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Todos los grandes acontecimientos de este mundo tienen una genealogía espiritual. Dos amores, dice San Agustín han dado nacimiento a dos ciudades: una, la Ciudad de Dios, fundada sobre el amor y la unión con Dios, y otra, la Ciudad Terrestre, fundada sobre el amor de los hombres que puede llegar hasta el desprecio de Dios. Todas nuestras instituciones políticas están fundadas ya sea sobre el amor y la unión con Dios, ya sea sobre el amor de los hombres que puede llegar hasta el desprecio de Dios. Unas merecen ser llamadas las esposas de Cristo, otras las adúlteras del demonio.

El fin del siglo XVIII ha visto el desmoronamiento de nuestras instituciones cristianas en Europa, y el advenimiento de un nuevo poder en el Nuevo Mundo. Aquí, la agonía de un régimen y de una sociedad, allá, la construcción de una pirámide política bajo la mirada del Gran Arquitecto del Universo, con esta divisa ambigua digna del iluminado Weisshaupt[1]«Annuit coeptis novus ordo saeculorum» («El nuevo orden de los siglos da su aprobación a la obra comenzada»)[2].

¿Qué es la «obra comenzada»? Esta última, como la Torre de Babel, no reposa sobre un pasado glorioso, ni sobre un Credo. Del pasado, no ha guardado más que el orgullo de los hombres del Renacimiento, las utopías y los sueños exóticos del Romanticismo y la ambición de las grandes potencias marítimas de dominar los mares. Pero está sostenida por su fe ciega en la perfectibilidad: la pirámide inacabada. Los constructores han sido inspirados y formados por la Gran Enciclopedia, obra maestra de la Franc-Masonería.

Para tomar su lugar entre las naciones civilizadas, esta «República querida por la filosofía», como la llama De Bonald, se dio, de acuerdo con la moda de la época, una Constitución y esta Constitución era atea y democrática. Ella no tenía paralelo en los anales del antiguo mundo. Pues bien, inmediatamente el antiguo mundo decadente miró con simpatía y orgullo a este hijo salido de sus entrañas que iba a inaugurar «el nuevo orden de los siglos». El gran artífice del Romanticismo, Chateaubriand, profetizó: «El mundo futuro pertenece a la democracia»[3], y Alexis de Tocqueville, el autor de La democracia en América, anunció «el advenimiento próximo, irresistible, universal de la democracia en el mundo» (1835).

He aquí cómo una pequeña nación de cuatro millones de habitantes que ya no quería saber más de las viejas instituciones políticas y religiosas de la Europa cristiana, se puso a construir, del otro lado del Atlántico, una Ciudad terrestre fundada sobre el amor a sí mismo hasta el desprecio de Dios, ya que Dios no tiene el lugar en su Constitución.

La Revolución Francesa había reemplazado a Dios por la Razón, los Estados Unidos concibieron una realidad materialista: la religión del Progreso técnico. Ahora bien, el progreso técnico no está necesariamente acompañado del progreso moral. Al contrario, como dice Carl Schmitt, «el progreso técnico y el perfeccionamiento moral del hombre se distancian cada día más profundamente»[4].

Después de haber servido al bienestar y el lujo de los pueblos, la técnica les ha dado las armas. Y esas armas cada vez más mortíferas han permitido a los Estados Unidos llevar a cabo en beneficio suyo la dominación mundial, bajo la máscara de la moral que engañó a los pueblos sometidos. Cada vez que intervinieron en nuestras guerras convencionales en nombre de la moral y la libertad, fue para satisfacer su antiguo rencor contra nuestras instituciones más sagradas. Sus bombardeos masivos han reproducido a escala mundial la Masacre de los Inocentes ordenada por Herodes. Desde el exterminio de los indios hasta su reciente intervención contra el país de los Reyes Magos, no han hecho más que matar sin mostrarse jamás capaces de construir un orden nuevo. Como escribe Monseñor Herni Delassus en una obra que apareció al mismo tiempo que la condena del Americanismo por León XIII, el Americanismo entraña «la paz en la esclavitud debajo de la tiranía de un hombre o de una raza»[5].

*En «Revista Gladius», Año 8 – N°23 – 19 de abril de 1992, pp.123-124.

[1] Johann Adam Weishaupt (1748-1830). Alemán de origen judío, fundador de la orden llamada de «Los Perfectibilistas», rama de la Francmasoneria más conocida como los Illuminati (Nota de «Decíamos ayer…»).

[2] Esta imagen figura en el reverso del Gran Sello de los Estados Unidos desde 1789.

[3] Memorias de Ultratumba. 1848.Unidad del mundo, 1951, pág. 31.

[4] Unidad del mundo, 1951, pág. 31.

[5] El Americanismo y la conjuración anti-cristiana. París, 1899.

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