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Christus vincit! Christus regnat! Christus imperat!

 

El mismo Cristo que fue ayer, el mismo es hoy, el mismo para siempre (Heb.13, 8)

Hermanos Mercedeños[1]Acabamos de dar un magnífico ejemplo con esta manifestación noble de nuestra fe cristiana. Una vez más nos hemos estrechado en apretadas filas formando este compacto ejército de los valientes soldados de Cristo. Mujeres y hombres, niños y ancianos, pobres y ricos sin distinción de edad ni condición social: todos acabamos de proclamar con firmeza nunca desmentida la realeza de Cristo.

Al otrora blasfemo grito de los deicidas: «No queremos que Éste reine sobre nosotros», oponemos nuestro grito más potente aún: «¡Queremos que Éste reine sobre nosotros! ¡Queremos el reinado de Cristo sobre nosotros!»

No nos avergonzamos de doblar nuestra rodilla e inclinar nuestra frente ante el Rey Soberano y Majestuoso, que es aclamado en el día de hoy en toda la redondez de la tierra por millones de vasallos suyos que están dispuestos a marchar a conquistar el mundo entero proclamando la realeza jamás superada de este Rey Glorioso.

Desde que este Rey comenzó su programa de conquista en sublimes aventuras de amor, se han visto desfilar hacia el olvido naciones enteras, pueblos aguerridos, reyes poderosos, sabios preclaros; se han derrumbado coronas y han desaparecido banderas: todos han brillado en su momento como una estrella fugaz que cruza el firmamento sin dejar rastro siquiera; pero la estrella de Cristo que vieron los Magos sigue proyectando sobre la humanidad sus rayos de nítida luz, en un perenne mensaje de amor.

Es que la Verdad no puede variar: la verdad es siempre la misma, es una. La verdad no cambia, la verdad es estable. Lo que varía, lo que cambia, no puede ser la verdad.

Cristo en cambio es siempre el mismo. Cristo no cambia. Ahí lo veis enarbolando el estandarte de la Cruz dispuesto siempre a pasearlo por toda la redondez de la tierra. Su punto de partida es el Calvario y su programa no es la sed de venganza, no es el odio, no es la envidia, no es la sangre de sus enemigos: su programa es Él mismo, su programa es vencer a sus enemigos para premiarlos, para amarlos, para enriquecerlos.

El mismo Cristo que ayer fue crucificado es el que hoy reina glorioso, y reinará por siempre, porque su reinado no tendrá fin.

Hermanos: Cristo reinará aunque se levanten Herodes ambiciosos de poder y deseosos de permanecer en sus vicios más vergonzosos.

Cristo reinará a pesar de los Pilatos que temen perder la amistad con los poderosos de la tierra y no temen la ira del Todopoderoso.

Cristo reinará y se levantará más glorioso con todo su ejército de mártires intrépidos sobre la sangre que hagan correr los Nerones de todos los tiempos.

Cristo reinará a pesar de que se lo trate de arrojar de la vida privada de los hombres, a pesar de que se lo eche de los hogares, de la familia, a pesar de que se lo niegue públicamente en la sociedad. Reinará a pesar de que sistemáticamente se lo arranque de nuestras escuelas, reinará a pesar de que no sólo se prescinda de Él en las leyes y constituciones, sino y lo que es más grave, que se pretenda construir en contra de su Evangelio.

Pero ese reinado de Cristo sobre todos estos será terrible, señores. Los que hoy no lo quieren tener por aliado, los que hoy no ven en Él al rey pacífico, indefectiblemente lo tendrán como rey vengador por toda la eternidad.

No es esto una amenaza, una peroración del momento. Es la verdad inmutable; porque o se está con Cristo o se está contra Cristo. Él mismo lo dijo: «El que no está conmigo está contra mí». Y estar contra Cristo es estrellarse contra la piedra ahora y es ser hecho añicos por la piedra después.

Aquí, señoras y señores, no cabe una tercera posición. O se está con Cristo o se está contra Él.

Aquí no cabe el ser católico según el gusto y conveniencia de cada uno. Para Cristo no valdrán las razones de nuestra buena intención sacrificada a un interés mezquino.

¡Cristo Rey! Y como tal exige integridad en sus vasallos. Exige total sumisión de nuestra inteligencia y de nuestra voluntad. Él nos ama con todo su poder, nos ama infinitamente y por eso no admite rivales en nuestro amor hacia Él.

La Historia de 20 siglos de cristianismo nos demuestra paladinamente el triunfo constante de Jesucristo. Con la historia en la mano podemos predecir el futuro de todos los enemigos de Jesucristo.

La Iglesia es el misterio viviente de Jesús.

¡Ah, cuán bello sería desplegar ante nuestros ojos, el cuadro de los primeros tiempos de la Iglesia; ver a los Apóstoles recorrer a grandes jornadas el mundo y ganarlo a Cristo: ver rodar por el suelo, como el dragón ante el Arca Santa, los ídolos paganos ante la Cruz de Cristo!

Las persecuciones anegaron a la naciente Iglesia en olas de sangre, pero esa sangre era la semilla que fecundaba el campo cristiano… y en poco tiempo, el mundo se asombró de creer en Jesucristo. ¡Para la Iglesia las tribulaciones son triunfos, los huracanes y las brisas la llevan al puerto!

Pronto hará dos mil años que nuestra doctrina está pasando continuamente bajo el fuego siempre vivo de todos los errores; pronto hará dos mil años que está recibiendo, hora por hora, todas las flechas agudas y emponzoñadas que le asestan doctrinas anticristianas. Y sin embargo, vedla: aquí está la doctrina entera, inmaculada, fuerte, inexpugnable; el fuego del enemigo no ha logrado alcanzarla, sus flechas no han podido herirla, sus dardos ni siquiera han podido encontrar las aberturas de su coraza.

La Iglesia, el Cristo viviente, es el yunque que ha gastado el martillo de todas las herejías.

Es que Cristo, el Divino Maestro, renueva su vida en la iglesia. Él estará con nosotros hasta la consumación de los siglos. La Iglesia es la encarnación permanente del Hijo de Dios.

La Historia de la Iglesia es la Historia de Cristo y la Historia de Cristo es la Historia de la verdad. Cristo es uno, es el mismo siempre. ¡Por eso Cristo vence, Cristo reina, Cristo impera!

Por eso los que peleamos las batallas de Dios jamás podremos saber de derrotas.

Por eso los que estamos enrolados en las filas de Cristo vamos seguros al triunfo.

Hermanos de Mercedes: hemos dado ejemplo de nuestra fe, un magnífico testimonio de que el cristianismo no ha sido hecho para el placer sino para el heroísmo.

¡Viva Cristo Rey!

¡Viva la Iglesia de Cristo!

¡Viva la Patria!

*En «Revista Gladius», Año 17 – N° 48 – 15 de agosto -2000, pp. 7-9.
[1] Discurso pronunciado cuando Mons. Kruk era párroco en la ciudad de Mercedes, Corrientes.

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