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“No es posible dejar de ver en la vida de Ignacio una ternura y devoción especialísima al Santo Nacimiento de Jesucristo”[1], comenta en su biografía el P. Casanovas. Una de las pruebas de esto la podemos encontrar en el hecho de que, luego de ser ordenado sacerdote, dilató durante un año y medio la celebración de su primera Misa, con la intención de poder hacerlo en el mismo lugar del nacimiento del Señor.

El dato preciso que tenemos es que “Había determinado, después que fuese sacerdote, estar un año sin decir misa, preparándose y rogando a la Virgen que le quisiese poner con su Hijo”[2], como él mismo nos lo cuenta en su autobiografía; (sería para otro escrito, pero ¡cuánto nos habla esto del gran misterio de la Eucaristía!).

Pero sus biógrafos coinciden al afirmar que, además de la preparación mencionada, quería Ignacio celebrar su primera Misa en Belén, y tras ese objetivo habría extendido medio año más la preparación. Así fue que, habiendo obtenido la gracia que pedía y dada la imposibilidad de viajar a Tierra Santa, determinó celebrarla en la Basílica Santa María la Mayor, llamada el “Belén romano” por encontrarse allí una capilla que reproduce cuidadosamente la gruta de Belén y una reliquia del Pesebre auténtico; y eligió justamente un 25 de diciembre para hacerlo.

En cuanto a la gracia recibida, así lo narra:

“Y estando un día, algunas millas antes de llegar a Roma, en una iglesia, y haciendo oración, sintió tal

Interior de la Basílica. Sobre el altar, en la cripta, el relicario del Pesebre

mutación en su alma y vio tan claramente que Dios Padre le ponía con Cristo, su Hijo, que no tendría ánimo para dudar de esto, sino que Dios Padre le ponía con su Hijo”[3].

Y en carta del 2 de febrero del año siguiente, 1539, escribe a los “señores de Loyola”:

“El día de Navidad pasada, en la iglesia de nuestra Señora la Mayor en la capilla donde está el pesebre donde el Niño Jesús fue puesto, con la su ayuda y gracia dixe la mi primera misa”[4].

Agrega una biografía anónima que la celebró “con muchos sentimientos espirituales y con ilustraciones divinas”[5], y en carta a su hermano Martín el santo refiere que fue con la ayuda y gracia del mismo Niño Dios[6].

Les dejo, para terminar, los tres puntos centrales de la contemplación del Nacimiento, que nos dejó el Santo en el libro de los Ejercicios y muestran a las claras su tierna devoción a este misterio.

La sencillez de estas líneas no nos haga olvidar que la profundidad a la que nos invitan se da por el hecho de lograr contemplar “como si presente me hallase”:

San Ignacio contemplando el Nacimiento

“1º puncto. El primer puncto es ver las personas, es a saber, ver a Nuestra Señora y a Joseph y a la ancila

y al niño Jesú, después de ser nascido, haciéndome yo un pobrecito y esclavito indigno, mirándolos, contemplándolos y sirviéndolos en sus necessidades, como si presente me hallase, con todo acatamiento y reverencia possible; y después reflectir en mí mismo para sacar algún provecho.

puncto. El 2º: mirar, advertir y contemplar lo que hablan; y reflitiendo en mí mismo, sacar algún provecho.

puncto. El 3º: mirar y considerar lo que hacen, así como es el caminar y trabajar, para que el Señor sea nascido en summa pobreza, y a cabo de tantos trabajos, de hambre, de sed, de calor y de frío, de injurias y afrentas, para morir en cruz; y todo esto por mí; después reflitiendo, sacar algún provecho spiritual”[7].

La última referencia a los dolores y a la cruz del Señor, nos habla quizás de por qué eligió en Santo celebrar “ante este misterio” su primera santa Misa[8].

En estos días de Navidad, que la contemplación del Nacimiento como nos invita a hacerla san Ignacio, no solo nos ayude a lograr lo que él mismo nos indica como petición, es decir, ese “conoscimiento interno del Señor, que por mí se ha hecho hombre, para que más le ame y le siga”[9], sino también –y como fruto de ese conocimiento–, sea el modo de encontrarle sentido a los sufrimientos de la humanidad, a la luz de las penas y trabajos del Niño Dios.

Que María Santísima nos conceda la gracia, como lo hiciera con Ignacio, de “ponernos junto a su Hijo”, allí, como esclavitos indignos, en el Belén de nuestra contemplación y en toda nuestra vida.

 

[1] IGNACIO CASANOVAS, San Ignacio de Loyola, Balmes, Barcelona3, p. 243.

[2] IGNACIO DE LOYOLA, Autobiografía, n. 96.

[3] Ibid.

[4] Cit en: RICARDO GARCÍA-VILLOSLADA, S.I., San Ignacio de Loyola, Nueva Biografía, BAC, Madrid 1986, p. 460.

[5] Ibid. El P. Villoslada cita una Vida anónima del Santo.

[6] LETURIA, P.. La primera misa de S. Ignacio de Loyola y sus relaciones con la fundación de la Compañía. En: Manresa – Revista de Espiritualidad Ignaciana. 1940, no. 13. p. 72.

[7] Ignacio de Loyola, Libro de los Ejercicios Espirituales, nn. 114-116.

[8] La Misa, recordémoslo, es la actualización y perpetuación sobre el altar, de manera incruenta, del mismo sacrificio de la cruz. Puede servir: “Haberlo sabido antes”.

[9] Ignacio de Loyola, Libro de los Ejercicios Espirituales, n. 104.

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