Quizás pecamos de recurrentes o un tanto monotemáticos, pero lo cierto es que hay realidades que chocan tanto –en lo social y en lo intraeclesial– que fácilmente vuelven a aparecer en nuestras inspiraciones para una nueva entrada del blog. Todo esto para decir que hablé del tema hace varios años[1] pero así y todo me parece que vale la pena decir algo más…
La musa de la inspiración sopló a mis oídos en el siguiente contexto: dando un paseo con el clero de Vic –diócesis de Manresa, donde me encuentro– visitamos la ciudad francesa de Carcasona, conocida por su ciudadela medieval muy bien conservada, con su respectivo castillo fortificado.
Es cierto que no se necesita demasiada inteligencia para darse cuenta que todo el medioevo respira cierto hálito de guerra, es decir, que basta con mirar un castillo o una ciudad de aquellos tiempos –necesariamente amurallada–, para caer en la cuenta que no eran tiempos fáciles en cuanto a estos temas. Así y todo, tuve que estar ahí, en ese castillo, observando una y otra estructura de defensa, para caer en la cuenta de la obviedad: esta gente sí que tenía bien claro la existencia de enemigos. Se me prendió la lamparita, sobre todo, viendo el sistema defensivo de doble puerta del castillo: si no te caía una encima… te caía la otra. A ver si se llega a entender la idea:
Y ahí vino mi “gran reflexión” que casi me da vergüenza expresar ahora porque, como decía, es bastante obvia. Pensé: si en esos tiempos en los que se había llegado a una cumbre de civilización, de unión de fe y cultura, etc. había tanta “conciencia de enemigos”, y, por tanto, sin duda que los había, y muchos, qué nos queda para nosotros en estos “tiempos recios” (si eran tales en épocas de Santa Teresa… ¡qué nos queda ahora!).
Primero, voy a justificar mi apreciación sobre la edad –mal llamada y apropósito– media con un párrafo de esos que perduran. No creo que ningún lector de este blog opine distinto, pero dada la sistemática y avasalladora máquina de mentir que posee los hacedores de “cultura” de hoy, mejor recordar y precisar; así lo decía León XIII en la Inmortale Dei:
“Hubo un tiempo en que la filosofía del Evangelio gobernaba los Estados. En aquella época la eficacia propia de la sabiduría cristiana y su virtud divina habían penetrado en las leyes, en las instituciones, en la moral de los pueblos, infiltrándose en todas las clases y relaciones de la sociedad. La religión fundada por Jesucristo se veía colocada firmemente en el grado de honor que le corresponde y florecía en todas partes gracias a la adhesión benévola de los gobernantes y a la tutela legítima de los magistrados. El sacerdocio y el imperio vivían unidos en mutua concordia y amistoso consorcio de voluntades. Organizado de este modo, el Estado produjo bienes superiores a toda esperanza. Todavía subsiste la memoria de estos beneficios y quedará vigente en innumerables monumentos históricos que ninguna corruptora habilidad de los adversarios podrá desvirtuar u oscurecer. Si la Europa cristiana domó las naciones bárbaras y las hizo pasar de la fiereza a la mansedumbre y de la superstición a la verdad; si rechazó victoriosa las invasiones musulmanas; si ha conservado el cetro de la civilización y se ha mantenido como maestra y guía del mundo en el descubrimiento y en la enseñanza de todo cuanto podía redundar en pro de la cultura humana; si ha procurado a los pueblos el bien de la verdadera libertad en sus más variadas formas; si con una sabia providencia ha creado tan numerosas y heroicas instituciones para aliviar las desgracias de los hombres, no hay que dudarlo: Europa tiene por todo ello una enorme deuda de gratitud con la religión, en la cual encontró siempre una inspiradora de sus grandes empresas y una eficaz auxiliadora en sus realizaciones”. (n. 9)
Largo pero sustancioso, cuánto más hoy en día cuando Europa está… como está.
¿Cómo puede ser que en tiempos donde la Fe Católica –sí, con mayúsculas y sacando pecho– es decir, la de la Iglesia Verdadera fundada por Jesucristo, nuestro Dios y Señor –perdón que escriba así pero hoy hay que aclarar todo…–, cuando esta fe, decía, impregnaba la cultura toda, cómo es posible que hubiera tantas batallas, que ameritase construir tales fortalezas? ¿No debería, en semejante cristiandad, ser los hombres mansos como una Santa Teresita, los reyes y señores feudales desapegados de sus bienes como un san Francisco de Asís, y la sociedad toda como una gran familia donde un idílico amor, puro, casto y fecundo, pululase por doquier haciendo así absolutamente impensable la más mínima escaramuza o la menor de las rencillas?
Quien se ve reflejado en la pregunta que acabo de esbozar muestra ser un buen hijo de este tiempo de “angelismos” y “buenismos” de quien piensa que no hay maldad alguna en los hombres, que nadie tiene mala intención, ni existe carne alguna que desvirtúe las buenas obras, ni mundo que engañe, ni demonio que tiente. Y mientras tanto, el mal, los malos, siguen haciendo de las suyas… porque los buenos creen que son “propia tropa”, y le dan más calce que Caperucita Roja al lobo.
