«Como una hiena aullando en la oscuridad»

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📖 Ediciones Voz Católica

Ushetu, Tanzania, 28 de julio de 2019

Cuatro días a la semana, y siempre que nuestro físico lo permita, nos levantamos a las 5:00 am, cuando todavía es de noche, para hacer una hora de adoración eucarística. Es el mejor momento del día para rezar, porque hay un gran silencio, está más fresco, y no llega nadie a la parroquia para consultas, buscando a los padres. Lo que sucede es que a veces hemos tenido mucho trabajo el día anterior, o se ha acumulado mucho cansancio, y el físico no nos da para levantarnos a rezar a esa hora, y debemos encontrar otro horario durante el día, aunque no sea lo más adecuado.

Pero cuando lo podemos hacer, se disfruta en verdad. Reina un gran silencio en los derredores la misión, y todavía es de noche. Entonces encendemos solamente las luces que iluminan el altar y los bancos de adelante, para ahorrar baterías. Sólo se escuchan los grillos, cigarras, e innumerables pájaros cuando comienza el amanecer. El mugir de las vacas que las llevan al mercado y pasan por la calle, el cantar de los gallos de las casas vecinas… el pueblo que comienza a despertarse. Cuando estoy solo en la casa de la misión, me llena de ánimo ir rezar ante el Santísimo Sacramento, y puedo decir que ya no estoy solo. Aún más, “estoy sólo con Cristo”.

La semana pasada, cuando estaba comenzado a exponer el Santísimo, y estaba solo en la gran iglesia parroquial, todavía de noche a las 5.30 am, se escuchó el aullido de una hiena, muy cerquita. Las hienas manchadas, que predominan en esta zona, tienen un aullido muy especial. Pocos segundos después escuché aullar a otra, y me pareció que estaba del otro lado de la iglesia. Acto seguido, como siempre sucede, comenzaron a ladrar todos los perros de la zona, y ya no se escuchó más a las hienas, que huyeron al ser descubiertas, en dirección a las cuevas en las rocas de las montañas.

Esto sucede con frecuencia. Bajan durante la noche, y dan vueltas buscando qué comer, especialmente si hay algún chivo o animal pequeño. Por eso los corrales los ponen cerca de las casas, y muchas veces están elevados un metro y medio sobre el suelo. Cuando las hienas no obtienen alguna presa, comen lo que pueden, en la época de los mangos comen los que se caen de los árboles, o invaden los huertos de la gente. Me contaba Filipo, nuestro catequista, que un parroquiano había plantado una buena parcela de sandías, y a la noche se quedaba en vela para ahuyentar a las hienas, porque siempre venían dos o tres a comer de su huerta. Sin embargo una noche llegaron tantas, que le dio miedo, y les dejó “vía libre” en su plantación de sandías.

De otras historias lamentables en el territorio de nuestra gran parroquia, en relación a este animal temido y poco deseado, una de ellas es que un borracho regresó tarde a su casa, de noche, y en tal estado de embriaguez que se acostó afuera a dormir, al cielo raso. Una hiena llegó por la noche y le mordió un pie, sin llegar a arrancárselo. Sino que con el dolor y el susto, dio tales alaridos -el borracho, digo-, que la hiena se espantó. Otra historia mucho más triste nos cuenta que una hiena entró de noche en una casa, algo ser para nada común, y atacó a una niña pequeña, dejándola sin vida. El resto de la familia pudo salir de la casa en la confusión de la oscuridad.

Muchos de los voluntarios que vienen a la misión me preguntan por el tema de los animales salvajes. En realidad no se corre peligro, sino sobre todo por las víboras, tal vez lo más cercano a nosotros. Los animales salvajes que se pueden ver por aquí son los monos vervet, que son inofensivos; y las hienas manchadas, que mejor dicho sólo se las escucha en la noche, pero es muy difícil llegar a verlas. He podido ver nada más que tres en nuestra parroquia, en estos siete años por estos lados, regresando de algunas aldeas por la noche. Pero se las escucha con frecuencia… y ayer mismo, durante el fogón en la misión popular que estamos realizando en Nyamilangano, escuchaba algunas de ellas aullando en la montañita detrás de la casa.

Lo primero que se me vino a la cabeza cuando escuché las hienas los otros días mientras exponía el Santísimo, son las palabras de San Pedro, que recordamos justamente en una de las lecturas de completas, antes de ir a dormir, ya de noche: “Vuestro adversario, el diablo, ronda como león rugiente, buscando a quién devorar.” (I Pe 5,8 ) Aquí en Tanzania podríamos decir que “el diablo, como una hiena aullando en la oscuridad, anda rondando buscando qué devorar”. En verdad que el diablo anda suelto, no descansa, y está hambriento. Pero sólo les llega a los desprevenidos, o dormidos en sus vicios, como aquél borracho de la historia. Expuestos por propia desidia a los peligros.

Pero también están los perros, que inmediatamente ladran… y el enemigo huye. Ese debería ser nuestro “instinto sobrenatural”, si se pudiera llamar así. Como escribe San Ignacio de Loyola en sus magníficas reglas de discernimiento ([326] 13ª regla de la primera semana), en que nos enseña que es estrategia común del demonio el “mantenerse oculto”, trabajar en la oscuridad y el secreto. No deja que el alma manifieste sus problemas a quien corresponde. Por eso debemos saber pedir ayuda, y manifestar el peligro, “instintivamente, y como una defensa natural”. De esta manera el enemigo inmediatamente huye y desaparece. Nada puede temer quien se cuida, quien no se pone en ocasiones de pecado, y quien pide ayuda y manifiesta el peligro. En cambio, “el que ama el peligro, en él sucumbe”, como dice el libro del Eclesiástico 3,26.

Nuestra Madre del Cielo, nos defienda de los alevosos ataques del demonio, y nos conceda la gracia de guardarnos del peligro.

¡Firmes en la brecha!

P. Diego Cano, IVE.

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