salvador. Es el personaje más cercano a Cristo. Esta proximidad habla no sólo de su rol como madre sino también su importancia en la realización del plan divino.
Los distintos iconos varían en las posturas de María según las actitudes que deseen mostrar en él. En algunos aparece María de rodillas frente al niño. En otros, sentada en contemplación del niño con mucha cercanía y de este modo estableciendo lo que sería un primer icono del tipo eleusa, es decir de la ternura. Pero en todos ellos aparece un dato común. María no está incómoda en la cueva sino que aparece recostada o sentada sobre un manto de color rojo. El rojo en la iconografía significa la divinidad. Por ello la Theotokos siempre aparece revestida de rojo, divinizada por la gracia. De este modo el iconógrafo aunque deja claro que ha nacido un verdadero niño que también es Dios, este nacimiento no ha sido un nacimiento ordinario.
Ella tiene como Theotokos un auxilio especial en el parto, un auxilio que le da una disposición de
comodidad. Esto sin embargo contrasta, en este icono, con el hecho de que María aparece acostada, como fatigada y de espaldas al niño. Mucho se ha escrito sobre este dato del icono de Rublev, algunos dicen que está de espaldas porque el misterio del Hijo de Dios hecho hombre es tan deslumbrante que ella prefiere no mirarlo directamente, algunos evocan simplemente a su cansancio. Así que en estos detalles aparece la paradoja del parto y de la Natividad de Jesús: María aparece Virgen y coronada de tres estrellas que significan su virginidad perpetua, al mismo tiempo el icono evoca un parto real, con un auxilio divino misterioso que preserva la virginidad en el alumbramiento pero que al mismo tiempo parece dejarla exhausta como una Madre que ha descansado después de una larga espera y de un largo viaje.
Hay otro detalle importante, y es que María reposa sobre una roca plana frente a la gruta. Este tipo de representación tiene sus orígenes en las escuelas de iconos de Creta y del Monte Athos y se la observa a partir de obras del s. XV. Esta roca representa las profecías de Daniel:
“Estabas mirando, hasta que una piedra se desprendió sin que la
cortara mano alguna, e hirió a la imagen en sus pies de hierro y
de barro cocido, y los desmenuzó” (Dan 2, 34)
El ícono interpreta que esta visión de la roca se cumple cuando la Virgen da a luz a Cristo quien vencerá las fuentes de todo mal y sufrimiento tal como esa roca de Daniel hizo desplomar a los reyes de este mundo. La virgen tiene también este rol principal en el Hermos de la Cuarta Oda de Navidad:
“Ha surgido un vástago del tronco de Jesé, y Tú, Cristo Dios
como un retoño has brotado de sus raíces, procedes de la montaña
cubierta por el vergel, pues te encarnaste de la Virgen que no
conoció hombre. Oh Dios, Tú que eres ajeno a la materia, gloria
a Tu Poder, Señor!”
Este himno se encuentra en relación directa con Is 11, 1-2 y señala a la Virgen como una montaña fértil de la que ha brotado el vástago de Jesé (el padre de David y el ancestro de Cristo según Mt 1,6 y Lc 3, 31-32).
La noche de José y la luz del astro
En el costado inferior izquierdo usualmente aparece San José. Normalmente aparece envuelto en oscuridad, meditativo y en actitud de oración. Aparece en muchos casos con un ermitaño que le habla al oído. En estos signos se representa la duda de José.
San José frente a la noticia de la espera de María se queda perplejo tal como es narrado en Mt 1, 19-25. Las dudas que experimenta San José frente al acontecimiento inaudito de la anunciación y de la concepción virginal de María, son dudas que San José lleva en la soledad de su corazón, de ahí que la interpretación más común del ermitaño evocan el espíritu orante de San José y a la noche de su corazón.