En la edad media se vivía de la realidad, y por tanto, de la verdad; y por eso no eran ningunos ilusos. Y, además, como tenían fe, le creían al Señor Jesús cuando por ejemplo dice “un enemigo ha hecho esto” y lo que ha hecho es “sembrar la cizaña”. Creían realmente y por eso también podían hacer lo que es quizás lo más propio del cristianismo: “amar a los enemigos” (ojo que quien afirma que no hay enemigos no lo puede hacer…); y también, como creían, podían contemplar en tiempo real –aunque hubiese ocurrido 1000 años antes– como el Señor con santa ira echaba los mercaderes del templo o le decía a los fariseos “serpientes, raza de víboras”. Es decir, con un poco de fe –tampoco tanta, eh!– dejamos fuera todo irenismo.
Los medievales por eso lograron, con realismo –de una sana filosofía y de la fe–, que aún en aquellas cosas donde no podía lograrse un paraíso terrenal, se humanizasen lo más posible. Y así nace por ejemplo la caballería, que es un modo de “civilizar” la guerra, es decir ponerle de algunas leyes (antes se trataba solo de destruir al adversario). Y entre dos pueblos cristianos no se peleaba el domingo, por ser el día del Señor; a veces tampoco el sábado, en honor a la Santísima Virgen, e incluso hasta se llegó a no pelear el viernes, por el recuerdo de la muerte del Señor: ¡3 días de 7 sin pelear! No está nada mal.
Adulterios y problemas de sexto y nono ha habido y habrán… pero también fue la caballería cristiana la que revalorizó el valor de la mujer. Así dirá Tihamér Tóth:
“El caballero medieval extendía a las damas de su época el culto sincero que tributaba a María; la ternura, la atención, el respeto que tenía a la Virgen Bendita, le servían para tratar dignamente a las mismas criadas, porque mujer fue la Madre de Dios. La figura del caballero medieval es un hermoso ejemplo de la armonía que puede haber entre la naturaleza y la gracia”.[2]
Hoy en día, entonces, se niega muchas veces, de iure o de facto, que existan enemigos y maldad… y, por tanto, las murallas de defensa ya no existen, o son muy poco resistentes, puestas allí a modo de un adorno decorativo.
Comenta el P. Buela, nuestro fundador:
“Los ‘angelistas’ pretenden que no hay enemigos; ni tampoco quien obra iniquidad; ni cizaña; ni que hay que saber esperar no sea que arranquemos el trigo bueno; ni que la cizaña será atada para quemarla; ni que hay un horno de fuego; ni el llanto y rechinar de dientes; ni que los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre, o sea, el Cielo”.[3]
Y como no era él de esos tales, no tenía problema de recordar, hablando por ejemplo de la Acción Católica, no sólo a los “buenos Asesores ya fallecidos”, sino también a los sacerdotes que “destruyeron criminalmente la A.C.A. antes de «colgar»”[4].
Hoy hay enemigos, como los hubo siempre, pero andan más sueltos quizás que nunca. Solo para citar un par de ejemplos: los niños y jóvenes, psicológica y espiritualmente, sufren indefensos grandísimos ataques entre otras cosas por medio de la ideología de género, que, como la ha caracterizado el cardenal Robert Sarah, es un “bricolaje [realizado] sobre bases pseudocientíficas y laicistas propiamente diabólicas”[5]. Podemos agregar también el mundo de los mass media, que no hacen otra cosa en la grandísima mayoría de los casos, que daño, y del gordo… muchas veces, al menos humanamente, irreparable. Darle a un niño o adolescente un celular con internet “sin más” (sin vigilancia, etc., etc.) es un crimen…
Hay enemigos en los gobiernos, en los colegios, en los clubes, en los grupos de amigos, en las empresas, en todo tipo de arte, ni qué decir en las discotecas, en los aquelarres públicos (sí, sí, aquí en Europa se adora al demonio a “cielo abierto”… o mejor, a “infierno esperando”…). Y las batallas son de las más importantes porque no quitan esta vida (o no solamente, porque a veces también eso sucede), vida que tarde o temprano vamos a perder… sino que quitan la vida del alma, quitan el cielo, quitan a Dios, que es su enemigo con mayúsculas.
