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El maniqueísmo ha sido una desviación del espíritu humano, una herejía que, incomprendido el misterio del mal, consideró que la materia había sido creado por un dios malo, y que solo el espíritu procedía de Dios. Al constatar que, por lo físico, lo material, lo visible la realidad se corrompe sostuvo que la materia y todo lo ligado a ella es algo malo y contra lo cual hay que luchar.

Ese error, si bien murió bajo el nombre de maniqueísmo -nombre que deriva de Manes, su principal representante- e infectado de platonismo despreciador de todo el mundo físico, fue sin embargo, mutando en el tiempo. Así el maniqueísmo, como otras herejías teológicas, mutaron en la modernidad hacia formas secularizadas y se convirtieron en “herejías” políticas, sociales o económicas. Son herejías, pues toman una parte de lo que debería estar en armonía y en tensión Y son maniqueas en el sentido que quieren destruir algo que es natural del orden de lo material y visible.

Demás esta decir que detrás de todos los temas políticos y económicos, hay un problema teológico: el problema del mal y de la injusticia. Siempre los teóricos de la política y la economía trataron de buscar las solución ultima para terminar definitivamente con la injusticia o las desigualdades ya sean políticas como económicas.

El marxismo es una especia de maniqueísmo en cuanto que ve el capital como causa de todos los males, y por lo tanto hay que hacerlo desaparecer. El capital es un medio necesario en la economía, sin la cual no funcionaria. Pues dos son los instrumentos de la economía: el capital y el trabajo. Y es dado a la inteligencia y la buena voluntad de los hombres ponerlos en armonía para el efecto propio que es la producción y consumo. Si bien el capital pudo haber producido pobreza, y lo produce por su mal uso, sin embargo, es un elemento necesario de la economía. Le toca al hombre buscar los mecanismos para que se asocie al trabajo y ambos al progreso económico. No destruirlo sino corregirlo.

El liberalismo en su forma anárquica ha visto el Estado como un mal. Si bien hay Estados y regímenes que se corrompen por ser ambos construcciones humanas y por lo tanto falibles, está en la resiliencia humana la capacidad de reformarlos para que cumpla sus fines: el servicio del bien común. Justamente el problema de la política moderna es haber hecho del medio el fin y del fin ni se habla: el medio es el poder y el fin es el bien común.

Este maniqueísmo comenzó cuando el pensamiento político moderno se alejó de las fuentes teológicas que dan solución al problema del mal en todos los órdenes- por supuesto en sus principios más altos, no en sus aspectos concretos- y por el contrario ha buscado, sin saberlo, soluciones en doctrinas heréticas que ya estaban perimidas. De fondo está en definitiva la tentación del gnosticismo cuyo sucedáneo es el maniqueísmo cree tener el conocimiento, gnosis, y la clave histórica, de la solución de todos los problemas humanos al margen de Dios.

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