Pero aquí nuevamente el iconógrafo va más allá y muestra en José, varón justo, la realidad de todo el pueblo de Israel frente a Jesús. Todo el pueblo está en noche, en dudas que ha de ir resolviendo en la oración y en la escucha atenta de la Palabra. Mientras aparece José representando al pueblo de Israel en su noche, aparecen también los magos de oriente que en la noche son guiados por la luz del misterioso astro que los acerca a Cristo.
Así, toda la humanidad aparece representada alrededor de Cristo, los paganos en los magos de oriente, Israel en San José, y los pobres de espíritu en los pastores. Aquí aparecen el cielo y la tierra unidos alrededor del Verbo Encarnado que se prepara para salvar a la humanidad y que es por primera vez visible en la humildad y en la sencillez de un niño pequeño que busca los brazos de María.
El anciano del bastón es el demonio que intenta tentar a San José para rechazar a su desposada. El fundamento evangélico de esta escena se puede encontrar en la apresurada decisión de repudio de Mateo 1,19 y en su ausencia en el momento de la llegada de los magos según Mt 2,11.
Los evangelios apócrifos relatan que el demonio le decía: “si este bastón seco puede dar brotes, también es posible que una virgen dé a luz un hijo” y en ese mismo momento el bastón dio brotes confirmando así la fe de José.
El toro y al asno
El toro y el asno son también todo un símbolo que procede de la profecía de Isaías 1,3:
“El buey conoce a su dueño, y el asno el pesebre de su señor; Israel no entiende, mi pueblo no tiene conocimiento.”
Esta profecía denuncia la ignorancia del hombre de no reconocer quién es el verdadero Señor y amo de su vida. Aquí son ellos quienes acudieron en primer lugar en reconocimiento de su amo y señor. Además la versión griega de los Setenta de Habacuc 3,2 dice: “Tu, Señor, serás conocido por los dos seres vivientes”.
En el siglo IV los grandes padres de la Iglesia tales como Gregorio de Nisa y Gregorio de Nacianzo ven en estos dos animales una representación simbólica de los judíos y las naciones. Los judíos están representados por el toro en el sentido de sus prácticas religiosas de ofrecer novillos en sacrificio mientras que el asno representa la ignorancia de las naciones acerca de toda la historia de revelación divina. Este paralelo se muestra en concordancia con el paralelo de los magos y los pastores en el que los pastores representan el pueblo judío mientras que los magos representan las naciones.
Los pastores
Los pastores están personificados como hombres humildes, tal como dice Lucas, que vivían a la intemperie (Lc 2,8). Esta humildad les dio la posibilidad de estar en contacto directo con el mundo celestial, y es así que son los primeros en recibir la noticia de la Buena Nueva por parte de los ángeles. El nacimiento no ha sido anunciado entre reyes ni tampoco entre las autoridades del Templo de Jerusalén ni siquiera aún entre los maestros de la Ley que conocen todas las profecías y las enseñan (Mt 2, 4-6). Los pastores reciben la anunciación directamente de los ángeles en plena naturaleza abierta y creen sin dudas y por ello acuden a ver al recién nacido en Belén. La representación de las escenas de los pastores está en concordancia plena con la escena de Lucas 2, 8-20.
Los magos
Los tres magos de oriente están representados en su camino a Belén guiados por el astro. Otra
manera de representarlos es en adoración dando sus ofrendas. Tenemos imágenes muy antiguas de este tipo de escena que pueden atestiguarse desde el s. IV.
Los magos viajan señalando el cielo, y particularmente el astro que los guía. Esta estrella que avanza tiene sus orígenes en el relato del vidente Balaam hijo de Beor quien fue llamado por el rey de los moabitas Balac para que pronuncie maldiciones contra Israel, pero éste no pudo más que pronunciar bendiciones a favor de Israel (Num 22-24). En Números 24,17 tenemos una de estas bendiciones en la cual se menciona la estrella que avanza y que en la historia de la interpretación judía pasó a ser una de los vaticinios mesiánicos más importantes:
“Lo veo, aunque no por ahora, lo diviso, pero no de cerca: de
Jacob avanza una estrella, un hombre surge de Israel.”