Es cierto que actualmente hay dos guerras –al menos son las más visibles– pero eso no quita, en absoluto, que la guerra sea global. Los tentáculos del Nuevo Orden Mundial tienen sometido gran parte de la población del globo terráqueo. La pseudo democracia en que vivimos facilita mucho las cosas… y, como bien enseña el dicho “por la plata baila el mono”, y si no baila, lo matamos… más allá de si tiene que ver o no el NOM, hubo hace par de días un intento de asesinato a un político aquí en España; y, ¡oh casualidad!, fue al salir de Misa…
¿Sorprende la película “Sonidos de libertad”? ¿Acaso se puede esperar otra cosa de este mundo dominado por el enemigo de natura humana, –como llama san Ignacio a Satanás? No olvidemos que el comunismo, condenado en 1845 por Pío IX (Qui pluribus), por León XIII (Quod Apostolici muneris) y por Pío XI, en especial en la gran Encíclica Divini Redemptoris en la que lo llama “satánico azote”, y afirma también “se pretende introducir una nueva época y una nueva civilización, fruto exclusivo de una evolución ciega: ‘una humanidad sin Dios’”, ese comunismo, gracias al genio de Gramschi se ha hecho «cultura»…
Al hacer estas afirmaciones de la existencia de enemigos allá y acullá, no estoy cayendo en un fatalismo, en ver al diablo en cada esquina ni mucho menos… vivo feliz, como pocas veces en mi vida he vivido, y tengo –trato al menos– de tener presente aquello que nos enseñaba con tanta fuerza el P. Buela: que el bien “es” y el mal no… Seguido al párrafo citado más arriba, sigue diciendo el padre, sobre los angelistas:
“Por otro lado, le dan tanta importancia al mal que consideran que es tanto como el bien (o el ser) o, incluso, que es más. ¡Grave error! El mal es la privación del bien debido. San Agustín dice que el diablo es como un perro atado: «El demonio está encadenado como un perro y, por más que ladre, no morderá a nadie sino a quien con imprudente confianza se le acercare… Juzgad lo tonto que será el que se deje morder por un perro atado»[6]. También compara el mal a la burra de noria: «la burra que se pasa el día dando vuelta alrededor del pozo de agua para sacar agua. Y entonces allí dice: ‘si faltasen males, faltarían muchos bienes’”.[7]
Y sí, tampoco faltan los enemigos adentro de la Iglesia… una vez le preguntaron al P. Castellani, que tanto tuvo que sufrir de los de dentro, en qué época le hubiera gustado vivir –eran varios, y algunos dijeron la Edad Media, otros los primeros tiempos de cristianismo, y así–, y él respondió que prefería esta época, porque estando el enemigo dentro de la Iglesia era aún más difícil la pelea y así hacía falta mayor virtud. Pablo VI hablando de la situación de la Iglesia dice del espíritu “de vértigo, de aturdimiento, de aberración, (que) puede sacudir su misma solidez” (Enc. Eccesiam suam); “un momento de autodemolición” (7/12/68); “por alguna grieta entró el humo de Satanás” (29/6/72)… el tema es que por momentos se hace difícil respirar…
En fin… que termine hablando Aquel único Señor que merece ser servido, el único que tiene palabras de vida eterna, ante quien libremente ahora o por la fuerza después, se doblará toda rodilla en el cielo, en la tierra y los abismos…:
“El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del reino; la cizaña son los partidarios del Maligno; el enemigo que la siembra es el diablo… El que tenga oídos, que oiga” (Mt 26,36-43)
Madre nuestra, la más angelical de las creaturas, que como nadie –salvo tu propio Hijo– has podido conocer la maldita pezuña del dragón infernal… no dejes de iluminarnos y protegernos, para que podamos contemplar las cosas como son, y no nos arredremos cobardemente. Bajo tu amparo nos acogemos…
[2] T. Tóth, ¡Joven! ¡Así debes ser!, edd. Dr. A. Sancho – A. Zuñiga Croxato, 178.
[3] C. M. Buela, IVE, El Señor es mi Pastor. Memoria y Profecía, 2022, 193.
[4] Ibid., 179.
[5] Card. Robert Sarah, Teoría del género y sus repercusiones; en: Jornadas “Mujer, familia y sociedad” de la UCAV-Universidad Católica de Ávila, 24 de mayo de 2016. Cit. en: Miguel Á. Fuentes, La violencia ideológica de género. Fragmentar al Hombre, Ediciones del Verbo Encarnado, San Rafael, 2016, 9.
[6] San Alfonso María de Ligorio, Obras ascéticas, BAC, Madrid 1954, t. II, Sermones abreviados: El juicio particular, p. 648. San Agustín, Sermón 37.
[7] C. M. Buela, IVE, El Señor es mi Pastor. Memoria y Profecía, 193.
Comentarios 1
ESPLÉNDIDA REFLEXIÓN. TAL COMO NOS TIENE ACOSTUMBRADOS EL P GUSTAVO LOMBARDO. HABLA Y TRANSMITE “LOS MENSAJES DE LA ÚNICA VERDAD’ EN FORMA CLARA, DESATROPELLADA Y MUY COTIDIANA (QUIZÁ MÁS PARA LOS RIOPLATENSES). LUEGO DE LO LEÍDO NO QUEDA MUCHO QUE APORTAR. CREO QUE EL MUNDO ESTÁ COMO ESTÁ POR DARLE LA ESPALDA A DIOS. ANGÉLICA Y APARENTE INOCENCIA LA DE LOS HOMBRES QUE CREEN EN LO QUE VEN Y / O ESCUCHAN. ASÍ ESTAMOS. SALUDO FRATERNAL DESDE URUGUAY