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El temor, el miedo, como cualquier otra pasión o sentimiento puede ser una ayuda en la vida espiritual, en la vida de todos los días, o puede ser tambien un obstáculo, ya hablamos de cómo las pasiones pueden ayudar o no de acuerdo a cómo la razón vaya teniendo dominio sobre ellas.

¿Por qué tenemos miedo? ¿Por qué tememos? El temor tiene mucha relación con el amor, si nosotros tememos a alguien o a algo es porque ese alguien o ese algo puede quitarnos algo que amamos. En este sentido podemos decir “Dime qué temes y te diré que amas”.

Nuestro Señor Jesucristo en el Evangelio nos va a decir que no tengamos miedo a nadie, sí, “no temáis a aquellos que pueden matar el cuerpo, pero no pueden matar el alma” (Mt 10,28). Y ¿a quien nos recomienda el Señor que temamos? …a Dios, “Temed más bien a Aquel…”, y ¿por qué tener miedo a Dios? Bueno, hay un miedo imperfecto a Dios, pero que nos puede ayudar, y es el miedo que viene como ayudar al amor. Amo a Dios, no quiero ofenderlo, pero ante esta tentación tan fuerte, ante esta dificultad, esto que me lleva a pecar, pensar en que Dios es justo y que hay una vida eterna, bueno, me ayuda entonces a dejar de pecar, y en ese sentido el temor me ayuda a ser bueno. Pero es el comienzo como va a decir el Libro de la Sabiduría, no, “comienzo de la Sabiduría es el temor del Señor” (Prov 1,7), tienen buen juicio quienes lo practican.

Ahora ese temor tiene que ir transformándose en un temor más perfecto, más lleno de amor, y es el temor que tenían los santos, es el don del Espíritu Santo del temor de Dios que hace temer ofender a Dios. Ese es el miedo que tiene una santo, temer ofender a quien tanto aman.

El demonio conoce nuestra debilidad y conoce que puede por medio del miedo coaccionarnos, y quienes son “astutos”, mundanamente hablando, también pueden obligarnos o llevarnos a actuar por el lado del miedo y no por lo racional.

San Juan de Ávila, doctor de la Iglesia, va a decir, hablando del demonio “Todo el ardid de su guerra -para con nosotros- sea ha por vía de miedo”. Todo lo que hace el diablo entonces con nosotros utiliza el miedo, aunque no nos demos cuenta. Y en este sentido recomienda el santo hacer lo que hacían los padres del desierto que trataban de vencer el miedo a cosas más humanas, dominándolo, no quiere decir no sentirlo, sino, a pesar de que lo siento obro lo que tengo que hacer y eso me ayuda incluso a que el dominio tenga menos incidencia en mi vida por el lado de esta pasión.

Tenemos que entonces lograr como decíamos al principio, que las pasiones, los sentimientos nos ayuden a ser mejores, que potencien nuestros actos, y no que sean una dificultad que nos terminen dominando.

Le vamos a pedir esa gracia a María Santísima, nuestra Madre del Cielo, la gracia de poder entonces obrar, hacer la voluntad de Dios, a pesar de nuestros miedos, vencer, escuchar la Palabra del Señor que tantas veces en el Evangelio nos dice “¡no temáis!”, tanto que repitió san Juan Pablo II esa frase “¡no temáis!”. Que Nuestra Madre que nunca temió a nadie, que siempre hizo lo que Dios le pedía, que nos ayude, que nos de su fuerza, que nos bendiga y nos de la gracia de poder hacer siempre lo que Dios quiere y no dejarnos llevar por el miedo.  

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