Así por ejemplo lo demuestran los escritos de Qumrán en CD 7, 18-20 y los testamentos del patriarca Levi (18,3) y del patriarca Judá (24,1.5). También el texto del Tárgum de Onkelos dice en este párrafo “surge un rey de Jacob, el Cristo de Israel será ungido”.
Finalmente el concepto de que los magos entreguen dones al nuevo niño rey está fuertemente inspirado en la profecía de Isaías 60, 1-6 y en el salmo 72, 10-11 que hablan de los dones que un día ofrecerán las naciones al rey de Israel.
La profecía de Isaías dice:
“Arriba, resplandece, (Jerusalén), que ha llegado tu luz y la
gloria del Señor sobre ti ha amanecido!… entonces… las
riquezas de las naciones vendrán a ti. Un sin fin de camellos te
cubrirá, jóvenes dromedarios de Madián y Efá. Todos ellos de
Sabá vienen, portadores de oro e incienso y pregonando
alabanzas al Señor.”
Por su parte el salmo dice:
“Los reyes de Tarsis y las islas traerán presentes. Los reyes de
Sabá y de Seba ofrecerán tributo; todos los reyes se postrarán
ante él, le servirán todas las naciones.”
La mención del oro y el incienso como ofrendas traídas a la nueva Jerusalén por parte de las naciones y la mención de la postración frente al rey justo son elementos que llaman la atención de todos aquellos que conocen el relato de Mateo y el Antiguo Testamento. Orígenes (185-254) dio un significado a cada uno de los presentes sosteniendo que el oro confiesa el linaje real de Jesús, el incienso su divinidad y la mirra su humanidad con la cual habrá de sufrir la pasión.
Orígenes fundamenta esta interpretación sin lugar a dudas en textos del Antiguo Testamento como los arriba nombrados y muchos otros más.
Las parteras
En algunos de los iconos de la Natividad aparece en el costado derecho inferior un par de mujeres que lavan unos paños. En otros iconos de la Natividad aparece en este mismo espacio la huida a Egipto. ¿Por qué se han puesto a las parteras en el icono? Era costumbre que algunas mujeres ayudaran a la mujer al dar a luz y después limpiaran al niño además de encargarse del cordón umbilical. ¿Por qué hacer explícito este detalle, qué no aparece en los textos y que parece una mera suposición? La intención es nuevamente teológica. El autor del icono quiere dejar manifiesto que Jesucristo siendo Dios es verdadero hombre y no es hombre en apariencia, por eso la importancia de que aparezcan las parteras limpiándolo y encargándose de la unión carnal que tenía con María en el cordón umbilical.
Esta escena tiene sus raíces en los evangelios apócrifos de Santiago y Mateo. No tiene fundamentos ni en el evangelio canónico de san Mateo ni en el de san Lucas.
Las mujeres que lavan al niño se llaman Salomé (la que porta al niño) y Zelomí (la que pone el agua). Estas representaciones son tardías y se registran desde el s. XIV. Según cuenta la historia Salomé dudó de la virginidad de María y por ello se secó su mano hasta que finalmente adoró a Cristo y confesó su fe; momento en el cual su mano fue curada (Proto evangelio de Santiago 18-20). Es un relato que confirma la singularidad de este nacimiento.
CONCLUSIONES
Tal como podemos ver el ícono de la navidad tiene fuertes raíces no sólo en los relatos evangélicos sino también en las profecías del Antiguo Testamento. La imagen da lugar a una interpretación detallada de las profecías mesiánicas y revela los misterios de la fe cristiana. Los iconos son un evangelio abierto que instan al orante a preguntar por cada uno de sus detalles que posteriormente quedan grabados en la memoria y el corazón de todos aquellos que rezan con fe y creen en el mensaje salvífico de la Palabra Encarnada.
P. Carlos Pereira, IVE
(Agradecemos a la sra. Maria Luján Ramos quien nos suministró esta valiosa información).(Recopilado por H. Guerrero www.cruzgloriosa.org)
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