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Afortunadamente se va ya imprimiendo con fuerza en todas las mentes y en los corazones todos, la idea austera y paciente de que estamos en una guerra. Y digo que es afortunado que esta idea vaya apoderándose de mentes y corazones, para que sustituya la idea demasiado fácil y cómo de que esto que vivimos es un «golpe militar». Ese golpe que reclamaba a cada instante la pereza de los que siempre preguntan qué hacen los demás, sin preguntarse qué tienen que hacer ellos; ese golpe de tradición castiza como la lotería o el premio gordo, por el que muchos esperaban que, sin esfuerzo ni trabajo de su parte, les habían de servir una buena mañana la salvación de España, trayéndosela en bandeja a la cama, como los periódicos, al lado del desayuno.

No; era demasiada la podredumbre de la vida oficial española, para que se regenerase sin dolor. Un golpe feliz y rápido era un precio demasiado barato para un tesoro tan espléndido como es esta España grande y resurgida que queremos y soñamos. Su precio tenía que ser más caro. Teníamos que pagar por ella, porque bien lo vale, todo el dolor de una guerra.

Una guerra, que por dura que sea, yo os digo que era necesaria y era conveniente.

Primero necesaria: porque el marxismo, por lo que tiene en su raíz profunda de Antipatria, de extranjería, de invasión, no podía ser vencido más que así, en los campos de batalla.

La lucha contra el marxismo tenía que ser guerra: guerra que, por la categoría internacional de los enemigos que teníamos enfrente, tuviera anchura de reconquista y magnitudes de guerra de Independencia; guerra santa en que el Ejército y el pueblo puesto unánimemente de pie, vuelvan a gritar a todos los vientos que si ayer la Virgen del Pilar no quería ser francesa, menos quiera ser ahora rusa ni judía.

Afortunadamente, la elocuencia brutal de los hechos ha comprobado esto con una luminosidad tan cegadora que ya nadie lo dudará en adelante. En estos días hemos visto al fin, actuar al marxismo, sin máscaras, en toda su desnudez antinacional, en toda su sinceridad de enemigo interior de la Patria. Eso que tenéis enfrente, españoles, eso es el marxismo en toda su desnuda verdad; eso que incendia, eso que asesina, eso que viola. Su contenido y su programa, no es, como querían fingir, una lista de postulados ideológicos, sino una simple lista de delitos comunes. Está, por esencia, no ya fuera de la ley, sino fuera del derecho natural. Todas aquellas posturas histriónicas o parlamentarias de sus Prietos, todas aquellas untuosidades semíticas de sus Fernandos de los Ríos, no eran más que máscara y antifaz. Ahora, españoles es cuando está el marxismo en toda la verdad desnuda de su contenido y su sustancia; ahora, asesinando mujeres y niños, quemando personas vivas, bombardeando la Alhambra de Granada o el Pilar de Zaragoza. La lección ha sido bien clara y dura. Creo que ya a nadie se le ocurrirá en adelante dar trato de convivencia legal a semejantes horda de bárbaros invasores. Creo que ya a nadie se le ocurrirá, como pasaba ayer, como remedio ante sus desmanes, hablar de una clausura temporal de las Casas del Pueblo, como a nadie se le ocurrió hace un siglo pensar en una expulsión temporal de los franceses o en una clausura temporal de sus campamentos. No; la guerra, con su luz de fusilería, nos ha abierto los ojos a todos. La idea de turno o juego político, ha sido sustituida para siempre, por la idea de exterminio y de expulsión, única válida frente a un enemigo que está haciendo en España un destrozo como jamás en la Historia nos lo causó ninguna nación invasora.

Por eso es por lo que decía que esta guerra además de necesaria era conveniente.

Era conveniente, porque nos íbamos consumiendo en la languidez y el abandono; porque la locura de los sin Dios y sin Patria, encontraba una demasiado fácil complicidad en el egoísmo y en la complacencia de los demás. Nos íbamos durmiendo: pero el Dios de los Ejércitos, nos ha hecho a tiempo el generoso regalo de un supremo dolor. Nos ha despertado con mano dura, pero mano bendita de padre.

Nos habíamos llegado a creer que la civilización, y el orden y la autoridad y la Patria, eran cosas gratuitas y derecho debidos, que habíamos de recibir pasivamente; nos habíamos olvidado que todas esas cosas son tarea y esfuerzo, logros que hay que ganar cada día como se gana el pan. Nos habíamos creído que vivir es sentirse socio de una cooperativa de derechos, de intereses y de beneficios, ¡cuando vivir es sentirse partícipe de la peligrosidad de un campamento que nunca estará del todo libre de enemigos!

Y de pronto, para que abramos los ojos, Dios nos ha mandado la suprema lección de una guerra, que por eso digo que era conveniente; conveniente para que en su transcurso nos purifiquemos; para que en sus caminos nos dejemos atrás nuestros errores y pecados, y lleguemos al final puros y limpios, dignos de recibir en nuestras manos, lavadas de sudor, la España que se nos prepara; conveniente para que así la obra sea de todos, con la ancha totalidad entusiasta de una guerra y así en lo futuro no consintamos que esta España de todos, por todos ganada y conquistada,, sea predio de alquiler para el uso de cabecillas o mangoneadores; conveniente, en fin, para dejarnos como inestimable herencia de estos días de lucha, una post-guerra y unos ex-combatientes: es decir el clima y el temperamento, que han sido necesarios en todos los países para que arraiguen esas concepciones ambiciosas, íntegras y totales de la Patria, de la Nación y de la vida.

Sublime enseñanza del dolor; divino aprendizaje de la guerra: ya no te olvidaremos nunca.

Tierra morena de España, ganada palmo a palmo; carne de novia en flor, conquistada caricia a caricia… ¡Cómo te vamos a defender ahora que, por todo lo que nos estás costando, sabemos ya todo lo que vales! ¡Cómo te vamos a sentir de nuestra, ahora que hemos pagado por ti precio de muerte, y cómo, después de estas bodas de sangre, te vamos a guardar, con hosquedad de marido celoso, frente a los que te rondan con balalaikas orientales o serenatas de ultrapuertos! ¡Cómo, frente a las dejadeces de ayer, vamos a valorar ahora, que ya conocemos su precio, la paz y el orden, la civilización y la autoridad!, y frente a los despilfarros de antaño, ¡cómo vamos a mimar cada árbol y cada río y cada pedacito de tierra y cada piedra de arte, ahora que las sabemos sustentadas sobre estacas de huesos de mártires, sobre cuerpos rotos de hermanos y de amigos!

Se acabó ya, España mía, ser hospedería del que primero llega, arrendamiento del que mejor paga, subasta del que más fuerte puja. Ya no serás más de éste ni de aquél; ya no serás más de izquierdas ni de derechas. Ya no serás más que de los que te han comprado, pedazo a pedazo, con moneda de dolor. Las cicatirces gloriosas de aquel soldado, la frente encanecida de aquel padre, el brazalete negro de aquel hermano, las tocas de luto de aquella viuda, esos serán en adelante los títulos de propiedad que frente a todos los postores advenedizos y extraños, gritarán al mundo: España es nuestra porque hemos sufrido por ella y porque la hemos hecho nacer a una nueva vida con una nueva maternidad de amor y de dolor.

Y mientras llega la hora de sacar esas últimas gloriosas y definitivas consecuencias de la guerra, saquemos las menudas y cotidianas. Recordemos a cada instante: «vivimos en una guerra»; y la guerra no es sólo empuje heroico; la guerra es un tono distinto y una vibración general que ha de estremecer todas las zonas de la vida. La guerra no es sólo movilización militar de tropas, sino paralela movilización de corazones, de generosidades y de sacrificios. La guerra no ha de estar únicamente en las líneas de combate: ha de estar en cada uno de nuestros actos y de nuestros pensamientos. Así como los cuerpos, los espíritus han de tener ahora también su uniforme que ha de ser un tono unánime de optimismo y de entusiasmo, que donde quiera que estén, en la oficina, en el cuartel, en la calles, nos haga en todo momento, solidarios del esfuerzo de los que combaten y de la responsabilidad histórica de esta gran hora que España está viviendo.

Hombres y mujeres que me escucháis. Lo que dije al empezar: Esto no es un golpe; esto es una guerra. Cada uno, pues, a su puesto. Unos al combate, otros a los servicios ciudadanos, otros al amparo de los niños y de los hambrientos… Y yo, hoy aquí, como ayer en Sevilla o como mañana en Córdoba, a gritar por los campos de España mi pobre palabra encendida, que nunca como ahora quisiera yo que tuviera músculo y nervio, para que el ¡Arriba España! que me sale del hondo del corazón, no fuera viento en el viento, sino realidad de ascensión y de empuje que levantara mi Patria más allá de las últimas estrellas.

* Discurso pronunciado el 24 de julio de 1936, desde el micrófono de Radio Jerez, y publicado en «¡Atención! ¡Atención!… Arengas y crónicas de guerra», Ed. Escelicer-Cerón, Cádiz, 1937.

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